ALGUNAS FUENTES DE LA CONFORMACIÓN DEL IDEARIO DEL NOBLE CASTELLANO
Por John Jaime Estrada González*
Las teorías éticas no satisfacen un conjunto de representaciones a través de las cuales los grupos sociales crean sus modelos imaginarios. El factor que explica esto se debe a que los individuos precisan de un sujeto empírico que pueda actuar como modelo. En otras palabras, son los seres humanos en su existencia diaria los que constituyen la validación de los principios éticos o morales. Ellos por lo tanto existen en los individuos que los encarnan o deben hacerlo.
En Europa y en particular en la península ibérica, el cristianismo fue expandido como un modelo dado por el Kyrios o Cristo. Sus seguidores vieron siempre en él un modelo para imitar y siguiendo esa práctica se inscribió quien más se acercara a él, el santo. Las vidas de éstos, transmitidas por las hagiografías, constituyeron leyendas, muchas veces de seres inexistentes, con fines catequéticos y para la imitación del grueso de los creyentes.
Las narraciones hagiográficas tomaron sus modelos de abundantes personajes del Antiguo Testamento. Estos cobraron mayor alcance durante épocas diferentes a lo largo de la Edad Media e incluso después del siglo XVII. Es por ello que en el arte pictórico podemos corroborar el carácter narrativo de muchas obras que plasmaron un episodio particular de la llamada historia sagrada. Así se constituyó el ideario del campesino, el del pobre que se ganaba la vida labrando la tierra.
El segundo milenio vio el paso de una iglesia carismática y devocional a una institución de derecho (el derecho canónico) y con ello operaron paralelamente otros modelos de vida, pero ya no destinados a la totalidad de los cristianos, sino a un segmento social con poder económico y político: la nobleza. Los materiales que circularon con estos fines provenían de la vertiente filosófica moral de los llamados autores clásicos latinos.
Estamos en los comienzos del siglo XI, cuando la incipiente aristocracia, situada en los llamados «reinos cristianos» del norte de la Península Ibérica; se procuraba un modo de proceder distinto al clerical, incluso al eclesiástico. Fue el momento del desplazamiento de la hermandad cristiana a la fraternidad, a la asociación con otros: la amistad. Vivir con los otros, que eran sus iguales, conduce a la asociación en fraternitas; algo que circulaba ideológicamente entre los reducidos grupos de nobles que se iban conformando en la península. Estos movimientos tuvieron siempre un carácter excluyente y marcan el nacimiento de instituciones que van desde el aprendizaje de doctrinas secretas, hasta asociaciones para la diversión y el entretenimiento; algo que continúa hasta nuestros días.
El ser noble era también parecerlo y, por lo tanto, empezó a implicar una serie de pruebas bien amplias que se debían cumplir. Por ejemplo, la de la sabiduría práctica que vemos constantemente en la literatura medieval castellana. Lo anterior significaba el buen manejo de su haber y poseer, amén de un comportamiento ecuánime en los momentos difíciles. Se esperaba también un hombre capaz de da dar ejemplo a otros; dotado de una disciplina que le permitiera cumplir sus metas; valiente frente a sus enemigos, pero benevolente a la hora de ejercer justicia. Tales imaginarios se vieron reforzados por la literatura castellana medieval que les dio soporte ideológico y los mantuvo a lo largo de los siglos. Se precisaba de un modelo diferente al del resto de los creyentes que sólo podrían tomarlo de los santos o del mismo Jesús. Por ello podemos comprender que durante el calamitoso siglo XIV, los santos casi todos fueron extraídos de las noblezas europeas.
Lo que empieza a emerger en las formaciones sociales, y en los círculos de poder que las dirigen, es una ética para los altos estratos. Ya que la posesión de la tierra y la riqueza que ella engendraba, no se veían suficientes para constituir, en el imaginario aristócrata, al noble. Se necesitaba del mérito personal, pues con él se ganaba el respeto no sólo entre sus iguales, sino también entre el número creciente de sirvientes y vasallos. Por eso en nuestro vocabulario diario, cuando decimos de alguien que es noble o que tiene nobleza, podemos captar los ecos de esas connotaciones que aunque ya se han resemantizado, mantienen cierto apego a la usanza castellana primigenia.
Con el acelerado desarrollo de las formaciones señoriales, en matices siempre desiguales, hay que anotarlo, operó el desplazamiento de las relaciones entre hombres, dicho sea de paso, se dispone de pocos materiales que puedan ejemplificar cómo operó esto entre mujeres. Entre hombres las relaciones económicas se sellaban a través de pactos.
Al analizar el amplio espectro de las relaciones espontáneas, es decir las que se generan por proximidad o afinidad (como siempre suele ocurrir) se va tejiendo un orden de protocolos que van desde el ritualismo de los actos cotidianos del saludo, la bienvenida o la despedida, hasta el intercambio de generosidades y las complejidades técnicas de las relaciones para lo «militar». Se trataba de actuaciones que no provenían de la predicación eclesiástica y estaban fundadas en doctrinas estoicas que para aquel entonces, comenzaron a verse como preparatorias a la llegada del cristianismo; lo que en el siglo XVII Quevedo llamará «Un Heráclito cristiano».
