BORGES SUPREMACISTA
Por Leo Castillo*
Lo de Borges ha sido poco menos que una religión, un culto peripuesto. Para mí, un vicio mental y también emotivo, cómo no, aunque no más allá de la experiencia estética mayormente. Porque lo estético me emociona, me conmueve. Recibo al escritor como el mayor de los solidarios. Como prototipo del mártir seglar. Así que toda esa presumida y ridícula liturgia en torno suyo nunca alcanzó a sacarme de tono. A lo sumo, giré mi cabeza a otro lado de la vergüenza ajena. Y que le hayan escatimado su eventual derecho al Nobel, a mí se me da un absoluto carajo. Que no conecto con un autor por un premio, ni lo dejo de hacer por ello. Tampoco porque lo aúpe la mafia editorial. Pones basura en una poderosa casa editora y es literatura. Lo que la hace tal es dónde la enrolas. Muchos de los mejores momentos del idilio que he mantenido o defendido con los libros, los debo a Borges. Y si bien me lo han soplado como a un zepelín sobrenatural, sigo teniéndolo casi por el mejor autor de Latinoamérica. Porque, parafraseándolo[1], Borges no escribió Pedro Páramo. ¿Leyó más libros que Rulfo? Seguramente, y de ello he devengado gran deleite, orientando en buena medida mi aguja magnética hacia los nombres grandes en mi corazón, esquivando el desmaño de otros entre los que se cuentan casi todos los premios Nobel, si a eso vamos. Siempre tuve la estética sobre la moral oficial. Cualquiera se hace el justo, pero el genio es imposible impostarlo. Es que «es difícil y raro que en aquella ciudad/ te censen como ciudadano./ En su ágora hallas Legisladores/ a los que no burla ningún aventurero», advierte Kavafis al que se aventura a tramontar el muro de la ciudad de las ideas.
Téngase lo dicho por petición de principio y a lo que vinimos. Y ya está.
No es lícito condenar un eurocentrismo intelectual, estético. Es una opción que no goza de universalidad, limitada, pero no es ello ilegal. El centro del espíritu del arte es móvil y este sopla donde quiere, como el bíblico. India, China, Egipto, Japón, México… Borges lo sabe tan bien como nosotros, aunque no más. La universalidad es o no es, así que no sufre grados. O no debiera. Europa es la patria del denominado hombre blanco, para Borges, el supremo. Que los judíos sean para él «serviles»[2] es, cuando menos, chocante, especialmente si en otros contextos (invitado a conferenciar por ellos) los lisonjea. «Más allá de los azares de la sangre, todos somos griegos y hebreos», dijo a Ben Gurión en Israel.
Estela Canto encuentra en Borges una «deficiencia humana»[3] que no parece estar demasiado lejos del «fascista de mierda» que ve Lobo Antunes.
Borges se pregonaba enemigo de toda dictadura. No disimulaba un odio enfermizo por Perón, TIRANO, y por la URSS, una DICTADURA. Un anticomunista promulgado, ¡eh!, con singularidades, como con respecto a su buen amigo Enrique Amorim, comunista. ¿Qué?: «Es verdad que Amorim era un comunista acaudalado que pertenecía a una familia de clase alta en su país y que esto, por supuesto, hacía cerrar los ojos a doña Leonor sobre sus incorrectas ideas políticas»[4]. El anticomunismo y animosidad a las dictaduras de Borges era curiosamente del mismo tipo que el de doña Leonor Acevedo, su madre. Así encuentro que tanto nada tiene de particular que aceptara ser homenajeado por el más célebre de los dictadores latinoamericanos, Augusto Pinochet, en Chile, como que «Borges, fascista de mierda», le llamara António Lobo Antunes[5]. Cosas del ambiente de una nación europea trasplantada en América del Sur, como que en Sur Victoria Ocampo «obligó a renunciar a su secretario de redacción, José Bianco, en el cargo desde hacía 25 años, cuando éste se tomó la libertad de aceptar una invitación para visitar la Cuba de Fidel Castro»[6].
