TEORÍA SOBRE EL FLAMENCO SALSERO
Por Alejandro Medina Merino*
Podemos afirmar que el flamenco es una música emocionalmente pura y musicalmente compleja. El mestizaje es su razón de ser, y debemos entender el flamenco como la conjunción milagrosa de las esencias musicales de todas las culturas que se instalaron en Andalucía.
Resumidamente, el flamenco germina desde el folclore andaluz, donde se sedimentan los modos griegos y bizantinos, los giros moriscos y judíos, la tradición lírica del romance castellano, la música cortesana del barroco… Más tarde, con el esplendor colonial, se importan danzas americanas de claro sabor negro. Una influencia esta casi tan decisiva como la de la asimilación por parte de los gitanos del folclore popular. Como pueblo nómada, los gitanos —aparecidos en la península poco antes del descubrimiento de América—, tienen entre sus oficios típicos el de músicos. Para ganarse el favor del público local, asimilan rápidamente el repertorio local de bailes, y a partir de ese momento empiezan a modificarlo, hasta que cuatro siglos después aparecen las primeras formas flamencas.
Entre los palos flamencos [1] que tienen evidente origen americano (aunque sería más preciso atribuir su paternidad a los esclavos negros) están los tangos con dos importantísimas variantes: los tanguillos y la rumba. Las últimas investigaciones parecen indicar que los dos últimos, más alegres y ligeros, derivaron en el primero, al contrario de lo que se pensaba hasta ahora. El tanguillo y la rumba son eminentemente festivos, ligeros, banales, con un descarado sentido sexual en sus bailes. Estas características delatan su origen negro. Por tanto, parece que el tango gitano es la depuración rítmica de estos estilos, concluyendo en un elegante compás de cuatro por cuatro. La temática e interpretación del tango se hace más seria y profunda, convertido en cante jondo mediante el sentido dramático que impera en el estilo gitano. Los lugares donde el tango tiene identidad propia están claramente diferenciados. Mientras más relacionado con el mar (y por tanto con mayor presencia de esclavos), más guasón es su carácter. Triana, Cádiz y Málaga conservan un aire afro caribeño, mientras que en Extremadura y Granada se imprime un cariz netamente gitano, visceral y rítmicamente más brusco.
Pero será la rumba la protagonista de nuestra historia. Este palo es un origen incombustible de estilos a lo largo de los siglos. Con un compás sencillísimo (cualquier intérprete, por mediocre que sea, es capaz de marcar con el pie) se adapta a múltiples interpretaciones, desde las agitadas danzas cubanas, hasta la apagada versión que los gitanos españoles impusieron en los años 70 y 80.
Como palo flamenco no goza de prestigio, ya que es poco exigente. Sin embargo, en los núcleos urbanos gitanos donde no existe tradición flamenca (que se concentra en escasísimos puntos de la geografía andaluza) la rumba fue un estilo que nutrió un nuevo estilo gitano. Barcelona es el único lugar donde existe una mínima tradición rumbera, es decir donde la rumba tiene carácter autóctono. Peret y el Pescaílla (catalanes) y más tarde Bambino (sevillano) serán los precursores de este estilo que desde el tablao para turistas salta a las salas de baile a través de una reconversión temática. Tras la muerte del dictador Franco, la música comercial impone el sentido del ritmo como alimento de las discotecas, y los intérpretes gitanos de toda España aprovechan esta oportunidad para hacerse visibles
En los duros años de la Transición, la marginalidad gitana, agudizada con la aparición de las drogas duras, alimenta las letras de los grupos que poco a poco van construyendo una nueva épica que protagonizan los quinquis (delincuentes menores, frutos de la aparición de la clase obrera industrial), unos irresistibles perdedores destruidos por las drogas y la policía. Grupos como los Chichos (con su líder Jeros como símbolo máximo), Las Grecas o los Chunguitos construyen una nueva música de temática gitana y marginal, que sorprendentemente revienta las listas de éxitos. Gritos a la libertad callejera, historias de amor descarnadas, de rima casi infantil y musicalidad básica son el gen de canciones que forman parte de la memoria musical española. A partir de ese momento, la rumba inicia su camino como música comercial, y se desvincula del flamenco para formar un género propio que recibirá así mismo múltiples influencias.
