Los estrenos y giras de la compañía se sucedían y el contacto con Antonio se iba haciendo más familiar en comparación al inmenso respeto que me inspiraba al inicio. Junto a sus momentos airados, teníamos la oportunidad de disfrutar otros cargados de humor y pasar junto a él largas veladas de tertulia en las que la conversación giraba en torno a sus recuerdos artísticos y planes para el futuro de la compañía.
Invitaciones, cenas y recepciones se daban después de las representaciones. No siempre asistía Antonio, pero cuando lo hacía se convertía en el centro de atención. Su presencia se intuía por encima de todos los componentes de la compañía. Era inevitable, su carisma y reconocimiento artístico seguían situándole en cabeza. Lo demostraban sus apariciones en escena al finalizar los espectáculos: situado en el centro del elenco arrancaba los aplausos más encendidos de la función. No en vano se reconocía y aún hoy se afirma que no ha nacido todavía otro como ÉL».
Aparte de las coreografías Antonianas reseñadas por Bagá que deja en punto suspensivo, completémoslo con «La Casada Infiel», «Asturias», «El Corpus de Sevilla», «Eritaña», «Almería», «Preludio», «Danza Gitana», «Tanguillo de Cádiz». Obras que si omitimos el nombre de sus autores musicales es porque ya quedan registrados en el relato de Antonio. Citamos las coreografías aportadas por sus intérpretes y colaboradores: «Baile por Caña», «Petenera», «Seguiriyas» y «Mirabrás», de Manuela Vargas; «Cancela», de José Antonio; «Retrato de mujer», de Rafael Aguilar; «Percusión» (de castañuelas), de Paco Morales; «Don Quijote», de Luisillo y «Soleá por Bulerías», de Paco Romero.
Varias de las coreografías de Antonio y otras de la época de Gades, quedaron en el repertorio del Nacional y de vez en cuando se reponen aunque no con la frecuencia que desearíamos.
En esta etapa se incorporan al Ballet una generación de jóvenes bailarines que bajo la mano rectora y el ojo clínico de Antonio, no tardarían en conseguir el estrellato, unos como bailarines y otros como coreógrafos: Lola Greco, Aída Gómez, Maribel Gallardo, Javier Barón, Antonio Canales, Antonio Márquez, Miguel A. Espino, Felipe Sánchez y Javier Latorre. Hay que recordar que los famosos Javier Latorre, Antonio Canales y Javier Barón cuando ingresan en la Compañía figuran en cartelera con los nombres de Javier García, Antonio Gómez y Francisco Javier respectivamente.
La programación se compone en los papeles principales de veteranos que ya pueden presumir de tamaño de letra, tales como:
Antonio Alonso, José Antonio, Juan Mata, Paco Romero, Pepe Soler, Luisa Aranda, Conchita Cerezo, Cristina Hernández, Marcela del Real y Ana González. Y un pujante y disciplinado cuerpo de baile: Cristina Catoya, Adelaida Calvín, Montserrat Marín, Lupe Gómez, Marta Farré, Esperanza Piera, María Alarcón, Mercedes Cruz, Lidia Solbes, Rosa María, Adoración Carpio, Ángeles Arranz, Martín Romero, Antonio Ribas, José de los Ríos, Ricardo Montes, Jaime Soteras, Néstor de Lara, Rafael Torres, Paco Morell, Agustín Torres, J. Francisco Triguero, Manuel Segura, Antonio Reyes, Antonio Salas y Javier Bagá. La bailarina y recitadora Carmen Casarrubios, con la categoría de una Gabriela Ortega o de una Berta Singerman. Las rutilantes estrellas, Merche Esmeralda como primerísima bailarina y Manuela Vargas de artista invitada. (véase relato Merche Esmeralda). La interpretación musical corrió a cargo de los guitarristas: Luis Pastor, Pepe Moreno, José Mª Molero y Juan Espín. Al cante: Curro de Triana y Chano Lobato.
Lástima que su breve estadía, por motivos que ignoramos, no le permitiese ver realizados sus sueños.
25 AÑOS DEL BALLET NACIONAL
En el 2003, conmemorando el veinticinco aniversario del Ballet Nacional, el Ministerio de Educación Cultura y Deporte, publica el libro «25 años del Ballet Nacional». Tan preciada joya me la envía la asistente a la dirección Mercedes Zúñiga (hija de la famosa pareja de baile Mercedes y Albano, y nieta de la mítica bailaora y maestra la Quica y del no menos célebre bailaor y maestro Frasquillo). Después de haber leído los magníficos textos de Pilar del Castillo, Andrés Amorós, Elvira Andrés, Víctor M. Burell, Delfín Colomé, Cristina Marinero, Rosa Ruiz Salaá, Juanjo Linares y José Blas Vega, vienen a mi memoria el artículo que apareció en la revista «Montsalvat Danza» en Junio de 1980, escritos por la instruida periodista y bailarina Pilar Llorens –Pastora Martos, quien vivió a fondo estos aconteceres– que no dejaba nada en el tintero –la que nos remitirá el venero de dicha institución:
«Recordemos los orígenes de los «Nacionales». El primero fue en 1973. se eligió para esta denominación a la compañía de María del Sol y Mario de la Vega, siendo su director Lorca el primer año y cambiando a R. Carpio el segundo año.
