Acronopismos y otras delicatessen Cronopio

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BESTIARIO ÍNTIMO

Por Manuel Cortés Castañeda*

el sonámbulo

y me miro al espejo y nadie mira
y la sonrisa que ríe no es la mía
otro me mira cuando me hago el ciego
y si soy yo el que miro es otro espejo…

y me ahondo y me trago la agonía
y al delirio lo arranco, despellejo
y en el reflejo solo quedan restos
de una sombra que sangra al mediodía…

y me escondo, me chupo, me extravío
me desinflo, me ahueco, me hago mierda
simulando infraganti que no he sido
y en el espejo un fantasma es lo que miro…

sortilegios

a raúl cortés

detrás de los espejos
he visto a los árboles
extender sus ramas
abrir sus picos
y tragar el alimento
de los pájaros…
y he visto a los pájaros
alargar sus pescuezos
abrir sus flores
y atrapar a las abejas…
el colibrí
primera lámpara de la luz
reina de las colmenas
aborrece los árboles
solo se posa en ellos
para nacer
o para morir…

El sapo

la primera vez que la vi
se me pudrió en mis ojos mi destino…
y ya sin cuerpo, ni alma, ni espíritu, ni olvido,
en el pantano el sapo soñó que era divino…

después la vi sin verla,
perdida en el camino
y me acerqué y le dije
que yo era su destino…

no me miró siquiera,
ni me besó como era,
solo me abrió sus huecos
para que me escondiera…

debajo de la piedra sigo como si fuera…
y cuando llueve salgo a lavar mis heridas
y salto y me entretengo contando las estrellas
que arden y se pudren conmigo en mi guarida…

sin ojos, ya sin sangre, tan solo mis verrugas
la leche que se escurre, el olor que aniquila
el destino hecho mierda, ya no sangra la herida
y en el pantano el sapo se besa y se suicida…

Ionesca

el gato de la vecina,
el mismo que se quedaba dormido en su regazo
buscando el calor de su sexo desnudo,
se me ha atravesado en la calle
y con una de las llantas delanteras del coche,
si mal no recuerdo: la izquierda,
a las seis en punto de la tarde
lo he dejado convertido en oblea…
yo mismo le he comunicado en persona
a mi pobre vecina
el terrible accidente
sin entrar en detalles y sin nombres…
solo la oblea íngrima e indefensa
de mi mano a su mano.
ella ha reconocido de inmediato los restos
del occiso,
y desde ese día, para mi desdicha,
ha decidido ponerse un cinturón de castidad…

derecho de pernada

para eve adele

el pequeño pez que en la pecera nos adorna las horas de la comida se ha ido comiendo poco a poco y de soslayo como si quisiera evitar que alguien o él mismo lo viera…

a cada segundo una mordida más, o de más, y un trocillo de menos, y ya es tan poco lo que le queda que a veces —las más— ya es difícil saber en qué lugar de la pecera se estará comiendo, o está, si es que está…

ayer mi hija me salió al paso y me dijo que ya no quedaba más que un ojo aguantando su nada y que un segundo después, sólo un hueco sin nada en el agua…

la situación se ha puesto tensa a la hora de la comida —después de los últimos acontecimientos—, ya que mi hija no deja de preguntarme a cada instante: a dónde se van los días que terminan su día, o que si se acaban como el pez por la cola…

el ciempiés

con ninguna de sus patas el ciempiés ha podido salir de la olla donde se ha caído de puro milagro… toda la noche lo ha intentado sin cegar: la misma caída y el mismo remordimiento hasta que el silencio lo hace su prisionero…

a la vera del camino y ya casi varado sobre su espalda el ciempiés prescinde una a una de sus patas y se abandona como una amonita en el fondo del mar…

(el amanecer baja con su marea de luz hasta el fondo de las ollas)…

el ciempiés sale como puede de su estado de coma y rueda como una piedra hasta la superficie de las aguas… con alguna de sus patas el ciempiés se ha caído en la noche… ha sobrevivido en alguna de sus patas como un sonámbulo… se ha escapado por alguna de sus patas como un buen ladrón…

ahora, otra vez pegado a su cuerpo como una válvula el ciempiés avanza por la misma senda como una tortuga que se ha olvidado por un instante de su caparazón…

en el fondo de las ollas todavía se nos cae el silencio…

fotografía con sandía

a eve adele cortés

la sandía había rodado hasta el borde de la pendiente donde se había partido en dos pedazos. su jugo delicioso al contacto de los rayos del sol palpitaba como un corazón que no ceja a pesar de su ubicuidad inesperada y sutil

la niña se acercó paso a paso al lugar de las circunstancias y atónita vio que el temblor delicioso de la pulpa obedecía a un puñado de mariposas que se había congregado en la delicia de tal gratuidad

