Arte Cronopio

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¿PIENSO Y LUEGO ME ESTEREOTIPO?

Por Benjamín Wiensenburg*

Si el tipo tiene un jean negro entubado y el pelo largo entonces es metalero. Así, aunque llore con vallenatos borracho y, a veces, baile con la novia el grupo Niche, lo cierto es que el hombre es metalero y piensa de cierta forma. No voy a enumerarla puesto que de inmediato liberaría de la responsabilidad a los metaleros y facilitaría la identificación del estereotipo que, para algunos, es su negación. Puedo hablar del aspecto físico, es decir, del estereotipo visual aunque eso es otra cosa. Sin embargo ¿cómo imaginarlos?: Ella tiene una mochila, se viste con faldas y «al natural», asiste a reuniones del partido. Al menos escuchará a Silvio Rodríguez, a Los prisioneros o acaso Rap o Hip-Hop latinoamericano. Ella piensa de cierta forma.

Lo más curioso del estereotipo es que se niega y se cumple al mismo tiempo. Es cierto que un grupo de metaleros piensa de cierta manera pero también es verdad que ellos son individuos y pueden ser muy distintos entre ellos. Es gracioso que la gente identifique estereotipos, se burle de ellos (sano placer para sentirse menos culpable del estereotipo que se cumple) y, sin embargo, los cumpla y los necesite. A veces pienso que nuestra sociedad capitalista desgarra tanto el proceso de identidad de las personas que uno podría pensar en tres niveles de alienación. El alienado que pierde su identidad en la indiferencia, aquel que se aferra al estereotipo para buscar su identidad y ese que crítica los estereotipos y sustituye su identidad por la pregunta por la identidad. Cualquiera me diría que no hablo de estereotipos sino de «tribus urbanas» pero mi visión es mucho más inocente que la de la sociología.

Pensemos en un estereotipo que me corresponde: el mamerto. El mamerto escucha, entre muchos otros de sus gustos personales, canciones en donde se hace «protesta social». Sé que el asunto de la «protesta social» es tan ingenuo como el del estereotipo pero entendámonos en palabras del común.

Pienso en tres canciones y en tres autoridades del tema. Uno es Ricardo Arjona (aunque los mamertos lo escuchan menos que a otros artistas), el otro es Silvio Rodriguez y, finalmente quiero citar a la banda chilena de los años ochenta, Los Prisioneros. Arjona escribe en una de sus canciones «el norte y sus Mc Donalds, basquetbol y rock and roll, sus topless, sus madonas y el abdomen de Stallone… con 18 eres un niño para un trago en un bar, pero ya eres todo un hombre pa la guerra y pa matar… viva Forest Gump, viajando marihuana para entender la situación, de este juez del planeta que manda una invitación: córtaselo a tu marido y ganarás reputación».

La verdad es una canción divertida y sería mejor que la escucharan. Lo cierto es que tiene frases que cumplen perfectamente el estereotipo de lo que creemos que es «protesta social». «Las barras y las estrellas se adueñan de mi bandera y nuestra libertad no es otra cosa que una ramera, y si la deuda externa, nos robó la primavera, al diablo la geografía se acabaron las fronteras».Aparte que la canción misma es un cocido de clisés y estereotipos, las frases son terribles por su rastro de verdad.

La pregunta ahora es ¿qué tan efectiva puede ser una protesta estereotipada? No es la primera ni la última canción de Arjona sobre un tema polémico y con apariencia de profundidad. Pero la verdad es que la misma canción anula su efecto y, en vez de protesta, se convierte en la aceptación del sistema que supuestamente se está criticando. Así se disfraza un calmante y engrasante cultural de pensamiento diferente o reflexivo. Esto se hace evidente en el final circular, con aire tracendento–fatalista «si el norte fuera el sur sería la misma porquería, yo cantaría un Rap y esta canción no existiría». En sintesis aguante que igual «la vida es así, no la he inventado yo».

