ARTE Y COMUNIDADES: EMPODERAMIENTO, UNA MIRADA NO AUTORIZADA
Por Ludmila Ferrari*
«Con ‘ver’ me refiero a todas las cosas que hacemos
cuando vemos televisión: mirar, no mirar,
escuchar, no escuchar, comer, llamar por teléfono,
hacer la colada, cuidar a los niños, leer, etc.»
N. Mirzoeff
Al pensar la práctica artística contemporánea como un agente movilizador en la construcción social de la verdad, al dotarla de potencialidades éticas y colectivas, sentimos una incongruencia con las definiciones del arte como algo inútil. Dicha «inutilidad», sintetizada en el slogan de «el arte por el arte», en lugar de dotar al arte de una resistencia a la razón instrumental —el regirse por la economía del beneficio— termina restringiéndola a una cualidad objetual mercantilizable. En otras palabras: «El territorio artístico se arriesga a convertirse en la última institucionalización de la libertad […] el último simulacro de renovación social» (Graziano, Valeria. En: Brea, j.L. Estudios Visuales. La epistemología de lo visualidad en la era de la globalización. Madrid: Akal. 2005, p.181).
Problematizar los pilares fundamentales del Arte es indispensable para establecer la diferencia entre una práctica artística comunitaria que cuestione los ordenamientos sociales y proponga una construcción colectiva del conocimiento y aquello que podríamos denominar «Arte de interés social» o la reproducción de modelos artísticos hegemónicos en sectores marginados de la sociedad. Es precisamente en el cuestionamiento de lo «artísticamente dado» en donde se logra posicionar la práctica artística como un ejercicio ético y político frente a una noción exótico–residual de las comunidades periféricas, en la cual la reproducción de las estructuras canónicas de la Institución Arte parecen salir a la caza de su próxima aventura curatorial: «lo social».
Las experiencias de proyectos como Cultus y Tejedores de Historias, en los cuales a través del ejercicio artístico se busca deconstruir las representaciones dominantes sobre la población desplazada en Colombia; al tiempo que se indaga por los procesos de empoderamiento de éstas comunidades a través de la representación. Asimismo, las iniciativas de Huit Facettes, colenctivo senegalés que trabaja alrededor de temas como la violencia racial en los campos de refugiados africanos; demuestran cómo, a través del ejercicio artístico, es posible incentivar dinámicas de (des)construcción de las identificaciones culturales.
Estas prácticas, en el nivel intrapersonal, definen el cuestionamiento y empoderamiento como herramienta política de las comunidades periféricas. Esto es palpable cada vez que una mujer «desplazada» decide que su historia debe ser conocida, desea que la gente conozca su nombre, el lugar de donde viene y su opinión sobre el desplazamiento, o cada vez que un campesino recupera el valor de sus saberes y desde allí les enseña a otros. Cada vez que esto ocurre, el discurso institucional dominante es retomado por las «víctimas», por los sujetos, y es explicado y contestado desde sus propias experiencias y representaciones.
El concepto de empoderamiento se refiere al aumento de las fortalezas espirituales, políticas, culturales o sociales de individuos o comunidades. Generalmente este proceso incluye un desarrollo de la auto confianza en las habilidades y conocimientos de los sujetos.
Podemos afirmar que para inaugurar nuevos contextos es necesario crearlos y, para ello, es indispensable salir de los espacios de «naturalización» del Arte, iniciar una fuga de la institución. Escapar del museo requiere una nueva concepción del artista–escapista, un artista «desnaturalizado», sensible a una apertura vocacional polivalente en la cual se explaye el concepto de creación más allá de las cosas, llegando a las relaciones y a los procesos.
Cuando se trata de hablar de la práctica artística como dispositivo activo en los procesos de auto-representación de las identidades periféricas, estamos haciendo referencia a una noción activista de la práctica artística, en la cual el cuestionamiento de las representaciones es realizado por las mismas comunidades y no como el resultado plástico de la mirada del Arte sobre ellos. Esto requiere entender el ver como un acto «entrecruzado «con la vida, y el «representar» como una opción de resistencia cultural.
Estas prácticas se vuelven —y actúan en— un intersticio social, un espacio donde se pueden articular relaciones no esperadas, intercambios desconcertantes que rompan con el imperio de lo predecible. Simultáneamente, al plantear la intersubjetividad y la construcción cooperativa del sentido, se redistribuye el poder sobre la construcción de verdad. En este sentido, «el Arte contemporáneo, más que representar, modela, se inserta en el entorno social, en lugar de ser inspirado por él». En este sentido la resistencia que aquí planteamos funciona como un escape a lógica del poder normalizador: el anarquismo. Anarquía en el sentido que Walter Benjamín le daba a la palabra «mesianismo», es decir: la oportunidad de imaginar que el mundo podría convertirse repentinamente en un lugar increíblemente diferente y mejor.
La pregunta central de este texto se ha construido a partir de las condiciones y posibilidades de la práctica artística en confrontación con escenarios sociales marginales. En gran medida la pregunta apunta a las posibilidades de ejercer el `derecho´ a significar desde la periferia del poder autorizado, para lo cual las nociones de Arte, representación y socialización requieren ser re–definidas de acuerdo con las exigencias de la práctica comunitaria.
La respuesta está en la construcción de una óptica sesgada del Arte, una visión que no pretenda negar lo indudable —la existencia de la Institución Arte— sino que a pesar de ello, exista alternativamente. Esta propuesta indaga por la construcción de una cultural liminar, elaborada desde posicionamientos periféricos; una cultura capaz de adoptar la construcción dinámica de las identidades diaspóricas, de operar como una resistencia flexible a lo consolidado, a lo previsible; una noción móvil de la cultura, cuyo lugar podría ser el intersticio, el borde, o el más allá.
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* Ludmila Ferrari es una reconocida artista plástica colombo argentina. Ganadora del Premio Nacional a las Nuevas Prácticas Artísticas en Artes Visuales del Ministerio de Cultura de Colombia.