DE LA CRISIS A LA CREACIÓN: VAN GOGH, ENSOR Y MUNCH
Por Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez*
La sociedad del siglo XIX, verá surgir ante sus ojos la nueva vanguardia artística y cultural como consecuencia de una ruptura estética. Producirá el advenimiento del arte moderno como resultado de la disquisición entre lo espiritual con lo cultural. Lo anterior revolucionará todos los diferentes campos de acción entre los que se pueden señalar los ámbitos filosófico, político, literario, artístico. Europa pronto conocerá el gran dinamismo que traerá consigo estas nuevas tendencia, producto de una paz que empezará a reinar y que durará poco tiempo.
De esta manera brotará la esperanza y atrás quedará el descontento y el inconformismo, ya que por fin se apunta al ideal de la libertad propuesto por el positivismo. Desde luego a la renovación de un espíritu al que se referirá Odilon Barrot al afirmar: «nunca pasiones más nobles habían movido el mundo civil; jamás un impulso de almas y corazones más universales había inundado Europa de una punta a otra».
Por esa razón, se implanta una libertad revolucionaria que poco a poco irá madurando con las concepciones de los intelectuales, lo que hace que pronto se vayan originando según Mario De Micheli, «ideas liberales, anarquistas y socialistas que posteriormente los llevará a batirse no sólo con sus obras, sino con las armas en la mano» y que enérgicamente pasarán a ser el elemento clave de la historia moderna donde el arte y la literatura son el espejo del devenir histórico. Lo anterior no hubiera sido posible si la sociedad no hubiera asumido un gran compromiso con el desarrollo de su cultura.
Así tenemos que el arte que se gestó en aquel siglo, fue un arte revolucionario porque la claridad, la lucidez y el compromiso, llevaron indiscutiblemente a inspirar a los creadores y artistas de aquel entonces. Aspectos que nunca podrán escapar de la realidad que les tocó afrontar por aquel entonces y de la siempre estuvieron influenciados, en nuestro contexto, a los nuevos artistas de nuestra época.
Por obvias razones, lo que se conserva de ese arte, durante estos tiempos, ha sido sin duda alguna, los valores que los críticos les han asignado por su calidad estética a ciertas obras artísticas. Recordemos que ahí es donde radica la profundidad y la admiración por su contenido. Lo anterior como lo señala Belinski, «es el resultado del desarrollo del espíritu del tiempo, porque éste según él, no puede estar viviendo en los sueños», pues son ciudadanos del reino de la realidad, que requiere más de la objetividad que de la subjetividad.
En esa misma línea corresponde el planteamiento de Mario De Micheli cuando propone que «la realidad histórica se hace, así, contenido de la obra a través de la fuerza creadora del artista, el cual, en vez de traicionar sus características, ponía en evidencia sus valores. En otras palabras, la realidad–contenido, al actuar con el empuje dentro del artista, determinaba también la fisonomía de la obra y su forma». De acuerdo a lo anterior, la madurez estética sobresalía por una especial brillantez, razón por la cual se cree que esta es una de las características más importantes en el arte nuevo moderno del siglo XIX.
Por otro lado, el contenido, cuya originalidad es demasiado independiente y en esas mismas proporciones de ejecución audaz, pasa a ser una vez más la manzana de la discordia, como sucedió en la antigua Grecia, ya que según De Micheli «ofenden las cosmovisiones de la sociedad burguesa, al tener un espíritu limitado que no puede abrazar ni las vastas concepciones del genio ni los arrebatos generosos de amor a la humanidad».
Sin embargo, el desarrollo sustancial que lograrían los intelectuales no sería aplastado por los burgueses sino, por el contrario, se mantendría para el beneficio de éstos ya que la técnica y la ciencia van a incursionar en otras esferas, y no con ello estoy desconociendo que otros campos de acción también avanzarán.