de momento, al percatarse de su presencia, todas las mariposas salieron volando como un puñetazo que golpea y se retira a disfrutar su osadía y su cuota de sangre

más que suficiente para que la niña hundiera sus manos en el pequeño lago de luz y de sangre y se untara su cuerpo a medias desnudo con el jugo caliente y penetrante

las mariposas se dieron vuelta como empujadas por un mecanismo invisible y se posaron innúmeras esta vez en el cuerpo de la niña

las primeras sombras se desgajaban lentas sobre el espejismo cuando la niña se acercó al precipicio y echó a volar

carga explosiva

se me agiganta el corazón, me queda grande, y me pesa y me aplasta y me consume y se hincha y se riega y se deforma y apesta y se hace un hueco que se ahoga…

un rebaño de sapos que hacen fila se aparea uno tras otro en el delirio, una masa que flota y que respira, un naufragio de leche y de verrugas, una cosa que sangra y se desnuda y se mete los dedos y se estruja, y respira hasta el fondo de la herida, sapo tras sapo una boca desmedida…

un corazón que flota a la deriva y que sufre lo que queda y que no queda, una entraña con ojos y sin vida, un seno enorme que nadie se imagina, sediento hasta la madre y que lastima, y que busca una boca que se atreva a chuparle hasta el fondo de la herida, —sapo a sapo sin tiempo y sin medida…

un corazón que sabe a lo que sabe el miedo, y que juega a morir cuando el horror acecha, un fantasma, un espíritu encarnado, una criatura que esconde lo que nunca ha estado, un saco lleno de monstruos, de sobrados, un silencio tan grande como quedarse en vilo y que se agrieta y huele como se pudre el sol en un cuerpo que ha sido acuchillado, destazado, desmembrado…

amor

el gusano entra en la fruta Madura como el que nadie, como el que nada, como si todo. La fruta va desapareciendo sin desaparecer; primero el corazón; después, sólo queda el túnel de la dicha, el eco de las caricias cara a cara, el olor del vacío… el gusano entonces cierra la puerta y se cae en el hueco de su propio corazón…

el perro abre la boca y la lengua ya no le pertenece… el instante muere mucho antes que el instante se instale en la escena. antes que la lengua enamorada se sumerja en las aguas, el líquido se apresura y la devora. el perro entonces se hace a un lado y observa el festín en sus pupilas que lo observan en el infinito… el agua se agarra a la lengua, toda, y se hace carne; la lengua se entrega, se deforma, y echa a volar…

la araña despliega su telaraña y se prepara para darle carne al sueño que baja hasta las bodegas del placer ya tejida su mortaja… el que ama siempre alimenta y se alimenta, solo para volver a entregarse cada vez mas allá de su propio amor que vuelve cada vez siempre y reclama su bocado… una vez el macho le entrega su último apéndice a la hembra, esta ya está lista para entregarse y entregarlo; como si se tratara del mismo sueño, una vez más, hecho carne y sangre en sus bodegas…

hay un dedo que siempre toma la iniciativa ya sea para salir del hueco donde siempre está hundido o para entrar en la dicha del mismo… no es el dedo que siempre se ha estigmatizado como necesario, sino el que nos señala el camino del delirio, y que tantas veces se nos cae de raíz o se nos queda en ascuas… ese dedo que renuncia a la mano y solo se pierde en los paraísos de la nada, en la piel delicada de las sombras, hasta encontrar el hueco del amor, donde se ahonda y se confunde y se hace un nudo en el delirio…

más que cantar la cigarra se estremece y se desangra sin derramar una sola gota de agonía… el que ama tampoco nada sabe del canto que se estremece en las orillas… la cigarra desciende paso a paso hasta el pozo de una identidad sin nombre y se ahoga, dejando en el árbol sólo su piel desnuda, su planeta apagado… el que ama y es amado igualmente se mete de cuerpo entero hasta donde el agujero grita y sin saberlo se queda gritando… como si siguiera arrastrando su piel de una orilla hasta la otra orilla, cada vez más distante la una de la otra… la cigarra simplemente se vacía…

el crustáceo diminuto y felino se coge su concha y se la hecha al hombro… una concha cualquiera, a la medida de sus noches en vela, de su muerte anunciada, de sus días de gloria… el enamorado también se instala una identidad sin nombre, una casa vacía, y la hace suya y se queda y tira las llaves para su propia gloria… el crustáceo cuando menos lo sabe, sale de su concha todavía sin saberlo, y se echa a perder bajo un sol ardiente… el enamorado igualmente se atreve, y se asoma y se arranca y se desgarra… solo que antes de hacerlo se deja una a una las uñas en las paredes del laberinto. El crustáceo nada sabe del regreso; el enamorado regresa, pero nunca llega…

animal house

a eve adele

salimos a la calle sin ningún propósito, o con el vano propósito de matar el tiempo y terminamos sin darnos cuenta en una tienda de mascotas… unos domésticos, otros todavía en su metodología y los más de puro negocio o de milagro; antes habíamos hablado de la lluvia y de los vientos y de las charcas donde la ficción se extasía y los cuerpos se dejan caer en su delicia.

