Comprobado el éxito que obtiene Rosita, en la canción lorquiana que abría siempre la tercera parte del espectáculo «La Taberna del Toro», Antonio quiere que Rosita vuelva a repetir el éxito en este nuevo Ballet sobre temas populares del Reino de Galicia. Y así se abre esta «Suite de Danzas Gallegas» donde aparece cantando enmarcada con ocho bailarines, con esa voz suave y acariciante que hace que los espectadores se regocijen en sus asientos. El público ya queda mimado y preparado para recibir esa «Muñeira» con todo el Ballet en escena donde C. Viudes se luce con esos maravillosos trajes y ese ambiente de luz «verde galaico» que con tanto acierto creó para esta música de E. Halfter. Nuevamente Rosita Segovia en escena cantando esta vez «Maruxina», o « tey refaixo» agradeciendo acompañada por las primeras bailarinas Carmen Rojas, Carmen Rollán, Victoria Eugenia y Nydia Naranjo. Se avecina el momento glorioso de la noche, el «Paso a dos» de la «Suite Galaica», como así ha quedado en la Historia de la Danza, donde Rosita y Antonio agotan todos los adjetivos de exaltación que se les haya podido decir a una pareja de baile. Porque si sublime estaban en el «Paso a Dos» de «El Amor Brujo» donde llevaban a su público a la cúspide del placer, en está ocasión los espectadores se morían tres veces de placer en sus butacas. (Y pongo la palabra morir porque así no me lo tacharía la censura de aquella época).
Decirles a ustedes que el auditorio premió con calurosos e interminables aplausos este «Paso a dos» sería el latiguillo final de un crítico embelesado ante tanta belleza turbadora. Como bailarín puedo decir que desde hace mucho tiempo espero vanamente delante de todo lo que nos muestran como Ballet, esas intercaladas y espontáneas ovaciones que arrancaban las coreografías de Antonio con las que el público interrumpía la obra llevado por su frenesí.
Y esta «Suite Galaica» se cierra con la «Alborada». Antonio con todos los intérpretes de Ballet, donde toda la compañía demuestra su buena preparación y entusiasmo.
En el programa del estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, Antonio nos explica el tema que le inspiró este «Paso a dos»: «La antigua leyenda gallega de la Santa Compaña ha inspirado a Antonio en la coreografía del «Paso a dos», que cuenta el trance de dos enamorados quienes, antes de morir son ayudados por la Santa Compaña, cumpliendo así sus designios de ir en busca de los que han de morir durante la noche.»
Para dar más autenticidad al tema legendario, acompaña el baile al son de la «vieyras» (conchas de mar).
En crítico en Barcelona Antonio de Armenteras del periódico «La Prensa» nos avala con su juicio este «paso a dos»:
«… en relación a la antigua leyenda de la Santa Compaña, Antonio vuelve a asombrar como bailarín, director, coreográfico y artista que sabe encontrar siempre en el escenario la nota más afortunada de belleza plástica. Su «Paso a dos» con Rosita Segovia, haciendo servir de son el roce de las conchas de unas vieyras es de una originalidad rebosante de finura y gracia. La formidable pareja volvió a ser aclamada, y a esas mismas demostraciones tan gratas se hicieron acreedoras por vez primera de la noche, las extraordinarias bailarinas Carmen Rojas, Carmen Rollán, Victoria Eugenia y Nydia Naranjo, y todo el portentoso cuerpo de baile.»
(Festival de Santander. Crítico José León. Julio 1956)
Lo que más nos llamó la atención, dentro de esta «Fantasía Galaica» fue el «Paso a dos» síntesis de finura y delicadeza, interpretado magistralmente por Antonio y Rosita Segovia.
Esta inmortal obra Antoniana, que fue estrenada en 1956, en el Festival Internacional de Granada, por Rosita Segovia, ha quedado como un «clásico» dentro del repertorio del Ballet Nacional de España, cedida por Antonio a esta Institución en 1978 durante el liderazgo de su primer director Antonio Gades, mantiene su fragancia 42 años más tarde.
