«ALLENDE EL MAR», DE OSCAR OSORIO: LA MAESTRÍA DE ESCRIBIR PENSANDO EN LAS EXPERIENCIAS
Por Manuel Santiago Arango Rojas*
Como si afirmarse primo de Jesucristo fuera poco, Rodín aseguraba: «Nunca he salido de mi país. Usted puede sacar el animal de la selva, pero no puede sacar la selva del animal», porque, claro, no está «aquí, en este barrio colombiano de Nueva Jersey. Nunca he estado en Estados Unidos. Yo estoy en Palmira. Lo único que está aquí es mi cuerpo, pero a mi cuerpo lo monto en un avión y lo mando a que se reúna con mi mente» (Osorio, p. 79). La historia del hombre que quería asesinar al papa Juan Pablo II es una más de las 10 historias sobre colombianos en Estados Unidos que Oscar Osorio recoge en Allende el mar (2023), publicado por Tusquets Editores en la colección andanzas (donde también se editan las obras de Milan Kundera, Haruki Murakami o Annie Ernaux).
Allende el mar es el producto de una ardua labor investigativa, en donde el autor de La mirada de los condenados: la masacre de Diners Club (2003), El cronista y el espejo (2008) y La casa anegada (2018) nos entrega lo que él mismo define como «cuentos sin ficción». Una experiencia estética en la cual las vivencias de los migrantes, esas historias que le fueron confiadas al escritor, pasan por complejos y precisos mecanismos narrativos hasta convertirse en relatos donde la vida de migrantes y exiliados encuentra el balance entre la honda carga emocional de abandonar, por diferentes motivos, el país natal, y la profunda reflexión sobre lo que significa, primero, ser colombiano en Colombia, luego ser colombiano fuera de Colombia y, por último, habitar el mundo en este tiempo particular.
Cada «cuento sin ficción» lleva un nombre, una forma de enfrentar la vida. Cada título es la invitación a una pregunta. Se puede vivir Una inmensa tristeza con Mariana y sus hijos mientras cada decisión que toma nos lleva a pensar: ¿cuándo buscamos el sufrimiento y cuándo el sufrimiento nos busca a nosotros? Experimentar el amor eterno de La luna y el lucero y luego quedarse pensando: ¿cómo vivir luego de que la violencia te quita todo? Se puede acompañar a Rodín en Soy primo de Jesucristo, ser testigo de la locura y la degradación de un sujeto que con cada palabra reafirma la necesidad de responder a una cuestión antigua: ¿se pueden romper los ciclos de violencia? Sacrificar todo por la familia junto a Elizabeth en Ya no hay forma de comenzar de nuevo, mientras día a día, con cierta tristeza y nostalgia evaluamos: ¿valió la pena? Conocer la historia de Freddy Castiblanco, El milagroso de San Calixto, y ver en ella una muestra de la vocación que no conoce fronteras; una forma de responder a la pregunta: ¿cómo mantener la conciencia social cuando esta te ha costado el exilio? Seguir a Beto Coral en Que ningún otro viva lo que viví, verlo hacerse preguntas sobre la muerte de su padre mientras nos ronda en la cabeza: ¿hasta dónde vale la pena llegar para conseguir justicia?
Pero también hay historias como la de Álvaro López en Ya me están secando la madera, quien acepta sin remordimiento que su vida haya pasado lejos de su tierra. Caso parecido al de Dahiana Girón, quien a fuerza de compromiso ha hecho su vida en Elizabeth es un barrio popular de Cali. Allende el mar también nos permite el encuentro con John Estrada, El niño que deseaba inmensamente la muerte de su padre, la narrativa de un intelectual para quien el pasado es una carga que le dificulta vivir plenamente su labor de intelectual. Y cerrar con Bastian Peñalosa en La reliquias de la muerte para acompañarlo en su camino de aceptación.
Diez historias en las que Oscar Osorio consigue recoger un amplio abanico de experiencias que creo no solamente le hablan a quienes han pasado por procesos de exilio y migración, sino también a cualquier persona que en algún momento se haya visto frente a esas preguntas trascendentales.
