ANNIE ERNAUX: SOBRE EL TAMAÑO DE UNA VIDA
(Que no admite medidas sino tiempos)
Por Memo Ánjel*
«Después, en el transcurso del verano,
mientras esperaba mi primer empleo, pensé:
“Tendré que explicar todo esto”».
(Annie Ernaux. El lugar)
LO BÁSICO
Nacer, vivir y morir, de esto se compone lo que nos pasa. De antes de nacer solo puede rastrearse el camino de un espermatozoide hacia un óvulo (con todas sus consecuencias) y del morir no se sabe qué pasa después, aunque hay teorías y deseos. Solo queda la palabra intermedia (vivir) para dar cuenta del haber caminado, visto, oído, tenido hambre, deseado, ido a estudiar, quedarse mirando en una esquina o hasta bostezar en un cine, etc. O sea que esto de estar vivos es lo único posible de narrar. Y que sea cierto o verosímil, es algo que se discute, dado que en lo razonable también está lo que se imagina. Para dar cuenta de nosotros y el vecindario (que incluye la naturaleza y sus daños), dependemos de una edad y un estado de ánimo, del tamaño de lo querido y de los sustos acumulados, del conocimiento entendido y del espacio que ocupemos, sea solos o acompañados. Nada está solo, ni el universo que, si bien no tiene afuera, tiene adentro.
Lo básico es lo que tiene palabras para ser definido de manera simple y con sus relaciones necesarias. Lo básico, se sitúa, tiene una temporalidad, permite confrontaciones y uniones, es elemental (sabe de agua, fuego, tierra y aire) y se mueve fácil porque arrastra poco. Y que se tenga una vida simple, no quiere decir que sucedan pocas cosas o que eso que pasa carezca de importancia. La molécula del agua, por ejemplo, es simple y básica (dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno), y puede asumir estados que muchas cosas complejas no logran. Puede ser un sólido (hielo), un líquido y un vapor. Puede cantar, rugir, ir por la superficie o haciendo túneles, provenir del suelo o del firmamento, se mueve en direcciones diversas y, cuando se destruya el planeta, ella será la primera en aparecer y entrar en cada una de las ruinas de las cosas que construimos. Y este cuerpo tan simple (y el más básico) produce todo lo que está vivo y, ante su ausencia, lo que abunda es la muerte y el silencio. Es bueno añadir que el agua hizo parte del Big-Bang, con el hierro. Y en asuntos teológicos, ningún Dios hizo el agua. Para cuando aparece el meta relato de la creación, ahí estaba sin que nadie la creara y sobre ella flotaba el Ruáj, el espíritu de D-s, dice la Biblia.
Entonces, supongamos que hay vidas básicas y simples como una gota de agua, transparentes al ojo, pero llenas de seres y situaciones miradas con el microscopio. Y que esas vidas (para nuestro caso urbanas) viajan en buses y trenes, estudian y presentan exámenes, atienden en los negocios de sus padres y llevan rutinas que con los días llevarán a pagar impuestos, esperar decisiones de otros, ver nacer y morir, asistir al deseo y el enamoramiento, y luego al vacío que creó el otro.
LAS AUTOBIOGRAFÍAS
¿Somos capaces de contar nuestras vidas? ¿Qué tanto sabemos de manera exacta de nuestro pasado? Knut Hamsun decía que todos los recuerdos se convierten en literatura, pues a ellos agregamos o quitamos situaciones y lugares; Sigmund Freud, en su autobiografía intenta un auto psicoanálisis sin lograrlo (quizá, como muchos de sus pacientes, escondiera algo necesario para ser él y no otro). Pearl S. Buck, en El ángel luchador, cuenta de un predicador que vivió 50 años de su vida en China. A este hombre, ella le pide que escriba su autobiografía, pero no obtiene de él más que 25 páginas mecanografiadas. Así que se ve en la obligación de escribir una novela histórica para saber quién era él.
Sobre el pasado (que no existe porque ya pasó, como dice Bertrand Russell), puede discutirse mucho. Y más cuando sabemos que la memoria es selectiva (pasa con los diarios), que juega con tiempos y lugares y va saltando por ahí como la liebre de Alicia, cayendo en quién sabe qué agujero. Y en esta discusión cabe aquello de que cada uno es libre de tener el pasado que quiera o de admitir uno que no tiene claro o está alterado, como pasa con muchos escritores y espías que entran de manera profunda en los personajes que crean o interpretan. O como Juan Jacobo Rousseau, que en sus Confesiones escribió lo que le pareció que debía ser su vida, para escándalo de algunos y buen recibo de otros.
Sin embargo, el pasado es lo que narra el episodio de haber estado vivos, de los estados interiores y las relaciones con la alteridad. Si nos detenemos en un punto, lo logrado hasta ese momento es pasado. Y eso que pasó llega condicionado por mis circunstancias sociales y políticas, económicas y culturales, científicas y sensitivas, lo que también incluye asombros y desprecios. El yo que tenemos es una construcción del pasado, de la razón y la sinrazón. Y al momento de abordarlo, escogemos lo que más nos gusta (lo mejor o lo peor) y así actuamos. Y en el caso de una autobiografía pasa igual, aunque tiene la ventaja de las correcciones.