En 1998 con motivo de la celebración de XX aniversario del Ballet Nacional vuelve a reponerse esta joya coreográfica en el Teatro la Zarzuela de Madrid. El Ballet Nacional de España tuvo la gentileza de invitar a Rosita Segovia para tan solemne conmemoración.
El crítico Julio Bravo de A.B.C. destacó:
(…) la espléndida «Fantasía Galaica» una obra vital, con una bellísima partitura de Ernesto Halffter, sobre motivos gallegos.»
«… una coreografía risueña y nostálgica a la vez, llena de pálpito en la que brilla la luminosa presencia de Oscar Jiménez que pide a gritos mayor protagonismo en este Ballet Nacional.»
PUERTA TIERRA (I. ALBÉNIZ)
En este mismo evento Paco Ruíz, sobrino como ya sabemos del homenajeado Bailarín aportó los Registros de Cine que él custodia de su tío. Entre estas películas exhibieron el Bolero «Puerta Tierra» de I. Albaníz interpretado por Rosita Segovia y Antonio. Rosita nos aclara que ella con quien bailó «Puerta Tierra» fue siempre con José Antonio. La Segovia resume que este filme que fue grabado ensayando en su estudio, como así se demuestra por la indumentaria, posiblemente Antonio lo bailaría con ella ese día para su archivo coreográfico, pero la verdad es que nuestra bailarina no recuerda nada más.
MANOLO MARÍN, EL ALBAICÍN (I. ALBÉNIZ)
El que fue gran bailarín y hoy día uno de los más importantes maestros y coreógrafos de España, compartió cartelera durante unos meses con Rosita Segovia, en el año 1957, en el que ambos formaban parte del Ballet de Antonio.
Me contaba Manolo Marín:
«No puedes figurarte, José, lo que yo sentí la primera vez, al levantarse el telón en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y aparecer en el escenario flanqueando a Rosita Segovia con seis bailarines más: Paco Ruiz, Antonio de Ronda, Joaquín Robles, Jesús Reyes, Pepe Soler y Rodolfo Otero, acompañándola en «El Albaicín», de Isaac Albéniz…»
Y proseguía enardecido, precipitadas sus palabras por la emoción que le suscitaban sus recuerdos:
«Aún no me he repuesto de los nervios que pasé el día del estreno. Rosita aparecía al fondo, sentada debajo de una escalera plegable. Colgaban de lo alto ruedas de carro, gallos, molinillos: el ambiente del barrio gitano del Albaicín de Granada lo reflejaba muy bien el escenógrafo y figurinista José Caballero. Rosita me causaba un respeto imponente, pues su personalidad era arrolladora. Y, aunque yo me limitaba a bailar justo lo que Antonio nos había marcado en aquella obligada dictadura para el lucimiento de su bailarina estrella, puedo decirte, José, que yo me sentía muy importante y consciente de mi deber, ya que en un Ballet de aquella categoría no podía fallar nada y Antonio era muy exigente en esto. Piensa que era el primer número del espectáculo y las ovaciones que le tributaban a Rosita confirmaban que el público era consciente de que asistía a uno de los más grandes espectáculos de Baile Español que ha dado la historia.»
Esta coreografía fue estrenada en el Theatre Palace de Londres en Febrero de 1955.
En Diciembre de ése mismo año y en el mismo teatro londinense, la presentó Pilar López, con Paco de Ronda y el Farruco, con un concepto y una visión de la coreografía completamente diferente.
Crítica de Antonio Armenteras de «El Albaicín» aparecida en el periódico: La Prensa de Barcelona, con motivo de su estreno en el Teatro Calderón en 1957.
Decía don Antonio Armenteras:
Sin la presencia física de Antonio, ya con «El Albaicín», de Albéniz, cuadro que abre el programa, se advirtió su espíritu en el exquisito gusto de sus logradísimos decorados y vestuario, y en la disciplina en que actuaron los magníficos componentes del masculino cuerpo de baile, presididos por la elegancia y graciosa distinción de Rosita Segovia, la magistral bailarina que al lado de Antonio ha conseguido poner de manifiesto de un modo brillantísimo su excepcional virtuosismo en este difícil arte. La condición de maestro coreógrafo de excepción la reveló también Antonio en esta prodigiosa estampa. Y la clamorosa ovación con que se acogió su final, quedó enlazada con la que sonó cuando Antonio pisó la escena en el cuadro siguiente: «Miirabrás».