Se llamaba exactamente Ballet Nacional Festivales de España y dependía del entonces Ministerio de Cultura y Bienestar. Este Ballet se disolvió por causas poco claras. La segunda compañía, bajo la misma denominación y dependiente del mismo Ministerio, la formaban alrededor de 30 personas, encabezada por nombres de tanta calidad como Alicia Díaz , Carmen Mora y Aurora Pons (esta última era asimismo Maestra de Ballet). El programa estaba configurado por números independientes o agrupados, pero en la línea de recital, e incluía danzas regionales, flamencas, clásico español y escuela bolera. Como director general se nombró a Don Juan M. Bourio. Esta compañía, por razones que nunca han quedado suficientemente justificadas y sería interesante saber, se deshizo. Tras este segundo fracaso llegamos a la contratación del Ballet de Antonio Gades, pues en realidad no fue otra cosa que esto, como portadores del título de Ballet Nacional Español, llegando a darse el contrasentido de que, concretamente en Italia, llegó a anunciarse como Ballet Nacional Español de Antonio Gades (…)
Al cambio de titulares ministeriales y a la vista de los insólitos episodios en que dicha compañía, y especialmente su director, venían incurriendo, el recién nombrado Ministro de Cultura, Don Ricardo de la Cierva, rescindió al Sr. Gades el nebuloso y ambiguo compromiso que lo había colocado en tal puesto y se creó el «auténtico» Ballet Nacional Español, nombrando a Antonio Ruiz su director.
Ni que decir tiene que ante esta situación, las declaraciones a la prensa y medios de comunicación de uno y otro «Antonio», no sólo diferían ostensiblemente, sino que en la mayoría de los casos llegó a ser del pintoresquismo más ibérico.
Las explicaciones de Gades han sido más bien torpes y lacónicas, sin dar una explicación satisfactoria de los hechos ocurridos, y las de Antonio podrían ficharse en términos de baile como «fandango» y «jaleo».
La cronista que tanto admiraba al coloso bailarín sevillano con quien le unía una gran amistad desde que actúo en su compañía como bailarina solista en 1961, conociendo la vulnerabilidad del artista se queja de tan vergonzante y rencoroso suceso:
La compañía deberá acostumbrarse a un nuevo orden de cosas (…) Dos horas para la comida del mediodía y reanudación de los ensayos. Le toca el turno a «Fandango», coreografía de Mariemma, y a la «Sinfonía Galaica», coreografía del propio Antonio. Esta vez sí que podrá revisar su obra con el interés y dedicación que pone en su trabajo y desquitarse de la irresponsable actitud de quien fue capaz de dar la orden de llamarle a su casa para decirle que no acudiera al ensayo general de la «Sinfonía Galaica» del Ballet Nacional porque pensaba asistir Don. Jesús Aguirre ¿Cómo no protestaron el director Sr. Gades y los componentes de la compañía? ¿Cómo aceptaron un acto tal de autoritarismo y discriminación?
Los motivos personales no son suficientes para que afecten y perjudiquen algo que es patrimonio de todos los españoles y que pagamos con nuestro rendimiento.
En días sucesivos irán pasando por el tamiz de la revisión y el perfeccionamiento de las otras coreografías que figuran en el repertorio. Así la coreografiada por A. Gades, por cierto de forma muy original y acertada, «Bodas de Sangre», a la que habrá que confeccionar un nuevo vestuario, pues se da la coincidencia que el original fue sustraído de la sastrería de la Sede del Ballet Nacional, pocos días después de haber sido cesado como director el Sr. Gades, así como la mantilla que se utilizaba en el segundo tiempo del «Concierto de Aranjuez», y dos máquinas de escribir (…)
En 2006, tres años más tarde de la publicación de «25 Años del Ballet Nacional» sale a la luz el libro biográfico de Cristina Hoyos, «Gracias a la Vida», que de labios de la bailaora escribe el reputado escritor Juan Manuel Suárez Japón. Ella nos aclara los motivos por el cual renunció a continuar en el Ballet Nacional tras la destitución de Gades.
