Literatura Cronopio

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BOLAÑO PARA TODOS LOS PÚBLICOS: EL HOMBRE ATREVIDO, EL LECTOR VORAZ Y EL ESCRITOR EMPEDERNIDO

Por C. Valeria Bril*

El escritor chileno Roberto Bolaño era un lector atrevido, curioso y voluntarioso que no dudó en cometer pequeños hurtos para satisfacer su ansia por la lectura. Fue un incansable lector de novela negra y de ciencia ficción, y reconoció estar interesado en la literatura francesa: en Pascal, en la ingenuidad utópica de Fourier, en el Marquéz de Sade, y en la literatura norteamericana de 1880, especialmente en Twain y Melville, y en la poesía de Emily Dickinson y Whitman —luego de haber pasado en su adolescencia por la fase de lectura de Edgar Allan Poe—. Su amplio conocimiento abarca también la literatura latinoamericana, principalmente la literatura de las últimas décadas del siglo veinte. Su libro de cabecera fue la Obra gruesa (1969) de Nicanor Parra. Además Bolaño era un asiduo lector de la obra de Borges, había leído dos veces toda su obra y la mayoría del material crítico publicado sobre el escritor argentino. Pero una anécdota personal del escritor que involucra el robo de una novela de Camus: La caída (1956), cuyo título tendría una carga simbólica particular para explicar aquello que contaría Bolaño y que posteriormente resultaría apropiado para indagar cómo le cambia la vida a este escritor su trayectoria de lector.

Este y otros episodios similares van transformándose en acontecimientos cotidianos en la vida del escritor que le permitirían seguir su instituto voraz de lector. Así fue que Roberto Bolaño decidió sacar una novela a la vista de todos los empleados en la Librería de Cristal, en el Distrito Federal, que es una de las mejores formas de robar y que había aprendido en un cuento de Edgar Allan Poe. Y es a partir de esta sustracción y de la lectura posterior de esa novela, que Bolaño pasa a dejar de ser un lector prudente y se convierte en un ladrón de libros, o mejor dicho en un atracador de libros. Puesto que quería leerlo todo, y ello equivalía a querer o a intentar descubrir el mecanismo azaroso que había llevado al personaje de Camus a aceptar su atroz destino. Por supuesto que la carrera de Bolaño como atracador de libros fue larga y provechosa, aunque un día lo atraparon, y esto quizás también estaba en su destino de lector feroz. Esa marca indeleble (con la lectura) le valdría para iniciar su vida como escritor.

En principio, podría afirmar junto a Saer, que «[…] la lectura y la fe ciega en lo que se lee están profundamente ligadas al tema de la locura. El hecho de creer demasiado en la lectura puede ser considerado como una forma de demencia» (39). Si bien no debemos dudar de la cordura y de la lucidez de Bolaño, no estaría de más decir que esa supuesta locura lo llevaría desde una instancia en donde se hallaba cómodamente como un gran lector a asumir otra instancia muy distinta en donde se encontraría como un gran narrador, y muy próximo a su conversión definitiva como novelista excepcional. Sólo habría que recordar entonces la importancia que tiene la lectura en su máxima expresión cuando alcanza su belleza y su fuerza en el primero de Los Cantos de Maldoror (1869), que comienza así:

Quiera el cielo que el lector atrevido y vuelto momentáneamente feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de los pantanos desolados de esas páginas sombrías y llenas de veneno, puesto que si no cuenta en su lectura con una lógica rigurosa y una tensión de espíritu por lo menos iguales a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro empaparán su alma como el agua al azúcar. (Lautrémont 20. La cursiva es mía)

