CASTILLOS EN EL AIRE
(A propósito de la exposición de Da Vinci que recorre el país por estos días)
Por: Juan Manuel Zuluaga Robledo
“Quien no ama la vida,
no la merece.
Un día bien empleado
da un sueño;
una vida bien empleada
procura muerte tranquila.
La vida bien empleada es larga” Leonardo Da Vinci
Los genios son una raza privilegiada de la naturaleza humana. Sin embargo, se podría caer en términos excluyentes y xenofóbicos cuando se entra a definirlos. Se diría –y puede que se hieran susceptibilidades– que son una etnia en vía de extinción en el mundo contemporáneo. Todos los terrícolas están llamados a la genialidad. No obstante, la mayoría perfectamente aseguraría que este postulado es toda una locura, que los genios son pequeñas élites intelectuales y que pocos son los llamados a encabezar las filas de estos pequeños y selectos grupos.
Se escucha el siguiente adagio popular: deben existir los mediocres para que puedan resurgir las mentes rebosantes de genialidad. Por eso es que a través de la historia, el hombre no pudo, no ha podido y, por lo que parece, no podrá escapar de las garras del filósofo alemán Federico Nietzsche. El creador de ‘Así habló Zaratustra’ ya lo había sentenciado categóricamente cuando aseveró en su correspondencia, que los hombres no tienen la costumbre de reflexionar sobre lo que los rodea, se contentan con aceptarlo.
Por eso no es una tesis descabellada hacer una relación entre las antiguas declaraciones de Nietzsche con la vida de Leonardo Da Vinci, el más grande de todos los genios, pues nunca aceptó lo dado como perfecto y trató siempre de buscar nuevos horizontes. Eso se nota cuando el visitante explora la exposición itinerante “Da Vinci, el genio” que por estos días es el centro de atención en el ámbito cultural de las principales ciudades colombianas.
Entonces, luego de quedar fascinado y maravillado con la exposición, mi objetivo radicará en explicar y relacionar, de manera detallada y sencilla, su vida y obra con el título que lleva este texto. Da Vinci nunca cayó en esta línea de pensamiento nietzscheana.
Ubiquémonos de momento en el imaginario de la canción social latinoamericana, se me antoja que el protagonista de ‘Castillos en el aire’, una de las tantas canciones antológicas del cantautor argentino Alberto Cortés, es un verdadero Da Vinci. Ésta canción poética, de maravillosa armonía y métrica, narra metafóricamente la vida de los genios, que, en principio, la sociedad considera como locos y desadaptados.
Entre líneas se asemeja mucho a la vida del forjador de la Gioconda. Es claro y verídico que Leonardo fue mirado con recelo por sus coterráneos, pero su objetivo primordial fue romper con las costumbres. Arremetió como un digno maestro contra la naturalidad de lo cotidiano. Se fue lanza en ristre contra el statu quo de una sociedad que empezaba a renacer de una era caracterizada por el oscurantismo, las pestes y las guerras religiosas.
En pocas palabras, Da Vinci quebró todos los parámetros que ha exigido la genialidad: desarrolló los campos de la arquitectura, anatomía, botánica, geografía, diseño de escenografías, gastronomía, caballería, geología, matemática, la ciencia en general, la ciencia militar, música, pintura, filosofía, física y narración de historias. ¡Que buen currículo para presentarse en cualquier puesto de trabajo!, seguro que no quedaría desempleado en la actual recesión económica. O hasta de pronto se refugiaría a lo anacoreta en una caverna, pues de seguro el mundo actual no lo comprendería.
Si cualquier persona decide buscar la palabra “genio” en un diccionario común y corriente, encontrará las siguientes definiciones: “índole o inclinación de cada uno”. “Disposición para alguna cosa”. “Grande ingenio”, “fuerza intelectual extraordinaria”. “Sujeto dotado de facultad”. Los estudiosos de la Teoría del Conocimiento criticarían la siguiente tesis que voy a proponer: Todas las personas tienen inclinaciones por algo, algunos por las matemáticas, por el mundo de la física y de la química. Otras sienten inclinación por el orbe de la filosofía, la música, el arte y las letras. Dirían que así se fragmenta el conocimiento. Sin embargo, aquí no para la crítica: Todos los seres humanos tienen disposición por alguna cosa, para bien o para mal; si no estaríamos hace mucho rato, muertos.
Debe quedar claro que algunos tienen disposición de crear el reino de la destrucción y del desasosiego y otros de impulsar senderos de paz y convivencia. Existen genios de la maldad y genios de la benevolencia. Y hay otros que son capaces de desarrollar los dos hemisferios del cerebro y por ende, confeccionar verdaderas obras de arte.