Mi agradecimiento a Borges proviene de un estrato más profundo que su elocución consciente. Borges comparte con el inevitable García Márquez el papel protagónico de mis sueños con escritores y actualmente no podría decir con cuál de ellos he soñado en más ocasiones. Lo del fabulador de Macondo se me impone por haber nacido en su misma comarca, el Caribe colombiano, y quizá por habernos visto en Cartagena de Indias. A Borges lo crea la calidad de mi añoranza. Algunas de estas evocaciones oníricas las hice públicas. No ha lugar la acusación de envidia o ánimo retaliativo en las líneas en que aludo a su reiterada injusticia. No sé ya si agradecer o deplorar las infidencias de Bioy Casares y Estela Canto por el agrio efecto que han ocasionado en la incondicional amistad con el hombre y la devoción al escritor, no alcanzando, desde luego, a derribarlo en modo alguno del pedestal en que quedará hasta «el día/ ulterior que suceda a la agonía» (Borges, poema El mar).
Es torpe Borges o descuidado al afirmar que «que en todas partes, los pueblos más diferentes hayan perseguido a los judíos es un argumento en contra de ellos»[7]. Creo que esto mismo podría afirmarlo de los gitanos, de los negros o del abuso de la mujer en la historia. Es torpe acusar a la víctima del crimen contra ella cometido apoyándose el argumento de la recurrencia de la afrenta.
Su porfía tendenciosa, ya que no el atenuante de la accidentalidad, podría acaso demandar el de la conformación cateta de la argentinidad que lo contamina, lo que debita sensiblemente la universalidad apriorística y sin reservas consignada al célebre autor.
«Negrear» es voz corriente en el Caribe colombiano, al menos, que designa desprecio o sarcasmo con que se refieren a personas notando el color de su piel, alcanzando el extremo de desconocer su condición de ser humano y asimilándolo a condición animalesca. «BORGES: ‘A diferencia de los gringos aquí o de los judíos en muchas partes, los negros de los Estados Unidos son un problema real y no ficticio. Hay algo evidente en los negros que nos rechaza. Por eso los argentinos vemos a los brasileros como macacos’. HERNÁNDEZ: ‘No hay ningún parecido entre los negros y los monos. Los labios abultados son propios del hombre; los monos no tienen casi labios, la boca es como un tajo’. BORGES: ‘Todas esas diferencias que usted señala son contraproducentes. Son muy sospechosas. Usted las señala porque piensa que hay algún parecido entre negros y monos. No se pondría a enumerar las diferencias que hay entre griegos y monos, entre la Venus de milo y un mono’. Hablamos de que hubo y ya no había negros aquí. ‘Qué lástima’, exclama Hernández. (‘Este muchacho es completamente idiota’ comenta después, al recordar la exclamación, Borges»[8]. Como se ve, el racismo insano, su flagrante supremacismo blanco, precipita a Borges en la ceguera argumental: confrontando Juan José Hernández el prejuicio argentino o blanco (vienen a ser lo mismo) que compara al africano y al afrodescendiente con el animal, Borges atribuye el prejuicio a Hernández. Psicología inversa, me parece que se llama este deshonesto recurso.
Borges, en lo que tengo dicho y lo que prosigue, nunca dice africano, afro ni afrodescendiente. En una suerte de vicio de sinécdoque martilla, diríase con sevicia, negro. El abuso rebasa toda expectativa racista en El atroz redentor Lazarus Morell, de que me ocuparé más adelante. Ahora debo sofrenarme en una negación que no es, de nuevo, exclusiva de Borges, sino que ejemplifica el afán de blanquitud de este país «sudaca», referida a Falucho.
Borges niega que el soldado afrodescendiente Antonio Ruiz, «Falucho», haya existido alguna vez. Literalmente dice «la estatua del imaginario Falucho»[9].