sin un interés particular fuimos de jaula en jaula haciendo comentarios sin sentido sobre cada uno de los animales y de vez en cuando por el rabillo del ojo que simula al ojo que lo mira alguno de los clientes aumentaba el número de las páginas del bestiario. Sin enterarnos de los hechos nos detuvimos de repente ante una jaula donde una rata asquerosa todavía deificaba evidente los signos del parto; los ojos refundidos en el flujo de la sangre y el olor acre del orín en la memoria. Un número casi incalculable de diminutos cerdos desnudos y transparentes se movían en forma de pirámide cóncava al ritmo desagradable de un solo corazón… los intestinos subían y bajaban como una constelación de máquinas que sólo funcionan a falta de alguna de sus partes. la mirada furtiva de mi hija y el gesto que la acompaña en casos como este fue suficiente para romper el círculo y escaparnos del hechizo.

de prisa buscamos la puerta de salida, pero antes de materializar la ansiada complicidad mi hija se detuvo en seco ante una jaula donde había un rebaño de diminutos lagartos quietos y casi sublimes como reposando en el sueño de un atardecer todavía a las puertas de su ficción. No nos quedó más remedio que comprar uno de los lagartos, aunque mi hija perfeccionaba-y-aba sus razones al extremo para que fueran dos. calígula lo llamamos, sólo para sustituir otro sueño a medias y sin rostro. después vino la jaula y una docena de grillos vivitos y tiernos para su subsistencia de no más de unos cuantos días, nos dijo la vieja de la tienda que sonreía mostrando unos dientes de rata bastante similares a los de la madre de los cerditos de la primera escena todavía en curso. la verdad es que no sabemos, aún hoy en día, si estábamos felices o simplemente lo habíamos comprado para matar el tiempo o a falta de la lluvia y de las charcas donde chapotear a nuestras anchas.

regresamos en silencio cuanto antes a casa, organizamos la guarida con piedrecillas que recogimos en la calle y troncos secos y después metimos uno a uno los grillos en la madriguera dispuestos a no perdernos el más mínimo detalle de la función… me acordé con desagrado que el filósofo Spinoza tenía una muy generosa colección de arañas y que después de sus cavilaciones solía sentarse junto a las cajas donde las guardaba para observar cómo sus compañeras de todas las horas iban asestando metódicamente uno a uno sus golpes a las víctimas hasta lograr el golpe definitivo. Insectos tímidos y delicados que él colocaba con ternura en alguno de los hilos de un sueño sin nombre. uno de los grillos era seis o ocho veces más grande que los otros, así que se destacaba sobremanera junto a la diminuta manada.

pasamos toda la tarde hasta bien entrada la noche piedra a piedra suplicando por la consumación de los hechos. el lagarto como si estuviera embebido en los pormenores de su propia agonía, o en pos de su sombra permaneció quieto y mudo en el mismo lugar de su llegada con los ojos abiertos de par en par y sin hacer el más mínimo gesto…la frustración y el cansancio nos doblegó y junto a la jaula nos dejamos caer en un sueño sin sueño.

al amanecer nos levantamos rápidamente y tomados de la mano nos acercamos sigilosamente a la jaula. para nuestra sorpresa el lagarto había desaparecido. recorrimos como perros de caza la jaula en círculo, por debajo, en los recodos del sueño, en el cansancio de la mirada. sobre uno de los troncos brillaba una gota diminuta de sangre todavía fresca y el grillo se contorsionaba obeso e indigesto sobre las piedrecillas arrastrando a tientas el revés de su osadía. desde ese día, todas las tardes, añorando la lluvia y el zapateo delicioso de las charcas, nos dirigimos a la tienda de animales los dos de la mano y en silencio a comprar lagartos para darle su ración diaria al verdugo que sigue mudo sobre una de las piedrecillas de la jaula como si hubiera perdido el tono desagradable de su voz.