Pero Bolaño encontró primero su ética y su estética literarias en la poesía. Ésta última fue la responsable de una revelación desesperanzadora que llevaría al autor a iniciar su andadura por la narrativa. Para sobrevivir económicamente necesitaba escribir novelas, como supo decir Bolaño en alguna de sus entrevistas: «novelas por dinero». Esa suerte de confesión fue reconocida por el autor quien afirmó que siendo un chileno, de clase media baja y de vida bastante nómade, lo único que podía hacer era convertirme en escritor para acceder, como escritor y sobre todo como lector, a una riqueza imaginaria e ingresar en una orden de caballería que creía llena de jóvenes temerarios, y en la que finalmente a los 48 años de edad se encontraba solo (cit. en Orosz n.p.). Más allá de su deseo de entrar como escritor y como lector a una orden de caballería para convertirse en un escritor caballero, fueron sus afirmaciones más convincentes las que involucran sus ideas sobre la literatura, el escritor y el lector que aseguraron su trayecto literario por la narrativa; porque, al fin y al cabo —como afirmara Bolaño— «El viaje de la literatura, como el de Ulises, no tiene retorno. Y esto es aplicable no solo al escritor sino a cualquier lector verdadero» (cit. en Chiappe n.p.).

Es por eso que Bolaño no escatima ejemplos en su ficción sobre el camino no retornable de la literatura, cuando le otorga al personaje Joaquín Font de Los detectives salvajes (1998) una locura que no se asocia a la desconexión del personaje con el mundo que lo rodea sino a una conexión más lúcida y crítica con la literatura. Para Joaquín Font, hay una literatura para cuando estás aburrido o calmado, triste o alegre, ávido de conocimiento o desesperado. Y la literatura para cuando estás desesperado —o la literatura que va dirigida a los lectores desesperados—, es la que quisieron hacer los personajes protagonistas de la novela: Arturo Belano y Ulises Lima. Mientras que el lector maduro, tranquilo y culto, con una vida más o menos sana, puede leer cualquier clase de literatura sin complicaciones absurdas o lamentables; es decir, según estima Font, ese lector puede leer con desapasionamiento, en oposición a «El lector desesperado (más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable, créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura!» (Bolaño, Los detectives. 202).

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La utilidad que tiene la literatura con relación al oficio de escritor y al valor que se le da en la vida de un hombre radica, para Bolaño, en aquella funcionalidad básica que es la de servir para leer en el momento en que decide ser escritor. Y esto en su vida, ha compensado la pobreza —extrema en ocasiones— y ha sido su soberanía y su elegancia produciéndole riqueza (interior). Pese a que Bolaño asume que abusa de la lectura que lo podría llevar al éxito en su carrera, quiere subrayar lo contrario: que nunca quiso ser un autor de éxito.

Lo que sí parece haber sido es un lector insaciable con criterios muy estrictos y con grandes entusiasmos, y también con un profundo desdén por aquellos escritores que «banalizaban o prostituían la literatura», a quienes dedicaba una serie de sarcasmos demoledores. Bolaño fue principalmente un escritor atrevido cuya ferocidad por la lectura posibilitó la configuración de una figura de escritor de difícil clasificación para los especialistas de la literatura. Su experiencia literaria vital y su formación académica —autónoma— basada en la lectura de clásicos de la literatura, hicieron posible que se convirtiera en un tipo especial de escritor.

La madre de Roberto Bolaño le leía Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) de Pablo Neruda; y según Bolaño, era el único libro en Quilpué, en Cauquenes y en Los Ángeles, pero su madre lo desmiente: «Es que me dejas como una chiflada, Roberto, que sólo lee los Veinte Poemas. Y él se reía… Es cierto que a mí me gustaba mucho Neruda, pero también le leía otras cosas» (cit. en Gómez Bravo n.p.). Aquí, con esta aclaración de su madre, se puede apreciar con mayor claridad la operación que realiza Bolaño cuando intenta mitificar su propia figura de escritor desde los detalles más nimios hasta las argumentaciones más complejas de figuración, repitiendo hasta el hartazgo algunas experiencias de su niñez en muchas de sus entrevistas. Bolaño fue adquiriendo una desfachatez para contestar las preguntas que hacían sus entrevistadores, quedando de alguna manera en el recuerdo de sus lectores como un hombre de un gran humor e inteligencia.

