Arte Cronopio

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Pero fue en 1994 en el Festival Flamenco de Cataluña que tiene su cita cada año en el Auditorio de Cornellá, cuando tuve la suerte de asistir a un doble espectáculo que nunca olvidaré: Se celebraba un homenaje a Pilar López, que venía acompañada de Antonio, y aunque durante muchos años estuvieron en la oposición competitiva, en los postreros años del bailarín siempre iban juntos a todos los eventos de Flamenco que le invitaban.
Chano Lobato que vino contratado a este homenaje dedicó su actuación al gran Antonio, que se encontraba sentado en la fila cero junto a Pilar López, el Alcalde de Cornellá D.José Montilla, hoy presidente de la Generalitat de Cataluña y un servidor. Cuál sería nuestra sorpresa que al final de su actuación, (aquél, que con su «cante atrás» acompañó tantos años al más grande de todos los bailaores) se tira del escenario y emocionado se arrodilla ante Antonio dándole un beso en la boca, instante que inmortalizó el aficionado a la fotografía, el profesor de Sevillanas y socio de mi escuela Enrique Rojo.
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Chano Lobato nos cuenta en la grabación que nos envía, que é1 ya había visto bailar a Rosita Segovia con Antonio años antes, cuando iba de cantaor el célebre Antonio Mairena:

«… pero cuando entré yo en la Compañía y la traté bien a fondo y estuvimos conviviendo juntos pude comprobar que además de una gran artista era una mujer encantadora. Gustarme me gustaba en todo porque tenía una personalidad arrolladora. !Qué bonito era aquel «paso a dos» que hacía con Antonio en el «Amor Brujo»! !Con aquella elegancia! Y qué decirte cuando salía por delante del decorado en aquella «Taberna del Toro» cantando aquello que decía: «Paquiro sacó el reloj y dijo de esta manera…« Porque es que a todo lo que hacía le metía mucho arte. Era una artista maravillosa, de verdad me encantaba. Me acuerdo cuando estuvimos en Rusia que Antonio se comprometía a todo, pero claro él tenía que estar de acá para allá y al final era Rosita, que siempre estaba pendiente de todo, la que tenía que dar clase para los Rusos de los Ballets aquellos y ella era la que sacaba «las castañas del fuego», porque ella, con su elegancia y lo buena compañera que era, siempre tenía un sí para todo el mundo, con ese ángel y esa gracia que gustaba más que qué.»
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AURORA PONS

El firmante de estos relatos recuerda con gran cariño cuando se sintió como «gallo en corral ajeno» en aquella clase a la que me destinó el legendario Juan Magriñá en su escuela de Danza de la calle Petrixol y que impartía Aurora Pons, jovencísima maestra que acababa de estrenar el título de Danza, concedido por el Instituto del Teatro de Barcelona, y que, siendo aún una adolescente, ya ocupaba el trono de Primera Bailarina en el Gran Teatro del Liceo.

Vuelvo a tomar el hilo de este escrito para aclarar que sentirme extraño en aquella clase de danza fue debido a que uno traía un sistema de enseñanza de Sevilla completamente diferente, no quiero decir ni mejor ni peor. En la Ciudad Bética las lecciones de baile, en aquella época, tenían una duración de media hora, y eran clases particulares. El maestro, o la maestra se ponía delante de tí y seguías sus movimientos, mientras que deducías, o adivinabas que el desafinado piano tocaba el Pasodoble de «El Gallito», «La Gabriela de los Tufos» o «El Antequerano». (Hay que puntualizar que de estas «medias horas» han salido grandes artistas y que muchos de ellos están incluidos en este libro.)

Ya podéis imaginaros cuál sería mi sorpresa al caer en una enorme y acondicionada aula de danza donde Aurora impartía una clase a veinticinco señoritas, todas con sus preciosos maillots y bailando unos armoniosos «Panaderos de la Flamenca», baile básico de la Escuela Bolera, que acompañaba al piano la inseparable pianista, brazo derecho de Magriñá, Conchita Pujol.

