Mundópolis: Crítica de la sinrazón impura

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BREVE CARTOGRAFÍA DEL IRRACIONALISMO EN LA CULTURA Y EN EL ARTE: RAZONES DE LA SINRAZÓN O «IRRAZONES»

Por Jorge Machín Lucas*

De manera muy reduccionista, pero altamente pedagógica, se dice que hay un movimiento pendular en la historia. A saber, que ha habido épocas en las que ha preponderado la razón gracias a una mayor estabilidad económica y política y otras en las que lo ha hecho la sinrazón, cuando ha habido crisis y conflictos. O sea, que confiamos en el orden lógico aprendido cuando las cosas van bien y que desconfiamos de él cuando van mal. Así sucedió entre el Renacimiento y el Barroco, entre la Ilustración y el Romanticismo, o entre el realismo, naturalismo y costumbrismo decimonónicos y el modernismo del mismo siglo. También se puede detectar esta dicotomía, grosso modo, entre el arte figurativo y el abstracto y entre la modernidad y la postmodernidad. Este estereotipo lleva a hacer una serie de consideraciones ulteriores acerca de lo que puede suponer lo irracional frente a nuestra tan idolatrada razón, tan llena de errores y de contradicciones en este distópico mundo «postindustrial», «post–recalentado» y «postvírico» en el que vivimos, uno de insalvables desigualdades, depredación, violencia y muerte. Un mundo de progreso que ha beneficiado a unos pocos y en el que toda búsqueda de justicia social universal ha fracasado por el momento.

En La rebelión de las masas, de 1929, Ortega y Gasset (1883–1955) afirmaba con complaciente (sin)razón que una convivencia inveterada llevaba a una sociedad pactada (Madrid: Revista de Occidente, 1962. 290). En ella, los usos o normas de comportamiento de tipo intelectual, de la opinión pública, de técnica vital o costumbres, de conducta o morales y del derecho —o sea, la razón acordada— estabilizaban dicha convivencia (292-3). No obstante ¿a qué precio? Allí comenzó todo nuestro ordenamiento social y jurídico y el imperio de la injusticia, de la pobreza, del cinismo y de la hipocresía organizados. ¿Cuántos delitos y crímenes se amparan en Estados racionales de derecho o de siniestro? ¿Por qué muchos son castigados con diferentes penas en distintos países? ¿Por qué algunos con el paso del tiempo se legalizan —el aborto, la eutanasia o ciertos de tipo sexual—? ¿Por qué se hace el de la vista gorda ante el delito si este reporta beneficios económicos a todo un grupo de interés o a toda una comunidad? Lo justo y lo legal no son sinónimos, sino que dependen de relaciones y luchas de poder e ideológicas. La convivencia estable es tan solo un ideal. El ser en el mundo es un fluido constante de egoísmo en lo sincrónico y en lo diacrónico. La lógica consensuada tiene límites y errores de base, algunos de ellos tal vez deliberados, que permiten que se mantengan en el poder ciertas familias. En esta problemática no solo se encuadran los sistemas, por así llamarlos, (i)legales y (a)políticos, sino también los (anti)ideológicos, los (anti)culturales y los (anti)artísticos en que vivimos. Todos ellos tienen doble cara: la oficial o positiva que pocas veces nos llega y la oficiosa o negativa que nos afecta las más.

Al ser tan imperfecta, selectiva y relativa, esa razón negociada no es tal en puridad y es mejorable, muy posiblemente, con ayuda de lo irracional, algo que las gentes biempensantes en lo social y en lo científico desprecian actualmente sin fundamento. Y eso si es que la razón, en sentido estricto, no existe (siendo tan solo a figment of our imagination, un producto de nuestra imaginación, o wishful thinking, una ilusión, un idealismo) ya que en todo lo pensado y percibido está el sujeto, que ante todo es ente pasional y erróneo. Por tanto, en ese caso nada sería objetivo ni total, como pretende ser aquella, ya que nuestro ser limitado es tanto el que procesa mentalmente como lo procesado. La razón y la sinrazón son, de hecho, las dos partes en que se divide una «archirrazón» superior universal, que es la potencia cósmica que gobierna todo en desequilibrado equilibrio. La primera es la perceptible y «conceptualizable» y la segunda es la imperceptible e «intuible». Hasta el filósofo inglés Alfred North Whitehead (1861–1947) creía que nuestra lógica no podía explicar ni dominar una realidad mucho más proteica y estocástica. Nuestra inteligencia, sea individual o colectiva, es una minucia ya que depende del cerebro, de los sentidos y de la percepción de minúsculos entes que habitan la inmensidad del cosmos. Con ella nunca llegará la raza humana a entender nada por completo ni a estabilizar ningún signo ni ninguna conducta por pequeños que sean. Tan solo aspirará a un pacto de agresión reducida, a una sesgada ética de mínimos que favorece o da ventaja siempre a los que ya están cerca del poder desde antes de nacer.