Con la finalidad de explicitar sus posturas literarias se le preguntó en varias oportunidades a Bolaño por los cinco libros que marcaron su vida: el autor respondió inmediatamente que más que cinco son cinco mil. Bolaño menciona El Quijote de Cervantes, Moby Dick de Melville, La Obra Completa de Borges, Rayuela de Cortázar, La conjura de los necios de Kennedy Toole, Nadja de Breton, las cartas de Jacques Vaché, Todo Ubú de Jarry, La vida instrucciones de uso de Perec, El castillo y El proceso de Kafka, Los aforismos de Lichtenberg, El Tractatus de Wittgenstein, La invención de Morel de Bioy Caseres, El Satiricón de Petronio, La Historia de Roma de Tito Livio y Los Pensamientos de Pascal. Y continúa la lista, esta vez poniendo su atención en autores hispanoamericanos como Rodrigo Rey Rosa, César Aira, Juan Villoro, Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Daniel Sada, Ricardo Piglia, Alan Pauls, Carmen Boullosa, Rodrigo Fresán, Horacio Castellanos Moya, Santiago Gamboa y —dijo, Bolaño, siempre y cuando no sucumba a su propio reflejo— Jaime Bayly. Y en cuanto a los autores españoles que le interesan a Bolaño se encuentran: Enrique Vila Matas, Javier Marías, José Carlos Somoza —cubano de nacimiento y nacionalizado español—, Javier Cercas, y Pablo d’Ors (cit. en Braithwaite 70 y Gras Miravet 64-65).

Esta lista de autores y de libros que viene a ejemplificar no sólo algunas de las obras predilectas del autor sino que deja en evidencia su estrecha relación con la lectura. Y así como él quiso leer todo, pretendía que los fieles lectores que estuvieran interesados en su obra entraran en el juego metaliterario, a veces autorreferencial, que esconde su obra. Porque el problema radica, según Bolaño, en que si alguien lee un solo libro, que en definitiva está bien, no es suficiente para entender su literatura: «hay que leerlos a todos porque todos se refieren a todos». Así es que Bolaño asegura que todos sus libros están relacionados por lo que, primero, les pediría perdón a sus lectores por haber vuelto a reincidir en la escritura; segundo, les pediría que se rieran y, tercero, me gustaría que les satisficiera, no a todos, pero sí a algunos, las formas de mis novelas, que aparentemente son muy sencillas pero realmente son hipercomplicadas (cit. en Jösch n.p.).

El pedido que Bolaño hace, con ironía e inteligencia, a sus lectores solicitando benevolencia y complicidad en la difícil tarea que tiene que afrontar como novelista, constituye un guiño del autor para ese lector activo que acompaña su obra y que parece sucumbir ante el encanto de su destreza literaria. A tal punto es significativa esa vuelta al lector, que si tuviera que postular una definición que me acerque a la descripción más justa sobre Roberto Bolaño, como lector y como escritor —puesto que no se puede hablar de un Bolaño lector sin mencionar al Bolaño escritor (constituyen dos partes de un todo)—, según mi opinión, sería la siguiente: Bolaño fue un lector complejo y variado, y resultó difícil seguir sus huellas literarias, mientras que como autor fue profundo e intenso, y también resultó difícil mantener una lectura continua de sus libros.