Gracias a colecta promovida por el dibujante y retratista Juan Blanco de Aguirre en octubre de 1889, «un momento de depresión económica (…) desfavorable para levantar suscripciones (…), la estatua de Falucho, realizada en bronce por el escultor Lucio Correa Morales, fue inaugurada el 16 de mayo de 1897»[10]. La iniciativa habría tenido inspiración en el importante trabajo de memoria histórica debido al presidente (1862–1868) Bartolomé Mitre, considerado uno de los fundadores de la denominada historiografía nacional científica. El monumento alcanzaría notable popularidad, congregando multitudes, lugar para conmemoración de las fiestas patrias, mereciendo en 1923 un artículo del director del Chicago Defender, Robert Abbot, lo que da una idea de su significación, incluso para extranjeros que visitaban Buenos Aires: «Cada año entre 50.000 y 75.000 alumnos de escuelas se reúnen a los pies del monumento con representantes de la iglesia y del Estado para rendir homenaje a este gran mártir»[11], escribe Abbot. A la fecha el blanqueamiento de la memoria histórica lo ha invisibilizado casi completamente al «héroe negro» y la misma suerte de los afroargentinos han corrido los indios en «la nación (que) se representa a sí misma como blanca–europea»[12]. Según Andrews (1989), citado por Lea Geler y María de Lourdes Ghidoli, de la «desaparición» dan cuenta el efecto devastador de las epidemias en la segunda mitad del siglo XIX y el empleo como carne de cañón de los afrodescendientes en las guerras del mismo siglo (razón, creo, para que un héroe de estas características se presente), así como el mestizaje y la escasez de personas de sexo masculino en esta población: «al día de hoy, la sociedad argentina se piensa des–racializada» (Ratier, 1972; Margulis y Belvedere, 1999; Briones, 2002; Frigerio, 2006; Garguin, 2007; Geler, 2016, 2013)[13].
La crónica de la muerte heroica de Falucho fue publicada inicialmente en el año 1857 y nuevamente en 1874. Escribe aquí Mitre cómo «Falucho era un soldado negro que habría muerto el 7 de febrero de 1824 durante la sublevación del Callao (Perú), cuando suboficiales y soldados se amotinaron debido al atraso en los pagos de salarios, lo que derivó en la recuperación del sitio por parte del ejército español. En esas circunstancias, Falucho se inmoló por el honor del ‘pabellón argentino’ al romper su fusil y gritar de rodillas frente a los traidores ‘¡Viva Buenos Aires!’, por lo que fue inmediatamente fusilado»[14]. Por su parte el poeta Rafael Obligado (1851–1920), miembro correspondiente de la Real Academia Española, cofundador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, publicó su poema El negro Falucho en 1889. Dice Obligado del hecho ocurrido en la Fortaleza del Real Felipe:
En él está de facción,
porque alejarle quisieron,
un negro de los que fueron
con San Martín, de los grandes,
que en la pampa y en los Andes
batallaron y vencieron.
Hace mención de la esposa de Falucho («en su hogar desolado/ triste le aguarda») y de una amante en Buenos Aires. Falucho enfrenta a una facción criolla levantada en nombre de España, muriendo a nombre de la bandera albiceleste en el empeño. Parece que enfrentar a su Europa (en realidad, a criollos «euroargentinos») es «audacia insolente» que el supremacismo blanco de los argentinos no le consiente a un negro:
Y asestados al valiente
cuatro fusiles brillaron:
—¡Ríndete al Rey! —le intimaron,
mas como el negro exclamó:
—¡Viva la Patria y no yo!—,
los cuatro tiros sonaron.
«La estatua del imaginario Falucho», bufa Borges, ofendido en su blanquitud por la presencia de un soldado negro en la Argentina durante las primeras décadas del siglo XIX.