También participó Manolo, con Rosita, en «El Amor Brujo», en la «Fantasía Galaica», en la «Suite de Danzas Vascas», en «La Taberna del Toro», etc… Para él, su estancia en la Compañía de Antonio le sirvió de gran enriquecimiento para su formación. Pero nuestro actual consagrado maestro y coreógrafo abandonaría muy pronto la compañía atendiendo la insistente e imperativa llamada de los elegidos por la Diosa de la Danza para triunfar por sí solo.
Sus éxitos como maestro y coreógrafo son más que conocidos por toda la profesión y por todos los seguidores de nuestro mundo. Recordemos ese «Taranto» de Manolo Marín, que interpretó Cristina Hoyos en su espectáculo «Sueños Flamencos». Ha sido invitado por el Ballet Nacional de España para que montase los «Tangos de Málaga» del Maestro Torroba. Hizo la coreografía de la gran producción «Azabache», poniéndole baile a todas las canciones de Imperio Argentina, Juanita Reina, Rocío Jurado, Naty Mistral y Ana María Vidal, que se mantuvo durante varios meses en el Auditorium de la Expo 92 de Sevilla. También colaboró con Cristina Hoyos en la apertura y clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Y muchas otras coreografías que ya están citadas en otros relatos.
A Manolo le gusta mucho viajar y está constantemente saliendo al extranjero para atender las solicitudes que recibe de los cinco continentes, para impartir cursillos y montar coreografías.
Con Manolo Marín conservo una gran amistad desde el día en que nos conocimos en el Estudio de Baile de Emma Maleras, en Barcelona, allá por el año 1954. En mi escuela ha impartido ya cinco cursillos, y es muy querido por mis alumnos.
Ambos sabíamos que había llegado el momento de abandonar el escenario, pues nunca nos falló la autoestima ni tampoco la autocrítica. Éramos perfectamente conscientes de que el Baile requiere una fuerza y una belleza escénica que nosotros comenzábamos a perder, y lo más importante, que hay que saber es retirarse a tiempo, para no inspirar lástima, que es lo que le ha pasado y le viene pasando a muchísimos de nuestros compañeros.
No quiero dar por terminada esta semblanza de Manolo Marín sin contar lo emocionante que resultó su nuevo encuentro con Rosita Segovia, después de cuarenta años.
En la Navidad de 1996, Manolo impartía un cursillo en mi escuela. Con ese motivo, el director de la sala de fiestas «Up&Down, Don Rafael Plaza, quiso honrarle con un vino de honor, dedicándole además, el espectáculo con la actuación de María de la Colina. Fui invitado con Rosita Segovia al acto. Acabada la cena, el señor Plaza llamó al escenario a Manolo, y seguidamente a Rosita, para que ésta le hiciese entrega del trofeo conmemorativo. Se cruzaron los correspondientes plácemes y manifestaciones de cariño entre los dos. Y, seguidamente, sin dudarlo un instante, se arrancaron por Sevillanas, frente a frente, y esta vez el que estaría de segundón en aquella coreografía de «El Albaicín» de Albéniz haciéndole «marco» a Rosita, hoy cara a cara, en el mismo plano y en la misma categoría bailaban juntos como dos estrellas consagradas.
TEATRO DE LOS CAMPOS ELÍSEOS
Por fin pude conocer a Rosita Segovia personalmente, en el Teatro de los Campos Elíseos de París en 1957.
Asistí al espectáculo, acompañado de Pastora Martos, una bailarina de mi compañía que acababa de estrenar el nombre, ya que Pastora Martos, había sido una cómica de la legua que conocí en mi infancia, a la que adoraba.
Estábamos en París, en uno de esos descansos cuando hacíamos las tournées de Juventudes Musicales de Francia.
Al final de la representación pasamos por los camerinos. Pastora que ya conocía a Rosita, me la presentó. La heroína de tantos ballets, era aún más bella faz a faz, que en el escenario. Me fascinó.