En Allende el mar la clave es la experiencia vital que invita a sentir y pensar. La elección del Yo como narrador es una muestra clara de cómo Oscar Osorio decide desaparecer del relato para permitirle a cada sujeto darse voz, narrar no solamente sus tristezas y alegrías en Estados Unidos, sino también los motivos que los llevaron a abandonar Colombia. Es este riesgo creativo el que nos permite entender el contraste de las vivencias, la forma especial en que cada uno ha logrado, o fracasado, al hacer hogar lejos del hogar: «¿Por qué no te consigues un novio? Aquí con ochenta años te levantas uno. Hacen cosas juntos y se acompañan». «Me da risa. Después de haber conocido el amor verdadero, de haberlo vivido día a día y noche a noche, con una pasión y un compromiso insuperables, qué puedo encontrar en otra persona. No, él es mi lucero y yo siempre seré su luna» (p. 67). Es así como se siente el amor eterno en La luna y el lucero. De esta manera se piensa la violencia sistémica en El milagroso de San Calixto: «Megateo murió hace seis años durante un enfrentamiento con el ejército, pero el Catatumbo sigue en conflicto. Salen unos grupos y entran otros; caen unos capos y se levantan otros. Un politólogo me dijo que es una zona imposible de rescatar porque allá están las rutas para sacar la coca por Venezuela» (p.102).
Claro, este espacio para sentir y pensar a través de la experiencia del otro es solamente posible gracias a las elecciones técnicas con las cuales se cuentan las historias. Entre más avanzamos en Allende el mar presentimos que esos sujetos no hablan así, que detrás de esas palabras está la mano eficaz de Oscar Osorio haciéndonos fácil sentir esas vivencias, haciéndonos simple entrar en esas interrogaciones. Por eso creo que la obra ejemplifica que el deber del escritor con la realidad, en el caso de la crónica, no es entregarla transformada en su punto de vista, sino ser capaz de formar un lugar en donde la realidad juegue a hablarnos directamente a nosotros, creando un espacio en donde nos gana la ilusión de que la comunicación es directamente con esos 10 migrantes. Este narrador dual, que mezcla la voz del sujeto con los procedimientos literarios del autor, es la clave que nos deja entrar a vivir con ellos.
Por eso no hay que equivocarse. Escribir sobre la realidad con el propósito de transmitir la experiencia vital es de lo más difícil. Porque, como ha dicho Paul Ricoeur en Teoría de la interpretación, «Mi experiencia no puede convertirse directamente en tu experiencia. Un acontecimiento perteneciente a un fluir del pensamiento no puede ser transferido como tal a otro fluir del pensamiento». Es aquí donde entra la virtud del relato, pues a través de él: «algo pasa de mí hacia ti. Algo es transferido de una esfera de vida a otra. Este algo no es la experiencia tal como es experimentada, sino su significado». Lo difícil no es tomar un sujeto real, con sus características, sus acciones y toda una vida a cuestas, para luego con eso crear una representación narrativa que le sea fiel; lo difícil es lograr «el milagro. La experiencia tal como es experimentada, vivida, sigue siendo privada, pero su significación, su sentido, se hace público» (p. 30). Lo difícil es tomar 10 historias de colombianos en Estados Unidos, darles una voz narrativa única a cada uno y hacer que nos cuenten sus vivencias, no como anécdotas particulares, sino como símbolos de la experiencia humana.
Por esto creo que Oscar Osorio muestra con creces la maestría de escribir pensando en la experiencia estética. Su elección de definir estas historias como «cuentos sin ficción» se ajusta plenamente a las virtudes de Allende el mar. Por una parte, tenemos toda la riqueza técnica y estilística de la escritura del cuento, con su cuidado en la estructura narrativa, así como también en el modo en que cada parte del texto se conjuga para mantener viva la tensión. Por otro lado, el contenido real de las vivencias de los migrantes le da al libro la responsabilidad de tratar con respeto y esmero esas vidas. Labor que se cumple con creces hasta terminar configurando una obra que trata con el mismo rigor la dulzura del amor y el escozor de la violencia, la plenitud del sueño logrado y la tristeza de las vidas desperdiciadas, el dolor de vivir en Colombia, el dolor de vivir fuera de Colombia, el dolor vivir en donde dejen vivir.
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* Manuel Santiago Arango Rojas, El Cerrito, Valle del Cauca, Colombia, 1996. Magíster en Literatura Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle. Docente de medio tiempo de la Fundación Universitaria Católica Lumen Gentium, de Cali, Colombia. Ganador del Concurso Nacional de Cuento MEN y RCN 2016 con el cuento 8.500 kilómetros por mar. Ha estudiado el fenómeno de la violencia y la ética en la literatura colombiana; de este trabajo se deriva el libro Nadie es eterno en la encrucijada de la violencia, en coautoría con Oscar Osorio y Carlos Germán Van der Linde, publicado en 2020 por la Universidad del Valle.