Para el Borges atroz de su par El atroz redentor Lazarus Morell del exterminio, la esclavitud y la tortura sistemáticos de esa vil página en la historia de la humanidad denominada trata de negros, no estas, para usar su adjetivo predilecto, unánimes desgracias merecen lamentarse. Lamenta el «euroargentino» (recuérdese que Borges, nacido en Buenos Aires, no es ni siquiera hijo de europeos) los «trescientos millones gastados en pensiones militares», la estatua de Falucho (del «imaginario» negro Falucho), «la deplorable rumba El Manisero» y el «moreno» asesinado por Martín Fierro. Cito la objetualización y caricatura de José Hernández en el libro nacional de la Argentina:
«Al ver llegar la morena,
Que no hacía caso de naides,
Le dije con la mamía:
‘Va… ca… yendo gente al baile’.
La negra entendió la cosa
Y no tardó en contestarme,
Mirándome como a perro:
‘Más vaca será su madre’.
Y entró al baile muy tiesa,
Con más cola que una zorra ,
Haciendo blanquiar los dientes,
Lo mesmo que mazamorra:
‘Negra linda’ dije yo,
‘Me gusta pa la carona’
Y me puse a talariar
Esta coplita fregona:
A los blancos hizo Dios;
A los mulatos San Pedro;
A los negros hizo el diablo
Para tizón del infierno».
Hasta aquí la caricatura del gaucho/ Hernández de la mujer del «moreno.» Luego pasa a despachar al compañero de ella…
Lo conocí retobao
Me acerqué y le dije presto:
Po… rudo que un hombre sea,
Nuca se enoja por esto».
(…) Le coloriaron las motas
Con la sangre de la herida
(…) Me hirvió la sangre en las venas
Y me le afirmé al moreno
Dándole de punta y hacha
Pa dejar un diablo menos».
…para regresar finalmente con la mujer del hombre ahora muerto:
Yo quise darle una soba[18]
A ver si la hacía callar;
(…) Y por respeto al dijunto
No la quise castigar[19].
Conforme a esto Borges no es más que pasivo heredero o eco de una tradición argentina, reiterada hasta extenuar con su redentor Lazarus Morell: aquí lo vemos diligentísimo tratando de notar de bestias o barbarie a víctimas de brutal esclavitud, a los débiles en desventaja: «Fuera de la relación madre-hijo los parentescos eran convencionales y turbios. Nombres tenían, pero podían prescindir de apellidos. No sabían leer. Su enternecida voz de falsete canturreaba un inglés de lentas vocales. Trabajaban en filas, encorvados bajo el rebenque del capataz. Huían, y hombres de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastraban fuertes perros de presa.
«A un sedimento de esperanzas bestiales (el subrayado es mío) y miedos africanos habían agregado las palabras de la Escritura». Poco que agregar; adviértase, sin embargo, como achaca a los esclavos una renuncia de su identidad: podían prescindir de apellidos. ¿Es Borges ignorante de la imposibilidad de contar con apellidos esclavos a los que se marcaba con el hierro del amo como a reses a manera de «apellido»? Los caballos son «hermosos», los perros, fuertes, los esclavos («las negradas», dice) indignos de ser cazados por estos magníficos animales. «Magnífica», si bien atroz, es la existencia de Lazarus Morell, «hombre tan memorable y famoso», que recluta (roba) negros incitándolos a huida para luego revenderlos, etc. Estos esclavos a veces «cometían la ingratitud de enfermarse y morir (…) Por eso los tenían en los campos desde el primer sol hasta el último». Nos enferma Borges aquí con expresiones como «el hijo de perra nacido esclavo» o cuando a los Abolicionistas describe como «una turba de locos peligrosos que negaban la propiedad y predicaban la libertad de los negros». Ya en la introducción lamenta entre los achaques de la traída de africanos a América la exaltación del abolicionista Abraham Lincoln (pero no olvidemos que Lincoln quiso inicialmente, como «solución» al conflicto civil, desterrar a los afros de Norteamérica a una isla centroamericana) a un «tamaño mitológico».