El pueblo gitano, siempre ligado a la música, encuentra en la rumba un género abarcable, sin la dificultad extrema del flamenco. Por tanto, la rumba es el estilo generalizado del gitano español (aunque sería interesante radiografiar también su vinculación portuguesa). Durante los ochenta y primeros noventa, diversos intérpretes ahondan en las posibilidades de la rumba, con Parrita como forjador de un estilo que ha marcado escuela, además de la excelencia del grupo madrileño Ketama, que aprovecha su raíz flamenca granadina para combinarla con sonoridades cubanas en un ejercicio de estilo sin par. Así avanzamos por los años noventa, cuando un fenómeno extra musical reinventa el sonido gitano: el culto, es decir, la iglesia evangélica.
El culto evangélico llegó a España desde Latinoamérica, y los pastores fijaron rápidamente su atención en los gitanos, en gran medida hundidos en la pobreza y la marginación. A partir de ese momento se produce un hecho curioso pero esclarecedor: el pueblo gitano queda dividido en dos. Allá donde existe tradición flamenca, los gitanos están más integrados y son católicos; mientras que en los núcleos marginales, donde los gitanos proceden de lugares dispares, son evangelistas. Ese es precisamente el territorio de la nueva rumba, que llamaremos salsera.
La misa evangélica está hecha a la medida del gitano, llena de música, devoción manifiesta, espiritualidad extasiada. Por compartir el idioma, los primeros pastores son mayoritariamente latinoamericanos, y con ellos llegan canciones de alabanza de aire caribeño. Los fieles gitanos aportan su sentido musical, mayoritariamente basado en la rumba, que además es fácil de seguir en grupo. Rápidamente se produce una conexión casi legendaria, que lleva al intérprete gitano a adaptar a la rumba (ya hemos subrayado su permeabilidad) ritmos afines, como la salsa, el tumbao y el son en un primer momento, y más tarde, ya con un sentido abiertamente comercial, la bachata, el vallenato e incluso el reggetón.
Internet ha facilitado el trasiego de música desde Hispanoamérica hasta los barrios gitanos, donde han florecido primero en el culto evangélico y luego, a través de él, en las celebraciones tales como bautismos, bodas y pedidas de mano. Esta nueva rumba salsera incorpora el piano (inexistente en el flamenco) pero sobre todo instrumentos de percusión, como las pailas, bongós, congas y cencerro. Las letras son a menudo directamente importadas de los temas americanos, y se entremezclan en los popurrís con otras de temática gitana, sobre todo con referencias a las bodas y a los amores adolescentes. No obstante, la rumba salsera está hecha para bailar, es una música indudablemente festiva, de escaso mensaje emocional. Grupos como los Yumais, Los Yakis, Cherokee, o intérpretes en solitario como el Canelita, encabezan el nuevo pódium rumbero, eso sí, con apenas repercusión fuera de los círculos gitanos.
NOTA
[1] Llamamos palo a cada uno de los modos flamencos, es decir, el estilo fijado por un compás y armonía concretos donde encajan todas las letras de ese palo. Se cuentan más de treinta, como la soleá, la bulería, los tangos, la seguiriya, los tarantos, etc.
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* Alejandro Medina Merino (Sevilla, 1989), es licenciado en Comunicación Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Publicaciones: Revista Sevilla Flamenca, números del 117 al 120: «Camarón, 20 años. Nociones para la comprensión del mito». Es redactor de las revistas Sevilla Actualidad y Revista la Flamenca (críticas y entrevistas). Es locutor del programa «Candela» en Radiópolis, Sevilla. Su blog: «Yerbagüena» (aromaflamenco.blogspot.com).