Esto se aprecia en esos sistemas (anti)ideológicos, (anti)culturales y (anti)artísticos anteriormente mencionados. Ningún producto de la mente humana ni de su razón es estable, inmutable o expandible ad infinitum. En un momento dado, toda ideología puede afirmarse o negarse a sí misma según los resultados de su aplicación práctica o de acuerdo con las circunstancias y las presiones que la rodeen. Puede ser bien vista o no y siempre se transforma hasta desaparecer en su actual forma. Y lo mismo sucede con todo movimiento cultural o artístico, que generalmente impera tan solo por cansancio de la gente frente al que le antecedió. No solo eso. Todos esos sistemas, o (anti)sistemas, están en diálogo y en dialéctica permanente con su opuesto, como sucede con la convivencia entre el maoísmo y el capitalismo en China o con la racionalizada e inflada comercialización —o pragmática y funcional prostitución— del irracionalismo en el arte: la venta por precios exorbitados del arte de vanguardia para convertirlo en mera decoración, por ejemplo.

La razón es volátil y lo irracional la puede ayudar a explicar mejor, a corregir y a fijar. Con todo, ni qué decir tiene que este último, a saber, el, por el momento, imperio de lo ultrasensorial, de lo ultraperceptivo, de lo «ultraconceptualizable», de lo «ultrademostrable», de lo esotérico, de lo inmanente, de lo trascendente, del subconsciente y de lo onírico, se trata muchas veces de manera muy superficial, muy trivial, para lo extenso e importante que es. Si no se desprecia por completo, lo irracional se vende como un fast food cultural que busca exclusivamente lo rentable, lo cuantitativo económico sobre lo cualitativo intelectual y lo simple, lo sintético y lo dogmático en las formas, en los contenidos y en las interpretaciones sobre lo complejo, lo analítico y lo ecléctico en las mismas. Se le da a la masa alienada bien masticado, que es lo que ésta le exige por comodidad y por cansancio. Ella quiere que, paradójicamente, lo relacionado con lo ultrasensorial encaje en su reducido mundo de experiencias, de enseñanzas y de expectativas y que no le haga cuestionarlas en modo alguno de manera dolorosa ni traumática.

Eso sí que es auténticamente irracional y es obra y arte del capitalismo consumista y depredador: convertir en lógico lo ilógico, en perceptible lo imperceptible, en material lo espiritual y en contable lo incontable. Allá está la reproducción inmisericorde del arte abstracto o de vanguardia como objeto de decoración doméstica o de la literatura y del cine fantásticos como entretenimiento rápido y barato, entre otros. La civilización nos educa y satisface con su propia barbarie cultural y comercia materialmente con lo sublime del espíritu, aguándolo, para tenernos bien dominados intelectualmente, reduciendo nuestra capacidad crítica, y para así poder mantener el statu quo de gobierno de ciertas élites económicas. Lo irracional supone un gran negocio en lo legal y en negro. Se prostituye a través del arte popular y de la industria editorial en la literatura fantástica y vanguardista, en los ensayos de lógica informal, en los horóscopos, en los cómics, en la pornografía, etc. Eso también sucede en la fantasía descabellada del cine de Hollywood, de Bollywood y de otras industrias (inter)nacionales, de la televisión, del internet o de los videojuegos. E incluso está presente en los juegos de azar, en la mercadotecnia de lo paranormal o en la violencia del toreo, del boxeo y de tantos otros deportes y espectáculos de masas. Es una más de las máquinas tragaperras de la postmodernidad. Asimismo, se usa y se abusa de lo irracional como ansiolítico, como entretenimiento, como distracción, como escapismo o como evasión de lo aparentemente real y de muchos de sus más que discutibles métodos empíricos.

Sin embargo, frente a la manifiesta simpleza, a la debilidad intelectual, a las falsas sutilezas, a las redundancias, a las contradicciones, a las aporías y a los errores de nuestra hipotética y santificada razón que se nos han inculcado desde el sistema educativo elemental, muchas veces manipulado por los que detentan el poder político y económico, nuevo instrumental extraído de lo irracional pudiera convertirse en un método crítico ultra o paracientífico que expandiera epistemológicamente esa lógica pactada y hasta ahora fallida. Eso es así porque lo irracional nos conecta con el todo no percibido ni por nosotros ni por la ciencia donde están el origen y el destino de lo creado, los grandes enigmas de la humanidad todavía no resueltos. O sea, así tal vez se podría aportar más conocimiento, más ángulo de visión y más capacidad de penetración y de profundización en el misterio del mundo, de la vida y del ser. No ha de ser necesariamente una quimera sino que puede convertirse en todo un programa científico, alternativo o no, a tener en cuenta para un futuro no tan lejano, siempre que esa comunidad intelectual, tan sectaria a veces, tan pagada de sí misma y tan servicial con el poder del dinero, acabe viendo las conexiones entre todo esto y su razón, sobre todo en las matemáticas y en la física teórica.