Consideraré la posibilidad de que alguien intente redargüir al mismo Borges, redimiéndolo mediante una increíble maroma retórica, haciendo del notable autor argentino un imposible inocente (un Borges apenas irónico, mordaz a lo sumo y esto solo respecto de Lazarus Morell); a ese abogado ilusorio que invirtiera los términos, haciendo a Borges verdugo de Morell y un Pedro Claver de los esclavos (descontado el cuestionamiento moderno a Claver), respondería con esa pobre y melancólica frase de los mortificados y resignados: con amigos así, para qué enemigos.
«Los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos, y eran barcos que venían de Europa, y así construimos nuestra sociedad»: (Alberto Fernández, presidente de Argentina).
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*Leo Castillo es un reconocido escritor y cronista colombiano. Ha publicado los libros: Convite (Cuentos), Ediciones Luna y Sol, Barranquilla, 1992 Historia de un hombrecito que vendía palabras (Fábula ilustrada), Ib., Barranquilla, 1993. El otro huésped (Poesía), Editorial Antillas, Barranquilla, 1998. Al alimón Caribe (Cuentos), Cartagena de Indias, 1998. De la acera y sus aceros (Poesía), Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 2007. Labor de taracea (Novela, 2013). Tu vuelo tornasolado (Poesía, 2014). Los malditos amantes (Poesía, publicado por Sanatorio, Perú, 2014). Instrucciones para complicarme la vida (Poesía, 2015). Documental sobre Leo Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=Ec_H6WMsU-c Colaborador de El Magazín El Espectador; El Heraldo y otros diarios del Caribe colombiano. Colaborador revistas Actual, Vía cuarenta (Barranquilla); Viceversa Magazine, Revista Baquiana (USA); copioso material en sitios Web. Correo: leocastillo@yandex.com.
- Dice que «línea por línea Quevedo es superior a Cervantes, pero Quevedo no escribió El Quijote.» (N. del A.) ↑
- Lunes 1° de noviembre de 1965, en Bioy Casares, A., Borges, 2011, p. 449. ↑
- CANTO, Estela, Borges a contraluz, 1991, p.69. ↑
- Ib., p. 86. ↑
- En LA ESFERA DE PAPEL Literatura, El Mundo, 16/10/2019 11.07 p.m. ↑
- CANTO, Estela, Op. cit., p.88 ↑
- Casares, Bioy, Borges, 2011, p. 36 ↑
- Ib., p. 346. ↑
- El atroz redentor Lazarus Morell, en Historia universal de la infamia, 1935. ↑
- El lector hallará el tema y una solvente bibliografía sobre Falucho en GELER, Lea y GHIDOLI, María de Lourdes, Falucho, paradojas de un héroe negro en una nación blanca. Raza, clase y género en Argentina (1875-1930), Universidad Nacional de Rosario, 04 junio 2019, http://portal.amelica.org/ameli/jatsRepo/27/27692002/html/index.html, 9/06/2021 5:27 p.m. (N. del A.) ↑
- Ib. ↑
- Ib. ↑
- Ib. ↑
- Ib. ↑
- Se refiere los glúteos de la mujer. (N. del A.) ↑
- «Lo pícaro de esa alusión reside en que la carona, además de ser parte del apero de montar, era pieza que el gaucho utilizaba para tenderse sobre ella cuando dormía al raso.» (Nota en HERNÁNDEZ, José, Martín Fierro, Panamericana, 1997, P. 48.) ↑
- Ib.: «Doble Sentido: ‘por rudo’ y ‘porrudo’, que tiene porra o vedija, es decir, porción de lana apretada», aludiendo al cabello grifo del hombre. (N. del A.) ↑
- Manosearla (N. del A.) ↑
- Someterla sexualmente hablando. (N. del A.) ↑