Entre los Premios Nobel de Literatura, muchos se han premiado por sus memorias, como fue el caso de Winston Churchill (con un trabajo sobre guerras bastante selectivo y político, que incluye hasta extraterrestres). También se lo dieron a Elías Canetti, no solo por Masa y poder sino también por sus tres libros autobiográficos (La lengua salvada, La antorcha en el oído y Juego de ojos). Y en 2014, lo recibió Patrick Modiano, por su inmensa saga autobiográfica caminando París por calles, cafés, habitaciones raras, oficinas de investigación y hoteles de tercera. Así que nada de raro tiene que ahora se lo hayan dado a Annie Ernaux por su vida tan común y corriente, tan alarmante y propia de tantas rutinas.
El premio Nobel de literatura lo dan al escritor que cree un ideario bien argumentado en una determinada cultura. Esa fue la voluntad de Alfred Nobel. El primero se lo dieron a Sully Prudhomme, en 1901. No se lo dieron a Emil Zola porque sus ideas eran peligrosas, ni tampoco a Lev Tolstoi, debido a que sus ideas parecían exageradas. Prudhomme escribía sobre las artes, la sensibilidad del burgués satisfecho y la vida en paz. Quizá la Academia quiso darle al siglo XX un buen inicio y un modelo a seguir. Pero todo salió a revés. La belleza tuvo como respuesta la violencia política y el siglo reaccionó como un diablo al que le cae agua bendita encima.
Los Premios Nobel de literatura, se caracterizan también por la calidad de su escritura, la profundidad en sus razonamientos y el conocimiento que tienen sobre lo que escriben. Y no se trata de quien haga el libro con más páginas sino el mejor escrito y pensado para hablar de algo y definirlo sin dar vueltas. Lo anterior se ve claro en Annie Ernaux, en la lectura de una época (la que nos toca) y en la prosa clara, concisa y casi limpia de adjetivos que utiliza. Habla de lo que existe y con eso se basta. En un mundo con tanta información y mentira, ir al grano se agradece.
UN LUGAR
Si estamos vivos, habitamos un lugar, que es físico y mental, pues ahí sentimos y percibimos. Un lugar que, vivido, ya hace parte de nosotros y nos sigue, que no se puede borrar, aunque sí transformar pero que, en su esencia, sigue siendo el mismo. Haber estado en ese lugar, ya es parte de la vida, para memoria buena o prontuario. Pero hay un problema: que ese lugar no solo nos siga, sino que nos atrape. Si nos atrapa, el psicoanálisis trata de romper paredes y la literatura de encender un fósforo (un mechero, una candela, una linterna) para ver qué hay en él que no habíamos visto. O para creer que hay algo que no se ve, pero nos mira, que está ahí y hay que darle forma. En este punto, la literatura carece de las reglas del psicoanalista; a fin de cuentas, el paciente es el mismo escritor y sin reservas morales.
En una autobiografía literaria como la que escribe Annie Ernaux (un buen escritor se la pasa escribiendo el mismo libro), el lugar enmarca un espacio, un tiempo, unas emociones, unas preocupaciones y un saber por qué se llegó hasta ese punto. ¿Hubo demonios, azares, fue algo esperado a partir de la negación, no se leyeron las señales? Estar en un tiempo y un escenario, ya es un lugar; una vida llevada hasta ese límite. Y si bien vamos de un límite a otro (vuelvo a Heigha, la liebre de marzo de Alicia), el espacio es el lugar vivido, con sus aciertos y contradicciones. De aquí que la novela de Annie Ernaux se llame El lugar, un título seco, como de cartel (casi una trompada en la cara), que anuncia las condiciones de un duelo particular: la muerte del padre, la imposibilidad de sacar el ataúd por las escaleras, el velatorio para los conocidos, el negocio que debe seguir funcionando porque los vivos comen, el haber ganado un examen para tener permiso de seguir haciendo lo mismo toda la vida, la ida al funeral, el negocio de las pompas fúnebres, la vida de un muerto que ya es solo pasado y hay que buscarle referencias (así sean inventadas) para que permanezca en la memoria.
Sin hacer beneficio de inventario, usando frases cortas y palabras sin adorno, Annie Ernaux, extiende su autobiografía hacia tiempos que no vivió (a un abuelo en la Primera Guerra Mundial), pero que la hicieron posible. Somos el pasado del árbol genealógico, nos guste o no, y en la autobiografía (en el lugar donde estoy), está la parentela con sus locuras y sus vicios, sus santidades y pecados, sus negocios y esclavitudes, sus malos o buenos hábitos, sus ejemplos y lo que se esconde, atravesando el mar o haciéndose un lugar en la guerra. Todos están ahí y un resumen soy yo para aceptarlo o rebelarme. Porque, como dice un proverbio árabe, los hijos heredan más de los tiempos que de sus padres.
De Annie Ernaux se ha dicho que es feminista y milita en la izquierda, asunto que le aprendió al padre. Pero ella, en sus novelas cortas (escribe lo necesario), dice que siente y sueña, ama y se desborda; que se asusta y mira para tomar conciencia de lo que está viendo. Es una mujer de estos tiempos, liberada con la escritura, con sus premuras y decisiones. Y está viva, al lado de un aviso de prohibido estacionar.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.