A Aurora Pons, esta admirable catalana, que también vino al mundo en 1936, ocho días antes del Movimiento Nacional, tuve la ocasión de aplaudirla muchísimas veces en ese Gran Teatro del Liceo, en aquellos años 50 y 60 donde, cumpliendo la rigurosa etiqueta a que nos sometían, asistíamos para fruición de la danza enfundados en nuestros encartonados esmóquines, ritual que iría desapareciendo con el inconformismo y las extravagancias de las nuevas generaciones.
En el verano de 1965, en el pueblo fronterizo de Port-Bou donde el firmante hacía una «gala», Aurora me sorprende durante mis ensayos en solitario, comunicándome que abandonaba el Liceo para unirse a la Compañía de Antonio, decisión que la convertiría en una estrella internacional.

No recuerdo si Aurora pudo asistir a la representación de aquella noche, ya que se registró el lleno más grande conocido hasta entonces en la Costa Brava. A tal acontecimiento asistió toda la Benemérita, acompañada de su familia numerosa, incluida la suegra, amén de todos los aduaneros de la demografía, naturalmente todos «de gañote».

La que fue primerísima bailarina estrella del Gran Teatro del Liceo volvió a Barcelona en 1997, treinta y dos años más tarde, como Directora del Ballet Nacional de España, al Teatro Tívoli, y, en esta ocasión, la vulnerable artista se siente decepcionada porque sus paisanos no le responden con su asistencia.
Sus sueños están más que cumplidos, consultemos su currículum:

Nació en Barcelona, cursó sus estudios artísticos en el Instituto del Teatro de esta ciudad y recibió el premio Extraordinario «Antonia Mercé».

En 1951 entra a formar parte del cuerpo de baile de los Ballets de Barcelona, interpretando papeles de solista, y ese mismo año pasa a pertenecer al Ballet del Gran Teatro del Liceo, siendo nombrada un año más tarde Primera Bailarina y pareja artística del Primer Bailarín y Coreógrafo de la Compañía, Juan Magriñá. Durante esta etapa es invitada por la televisión francesa para que baile en París «Goyescas», en Homenaje a Enrique Granados.

En 1955 se le concede el Premio Nacional a la Mejor Bailarina Clásica y cinco años más tarde recibe la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid; la Medalla de Plata de la Diputación de Barcelona y la Medalla de Oro del Gran Teatro del Liceo, ésta última se concedía por primera vez a una bailarina, ya que siempre se daba a los grandes cantantes de ópera. Estas tres medallas se le entregaron en un acto homenaje que el Liceo le dedicó.

En 1965 recibe el Premio de Teatro a la Mejor Bailarina. Después de trece años como Primera Bailarina del Liceo se traslada a Madrid como bailarina invitada en la Compañía de Antonio, actuando al mismo tiempo como bailarina y coreógrafa en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Asimismo fue requerida por el Ballet de Bulgaria para realizar una gira por todo el país.

Durante tres años consecutivos hace diversas giras por América como primera bailarina y maestra de Ballet con el Ballet Festivales de España, compañía que fue propulsora de los actuales Ballets Nacionales. Asimismo actuó como primera bailarina en la Compañía de Luisillo y con el Ballet de Pilar López. Ha intervenido como primera bailarina y coreógrafa en innumerables Ballets Clásicos Españoles y Óperas, entre ellos «El Lago de los Cisnes», «Don Quijote», «La Bella Durmiente», «Amor Brujo», «Capricho Español», «Eterna Castilla», «Paso a Cuatro», «La Traviata», «Romeo y Julieta», «Fausto» y «Aída».

En 1978 entra como Catedrática Interina en la Escuela de Arte Dramático y Danza y, al mismo tiempo, en el Ballet Nacional, bajo la dirección de Antonio Gades, como Profesora de Ballet. Durante la transición entre la dirección de Gades y Antonio, asume la Dirección interina, continuando en dicha compañía con Antonio y con María de Ávila, hasta que le pide ser relevada del cargo de Maestra de Ballet, por incompatibilidad con la Escuela de Arte Dramático y Danza. Pasa oposiciones en dicha escuela para obtener la Cátedra de numerario y por votación unánime del profesorado obtiene la Subdirección, cargo del que también sale reelegida en 1990, por mayoría absoluta.

