ROSARIO Y ANTONIO, LOS CHAVALILLOS SEVILLANOS
Por José de la Vega*
2º Episodio, segunda parte.
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CERCA DEL GUADALQUIVIR
«Cerca del Guadalquivir» fue un Ballet, inspirado en el poema de «Antoñito el Camborio» de F. G. Lorca, que presencié en París y que me gustó muchísimo. Nunca más tuve ocasión de verlo. Tengo rumores de diferente procedencia: unos me dicen que es que no tuvo el éxito que Antonio esperaba; otros, que la familia de García Lorca no había dado el permiso para que se representara; y otros porque dicen que ridiculizaba a la guardia civil española, y ésta, de acuerdo con la censura que sufríamos en aquella época, lo prohibió.
Por supuesto, cuando el ballet tiene un argumento épico, social o político, es natural que el público se divida. Pero uno va a ver bailar, a purificar su espíritu, a ver un montón de belleza dentro de ese compendio de arte, que se desarrollaba a compás de «Soleá», y la política se deja en casa.
Fue impactante la aparición en escena de la Benemérita, con aquellos figurines creados por Carlos Viudes. No en balde, el Duque de Ahumada nos envió de su primer cuartel a los guardias civiles que mejor supiesen llevar el tricornio, para detener a:
Antonio Torres Heredia
hijo y nieto de Camborios
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
(…) Antonio Torres Heredia
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
(…) Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir
El ballet fue estrenado en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada en 1956. La crítica lo trató de esta manera:
(…) Es una lástima que el genial bailarín haya desvariado con el estreno de «Cerca del Guadalquivir», ballet flamenco inspirado en el Camborio de F. G. Lorca. Son un desacierto los «civiles». En ningún país del mundo, por muy liberal que sea, se saca con imágenes torvas a los cuerpos armados que custodian el orden y la seguridad. Italia ha hecho un romance de ternura de su carabinieri. Norteamérica ídolos de su F.B.I. Inglaterra genios bondadosos de sus policemen. ¿Por qué en un ballet mundial se ha de presentar con mala figura a la honesta Benemérita? ¿Por qué Antonio?.
(Eugenia Serrano en Arriba. Julio de 1956).
Queda la última cita para el estreno de «Cerca del Guadalquivir», «Ballet flamenco en tiempo de Soleares» inspirado en los romances de «Antoñito el Camborio», de García Lorca y original del propio Antonio. El clima danzado, las actitudes, las evoluciones, los colores mismos siguen con fidelidad emotiva la poesía. El efecto es de gran fuerza. Los figurines de la Guardia Civil de una sorprendente belleza. Antonio se mueve con inigualable acierto. Las voces lejanas –cantos, quejas-, las guitarras coayudan a crear la atmósfera que, al margen de motivaciones y procedencias sobre cuya materia no juzga el crítico musical, se ha conseguido plenamente, pese a lo que el público aplaudió con mesura.
(Periódico: A.B.C. Crítico: Antonio Fernández Cid. 3 de julio de 1956).
SONATINAS
De todas las coreografías guardo recuerdos inolvidables. La misma Rosita Segovia se sorprende de que me acuerde de tantas cosas, que a ella se le habían pasado completamente desapercibidas; y es que lo mismo que Rosario Calleja o Victoria Eugenia, en sus bosquejos nos dicen que Rosita era el espejo donde ellas se miraban para llegar algún día a ser una gran bailarina, en Antonio el «revolucionario» teníamos que mirarnos todos aquellos que no quisiéramos quedarnos en la rutina de cada día; y es por lo que sus espectáculos me los sabía al «dedillo» y los vi montones de veces en España y en el extranjero.
Pero que uno conozca cada movimiento que hacía el «divino» no quiere decir que todas sus creaciones me gustasen, pues como humano que era, tenía derecho a equivocarse, y por supuesto lo que se puede considerar un error, para otros, podía ser maravilloso, pues todo es muy complejo y depende de tu estado de ánimo y de la subjetividad con que tú lo recibas.
A mi modo de tratar el baile, encuentro que no estuvo acertado en la Sonatina de E. Halfter, pues su aparición en el Teatro Liceo de Barcelona con aquel maillot, aquel solideo y aquella gran capa que le arrastraba bajando las escaleras a lo Folie Bergèr de París hasta llegar a las candilejas haciendo una reverencia para agradecer los aplausos del público, que no se oyeron, desvirtuó por completo mi idolatría; quiero decirles a ustedes que quedé tan estupefacto con esta presentación que no podría decirles de qué color era la capa que lucía, porque cuando le vi aparecer tuve que esconderme debajo de la butaca.