(…) Mas volvamos a aquel Ballet Nacional Español, que echado a andar con tantas fatigas y tantas renuncias, con tantos esfuerzos de aquellos artistas, entraría muy pronto en crisis, justo cuando en 1980 el nuevo ministro de Cultura, Ricardo de la Cierva, destituyó a Gades de la dirección. Aquello causó relativa sorpresa entre los artistas, porque todos sabían que Gades no era bien visto por los políticos ultraconservadores que todavía tenían en sus manos la gobernación del país. El cese de Antonio Gades fue promovido en esa forma sucia, clandestina y conspiratoria con la que se urden las decisiones que están carentes de razón. Para sustituirle se nombró a otro Antonio, el sevillano Ruiz Soler. Antonio a secas para el arte. Los artistas sabían que el bailaor sevillano andaba ya varios días anunciando por Madrid que iba a sustituir a Gades y que lo hacía con el aire ufano de quien se siente respaldado por las fuerzas capaces de decidir. Y de ese modo se presentó también Antonio, cuando por vez primera acudió a la sala de los ensayos y se puso ante los componentes del Ballet. Aquella soberbia era insoportable, sobre todo cuando ya la sustitución era un hecho y ante todos los artistas se planteó la duda de elegir entre quedarse con aquel director que les infundía tan pocas simpatías o marcharse a buscar otros destinos y otras fortunas en el duro camino que siempre espera en una profesión como esta.
Cristina Hoyos recuerda con profundo desagrado aquel día de la llegada de Antonio al Ballet para hacerse cargo de su dirección, no olvida la mirada de Antonio posándose sobre todos ellos con un aire de insufrible superioridad. «Entró por las puertas medio cantando, haciendo gestos como si bailara, y diciendo «¡hola, hola!», con la misma actitud de falta de respeto que ya había demostrado cuando en una cena en Madrid había dicho que era el director antes de que lo nombraran. Yo no lo conocía de nada –dice Cristina– pero todo aquello, lo que hacía, esa manera de pregonar su nombramiento sin respetar a Gades… Así que todos empezamos a ver que era verdad lo que se decía de él: que tenía un ego tan grande que era imposible aguantarlo. Así que nos pusimos en lo peor. Hicimos un ensayo, porque él lo pidió. En todo el tiempo que estuvo allí no cesó de comportarse como un divo, haciéndose fotos con mucha gente. Así que cuando aquello terminó me fui hacia fuera y decidí que yo allí no me quedaba. Busqué a los que se ocupaban de la administración del Ballet, que eran los que me habían contratado y les dije que yo había firmado para trabajar con Gades y que en la nueva situación no quería continuar. Y así ocurrió, me fui».
La reacción no se hizo esperar. Una diáspora se precipitó entre aquellos artistas. Unos por la alianza de sus viejas amistades con Gades y otros por el miedo y el rechazo que la simple presencia de Antonio producía, lo cierto es que muchos de ellos –prácticamente todo el bloque flamenco– se marcharon entonces de un Ballet en el que habían dejado tantas ilusiones y tantos esfuerzos. (…)
EL ANDALUZ DEL AÑO (CASA DE ANDALUCÍA DE BARCELONA)
En el año 1969 se fundaba la Casa de Andalucía en Barcelona. En este mismo año mientras que los osados astronautas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins conquistaban la Luna, las mamás de las niñas de dicha entidad se levantaban al alba, para planchar con almidón los trajes de faralaes que lucirían en aquella su primera «Mañanita Flamenca» que impulsó el Flamencólogo Ricardo Romero, el que nos deleitó durante tantos años con su «Tocadisco Flamenco».
El 5 de Marzo de 1994 con motivo de la celebración de sus Bodas de Plata, asistimos a una cena en homenaje al «Andaluz del Año» galardón con el que dicha Entidad distingue cada año a un ilustre personaje relacionado con el mundo andaluz y que en esta ocasión recae en el bailarín Antonio Ruiz Soler, «Antonio».
Dicho evento tuvo lugar en el Hotel Feria Palace de Barcelona. La organización fue perfecta, mucho más inteligente y acertada que en la anterior edición dedicada a Cristina Hoyos. La mesa del homenajeado no estuvo politizada, y codo con codo le rendían homenaje al «divino».
Aún no me he repuesto de la emoción que sentí, cuando el artista sevillano entraba en el comedor, y en aquellos instantes sonaba su «Zapateado de Sarasate».
Todo este preámbulo sirvió para lanzar aquellas palabras tan conmovedoras que el Presidente de la Casa de Andalucía, D. Juan Miguel Portal Olea dirigió a «Antonio» con motivo del nombramiento del artista como «Andaluz del Año» y que nos facilita su Vicepresidenta Dª. María del Carmen Pazo Hoyos.
«Le confieso don Antonio, que de muchos años como orador, en la Universidad, en otros foros, jamás me había sentido con tanta responsabilidad como esta noche en que tengo que dirigirme a usted. Nunca, nunca don Antonio, había tenido la oportunidad de dirigirme a un genio como usted, atemporal, a un genio que ya no es de Andalucía y de España, que ya es del mundo.