Pero para poseer un gran ingenio, una enorme fuerza intelectual y ser un sujeto dotado de facultades, hay que persistir. Y en eso creo que fallamos la mayoría. Persistir, no claudicar, de eso se trata el cuento. Esas acciones no se logran de la noche a la mañana por generación espontánea. El genio no nace, se hace.
Tal como lo dice Hermann Hesse en la introducción de Demián: “Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de su nacimiento, viscosidades y cáscaras del mundo primario. Unos no llegan a ser nunca hombres; se quedan en rana, lagartija u hormiga. Otros son mitad hombre mitad pez. Pero todos son una proyección de la naturaleza hacia el hombre”.
Con los planteamientos anteriores, se puede inferir que es y será muy difícil ser un genio como Leonardo, pues desarrolló el ‘arte/scienza’. Es decir, fue capaz de equilibrar la ciencia y el arte, la lógica y la imaginación al mismo tiempo. No hay que ser un Leonardo Da Vinci, un Sigmund Freud, o un Albert Einstein, pero sí se pueden desarrollar las tendencias e inclinaciones personales.
Se me ocurre esta reflexión: Al entrar al cuarto del hermano menor, Juan Siembra se encuentra con cuadros de García Márquez, Julio Cortazar, Chespirito, los Beatles, los Carpenters, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, John Lennon y un póster descomunal de la Naranja Mecánica de Stanley Kubrick.
– ¿Por qué tiene todos esos cuadros en su cuarto? – pregunta Siembra
– Todos esos personajes son genios. Me inspira toda esa genialidad, me estimula a seguir adelante, a emularlos, a descubrir sus gustos y sus inclinaciones –responde el muchacho.
Después explica que toda su capacidad intelectual se cataliza cuando mira las obras maestras de todos estos genios de la música, la literatura, el cine y el arte. Asegura que esta es una manera digna de superarse. Luego, al ingresar al cuarto de su hermana menor, se topa con posters y afiches de Isaac Newton, Copérnico, Galileo, Einstein y Max Planck.
Juan Siembra, arquitecto inquieto de proyectos oníricos, se da cuenta que la pequeña Nancy es una amante de la física. Ella le explica que se estimula haciendo sus ininteligibles ejercicios de física cuántica con la figura imponente de estos genios de la ciencia. En suma, los seres humanos poseen inclinaciones que los determinan a lo largo de su vida, unos las ejercen mediocremente, unos pocos las llevan a nivel de mágica y genial contemplación tal como lo hizo Leonardo.
Escuchamos de nuevo, como voz de ultratumba, el pensamiento de Nietzsche en el Eterno Retorno, una recopilación de sus obras, cuando asevera lo siguiente: “Cuando sepas que no hay fines, sabrás también que no hay azar, pues sólo en un mundo de fines tiene sentido la palabra azar”. Para Leonardo, la vida no tuvo fines, nunca se quedó enfrascado en algo.
Sus acciones no fueron determinadas por el azar, más bien sus invenciones fueron evidenciadas por el fruto arduo de su inteligencia, su constante indagación por todas las cosas hasta las más insignificantes. Era notable su perdurable perseverancia. El gran escritor del Renacimiento, Vasari, nos cuenta en ‘La vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos’ que cuando Leonardo estaba a punto de morir en la corte de Francisco I, exclamaba: “Me disculpo con Dios y con el hombre por haber dejado tantas cosas sin hacer”. En sus últimos escritos decía: “Seguiré adelante, no me canso de ser útil”, lo que demuestra que los genios no tienen fines y limites; tal vez por eso es que sus legados y enseñanzas perduran hasta la posteridad.
¿Posteridad? ¿Quien ha hablado de posteridad? ¿Será que los genios son los únicos alumnos matriculados en esta “academia” que ha servido de balance y equilibrio a los anales de la historia? Es excéntrico preguntar: ¿Cuántos genios fueron ignorados por la historia oficial? Es obvio que los genios o las personas que no se engañan a si mismas, cuando están en constante producción de conocimiento, están ligadas a una lucha permanente por desterrar el sentido común.
El sentido común privilegia el mundo de las apariencias, fantasmas empalagosos que han engañado a lo largo de los siglos al género humano. Estas quimeras imposibilitan un acercamiento concreto a lo real. Vasari narra que el joven Leonardo interrogaba a su maestro de matemáticas y no dejaba dar clase. “Como dudaba continuamente y creaba tantas dificultades, el maestro que le enseñaba, con frecuencia se confundía”. Como diría Sigmund Freud ya en el siglo XX: “transmutó su pasión en curiosidad”.
Se podría sintetizar que Leonardo nunca fue víctima del sentido común, desarrolló un estilo de investigación único y extenso por la amplitud de sus temas. El escritor estadounidense Kenneth Clark diría quinientos años después que Da Vinci “fue el hombre más curioso que jamás haya existido”.