Bolaño era un poeta, y pese a este rol o gracias a esa etapa literaria, termina convirtiéndose en el gran narrador latinoamericano de los últimos tiempos. Por temor y por responsabilidad, el autor escapa de las fórmulas literarias, de las estructuras tradicionales, de las marcas propias de los géneros, e incluso de los gestos que lo condicionan a la hora de escribir como latinoamericano —al respetar los modos de habla regionales que se reflejan en las voces de sus personajes en cada uno de sus libros—, cuyo resultado es un reacomodamiento de su figura de escritor como un cosmopolita que elige como sello de identificación autoral la marca de un escritor versátil en su escritura, algo así como un ilusionista en/con la literatura. Y desde entonces, este escritor «ilusionista» se plantea (y lo logra) escapar de los obstáculos que él mismo se coloca para desafiar su propia destreza como escritor, y lo hace, como diría Piglia, porque: «La escritura de ficción cambia el modo de leer y la crítica que escribe un escritor es el espejo secreto de su obra» (141).

Es por ello que algunos especialistas subrayan críticamente desde una intención comparatista que involucra al escritor argentino Julio Cortázar, que en Bolaño prevalece, sobre todo en su novela Los detectives salvajes, la búsqueda del sentido (literario) desde el sinsentido a partir de la asimilación de fórmulas narrativas propias del suspense detectivesco, de la nueva manera de entender el oficio de escritor y de la tarea del lector (Trelles Paz n.p.). Para este caso, como para otros —en otras novelas—, se contrapone la función del lector con la participación secundaria del autor; por ejemplo en la escritura de la novela Estrella distante, según su nota aclaratoria en el epígrafe, el lector bolañiano es el que tiene la capacidad y la libertad para ordenar el mundo ficcional, ese lector es convertido en detective, en rastreador de escritores y en lector–escritor, en la medida que termina o es capaz de terminar las novelas inacabadas en y con su imaginación.

RECONOCIMIENTOS Y OTRAS MIRADAS CRÍTICAS

Bolaño hoy está en boca de todos. Fue adquiriendo el mote de celebridad por su popularidad en los medios literarios y su éxito editorial, aunque coincidiendo con la siguiente afirmación: «A Roberto Bolaño no le cambió el éxito. No le llegó a tiempo» (Galán n.p.). La reedición de sus libros, las adaptaciones de sus novelas para el teatro —el teatro Lliure presentó en 2008 una versión dramatizada de 2666— y los guiones para el cine, llegaron luego de la desaparición física de su creador. Bolaño como fenómeno literario genera ingresos económicos impensables para el autor en vida.

El legado literario de Bolaño parece no tener fin, ya que se comenta en los círculos literarios la próxima publicación de una novela titulada: Diorama que fue encontrada junto a otros textos, como el manuscrito de Los sinsabores del verdadero policía (2011) —que fue un proyecto que Bolaño inició a finales de los años ochenta y que continuó hasta su muerte—, luego de realizar un inventario de los archivos del autor. Y a pesar de lo que afirmara el crítico Ignacio Echeverría —amigo y persona referente designada por Bolaño para solicitar consejo sobre sus asuntos literarios—: «Nada de lo nuevo que se publique va a sumar al escritor que es ya» (cit. en Galán n.p.), considero que es interesante conocer la existencia de otros libros completos no publicados —si los hubiere— por la falta de tiempo del autor en vida, dado que una lectura de ese material serviría para conformar un análisis más preciso de lo que es la obra de este autor.

Aunque como lectores quizá terminemos encontrando en Bolaño a un Wilcock, el autor de La sinagoga de los iconoclastas (1972), quien fue un escritor menospreciado e ignorado por sus colegas y reconocido tardíamente —primero en Italia y luego en la Argentina—; puesto que ese autor —Wilcock— tiene en su haber el mismo número de obras publicadas en vida que póstumas por reediciones y/o textos inéditos. Pero, de lo que se trata más bien, es de constatar que tanto Wilcock como Bolaño tienen una parte de sus obras que fue publicada sin consentimiento de los autores. En este punto, se hace necesario precisar que para considerar la obra invisible de Bolaño: los textos que no están terminados y algunos que son borradores o versiones prematuras (como por ejemplo El secreto del mal), y las obras —conservadas en cuadernos— que no fueron publicados por su autor, puede resultar contraproducente si colocamos todos los libros en el mismo nivel de aceptación que el resto del proyecto literario bolañiano (las obras autorizadas y publicadas por Bolaño).