Por lo tanto, hay que reconocerles el esfuerzo que han hecho los intelectuales, los cultores y los artistas de aquel entonces, porque permitieron contribuir al desarrollo de la cultura nacional de cada país europeo, aunque no podemos negar que ciertos burgueses pretendían a toda costa desestimar o restarle importancia a los avances que obtenían los artistas a partir de su conciencia renovadora y sufrida, que los llevaba a tomar aires refrescantes y vitales para catalizar sus procesos creativos. Uno de los personajes claves en todo esto sería Van Gogh.
Para conocer a Van Gogh es indispensable llegar a su penumbra, en donde se asoma su espíritu creador, para descifrar en las líneas de sus trazos algunos hallazgos de éste amante de la creación, pues fue él quien con pasión y entrega dejó para la posteridad el legado artístico más emblemático en toda la historia de la pintura universal, pero a cambio de ello tendría que morir silenciado por los burgueses oficiales, que no permitían que estuviera del lado de las poblaciones marginales —relacionándose con la gente más humilde—. Representaba los roles de los humildes en la sociedad, de ahí él que se empeñara por hacer vida social e íntima con los campesinos.
En vista de lo anterior, su vida social sobre todo con los labriegos, fue para Van Gogh, el factor más determinante en la invención de sus obras artísticas, porque eran ellos los que le proveían las imágenes y sus cuadros delirantes y que, aunado con esa cotidianidad en la que él se encontraba, llegó a reconfigurar todo su universo artístico como producto de su crecimiento. Entonces así llegará a madurar vertiginosamente al igual que su vocación y sus sentimientos, los cuales se traducirán en hechos supremamente concretos donde siempre estará presente su humildad.
Además en esa sociedad con la que crece, se asombrará y se conmoverá. Había nacido para ser pintor e intérprete de la realidad. Verá en su tiempo histórico, los colores que le hacían falta. Sentía el color más que nadie y cuando a su contexto le faltaba algún tono en especial, éste se encargaba de expresárselo para lo cual aplicaba el precepto de Millet cuando aseveraba que «sólo se puede expresar aquel que con su fuerza no puede callar», lo que indica que poco o nada le importaría a Van Goh que fuera excluido por las clases altas, con tal de revelar en sus cuadros las injusticias que cometían con los campesinos.
Por lo anterior sufrirá durante toda su vida, al no ser reconocido por su trabajo artístico incansable, ni mucho menos se le reconocerá durante su existencia como uno de los grandes pintores dentro del orbe artístico. Pese a que el genio subsistía por el amor a la creación artística, y por el poco dinero que podía derivar de sus obras, una vez que fuesen vendidas. No gozó del prestigio en vida. El reconocimiento vendría después de su muerte, ya que tiempo después sus obras artísticas cobrarían un valor simbólico, cultural, y nadie las podrá suprimir de este mundo.
Ese valor que conseguirá su legado artístico, nace como resultado de las crisis trascendentales por las que tuvo que atravesar cuando su alma no gozaba de la fe espiritual, hecho que se vertía para bien del creador en medio de su quehacer artístico, debido a que en ellas plasmaba sus angustias existenciales. Es decir, para Van Gogh, el hombre es la semejanza de Dios y el trabajo el alimento que fortifica.
Por esta razón, el pintor holandés amaba profundamente la humanidad de las personas marginadas que se encontraban en el lado opuesto de su condición. Eso hacía que el compartiera su filantropía y desbordara sus ganas de compartir con los excluidos, riqueza que le permitió no sólo conocer su imagen interior sino la de los demás. Asimismo logró ser uno de los mejores observadores de la naturaleza.
De otro lado, Van Gogh indirectamente logró que sus obras artísticas no sólo fuesen grabadas en el inconsciente de las personas sino también que entraran a hacer parte de la conciencia social de los ciudadanos de mundo. Aquellos mismos que verían en sus obras el trasfondo de la deformación de la realidad —técnica que facilita simplificar e intensificar la concentración dramática—, la cual fue utilizada por el exponente impresionista para intensificar su perspectiva poética y figurativa.
