Alfil Cronopio

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La hora

LA HORA

Por Marcel Hofstetter Gascón*

Eran las diez y veintiséis minutos de la noche en la fría capital, cuando un malestar repentino se apoderó de su ser. Respiró profundamente intentando recomponerse, pero fue inútil. El frío era mordaz, y su humanidad ya no lo toleraba. Pasó al despacho presidencial, buscó una manta y se recostó en el único sofá que había en el espacio. Cerró los ojos buscando un alivio a las tribulaciones del día, alejándose de los grupos de presión y de la infamia –como la definían sus más cercanos asesores- de los cazadores de rentas. Su mente empezó a navegar por parajes remotos y extraños, que más se acercaban a un cuadro hipnótico que a la mente de un primer mandatario. Durante un largo rato sintió el viento helado de pasillo, y se preguntó sobre la plausibilidad del fenómeno, dado que estaba cubierto por la cobija de pluma turca, adquirida en su último viaje.

–Es la soledad del poder- masculló con desgano, intentando justificar lo injustificable.
Intentó acomodarse para conciliar en algo la locura que lo carcomía, pero tan sólo lograba algunos lapsos de micro sueños en paz. El delirio era casi permanente, y gradualmente sentía que se degradaba a velocidad de crucero. Se imaginó como un helado derritiéndose, en un espacio de tiempo geográfico no definido. De repente, apareció desde el subconsciente la imagen de los flácidos relojes dalinianos. Los repasó con detenimiento, sintiéndose un surrealista más. Se preguntó cómo era posible, que el arte construido hace media década pudiera representar con tanta fidelidad el momento político presente. Siguió recreándose en los relojes, sintiéndose una amalgama volante de huevo frito, en un sopor que lo invitaba a la calma. Pensó en el vecino del norte, en el imperio romano, en el imperio otomano y tantos imperios convertidos en miseria.

–A todo el mundo le llega su hora-, pensó con actitud renovadora, al evidenciar un hallazgo significativo en sus cavilaciones.

El estado actual del imperio, evidenciaba su fractura interior y lo conducía inefablemente a su deterioro como potencia. Esa era la mejor explicación de hechos bizarros en la geopolítica internacional. Volvió al instante presente, frunció el ceño y contempló a Colombia, al país en paz que quería dejar como legado. Sintió escalofríos al repasar los seis largos años en busca de una verdadera solución al conflicto armado. Pensó en las marchas del adversario hacia los puntos de concentración. Había logrado pactar con el enemigo el fin de la confrontación violenta, pero se sentía peor que el escarabajo de Kafka. Soñó a Colombia como potencia, como imperio, regresando súbditamente a la imagen jabonosa de los relojes. Se convenció en ser un país pequeño, alejado de la frontera de expansión económica gestada desde la globalización.

Respiró profundamente hasta lograr expandir las clavículas, en un movimiento digno de las posturas zen. Dirigió su mirada hacia el reloj londinense de sus años mozos. Lo visualizó desfigurado como una masa enclenque, alcanzando a observar con dificultad la hora exacta: diez horas, veintiocho minutos y cuarenta y cinco segundos. Pensó en la masa amorfa del tiempo y comprobó sin margen a equivocarse, que su hora había llegado.
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* Marcel Hofstetter Gascón es un reconocido economista y catedrático bogotano.

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