He ahí pues que quedan dudas de la calidad y/o de la uniformidad literaria en las novelas El Tercer Reich (2010) y Los sinsabores del verdadero policía, que son ediciones tardías que aparecieron luego de la muerte del autor, así como en el libro de poesías La Universidad Desconocida (2007). Aunque en este último caso sabemos que Bolaño fue un autor que vendió más novelas que libros de poesías [1] —actualmente algunos de los títulos de su obra poética son de difícil hallazgo (no se encuentran a la venta) en las librerías—, por lo tanto, se puede justificar la insistencia del autor en su narrativa y las demoras razonables en la preparación de sus libros de poesías; estas tareas de preparación no pudieron ser terminadas por el desenlace fatal de su enfermedad.

Y son precisamente sus libros de poesía el primer eslabón en la cadena literaria de Bolaño. El autor no desconocía la dificultad para vender libros de poesía, como sucedía con los libros de Byron, pero sostenía que seguía siendo posible ser Lord Byron y que para él le era suficiente. Porque, según Bolaño, la poesía sobrevive ahora en algunas novelas. Y Bolaño afirmaba, repitiendo las palabras del crítico y teórico literario Harold Bloom, «[…] la mejor poesía del siglo XX en el mundo se hizo en prosa. En el Ulises de James Joyce está contenida La Tierra Baldía de Eliot, y es mejor que La Tierra Baldía de Eliot» (cit. en Jösch n.p.).

En los libros del autor chileno, encontramos que los límites entre narrativa y poesía no están bien definidos, estos límites son difusos porque quizás, como afirmara Bolaño, la poesía se encuentra en algunas de sus novelas. Como puede verse en Amberes (2002), la primera (según algunas estimaciones cronológicas en su producción literaria) novela de Bolaño —escrita como autor único—, cuya prosa ambigua se aleja de la forma clásica de la novela, y ello se hace más evidente por su carácter fragmentario. Mientras que en el libro de poesía Tres (2000) ocurre lo mismo, pero de manera inversa: «Prosa del otoño en Gerona» y «Un paseo por la literatura» son textos poéticos escritos en prosa; y por último La Universidad Desconocida (libro póstumo de poesía) tiene una escritura mixta —híbrida—, compuesta tanto por poesías más convencionales como por poemas en forma de narraciones breves.

La gran variedad estilística y estética en la obra de Bolaño no le quita calidad para su aceptación en un mercado editorial que es altamente competitivo. El mercado de la literatura del cual forma parte el autor, aunque —según dijera Bolaño— no hizo nada para estar en él (y esto por supuesto es bastante discutible) o para permanecer en él; no tiene nada que ver con su literatura real, la que hace en soledad y sin pensar en los lectores ni en las ventas, y que es para él: «un ejercicio de libertad que conlleva altas dosis de peligro». Y en coincidencia con los comentarios de algunos críticos especialistas, como Camilo Marks, quien sostiene que:

De modo categórico, no hay un solo novelista del momento, hombre o mujer, comparable con él en cuanto a poder y calidad literarios, en cuanto a efectividad narrativa —habilidad para entretener y contar historias absorbentes—, en cuanto a imaginación y originalidad estilísticas, en cuanto a formación cultural, en síntesis, en cuanto a la suma de atributos que siempre se esperan de un gran escritor. En muchas ocasiones, Bolaño llega a sobrepasar esas cualidades, llega incluso a exagerarlas (cit. en Espinosa 123-4).