bio-genética

…religiosamente, como siempre lo hacía sin perder la cuenta cada amanecer, llegó con el pájaro en la boca y lo dejó ahí en la terraza como si no lo dejara, para su propio provecho y diversión… un narrador más consiente, quizás hubiera dicho que lo tiró ahí como un saco roto, de puro aburrimiento… esta vez se trataba de un pichonzuelo apenas emplumado, y los ojos ciegos en el temor, que parecía ir de puntillas de un lado a otro degustando a plenitud la delicia de la carne ya en sazón… se las había arreglado como ya era últimamente su costumbre para traerlo a casa en su boca sin hacerle el más mínimo daño… lo vi indefenso por el rabillo del ojo, su apetito de niño enloquecido ahogado a medias en la garganta y el rostro casi místico de su verdugo en el lago efímero de sus pupilas sin saber ni cómo ni dónde, ni de patas para arriba, ni de cola… como si ya los hechos se hubiesen consumado y consumido en el revés de su reino, o de otro reino aún por haber siendo sido…

abrí la puerta corrediza que daba a la terraza y en un santiamén se lo quité al verdugo de las fauces… o del sueño… o de la fiesta… si mal no recuerdo y si es que recuerdo… estaba intacto y su corazón ya casi derramado, una vez sintió el contacto de mi mano, retornó paso a paso a su ritmo habitual… y luego se cagó a sus anchas en el cuenco que mis dedos formaron a su espanto como si se tratara de sacar bien afuera, y un poco más allá de dentro, los últimos desechos del horror… creo que se quedó como dormido en mis ojos sin enterarse de los mismos, ni de los suyos, ni de los del verdugo que todavía se paseaban en su ficción… comió como quien más sopas de pan con leche y trocitos de banano y me picó los dedos como sin enterarse y en la jaula que pende del techo de la terraza se quedó dormido una vez más con los ojos abiertos y como paralizados en un punto ya muerto sin tiempo y sin medida…

el gato, ya hecho una esfinge en sus síntomas, y la sinrazón de los hechos no podía, ni podrá, ni pudo digerir el peso específico de mi mano benevolente… y tirado en un rincón de la terraza me clavaba sus ojos de reproche y sus garras como un niño al que su padre ha castigado sin ninguna razón… no podía entender que esta vez, nunca antes lo había hecho, le hubiese arrebatado lo suyo y lo hubiese dejado con la escena clave o definitiva de la película en ascuas o a medio desenterrar… fue entonces cuando conocí el odio y la indiferencia y el sarcasmo y el asombro… todo junto y lo que se me escapa con las palabras en la misma sopa…

pensé un momento en la escena anterior cuando el verdugo lo había sacado del nido, si esa pudiese ser la antecedente, o la precedente y la poscedente, y la otra escena que naufraga desde antes en las palabras, y me sentí culpable y un poco avergonzado…

esa tarde mi esposa y algunas de sus amigas que estaban de visita, dejaron que la ternura se desflorara por todas las ventanas y rincones de la casa y se apiadaron de la víctima y se lo repartían a montones y lo alimentaron con toda clase de sugerencias virtuales y lo

acariciaron hasta el final de los tiempos y se hicieron promesas y soñaron un sueño de más, o por haber habido, como nunca lo habían hecho antes…

al día siguiente la pequeña bestia amaneció muerto… un narrador más avisado hubiese puesto que se murió de tanto amor o de puro recuerdo… estaba tieso y frio en la jaula, hundido en un montón de mierda, los ojos todavía abiertos y el corazón aún tibio, casi ajeno a su intimidad… pareciera que aún se cagaba sin remedio… y el gato lo contemplaba indiferente acaballado con cierto celo y dificultad en una de las columnas de la terraza, sólo a unos cuantos centímetros… mi esposa y sus amigas lloraron como si nunca lo hubieran hecho antes y me recriminaron por mi falta de lágrimas… no podían entender que mis ojos vacíos se hubiesen quedado ahí fijos en los ojos del uno o del otro que ya no reclaman, como si ambos hubiesen perdido su sabor y su sustancia… lloraban y llamaban a otras amigas por teléfono para seguir llorando, para repartir sus lágrimas…

en silencio y sin darme cuenta dejé la terraza y después la casa y después esas dos acciones que se me anteceden y después las que vienen o faltan… y mi imaginación como en un juego perverso hizo tabula rasa al tiempo y a sus circunstancias y reculó, echó reversa y sin moverse un ápice de la terraza, aquella tarde, todavía virgen en mi memoria, me senté una y otra vez en el lugar de los hechos con un trago doble de tequila en la mano a disfrutar de los pormenores del festín…

el gato jugó con su sino a sus anchas hasta que lo invadió el aburrimiento, y con este la indiferencia, y de un zarpazo sin dueño aparente, le arrancó de súbito la vida al pachoncillo, le abrió con las garras el pecho como si ya lo hubiera hecho mil veces y se le tragó de un solo sorbo el corazón… yo cogí lo poco o nada que quedaba del muerto, abrí la puerta de la terraza y de un solo tiro, de un solo manotazo, los restos se perdieron en el patio… también yo…

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