Muy bonitos los figurines de Leonor Fini, inspirado en la época medieval. También se equivocó en los montajes que hizo con Luzmila Tcherina, coreografía de Leonida Massine en la película «Luna de Miel», dirigida por Michel Powell, y no, porque no estuviese bien coreografíado, ya que la música, el vestuario, la escenografía, luces, todo lo que configuraba la obra iba en armoniosa camaradería, sino porque sencillamente el rol no le iba al insigne bailarín. Se olvidó, como les ocurre a muchos genios, de consultar a nuestro mejor consejero «El Refranero Español» que dice: «Zapatero a tus zapatos».
Su inconformismo, su endiosamiento le llevó a tal extremo que se olvidó de que Él, sólo era «El mejor de todos los bailarines españoles».
GITANAS
De la «Sonatina» de Ernesto Halffter, lo único que se salvaba de tan descabellada insulsez era la Danza Gitana que bailó Rosita Segovia, acompañándose esta vez con los ancestrales «chinchines», cuando viene a bailar a la fiesta que celebra aquel noble en su palacio.
La versatilidad de esta gran artista, mujer, bailarina, actriz, maestra y coreógrafa, la llevó, a través de sus cuarenta años sobre el escenario, a encarnar a muchísimas gitanas, respetándoles a cada una de estas interpretaciones su peculiar idiosincrasia; sin guardar una cronología determinada diríamos que la atormentada «Candela» de «El Amor Brujo», de la que hizo varias versiones, y que interpretaría cientos de veces, no existía ninguna analogía con la voluptuosa «Carmen», mujer incomprendida y que, al igual que la «Petenera», eligió su forma de vivir; «criticarlas sería de cobarde, ella supo escoger con todo derecho su propia libertad; libertad y no comprensión, que sólo encontrarían con la muerte». Y esa otra gitana que enjuicia el crítico Sebastián Gasch en «Romance de la luna, luna»:
Ella es en un principio la gitana despreocupada y gozosa que nos expresa su alegría delirante para comunicarnos en el epílogo el dolor atroz que le consume.
Y qué decir de la gitana de aquella «Orgía» de las Danzas Fantásticas de J. Turina, y que Rosita llevaría en su repertorio como solista y que durante su permanencia en el «Ballet de Antonio» le daría vida al personaje de una lujuriosa gitana que regentaba una mancebía.
Otra gitana, vecina del barrio granadino de «El Albaicín» sería la apasionada «Salud» de la ópera «La Vida breve» de Manuel de Falla, que seducida y abandonada por un galán muere de amor.
LA TABERNA DEL TORO
Fue en 1955, una de las tantas travesías que Rosita hizo por el Atlántico, rumbo a América, cuando en una fiesta en el crucero «Queen Elizabeth» Antonio queda sorprendido al oír cantar a Rosita, faceta que ignoraban todos los componentes de la Compañía.
El inquieto y prolífico coreógrafo que tenía en preparación «La Taberna del Toro», y que no era ni más ni menos que un plagio del «El Café de Chinitas» que recopiló F. García Lorca de la voz popular, trasladándola al pentagrama y que nos dejaría como herencia grabadas en disco.
Estando en casa de Pilar López, hermana de La Argentinita, tuve el honor de pasar la mano por la tapa del piano de cola donde habían sido ensayadas estas canciones, acompañadas por F. García Lorca y cantadas por Encarnación López.
Causaba sorpresa y placer oír a Rosita cantando, delante de la puerta de La Taberna, con aquella bata de cola, que arrastraba pastueña con hierática majestuosidad, con su abanico, su mantón y esa voz que más que voz era un saber decir acariciador:
En la Taberna del Toro
Dijo Paquiro a Frascuelo
Soy más valiente que tú
Más torero y más gitano…
Rosita Segovia termina su canción y al mismo tiempo que va desapareciendo del escenario con los dos bailarines, que la enmarcaban, se alza el decorado, que figuraba la puerta de la Taberna del Toro, y nos encontramos en el interior del local, que igualmente que en «El Café de Chinitas» de La Argentinita y Pilar López, aparecen varias mesas con sus clientes que van aplaudiendo las actuaciones que desfilan por el «Tablao». Y aquí tienen ocasión de lucirse en esta tercera parte que ocupa el espectáculo Paco Ruiz, que estaba imponente en su Farruca, y no digamos Carmen Rojas con «Los Cuatro Muleros» que arrebataba, después venía el Tanguillo de Pastora Ruiz, la hermana de Antonio y varias mujeres vendiendo molinillos de viento, que aunque reconozco que gustaba mucho y repetía su baile, no era artista de mi devoción, pero el público quedaba preparado para recibir nuevamente a una de las bailaoras más grandes que ha dado la historia del Flamenco, Carmen Rojas, (que no comprendo cómo pueden ignorarla cuando escriben un libro sobre Baile Flamenco) con su baile por Tarantos que ponía el público en pie. Luz y color en los preciosos Caracoles con todo el Ballet en escena, luciendo las mujeres bata de cola, mantón y abanico, y los hombres, como Dios manda, el traje completo de chaquetilla corta; fresca coreografía que permanece en el repertorio del Ballet Nacional de España.
