¿BIOÉTICA O BIOÉTICAS? INSTITUCIÓN, TECNOLOGÍA Y RESPONSABILIDAD
Por Fernando Lolas Stepke*
Desde que el vocablo bioética dejó de ser neologismo y se incorporó al lenguaje básico de los profesionales, especialmente los sanitarios, suelen aparecer adjetivos que intentan precisarlo o matizarlo.
Bajo el supuesto de que se trata de un discurso relacionado con el comportamiento humano, especialmente en relación a los efectos o las consecuencias del uso de la ciencia y la tecnología, y aun reconociendo —en las versiones más sofisticadas— que lo importante no es el contenido del discurso sino el procedimiento dialógico para arribar a decisiones, numerosas son las variantes que se han propuesto. Mayoritariamente, los énfasis o matices se expresan como modulaciones del concepto esencial.
Existe una bioética feminista, una personalista, una católica, una humanista, por citar algunas. Más pintorescas son denominaciones como bioética profunda o intervencionista para indicar una identificación con ideales tercermundistas y resaltar el compromiso con la eliminación de las desigualdades y las injusticias.
En nombre de cada una de estas distintas bioéticas se suele defender causas, promover agendas políticas, intentar liderazgos personales y marcar diferencias con otras «corrientes» o matices. Todo lo cual, obviamente, puede contradecir el ideal de tolerancia y diálogo que se supone debiera inspirar a una reflexión que busca tender puentes entre disciplinas, racionalidades, grupos y personas.
Es por ello que sin pretender agregar otra connotación a las ya numerosas, quisiera relevar lo que me parecería el atributo mejor —o ideal—: bioética responsable.
SOBRE RESPONSABILIDAD Y «SABER HACER»
Responsabilidad es un atributo necesario en todo trabajo profesional, junto con la prudencia. En realidad, prudencia y responsabilidad deben unirse siempre. La primera, porque el trabajo profesional —incluido el trabajo intelectual— debe ser ponderado y ecuánime en el trato con personas. Responsable, además, por la necesidad de hacerse cargo de las consecuencias de las acciones. Existen muchas circunstancias en las cuales la mejor de las intervenciones puede fallar. El profesional —más en general, el experto— debe saber que su principal mérito es poder trabajar en condiciones de incertidumbre. Las incertidumbres propias de todo trabajo se van reduciendo con la experiencia y la pericia. Esta última está aludida en la voz griega «metis», que se conserva en la lengua francesa cuando se refiere a los oficios como «metiers». Hay una pericia que anticipa lo que puede ocurrir (Pro–metis, Prometeo) y otra que se gana después de experimentar (Epi–metis, Epimeteo).
La ética es la reflexión lingüística sobre los usos humanos, y además sobre las condiciones que permitan justificar las elecciones de la vida práctica. Sin elección no existe realmente necesidad de reflexión ética y por tanto de justificación. Al hacerse discursivo este conocimiento se convierte en un «saber» que puede ser llamado práctico, en la medida que aúna una determinada visión de la realidad —teoría— con resultados de acciones —práctica—. Por ende, la bioética es una ética aplicada no porque deriva «aplicaciones» de una teoría filosófica general sino porque es aplicación de lo reflexivo a lo activo. De esa forma las acciones humanas se hacen susceptibles de enjuiciamiento y valoración, pues se han convertido en «saber». El atributo distintivo de este «saber» bioético es su multidimensionalidad y la necesidad de conjugar discursos a veces disímiles: por ejemplo el de las ciencias empíricas y el de las convicciones religiosas, el de los que brindan ayuda y el de los que la necesitan, el de los que actúan y el de los que planifican. Saber práctico responsable que conduce acciones correctas por intención y resultados: «saber–hacer».
Prudencia, pericia, responsabilidad, las dimensiones del buen saber–hacer.
DETERMINANTES DE LA CONDUCTA HUMANA
La conducta humana está determinada por impulsos o inspirada por motivaciones. Impulsos (drives) que empujan. Motivaciones (motivations) que atraen.
Lo que suele enjuiciarse no es el mecanismo que determina la acción sino la acción misma y sus resultados. En el contexto de aplicación ocurre todo lo enjuiciable y valorable. Es posible, no obstante, justificar acciones por sus motivaciones: cuando se quiso hacer algo bueno y resultó malo hay espacio para la benevolencia. No fue ese el fin perseguido. La famosa doctrina del «doble efecto» es una de las aplicaciones de este enjuiciamiento. Si aplico una dosis elevada de morfina para reducir sufrimiento pero causo la muerte, mi acción no es punible de la misma forma que si hubiera tenido la intención de matar.
La diferencia entre impulsos y motivaciones puede también usarse con fines heurísticos. Por ejemplo, la reciente popularidad de las «neurohumanidades» y sobre todo de la «neuroética» puede interpretarse como una forma de reduccionismo biologicista que busca en las determinaciones neuronales la clave de la conducta. Así, incluso el juicio moral dependería de causalidades fisiológicas y podría objetarse la existencia de libre albedrío.