Indagaba todo, incluso algunos expertos afirman que fue el pionero en la disección del cuerpo humano, actividad realizada en la clandestinidad, pues era delito para la época. En sus apuntes cotidianos y sobre todo en sus investigaciones de anatomía, el gran genio hizo la disección de cada una de las partes del cuerpo humano desde por lo menos tres ángulos diferentes. Esto fue lo que escribió al respecto:
“Esta descripción del cuerpo humano será tan clara como si tuviéramos al hombre natural al frente; y la razón es que si uno quisiera conocer a fondo las partes del hombre, anatómicamente, uno, o nuestros ojos, debe verlo de diferentes aspectos, examinarlo por debajo y por encima y por los lados, dándole vueltas y buscando el origen de cada miembro…Por lo tanto a partir de mis dibujos podremos reconocer cada una de las partes, y en todas sus expresiones, desde tres puntos de vista de cada parte”.
En su Tratado de pintura aportaría con tono irónico una declaración férrea contra el sentido común: “Sabemos bien que es más fácil detectar los errores de los demás que los propios…Cuando estamos pintando debemos usar un espejo plano y mirar con frecuencia nuestro trabajo reflejado en él, y allí lo veremos al revés, y parecerá que fue hecho por la mano de algún otro maestro y entonces podremos juzgar mejor sus fallas que de cualquier manera”.
Por eso, es que los genios no son abanderados de la naturalidad de lo cotidiano. Hablando en términos no tan filosóficos, el sentido común y sus postulados asumen y privilegian lo dado como perfecto y también como lo inamovible. Tal como lo dijo Borges en su Obra Poética, hace ya algún tiempo, “si las cosas se redujeran a su apariencia, las ciencias no tendrían razón de ser”. Si se hace referencia al campo de lo cognoscitivo, esto no permite que se tome en cuenta el conocimiento como acción y práctica transformadora. Se podría llegar a la muerte del pensamiento. Porque en muchas ocasiones se tiende a eliminar la construcción de otros discursos que tengan diferencias al pensamiento dominante de la época inmediatamente anterior. Tal como lo escribe Michael J Gelb en su libro Inteligencia genial, “el asombro infantil de Leonardo y su insaciable curiosidad, la amplitud y la profundidad de su interés y su intención de cuestionar el saber aceptado nunca menguaron”.
Como el personaje de “Castillos en el aire”, Leonardo Da Vinci también alzó sus brazos y voló hacia el firmamento, mientras muchos coterráneos de su tiempo lo ignoraban. Algunas de sus creaciones fueron incomprendidas para su época pero adquirieron renombre con la posteridad. ¿Quién no se asombra ahora con las hélices ensordecedoras de un helicóptero? ¿Qué militar de la Fuerza Aérea no ha dominado un paracaídas? ¿Quién no se maravilla con los secretos de la mirada pícara de la Mona Lisa? Todos inventos de Da Vinci. A Leonardo lo condenaron por sus chifladuras, por sodomía, por inquieto. Ahora se le admira. Solo él fue capaz de volar y desarrollar todos los campos del saber.
Es un privilegio tener en nuestro país una exposición como “Da Vinci, el genio”. Tenemos el placer de gozarnos las réplicas de sus invenciones, de explorar los lugares más recónditos de la mente humana y comprender extasiados, hasta qué punto, un hombre –a punta de pulso, dedicación y esfuerzo– se puede convertir en un genio.
Castillos en el aire (Alberto Cortés)
Quiso volar
Igual que las gaviotas
Libre en el aire;
En el aire libre
Y los demás dijeron. ¡Ja, ja, pobre idiota!
No sabe que volar es imposible
Las extendió, las manos hacia el cielo
Y poco a poco
fue ganado altura
y los demás quedaron en el suelo, vestidos de cordura…
Y construyó
castillos en el aire
a pleno sol con nubes de algodón
en un lugar a donde nunca nadie
pudo llegar usando la razón
y construyo
Ventanas fabulosas
llenas de luz, de magia y de color
y convocó
al duende de las cosas
que tiene mucho que ver con el amor.
En los demás
al verlo tan dichoso
cundió la alarma…se dictaron normas
no vaya a ser que fuera contagioso
tratar de ser feliz de aquella forma,
la conclusión es clara y contundente:
lo condenaron por su chifladura
a convivir de nuevo con la gente
vestido de cordura.
Por construir castillos en el aire…
Acaba aquí la historia del idiota
que por el aire, por el aire; libre
quiso volar igual que las gaviotas
pero eso es imposible
Sinceramente este es un artículo enriquecedor, pude describir tantas cosas y sin duda que genialidad que fue y será Da Vinci.