Mientras esto no suceda, nos tendremos que conformar con considerar lo irracional como una forma de contestar y de criticar al poder de la razón y a la razón del poder. O como otra de escapar de su fatal influjo momentáneamente, al menos para no volvernos más locos de lo que ya estamos. Ante a una razón que va a piloto automático, tan lacaya del capital, tan parcial, tan tendenciosa, tan incompleta y a veces tan falsa, lo irracional, acusado por las mentes biempensantes de ser locura, estupidez o brote del subconsciente, es una vía para apartarse algo de las constricciones del hegemónico pensamiento único preponderante ya por todo el mundo, de carácter capitalista y religioso y de tipo represivo, utilitario y asfixiante. Es una manera como cualquier otra de superar, mediante las libres meditación e imaginación, la arrogante, monótona y aburrida propaganda de los ganadores de la sociedad, del pensamiento y de la historia, esos que tantas veces nos engañan y nos esquilman.

Y a aquellos que, aun a pesar de estos argumentos, insistan en el hecho de que lo irracional es pura baratija intelectual se les puede contestar lo siguiente. Él forma la base de muchos países desde su fe en indemostrables religiones que se constituyen en supuestas razones de Estado y en legislación. Y eso no sucede tan solo en el tercer mundo, sino que articula el gran imperio político, económico y científico estadounidense tanto como otros contra los que este está luchando en Oriente. Y eso se plasma en el arte tanto por acción (en sus iglesias y en sus propagandas, por ejemplo) como por reacción (la respuesta de ciertos artistas antisistema de vanguardia).

Cabe abundar en que, ante una historia que cíclicamente repite sus errores a pesar de nuestro tan admirado progreso científico, se impone la necesidad de buscar y de encontrar nuevos rumbos cognitivos para dar un nuevo salto en la evolución que reduzca sustancialmente o que acabe definitivamente con esta ruin reiteración. Por el momento, se han mejorado ciertas condiciones de vida sanitarias, técnicas y tecnológicas, pero estas últimas hacen que nos sigamos aniquilando más y mejor los unos a los otros con el arte militar, que es la sinrazón o la entropía racionalizadas para proteger a unos cuantos. Además, para los que hasta ahora hemos sobrevivido a esta depredadora cinegética humana se ha empeorado nuestra capacidad intelectiva y comunicativa con la barbarización cultural y con los excesos de información basura, fragmentada y atomizada que nos rodean en nuestra virtual realidad «glocalizada». Esto nos lleva a plantear la necesidad de explorar otros fértiles terrenos que no sean solo los de nuestra mal llamada razón. Ellos pueden ser los de lo irracional y los de lo ilógico, con la intención de llegarlos a convertir en una razón y en una lógica superior un día de estos.

¿Por qué no? Si la ciencia y la filosofía surgieron hace siglos del pensamiento mitológico y especulativo, como la química nació de la alquimia, tal vez de la investigación científica en lo irracional surja mayor conocimiento acerca de lo que nos rodea. Lo irracional postula indagar en lo pluridimensional superando la «tetradimensionalidad» convencionalmente aceptada. Va más allá en sus intenciones y en su alcance. Con él, nuestra desarrolladísima hipersubjetividad busca expandirse hacia un todo objetivo nunca explicado satisfactoriamente por la ciencia. Ese es el del cosmos, el de sus ciclos y el de sus ritmos. Su aspiración es llegar a la síntesis de todo sistema binario, a la de todas las tesis y antítesis. Allá, en ese centro, nos podríamos acercar a vislumbrar y a entender nuestro origen, nuestra creación y nuestro destino, así como todo lo que nos supera intelectualmente.

El Ars combinatoria o Arte luliana del escritor mallorquín Ramon Llull (1232 – 1316), que combinaba filosofía, religión y ciencia, pretendió ser una aproximación a ese estadio superior de nuestro conocimiento. También lo es la interacción entre el arte figurativo y el de vanguardia -con la abstracción y el surrealismo a la cabeza-, entre la consonancia y la disonancia musical, entre la retórica y la antirretórica o entre el poema clásico y el verso libre. En suma, habría que juntar la preceptiva clásica de Garcilaso de la Vega (entre 1491 y 1503-1536), de Luis de Góngora (1561-1627) y de Francisco de Quevedo (1580-1645) con las innovaciones formales y temáticas de Vicente Huidobro (1893-1948), de César Vallejo (1892-1938) y de Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), por poner unos pocos ejemplos. De esa nueva colonización intelectual seguro que saldrían magníficas «irrazones». Y de estas una nueva ciencia y una nueva industria más justas.

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* Jorge Machín Lucas es catedrático de estudios hispánicos de la University of Winnipeg. Se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de libros sobre José Ángel Valente y sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.

 

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