Lo mismo sucede con Silvio Rodríguez. No hablemos de «Ojalá» ni siquiera de «Canción del elegido» que son temas que muchos escuchan en Amor Stereo alejados del contexto que los vio nacer. Pensemos en una canción como «El necio». El proceso es casi idéntico al antes descrito. Al comienzo uno creería que la canción es la representación misma del rebelde trasformador: «dirán que pasó de moda la locura; dirán que la gente es mala y no merece: mas yo partiré soñando travesuras, acaso multiplicar panes y peces».

Al igual que la otra canción sólo es comprensible en su fusión de seudo–romanticismo y «protesta social» si la escuchan. Lo cierto es que, al final, el asunto suena mucho más a la justificación de una protesta estereotipada cuando afirma que «yo me quedo como viví». Aunque en el caso de Silvio él no se quedó como vivió, cambió por completo y empezó a componer directamente para la sintonía de Amor Stereo.

Los prisioneros son tal vez el ejemplo paradigmático de una protesta estereotipada y poco efectiva. Buena parte de sus canciones nos ponen frente al problema. Esos criticones del «porqué no se van del país» mientras nosotros nos quedamos en nuestro «tren al sur». En ellos la apelación es directa como en mucha de la música protesta: «las rotativas de imprenta ya están empezando a editar más mujeres desnudas, y tú tienes una cara de cliente fácil» o cosas como «es mentira, eso del amor al arte, no es tan cierto, eso de la vocación: estamos listos tú y yo para matarnos los dos por algún miserable porcentaje». «Es una humana condición o es nuestro estúpido sistema, es una nueva religión o tal vez solo sea su emblema» (refiriéndose al dinero). Lo que me divierte de recordar estas letras es que me he imaginado muchas veces a Marx escuchando esta canción de Los prisioneros.

La banda chilena no es la excepción al movimiento ya descrito. La protesta se hace inútil porque «todos quieren dinero» o la discriminación de la mujer «porque Dios así lo quiso: porque Dios también es hombre». Es decir se trata de un destino fatal, es inevitable y en el caso de Los prisioneros, implacable (aunque también irónico y eso lo hace delicioso).

Lo curioso es que Los prisioneros son tan protesta que hicieron una canción en contra de la música protesta y se la dedicaron a Silvio Rodríguez. Se llama «nunca quedas mal con nadie» y se aplicaría perfectamente a ellos mismos. La letra dice: «Me aburrió tu postura intelectual, eres una mala copia de un gringo hippie, tu guitarra ¡oye imbécil barbón! se vendió al aplauso de los torpes consientes, contradices toda tu protesta famosa, con tus armonías rebuscadas y hermosas; eres un artista y no un guerrillero, pretendes pelear: y solo eres una mierda buena onda, nunca quedas mal con nadie etc».

Y la verdad es que eso les pasa a casi todos. Primero pretenden pelear y sólo son una mierda buena onda. Por ejemplo, los reencuentros de Los prisioneros —excluyendo el de Viña del 2003 que está disponible en You Tube— mostraron una falta de profesionalidad que hizo a sus fans decir contundentemente «quieren dinero».

Así pues la protesta nunca es protesta. Se anquilosa, se estereotipa y me pregunto si así tiene algún sentido; o, tal vez, la pregunta es inútil. Esos músicos tienen que vivir de algo y no está mal que expresen como se sienten, si se sienten como nosotros. Eso explica nuestra imposibilidad de un cambio real. Sin embargo, también huele mal que la protesta y el pensamiento crítico se puedan vender como cualquier otra cosa ¿o no?