Pero no sólo se inclinaría por esta técnica: también demostró intereses por los diversos movimientos artísticos, ya que nunca se mostró conforme con ninguno de ellos. Acto seguido, siempre lo perseguía la zozobra y su fervor, que no era la antítesis de lo religioso, lo llevaría a crear un arte que chocaría más adelante con una realidad fría y limitada, en la que tratará de volver a embricar la sociedad en general con todos los artistas. Su contexto histórico se oponía con ferocidad a su gremio. Algunos lo llegaron a acusar de ser un desecho de la sociedad.
Sin embargo, la acumulación de sentimientos adversos que había originado esa oposición, lo conllevaría a no poder traspasar las fronteras con su arte. Experimentará la frustración y el desgarramiento de su alma, debido una vez más a las crisis infernales que lo llevarán finalmente al suicidio. Su muerte es una acción contestaría para protestar contra las altas clases sociales, que no hacían otra cosa que excluirlo. Utilizaba el arte como una manera de defenderse de los abusos cometidos por las clases pudientes.
Al igual que Van Gogh, otro pintor como James Ensor pasará por crisis espirituales abrumadoras, propias de una soledad reinante. No obstante, dichos conflictos no lo llevarán al suicidio, tal como sucedió con el creador holandés.
Ensor poseía la mántica que tienen los poetas. En ese orden de ideas, Mario De Micheli lo reafirma cuando asegura que «sólo quien posea un vivo sentido de lo social llega a darse cuenta antes que los demás de los fenómenos que se manifiestan en el mismo cuerpo de la sociedad». El planteamiento anterior se revierte en los personajes más humildes de Ostende que no sólo pintó Ensor sino también Van Gogh. Logra a su vez plasmarlo al tener claro sus ideales socialistas, los cuales son demarcados en sus lienzos. Así Ensor no sólo se preocupó por esas personas humildes de Ostende: el pintor belga logró ser una figura cultural que trabajó al servicio de políticas que iban en favor de los pobres.
Su labor humanitaria pronto desfallecerá una vez que se tornó agudo, cáustico, impaciente; rechazó la hipocresía de ciertas actitudes sentimentales y, al mismo tiempo, advirtiendo con la lúcida sensibilidad, la falacia de una predicación humanitaria en la que no veía una sólida base. De esa manera, se desplazó a posiciones de rebelión individual para concentrarse en el anarquismo intelectual.
Pese a su cambio repentino de no seguir los ideales con los que se identificaba su pueblo, se convierte en un pintor de mucha trascendencia porque iza en lo más alto, la bandera de la rebelión frente a las comuniones. Su filosofía la sintetiza de la siguiente manera: «para ser artista hay que vivir oculto… cielos duros, cielos carentes de bondad y amor, cielos cerrados a vuestros ojos, cielos pobres, cielos desnudos sin consuelo, cielos sin sonrisa, cielos oficiales. Todos los cielos, siguen agravando vuestras penas, pobres despreciados, condenados al surco. Oprimidos bajo carcajadas y silbidos malignos, no podíais creer en la bondad de los hombres, en la clarividencia de los ministros, y los verdugos de los despachos os maltrataban».
Esas razones que él plantea golpean su alma avasalladora para trastocar en su humanidad que poco a poco se va encerrando hasta finalmente morir en la soledad. Al respecto Mario De Micheli manifiesta «que su soledad llega a ser crítica, carente de prejuicios y burlona», y como si fuera poco las circunstancias que anteponen su soledad lo fragilizan porque harán del belga un ser muy inseguro.