Si deseamos comprender mejor la visión literaria de este autor y el valor de su obra, deberíamos entonces alejarnos de los efectos del fenómeno crítico que ve sin fisuras la obra del autor chileno, para concentrarnos en el grado de madurez alcanzado en su narrativa. Esta tarea resulta difícil por tratarse de un autor pantagruélico, cuya obra literaria está alcanzando un gran tamaño con dimensiones críticas extraordinarias (por los entusiastas seguidores de su obra —los críticos especialistas—), puesto que no dejan de aparecer textos inéditos. Es un escritor fallecido que obviamente ha desaparecido físicamente, pero que sigue publicando sus textos de otra manera.

En rigor de verdad, lo que ocurre con Bolaño como escritor es algo excepcional por la aparición de cuadernos personales con obras inéditos (se estima que todavía hay 26 cuentos inéditos y varias novelas), y la evidente seguidilla de libros publicados que continuó a su última obra 2666 que apareció publicada —con acuerdo del autor— un año después de su muerte, en octubre de 2004; aunque Bolaño quería que la obra fuera editada en cinco libros, pero por razones explicadas por los herederos en la Nota [2] que introduce la novela esta fue publicada en toda su extensión en un solo volumen. Luego de la publicación de esa novela y pasado dos largos años —casi tres—, aparece la publicación de dos libros en 2007: La Universidad Desconocida y El secreto del mal, y nuevamente después de dos años —también casi tres—, aparece El Tercer Reich en febrero de 2010. En 2011, fue publicada la novela Los sinsabores del verdadero policía (por la editorial Anagrama); y en 2016 y 2017, respectivamente, la novela y el volumen que incluye tres nouvelles —«Patria», «Sepulcros de vaqueros» y «Comedia del horror de Francia»—: El espíritu de la ciencia fícción [1984] y Sepulcros de vaqueros (por la editorial Alfaguara).

Ciertamente puedo asegurar que no estamos ante aquel Bolaño que publicara cada año uno o dos libros, pero sí nos encontramos con un Bolaño que publica cada tres o cinco años uno o dos libros. Las similitudes que pudiera establecer entre el Bolaño histórico y el que publica sin estar vivo, exceden quizás las expectativas editoriales que tuviera el propio autor. Bolaño se adelanta a su tiempo y termina siendo un autor que enseña a escribir a otros escritores y/o a ser un escritor, tal como lo especificara, en forma de presagio, Walter Benjamín: «Un autor que no enseñe a los escritores, no enseña a nadie» (2003-2008 8). Porque Bolaño, como comenta el escritor Gonzalo Garcés: «Era contagioso, como los buenos libros; en su presencia era fácil empezar a creerse uno mismo más valiente o más culto de lo que realmente era» (n.p.).

Los asiduos lectores de la obra de Bolaño comparten su experiencia en torno a lo cautivadores que resultan sus libros por esa capacidad del autor para «autofabular» a veces usando su autobiografía, sus vivencias personales o inventando teorías conspirativas sobre/con escritores. La obra bolañiana en su totalidad (ya que en sus poesías podemos encontrar personajes e historias con características similares a las de sus novelas) parece comulgar con la idea de «Novela Total» porque todos los libros apuntan a la figura de escritor como único héroe, cuyo destino es peregrinar para encontrar en el sacrificio la verdadera literatura.

COMENTARIOS FINALES

El estilo de escritor de Bolaño se basa en el uso libre de los modelos narrativos —los ejemplos más notables son sus novelas: La literatura nazi en América (1996) que se asemeja en su formato a los diccionarios franceses, y la extensa 2666 que tiene una estructura múltiple con cinco partes o libros cuyas historias se entretejen y se comunican para constituir una única historia con una línea argumental que se cruza con otras pequeñas historias— y en el humor (o ironía) para poder sorprender con sus textos a todo el que —como afirmara Bolaño— se atreva a leer una literatura que pretende guardar «una mínima decencia». Lo importante es no avergonzarse al cabo de un tiempo de lo escrito y no lanzar palabras al vacío, porque, según su opinión: «[…] en el momento en que llegamos en la literatura a todo vale, a una especie de democracia mediática en donde todo es bueno, en donde todos podemos tener nuestros quince minutos de fama, pues ahí se acaba la literatura» (cit. en Jösch n.p.).