¿Qué pudo haber propiciado esa impronta estoica y siglos más tarde, neoestoica, en la literatura? Tales doctrinas suplían racionalmente lo que para el caso, se echaba en falta en el evangelio. Pero lo anterior no los enfrentaba, al contrario, un sector amplio de la nobleza se seguirá sosteniendo en estas doctrinas con tanto ahínco que, en los siglos XVI y XVII, las poderosas monarquías ya españolas, las seguirán abrazando en su variante más nacionalista, el senequismo.
Citemos para iluminar el caso, dos principios estoicos: para ser feliz se requiere estar adecuadamente provisto de bienes, puesto que con ellos el hombre virtuoso (bueno) tendrá algo material con qué actuar y podrá ser magnánimo. Este principio jugó un gran papel en el estilo de vida de la nobleza y no sólo la española.
Otro principio sostiene que: los bienes materiales no se encuentran invariablemente presentes en cada hombre, pero sin ellos no se puede llevar una vida virtuosa, a menos que se tengan. De tal manera que la posesión de bienes y en abundancia eran concebidos como necesarios sólo para unos pocos, demasiado pocos. Con principios como esto se formó a los nobles por siglos. Tomaron de la filosofía la variante moral que caracterizó la producción griega helenística.
Un estudio formidable que sigue el debate que va desde la línea socrática en sus connotaciones cínicas y en lo que de estas variables asumió y desechó Platón, hasta las formulaciones de la ética nicomaquea, es el que hace J.M. Rist. En su estudio formula los puntos del debate que parten desde la asunción de los criterios aristotélicos de la eudaimonía hasta la ataraxia de los primigenios estoicos. Teniendo en cuenta que tales debates fueron adquiriendo diferentes matices, la consideración de la virtud y la del hombre sabio, las encauza dentro de las variantes del llamado neoplatonismo de Plotino. Su estudio es muy valiosos porque evidencia lo problemáticos que son estos conceptos a medida que se interrelacionan. La perspectiva conclusiva de su estudio es: «finalmente hemos intentado mostrar cómo muchas de las modificaciones y cambios ofrecidos por los estoicos no son producto de una simplificación o de la fascinación por las paradojas éticas, tal y como se las presenta a menudo, sino que eran el resultado de una perplejidad filosófica hacia problemas filosóficos significativos». (Rist, J.M. La filosofía estoica. Barcelona: Crítica, 1995, p. 31.).
Conviene por tanto, destacar en este lento y desigual proceso de la formación de imaginarios, que la amistad, por ejemplo, es considerada una condición diferente a la de la hermandad. ¿Jugó algún rol el frecuente fratricidio y parricidio entre ellos? Lo cierto es que la confraternidad del orden monástico y la hermandad del cristianismo, concebidas como inclinaciones personales carismáticas, distan mucho de la formalización de la amistad que establecen los nobles bajo el juramento y bajo el significante del ósculo. De allí que en la Edad Media, tan motejada de oscurantismo, el pecado de la traición a la amistad era sumamente grave. Se equiparaba al traidor mayor, Judas. La iglesia en aquel entonces no estaba genitalizada como ha llegado a estar en los dos últimos siglos.
El material de lectura más cercano a los nobles fue De amicitia, de Cicerón. Esta vuelta del tratado sobre las aristocracias europeas tiene una larga historia que se remonta hasta la aristocracia romana. Los obispos en aquel entonces encontraron en ello los materiales que unificaran los principios ideológicos de las familias patricias romanas, promoviendo la amistad como un ideal del noble.
El historiador G. Duby, planteó otras perspectiva de estas construcciones y representaciones de los ideales entre la nobleza, para él era cuestión de perpetuarse como grupo social y continuarse dentro de estructuras estables por la naturaleza y la educación. «Lo que importaba no era la reproducción de individuos sino también del sistema cultural bajo el cual se agrupaban y que ordenaba sus relaciones. Los dictados del código genético individual son añadidos a los dictados colectivos del código de honor o a un conjunto de reglas que se pueden declarar inviolables». (Duby, Georges. Love and marriage in the Middle Ages. Chicago: Chicago UP. 1994. P. 3. Traducción nuestra.).
En las dos perspectivas, la de Rist y Duby encontramos complementos. Si bien es cierto que a la aristocracia le concierne primariamente mantenerse y perpetuarse, de otro lado está que con la literatura se pueden encauzar muchos de los elementos que ideológicamente privilegian esa continuidad. Por cierto, De amicitia estuvo en la base de los textos con los cuales se educó a los príncipes durante siglos. El tratado adquirió carácter meditativo y permeó ambientes no aristocráticos ni nobles.
___________
* John Jaime Estrada. Nacido en Medellín, Colombia. Graduado en filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá. Estudios de teología y literatura en la misma universidad. Maestría en literatura en The Graduate Center (CUNY). PhD. en literatura en la misma institución. Actualmente assistant professor de español y literatura en Medgar Evers College y Hunter College (CUNY). Miembro del comité de la revista Hybrido e investigador de filosofía y literatura medieval. Su disertación doctoral abordó el periodo histórico de las relaciones entre el Islam, judaísmo y cristianismo en Castilla durante los siglos XI—XIV. Investigador personal de tales interrelaciones a través de la literatura medieval castellana, en particular en la obra el «Libro de buen amor».