La fragilidad con que decae una y otra vez su ánimo, lo lleva a crear lienzos que principalmente están marcados como lo afirma De Micheli «por la amarga vía cómica, el gusto macabro, el moralismo y su espíritu de romería popular; eso es quizá lo que caracteriza el proceso inventivo de sus obras artísticas donde deja ver su mundo, un mundo que está afectado por las alusiones, las alegorías, los símbolos; un mundo de absurda comedia , una kermesse de las contradicciones y del absurdo, ora sacudida por una alegría funesta y ora fijada con alucinada abstracción».
De otro lado, Ensor comprenderá que la única manera de desahogarse de sus penas, desdichas y sufrimientos, será a través del arte. El quehacer artístico le permitirá practicar la genialidad: dejar que su espíritu quede libre para que por lo menos su alma pueda hacer el viaje en la pintura de sus sueños. Esa libertad conseguida sólo la hallaba en su contacto entre su esencia y la pintura. En lo demás, en la vida cotidiana, no hallaba esa plenitud. De nuevo Micheli nos muestra como era Ensor en sus procesos creativos cuando afirma que «de él se desprende la salud y el escepticismo, la confianza en los poderes liberadores de la fantasía y despiadada claridad, al mirar su propio destino y el de los demás; conciencia de ser un censor de los vicios privados y públicos y desenfrenada naturaleza sentimental, hacían de éste hombre lo que era él».
Además, hay que reconocer que a Ensor lo atravesó un período oscuro pero luego lo renovó uno claro, como le pasó en algún momento al mismo Van Gogh. Su visión en esa renovación fue algo inquietante y demoníaca: se valió de una despiadada ironía.
Por su parte Edvard Munch experimentaba un odio visceral contra la moral convencional, los prejuicios burgueses y la sociedad en la que éstos se fundaban; también fue un solitario como Van Gogh y Ensor. Al igual que el creador belga, era moralista pero nunca estuvo marcado por concepciones e idearios políticos de algún movimiento en especial. Estuvo empeñado en conocer la farsa que se ocultaba en las clases burgueses aunque lo hicieron en sus creaciones a través del miedo y el horror. Aun así, esa realidad perturbaba su alma y su psique.
Van Gogh, Ensor y Munch pasarán a ser parte del selecto grupo de pintores más representativos de la modernidad. Con sus pinceles, plasmaron los quejidos del alma y los resquebrajamientos de sus respectivas sociedades. Afrontarán crisis creativas que a la postre les servirán para interpretar los aires decimonónicos, sus demonios servirán para enaltecer la historia. Sus dilemas psíquicos quedarán plasmados en la posteridad.
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* Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez. Maestro de Lengua Castellana, Escritor, Poeta y Ensayista. Nace el 29 de noviembre de 1984 en la ciudad de Purificación, departamento del Tolima – Colombia. Es Licenciado en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima donde recibió el reconocimiento de Grado de Honor Máximo y de Excelencia Académica. Diplomado en Investigación Cualitativa y Docencia Universitaria.
Fue reconocido en el año 2005 por el periódico Tolima 7 Días como uno de los personajes del Tolima al lado del escritor tolimense William Ospina y del científico Manuel Elkin Patarroyo. Actual ganador del II Concurso Nacional de Poesía Festival de los Ocobos. Colaborador permanente en el periódico El Nuevo Día, sección: facetas de Ibagué-Tolima. Algunos de sus textos -reseñas literarias, reseñas críticas literarias, ensayos literarios, estudios literarios, artículos, entrevistas, poemas, entre otros-han sido publicados en el Periódico El Informativo, Boletín Virtual y Boletín Entérate de la Facultad de Educación, Universidad del Tolima; Revista Cronopio, Boletín Internacional de la Red Solidaridad y Género de Brasil, Revista Cultural de Colombia y América Latina Libros & Letras, Revista Literaria Gaceta Virtual de Argentina, Revista Sociedad Latinoamericana de la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la Universidad Nacional Autónoma de México, entre otros.
no me gusto el articulo,,,, falta profundidad,