Bolaño se convirtió a los 43 años de edad en una estrella en el firmamento de las letras por su irrupción literaria con la publicación de La literatura nazi en América en 1996, y al año siguiente por su paso por la editorial Anagrama, Bolaño dejaría de ser «[…] un intelectual lumpen, un apestado de las letras, alguien menos que un fracasado: un perfecto desconocido» (Dés 6). Pero este escritor desconocido fue el que supo «meter la cabeza en lo oscuro para descubrir que la literatura es un oficio peligroso» (cit. en Manzoni 211. La cursiva es mía).

Así resultó que la devoción por este autor fue creciendo, y su figura de escritor inspira a muchos lectores: narradores, profesores académicos, críticos y poetas, que se manifiestan con cierto fanatismo cuando producen una gran cantidad de reseñas, de artículos y de ensayos (y de opiniones en blogs) sobre el autor y su literatura. La vitalidad de su obra sobrepasa la transcendencia de la figura de su autor por su calidad literaria. Ahí, quizás, estaría la clave del porqué provoca la obra de Bolaño tanto interés y asombro en el público en general y en sus lectores especializados. O tal vez la respuesta está en que la literatura de hoy en día debe ir acompañada del éxito social y editorial, con premios a su autor y con grandes tirajes de publicaciones de libros, y también con traducciones a más de treinta idiomas. No basta que se haga literatura por el mero acto de sobrevivir (como hiciera Bolaño) o para buscar una respetabilidad social que, para Bolaño, es firmar libros, viajar a lugares desconocidos, sonreír y poner cara de inteligente, sino que la obra, como es la de este escritor, debe estar viva —con o sin su autor—.

NOTAS

[1] En una entrevista, Roberto Bolaño dijo que: «Los críticos siempre han sido muy generosos con mis novelas y cuentos y sería abusar de su paciencia o de la paciencia del dios de los críticos el exigir o pedir una generosidad similar para mi poesía» (cit. en García n.p.).

[2] Bolaño dejó instrucciones de que la novela 2666 se publicara dividida en cinco libros que se corresponden con las cinco partes de la novela, especificando el orden y la periodicidad de las publicaciones (una por año), e incluso el precio a negociar con el editor. Luego de la lectura de la obra, con la ayuda de Ignacio Echeverría -albacea de Bolaño-, acordaron los herederos del autor junto al editor de Anagrama Jorge Herralde la publicación conjunta de todo el material.

BIBLIOGRAFÍA

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* C. Valeria Bril es Doctora en Letras y Licenciada en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina. Fue investigadora becaria doctoral por la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la misma universidad. Ha publicado artículos y ensayos en revistas nacionales e internacionales como por ejemplo: «Una mirada crítica en el horizonte simbólico de Roberto Bolaño» (2008–2009), «La ficción de oralidad como ‘intertexto’ en los cuentos rulfianos» (2009), «Roberto Bolaño, un habitante extraviado en la literatura chilena» (2009), «La ‘caja negra’ de Roberto Bolaño, una literatura sin residuos» (2011), «La representación social de la ‘otredad’ en el discurso literario. El caso Bolaño» (2011), «La pasión imaginaria de Roberto Bolaño» (2011), «La ‘otredad’ latinoamericana: el ‘conocimiento del otro’ en la narrativa de Roberto Bolaño» (2011), «Las voces chilenas bajo la mirada bolañiana. Notas críticas sobre Chile y sus escritores» (2011–2012), «Aproximaciones teórico–críticas a la novelística de José Donoso: lecturas para pensar en El obsceno pájaro de la noche» (2013), «Roberto Bolaño: las conspiraciones críticas alrededor de un escritor imaginario» (2014), entre otros. Correo electrónico: cvbrilvaleria@yahoo.com.ar

 

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