«En 1992 ha sido galardonada con la Medalla al mérito de las Bellas Artes, en 1993 es nombrada Coordinadora de la Dirección Artística del Ballet Nacional de España y en Enero de 1944 recibe de la Asociación Nacional «Cultura Viva» el Premio Nacional de Danza.»
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A propósito de Rosita, y a mi requerimiento de que me dé su opinión sobre ella, Aurora me dice:

Escribir sobre Rosita Segovia para mí es un gran placer, y al mismo tiempo una emoción, pues me hace recordar tiempos pasados que fueron maravillosos:
Conocí a Rosita cuando yo empezaba mis estudios de baile con Juan Magriñá. Ella era ya una primera bailarina, para mí en esos momentos una «Diosa», la veía bailar y pensaba si algún día podría ser como ella. La admiraba como bailarina, también como mujer. Era elegante, distinguida, tenía mucho encanto, guapísima, simpática, una gran profesional, muy trabajadora y el resultado final era un gran éxito cuando salía a un escenario.
Mi primer contacto, ya como profesional con Rosita, fue en el Gran Teatro del Liceo. Ella estaba como primera bailarina y yo como «cuerpo de baile» y luego como «solista» Fue para mí muy importante tenerla como compañera, como ella es muy cariñosa me animaba a seguir luchando por la Danza, que no es fácil (ya sabemos todos que nuestra carrera es de las más difíciles que hay, por su disciplina tan dura.) Me decía que tenía que estar segura de si la Danza para mí era lo más importante y si llegaba a la conclusión de que sí, que nunca desmayara, que la vida de una bailarina no es fácil y requiere muchos sacrificios, dedicación y amor. La escuché y siempre le estaré agradecida de sus consejos, me han servido de mucho en mi carrera.
En este período de tiempo, se crearon los Ballets de Barcelona, y las dos estábamos en la Compañía, ella de primera bailarina y yo de solista. Rosita bailaba la parte española, y yo, junto con otros solistas, la parte clásica, aunque en algunos ballets españoles como
«Los Tapices de Goya», «El Diablo Cojuelo», «La Revoltosa», «Amor Brujo» y algún otro, yo también participaba. Siempre que podía, me ponía entre cajas en el teatro para poder verla bailar, me quedaba con la boca abierta.
A Rosita, le llamó el gran Antonio para que fuera su pareja, y dejó el Gran Teatro del Liceo. Entonces nos separamos, pero siempre seguimos nuestros contactos como amigas. Ella se fue a Madrid, y yo me quedé en Barcelona, pero Rosita venía cuando podía para estar con su familia, y en estas ocasiones nos comunicábamos.
Al poco tiempo, Antonio me llamó para una colaboración especial en su Compañía, era para bailar con é1 los Ballets: «Eterna Castilla», «Danzas Fantásticas», »Corpus» y «Paso a cuatro», cuyo ballet como es conocido lo bailaban cuatro bailarinas y una de ellas fue Rosita. Cuando me llamó Antonio sentí una alegría inmensa, otra vez nos encontrábamos juntas bailando, y en esta ocasión las dos en puestos muy importantes. Tengo que decir, que tenía un poco de miedo, no sabía cómo me recibirían en Madrid, pero como siempre Rosita estuvo conmigo, con su cariño y amistad. Esta fue la última vez que trabajamos juntas (qué pena).
La vida da muchos giros y Rosita montó una escuela en Barcelona y otra en Miami y nuestras vidas se separaron otra vez, yo me quedé en Madrid, pero nunca hemos perdido la relación.
Cuando se crearon los Ballets Nacionales Festivales de España, fuimos a América en una gira de cuatro meses. Recorrimos muchas ciudades y una de ellas fue Miami. Allí estaba Rosita con los brazos abiertos para recibir a toda la Compañía. Nos agasajó como ella tiene costumbre hacerlo, de maravilla y también como siempre nos dio su cariño y su amistad.
Los años han pasado, y últimamente nos volvimos a ver hace dos años en Miami, yendo yo como Directora del Ballet Nacional. Rosita estaba esperándonos con delicadas atenciones. Trabajando duro, llevando adelante su escuela y al mismo tiempo coreografiando y dirigiendo su ballet, dejando al Ballet Español en muy alto lugar.
La gente la quiere como todos nosotros, que hemos tenido la suerte de conocerla y que sabemos que si fue una estupenda bailarina, no menos es una gran persona.