En su camerino estaba en aquel momento ese fenómeno de guitarrista que acompañaba al más grande de todos los bailarines, Manuel Moreno «El Morao», el que tiene un toque diferente a todos.
La Prensa Cordobesa nos dice:
«Los tocaores Manuel y Juan Moreno. ¿No era uno de ellos Moraíto de Jerez? Más que por la fisonomía, que no es nuestra especialidad, hemos creído reconocerlo por su «son».
(«El V Festival de los Patios Cordobeses». Por Clarión).
Conseguimos también, felicitar a Antonio, que nos lo pusieron muy difícil. Delante de la puerta de su camerino, nos encontramos con una señora, gorda, pequeña, con los labios pintados, que se me infundió un cancerbero; agarrada al pomo de la puerta con las manos cruzadas por detrás, antes de decirle nada, nos espetó:
—Aquí no entra nadie.
—Por favor, somos de Barcelona, y nos ha dicho Alfonso Puig que no
regresemos de París sin antes darle a Antonio un fuerte abrazo de su parte.
—Esperen.
El cancerbero que había hecho una metamorfosis por el camino, regresa con dos cabezas menos y nos hace pasar.
El camerino estrella, estancia de unos cuarenta metros cuadrados, era una prolongación del espectáculo. Antonio estaba sentado en un enorme sillón, envuelto en un albornoz de rizo caro. Arrodillado su criado Paco Meléndez, como un fiel esclavo, le acariciaba los pies en una palangana que parecía de oro, con un espumeante jabón de color impreciso. Me recordaba a Poncio Pilatos. Sin incorporarse nos tendió la mano con gesto fatigado. Él hubiera preferido que se la besásemos. Un coro de unas treinta madammes, condesas o marquezonas, sentadas inmóviles en sillas que parecían clavadas a la pared, asistían a este rito con morboso recogimiento, luciendo la última moda de sombreros parisinos: Unos con plumas, otros con flores y algunos con un velito por la cara que se les quedaba pegado a los labios con el carmín. También los había que, cuando giraban la cabeza, les asomaba por la nuca una especie de cola de golondrina.
Cuando Antonio «el Bailarín» actuaba en París, las apretadas agendas de toda la quintaesencia parisina quedaban completamente marginadas.
El tout París, con una veneración exacerbada, va a rendirle culto a su divo, divino.
MIGUEL DE MOLINA
En 1957, hay que recordar que Pilar López fue quien provocó el reencuentro de la pareja Rosario y Antonio. Rosita nos explica que hacía su reaparición en Madrid, después de muchos años de ausencia, Miguel de Molina, e invitaron al tout Madrid a la presentación del atropellado cancionero en la sala de fiestas Florida Park.
Terminada su actuación, Miguel de Molina convidó a todos los artistas que se encontraban en la sala a bailar unas Sevillanas. Sin dudarlo, saltaron todos a la pista y allí se pudo apreciar cómo un baile tan reglamentado, cada uno lo llevó a su terreno, imprimiéndole su propia personalidad.
Rosita Segovia estaba bailando con Antonio; Pilar López sube a la pista con Rosario y, en aquel momento, tira del brazo de Rosita, encontrándose Antonio frente a frente con la que fue su pareja durante veintidós años, continuando Rosita bailando con Pilar.
Todos se retiraron al final dejando a la insuperable pareja sola en la pista. Fue una noche de Duende. Figúrense lo que serían estas Sevillanas coreadas con los «oles» y las palmas de Lola Flores, Carmen Sevilla, Paquita Rico, Marujita Díaz, Mikaela, Faíco, Naty Mistral, Antoñita Moreno y todos los artistas, que figuraban en aquel momento en las carteleras madrileñas, que acudieron a homenajear al desterrado tonadillero. Como él mismo cuenta en sus memorias «Botín de Guerra», (Coordinada por Salvador Valverde e investigada por Alejandro Salado que edita Planeta), quedaría marcado por la brutal paliza que le propinaron aquellos tres individuos de gabardina blanca cuando lo sacaron del Teatro Pavón, fantasmagoría inseparable que acompañaría al cantante durante toda su vida.
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