Y ahora nos brinda Antonio el plato fuerte de la noche, «La Caña», haciendo su aparición detrás de una persiana de caña donde queda dibujada su silueta, envuelto en su capa, para una vez iniciado el baile darnos una buena lección de cómo se maneja la legendaria Capa Española, enarbolándola y componiendo interminables figuras -imágenes que fueron copiadas hasta la saciedad- que con el cante de Antonio Mairena y Jesús Heredia y las guitarras de Manuel y Juan Moreno la formaban cada noche, teniendo que dar varias propinas al venerable público que siempre llenó todos los teatros donde actuó Antonio «El Bailarín». El espectáculo terminaba con unos Fandangos de Huelva con toda la Compañía, estribillo que tararearían todos los asistentes, mientras descendían por las escaleras del Metro o hacían cola en las paradas del tranvía, pues hay que recordar que en aquel entonces los pobres no tenían coches.
En el 69 volví a ver «La Taberna del Toro», en el Teatro Griego de Montjuich.
Rosita, artista inteligente, deja el baile antes de que el baile la deje a ella, y Antonio la sustituyó por Estrella Moreno. Más tarde, en el 73 volví a ver esta coreografía por Televisión, dirigida por José A. Páramo, y cantaba ese pedazo de cantante que es Luisa Ortega –que nunca entenderé cómo no ha llegado a triunfar- y aunque mi crítica resulte un tanto subjetiva, he de confesar que ninguna de las dos interpretaciones lograron hacerme olvidar aquella a la que yo estaba acostumbrado.
F, Castán Palomar, en la revista Primer Plano nos comenta:
Desde la puerta de La Taberna del Toro, donde Rosita nos deleita con su canción intrascendente, dicha de modo trascendental, el clima nos gana.
En destacadísimo lugar Rosita Segovia, depurada, superada, en el mejor instante de su triunfal carrera artística, que no sólo bailó como la gran bailarina que es, sino que lució bella voz y gracioso estilo en sus intervenciones cantadas…
(Crítico: Sam. Teatro de la Zarzuela).
FANTASÍA GALAICA
La prensa da la bienvenida a la Compañía de Antonio que se presenta por primera vez en esta Región:
Llega a Vigo el Ballet de Antonio» Rosita Segovia, primera bailarina canta en gallego.
Con unos días de adelanto sobre la fecha de la primera representación han llegado a nuestra Ciudad los componentes del «Ballet de Antonio». Es la primera vez que esta Compañía visita Galicia y a su llegada la primera sorpresa general de admiración es para nuestros «verdes» del campo y para la construcción en piedra granítica. Muchas maletas cuajadas de etiquetas-recuerdo de hoteles de diversos países, guitarras enfundadas y muchas caras jóvenes. Pies ágiles al saltar del vagón del tren, que no pueden pertenecer más que a bailarines. Entre los primeros que bajan está Rosita Segovia, primera bailarina de este Ballet. Joven, guapa y con expresión simpática. Viene por primera vez a nuestra Ciudad y su impresión – según me dice- es la de un enorme apetito producido por el largo viaje y el aliento del mar. Rosita nos cuenta que es compañera de Antonio desde que éste se separó de Rosario, y que aparte de actuar con Antonio en los Teatros, ha intervenido con él en la película española «Todo es posible en Granada» y en la Italiana «Carrusel Napolitano». Como nota curiosa les diremos que con la «Fantasía Galaica» debuta Rosita como cantante. Carlos Viudes es el figurinista de la «Fantasía Galaica».
«-¿En que se inspiró para diseñar los trajes gallegos?
«- En grabados antiguos estilizándoles las líneas para que se pueda bailar con ellos. En los trajes de hombre tuve que hacer el chaleco ajustado al cuerpo por la misma razón.»
« Cuando me despido y mientras un grupo de bailarinas posan para el fotógrafo, Rosita Segovia canta en voz baja, quizás influenciada por estar ya en Galicia, los versos que dan el tema de la « Fantasía Galaica»:
A fonte van por agua
do muiño por moer.
Eu non teño onde vaya
que non me chama nirgen.»
(Albino Mallo Alvarez).
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