Por suerte le queda una fuga al estereotipo: la colección, lo coleccionable, lo especializado. El metalero me diría con justicia: «él piensa que escuchamos Metallica o Megadeath pero no conoce el nombre de las reales bandas que escuchamos solo los verdaderos amantes del metal». Así, un buen día, usted descubre que existe una banda llamada King Crimson que es lo único que puede o parece tener derecho a ser llamado rock progresivo y que Radiohead es una patraña de los medios masivos. El salsero despreciará a Marc Antony y a Victor Manuelle por sus clásicos del Buena Vista Social Club o de la gente de la Fania con Jonny Pacheco. Y así con los cientos de grupos que existen sólo de cierta música especializada —piezas de coleccionista que un humano crossover no entiende— y que incluso podría dormirse al escucharlas.

En resumen, el estereotipo se disuelve cuando se profundiza y se llega a ser un especialista. Los analistas podrían aprender mucho del proceso de recepción de la obra de arte si pensaran cómo se forma un grupo tan especifico como el «rock épico–industrial» con tantas reglas (aunque se supone que el arte es libre y no sigue reglas). Y como el productor, la banda y los pocos seguidores se coordinan para experimentar la música.

Esto hace difícil la mezcla verdadera de estereotipos así o se es o no se es: ya regresamos a Shakespeare. O se es «emo» o no se es y, si se es, se identifica rápidamente a los fingidores: los que tienen el aspecto pero no la ética y carecen de la axiología que da peso al aspecto. Si quiero tener varios estereotipos, los «especialistas» dudarían de mi pasión y de la autenticidad de mi identidad. Entonces es malo, «ese escucha cualquier cosa».

Eso sin llegar a una tabla periódica de los estereotipos en donde podría subrayarse que tan volátil es observar por ejemplo a un grupo de metaleros al lado de una docena de rastas en el parque Simón Bolívar de Bogotá.

Los especialistas están a salvo: su estereotipo es compartido pero su colección es privada. Ellos saben y no fingen como los otros, así él (el especialista) cree que su estereotipo es su identidad y, al parecer, esa fuerte identidad es lo que buscan los que siguen la corriente pero no viven «auténticamente». Aparece la idea de una vida autentica pero ese es otro tema, también ético.

En el mundo de los estereotipos musicales tenemos muchas variedades. El profano por ejemplo es  ese que sólo escucha música para bailar o por la letra, a quien le gusta «toda la música» pero en verdad así parece que realmente no le gusta casi nada o sólo lo que escucha en radio. Del profano al «crossover» ya tenemos un estereotipo. Pero del estereotipado al especialista hay un camino de redención. Allí en el paraíso «con una luz despierta cegadora porque acude el espíritu visivo» como dice el maestro Dante, nos queda el melómano, el verdadero, el que gusta de la música y no de un estereotipo en la música.

Para algunos, el melómano es un tipo aburrido que escucha jazz o bosa nova y que tiene un coco amenazándolo todas las noches llamado «pop». Sin embargo, también allí, en el paraíso del melómano, hay ciertos estereotipos…

Basta leer wikipedia para enterarse de la etimología de la palabra estereotipo y su significado. Sin embargo, creo que re–significar la palabra hoy por hoy es importante. La realidad de nuestra sociedad nos ha llenado de tantas mercancías estandarizadas que evidentemente el estereotipo debería poder entenderse en sus vínculos con el capitalismo y la sociedad moderna.

Anoche, antes de terminar el artículo, me pregunté si esto de la música y los estereotipos sólo es en la música o si funciona en otros aspectos de la vida: el estereotipo es la forma de vida del capitalismo; pienso y luego me estereotipo.
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* Profesor del Departamento de literatura de la Pontificia Universidad Javeriana.

1 COMENTARIO

  1. El estereotipo que más disfruto, me lo sabroseo en cada Feria de letras o libros, jaaa, es la del seudo-intelectual, pose desgarbada y siempre gafitas del mismo tipo, jaaa. ¡Chin!, ni que todos fueran realmente miopes como el Monsi, ¡hombreee!, ni que todos tuviéramos que llevar las orejas apestosas como Villo… Yo sí confieso aplicar la de Fabre: «Frente a la falsificación de lo profundo prefiero la superficialidad descarada».

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