Es verdad que no es la única forma de interpretar la interfaz neurociencias–ética aplicada. También puede considerarse que conocer el sustrato fisiológico de las acciones no implica que éste sea su única causa o explicación. Las neurociencias son un modo de describir realidades construidas por la percepción y se corresponden con otros modos de descripción de formas no necesariamente deterministas o causales. Por ende, saber más de la neurofisiología o de la neuroanatomía no supone negar la atracción de motivaciones e ideales ni afirmar la exclusividad de los impulsos o causalidades biológicas.
INSTITUCIONALIDAD DE LA BIOÉTICA
En muchas partes del mundo la bioética se institucionaliza. Adquiere carta de ciudadanía entre las disciplinas constituidas. De simple discurso pasa a ser disciplina, con sus cánones propios, sus hablantes privilegiados, sus especificidades. Exige conocimientos y habilidades propias.
No cabe especular si esta es una evolución positiva, negativa o neutra. Ocurre de hecho.
La institucionalidad de la bioética no debe equipararse a bioética institucional. Toda institución social tiene determinaciones enjuiciables moralmente, esto es, bioéticamente. Todas las instituciones tienen que ver con la calidad de la vida humana: saludable, buena, digna.
La bioética es la ética sin más de la edad tecnológica. Precisamente porque la sociedad contemporánea, incluso en sus más apartadas y retrasadas formas, es tecnológica. Donde por tecnología ha de entenderse que se emplean técnicas con racionalidad que define sus usos y aplicaciones. El conocer el lenguaje de las técnicas (y de las ciencias que a veces las sustentan) es consustancial a reflexionar éticamente hoy. Y esa calidad de puente de lo bioético es lo que define una ética para nuestra época. Una articulación de heterogéneos discursos, que en la aplicación, en la acción, en el uso compartido adquieren valor y vigencia. Su epistemología es híbrida, pues quien practique bioética debe tener familiaridad con estilos de pensamiento disímiles: el de las ciencias y el de la deliberación moral.
Así como es inescapable la vertebración tecnológica de las sociedades contemporáneas debe entenderse también que vivimos en una atmósfera institucionalizada. Son instituciones todas las relaciones humanas, formales e informales, que definen papeles sociales y permiten conceder identidad. Así, por ejemplo, la familia define padres, hijos, hijas, abuelos, todos papeles sociales. Ser simpatizante de un club deportivo confiere una identidad. Se tiene tantas identidades cuanto grupos de referencia y pertenencia institucional pueden reconocerse. Se es, simultáneamente, estudiante, amigo, discípulo, espectador. De allí que la bioética responsable deba tomar en cuenta esta disparidad de papeles sociales y la presentación del «sí mismo» (self) en la vida cotidiana.
Ello tiene repercusión en la vida individual. En realidad, se habita tantos cuerpos como identidades se reconozcan. El cuerpo del político que habla en una tribuna sólo biológicamente es el mismo que duerme la siesta. En sus significaciones se trata de dos entidades diferenciables: por contexto, por circunstancia, por intención. Como el contexto determina en buena medida el comportamiento, para enjuiciar éste hay que conocer aquel.
Siempre existe una forma de bioética institucional. En toda agrupación humana cabe identificar un «tono ético», una «forma» de comportarse que permite o prohíbe. Algo distinto es hacer de la bioética misma una institución social. Sus contornos no quedan, pese al tiempo transcurrido, precisamente definidos. Como disciplina académica necesita aún despejar muchos desvaríos: por ejemplo, la juridificación, reducirla a norma jurídica, la confesionalización, instrumentarla con fines proselitistas, la manipulación, convertirla en simple instrumento de poder o propaganda.
La práctica de la bioética responsable debe considerar que la entraña de la sociedad contemporánea es tecnológica, que está estructurada en instituciones formales e informales y que necesitan hacerse deliberados y conscientes los pasos que conducen a institucionalizar el discurso bioético.
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* Fernando Lolas Stepke es médico cirujano, psiquiatra y escritor chileno. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua, Académico Correspondiente de la Real Academia Española. Ha escrito ensayos literarios (premios Pedro de Oña, Gabriela Mistral, Manuel Montt, Consejo del Libro y la Lectura) sobre temas de historia y humanidades médicas. Ha escrito varios libros sobre bioética y ciencias humanas; Conferencias en diversas instituciones. Programa Interdisciplinario de Estudios Gerontológicos en la Universidad de Chile. Columnista de los diarios La Época y El Mercurio (Santiago de Chile) y Hoje em Día (Belo Horizonte, Brasil), con libros de recopilación de crónicas.
Tiene cerca de cuatrocientas publicaciones en revistas nacionales e internacionales en español, inglés, alemán, polaco y portugués como el Journal of Philosophy and Medicine, Social Science and Medicine, Transcultural Psychiatry y World Psychiatry. También es editor o miembro del comité editorial de varias revistas especializadas en psiquiatría y medicina.