Rosita, te quiero y admiro.
Aurora Pons.

Y escrito a mano, Aurora me dice:

José espero te complazca, si es muy largo corta por donde quieras.

–Pues no, he transcrito su carta íntegramente, como no podía ser menos, ya que me parece muy interesante todo cuanto dices. Gracias, amiga mía.
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VÍCTOR ULLATE

En octubre de 1997, sentados en el patio de butacas del Teatro Tívoli de Barcelona, Rosita Segovia, su hermana Ana Dolores y un servidor, presenciando los ensayos de «Don Quijote» que presenta el «Ballet de la Comunidad de Madrid», en un descanso su Director, Víctor Ullate desciende del escenario para abrazar a Rosita Segovia.

Espontáneamente, sin más preámbulos, la conversación derivó a la reciente reposición del Ballet «El Sombrero de Tres Picos», de Manuel de Falla, coreografía de Antonio, recreada por su sobrino Pepín Soler y Juan de la Mata, asumiendo los roles principales Aída Gómez y Antonio Márquez, estrenada en el Teatro Real de Madrid. Víctor Ullate que durante su estadía en el Ballet de Antonio, dio vida a uno de aquellos vecinos que vistió el figurinista y decorador catalán, Manolo Muntañola, conoce a la perfección tan añorada coreografía. Sorprendiéndonos, Ullate se alza del brazo del asiento en el que se apoyaba y en el pasillo del patio de butaca ejecuta los pasos que bailaban los lugareños desde que este primoroso ballet se estrenase en el «Festival Internacional de Música y Danza de Granada» en 1958, y seguidamente nos da una magistral lección de cómo se deberían hacer en la actualidad. Víctor pasa a la teórica y nos explica:

«Al recrearlo tenían que haberlo actualizado, respetando siempre la coreografía original, como se viene haciendo en todos los Ballets concebidos en otras épocas. El papel «bombón» de la Molinera no lo ha hecho nadie, ni se hará nunca mejor que lo hizo esta gran Dama de la Danza.»

Estamos en un país de envidiosos y egocéntricos, y es una lástima que no nos ayudemos los unos a los otros, después de pocos que somos. Faltó la atención, el respeto y la consideración a esta gran Dama de la Danza el haberla invitado para pulir la interpretación de la Molinera: Matices, facetas, versatilidad, estos fueron los ingredientes que faltaron para componer el rico personaje de la Molinera.

Aída Gómez es una bailarina técnica, extraordinariamente preparada, salida de las mejores escuelas y dirigida por grandes coreógrafos, pero falta de sentimientos para hacernos llegar a través de esta genial partitura la alegría burlona del pueblo andaluz, en la que Falla se sumergió para crear el papel de la Molinera de su jocoso Ballet «El Sombrero de Tres Picos»; ignorando la Gómez por completo, en aquella retrasmisión televisiva desde el Teatro Real de Madrid, la picaresca, la sátira, la frivolidad y la socarronería, que exigía su interpretación, sensaciones que desafortunadamente no recibimos.

Al salir del teatro nos comentaba Rosita Segovia lo sensacional que estaba Víctor Ullate bailando «Las Sonatas del Padre Soler» y que llegó a bailar la ya comentada variación que hacía Antonio, inmortalizada en la película «Duende y Misterio del Flamenco» de Edgar Neville; Sonata que en sucesivas temporadas bailarían también los no menos preparados José Antonio y Luis Tornín.
(Continua página 2 – link más abajo)

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