Podría caer en la pedantería de haberme aprendido su biografía de memoria y contar que nació usted en Sevilla, que de muy pequeñito ya empezó a bailar en la escuela del maestro Realito, Que allí conoció a Rosario, que se marchó contratado a América, luego a Estados Unidos, que volvió como un gran triunfador. Podría también decir que usted realmente no sólo fue un bailarín sino fue un coreógrafo, una gran bailaor, pero don Antonio ¿qué más da? Para las personas como usted, eso está ya superado, podía también contar todas sus numerosas condecoraciones, medallas, placas, homenajes, títulos, usted don Antonio, tiene ya el mejor título que se puede tener, usted ya tiene la inmortalidad en la danza.
Usted don Antonio, cuando contemplo su vida, su biografía, su historia, usted para nosotros los andaluces tiene un gran significado, sacó, le dio vida a ese arte popular que es el baile gitano, el baile flamenco, le dio vida para transformarlo en arte sublime, paseó por el mundo lo andaluz, dando forma al baile no solo de origen andaluz, al baile de origen español, a la danza universal.
Usted don Antonio ha llegado a una situación, ha llegado a un momento en que su biografía sólo la escribe la historia, ninguno que podamos hablar sobre usted haríamos exacta justicia. Usted don Antonio hizo que los duendes se engrandecieran, usted hizo que el agua quieta de Granada se convirtiera en surtidor, usted don Antonio llevó la danza y el arte andaluz, lo llevó a esas cimas en las que sólo los genios consiguen llegar.
Hablaba ayer con la hija de Blas Infante y me contaba una anécdota que creo que define «lo que usted ha significado». Ella me dice que es muy aficionada a ver ballets tanto clásicos como españoles como flamencos y que va acompañada de su hija y que siempre que salen, la hija le dice: « es magnífico, ha quedado precioso este ballet» y que ella le dice « si, no está mal», su hija le comenta « caray, mama, es que no te gusta nunca nada», y ella responde a su hija «hija mía, es que yo he visto bailar a Antonio» quizás sea esta la gran definición. Después de verlo bailar a usted, creo que ya hemos visto bailar. Después de haber visto su arte creo que ya hemos visto arte, gracias a usted don Antonio, el Teatro del Generalife existe. Yo me acuerdo como granadino el día que se iba a inaugurar, cuando Gallego Turín era Alcalde de Granada, se había hecho un teatro como se hacían siempre aquellas cosas, para salir del paso. Con que valor usted se enfrentó a aquel alcalde, genial alcalde, aunque franquista, para decirle que aquel escenario era pequeño para su espectáculo, usted bailó entonces en el palacio de Carlos V, hasta que de día y de noche se consiguió agrandar el escenario de ese magnífico Teatro del Generalife. Nosotros los granadinos don Antonio, le agradecemos el que realmente el Teatro del Generalife sea lo que es. Usted don Antonio, fue capaz de completar a Falla, Falla había hecho música y usted le dio forma. Falla había hecho sonidos y usted le dio plástica. Eso para mí es más importante que todos los premios, que todas las historias.
Hoy hemos recibido cartas, algunas de ellas me dicen que usted ya no es el andaluz del año, ni el andaluz del siglo, usted es el andaluz de todos los tiempos, el andaluz universal. Pero en usted había una especial sensibilidad, me acuerdo ahora de otra anécdota importante.
Una noche, en el Teatro del Generalife, estaba, usted, con su Ballet bailando y de pronto, usted, mandó parar la orquesta, todo quedó casi en silencio, su figura, sus bailarines estaban estáticos y casi nadie durante unos momentos sabia que ocurría, todos nos dimos cuenta que usted había parado el espectáculo y la música para que pudiéramos oír a un ruiseñor que estaba cantando en la copa de un ciprés. De esos cipreses del Teatro Generalife que cuando cubren la luna la convierten en un plato de fajalauza con las puntas de sus ramas. Después sigue la leyenda, don Antonio, dicen que cuando, usted volvió a empezar a bailar, ese ruiseñor se fue volando hasta el Carmen de los Martires y allí buscó el árbol donde San Juan de la Cruz solía meditar. Dicen que se posó en sus ramas, unos comentan que a cantar y los más que se fue a rezar. Don Antonio, como dice una de las cartas, usted podrá haber sido el andaluz del año, del siglo, de siempre, de no se cuanto, por eso nosotros le vamos a dar una placa, una modesta placa de esta entidad que le agradece sinceramente el que usted la haya aceptado, pero antes don Antonio, permítame que yo, como granadino le de un abrazo muy fuerte, muy fuerte don Antonio, porque gracias a usted los ruiseñores del Generalife aprendieron a rezar. Gracias.
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