Literatura Cronopio

0
974

calida fornax

CALIDA FORNAX

Por Juan Velasco*

Para Manuel, amante de los monstruos y las monstruosidades

Los historiadores ignoran los hechos, pero en el centro de cada proeza habita el lamentable sabor de lo ridículo. Así este lugar, denominado Cali Fornia, la quinta economía del mundo, nació como ínsula extraña, como grotesco error de los que la crearon. En los mapas del siglo XVI, California era una isla nominada en latín Calida Fornax, «horno caliente»; y luego en castellano, Cali Fornia. En mapas se multiplicaron las visiones de monstruos, fábulas y bestias legendarias que se mezclaron con históricas e inhumanas masacres.

* * *

MITOGRAFÍAS

Centauros y Acéfalos*.

MIRA: LOS CENTAUROS SIN OJOS SE ARRODILLAN
para besar a los monstruos que yacen a sus pies, y la cruz
brilla en sus uniformes, y está manchada de sangre.

Mira: el enemigo desnudo y grandioso yace como una niña frágil
y ese Dios que les ordena, se conmueve
de tanta muerte junta, y hace sonar
el metal de la trompeta. Nunca vio
otro encuentro igual: los centauros son bestias altas y delgadas,
y cabalgan lentas como la muerte, y su Dios débil, torturado,
cuelga de un madero negro; su pecho
traspasado por la daga y el odio nervudo. A ese cuerpo retorcido rezo entre caballos caídos, entre mis hermanos acéfalos muertos. El metal de la trompeta también a mí me hiere y mata. Desaparezco
en la sombra de mi tierra,
donde las mujeres lloran ese sonido nuevo que llega
de las cosas quebradas y olvidadas.

[*Bien conocido es que los indígenas americanos vieron centauros de hierro, dioses feroces sin ojos, que flotaban en canoas gigantescas y que llegaban desde lo más profundo del mar. Igualmente, los cronistas vieron tribus de acéfalos–hombres con atributos caníbales, que carecían de cabeza. Shakespeare, más detallado, describe que esos hombres se caracterizaban porque «sus cabezas crecían bajo los hombros». Sir Walter Raleigh juraba haberlos visto en América, y que sus ojos se encontraban «en las espaldas del pecho y una larga cola de cabello [crecía] hacia atrás entre los hombros»].

Y QUEDÉ MIRANDO

Ars Poetica*

Y quedé mirando
la inmensidad
de aquella extraña isla, la unión
del aire con la tierra, la ambigua
transparencia de su silencio lejano.

De ese horno caliente
surgió, de esa tierra, una bella mujer
de piel oscura, que soñé
y traspasó mi pecho. Eterna Calafia, amazona
que en la lejana memoria de mi libro vive,
¿por qué no te busqué? Mejor la aventura suicida de ese viaje
que morir en mi país, en este imperio
de corruptos brazos agotados. Ahora te sueño de nuevo:
eres certeza, eres mujer y tierra,
mi buena ventura, en este mi final cercano.

Entre los héroes de Carlomagno vives,
Calafia brava y presente, en esa canción de Cali Ferne.
Y yo, tan cerca de la muerte, ya soy nada —a ti me abrazo
en mi último aliento: tú eres lo único que me redime y salva.

[*Montalvo sueña, en sus últimas horas de vida, con una bella amazona negra hallada en una isla que los franceses llaman Cali Ferne. Recordada en la Canción de Roland y en las hazañas de Carlomagno, Calafia es la reina de esa ínsula y de su ejército de amazonas. La vida de Montalvo, no dedicada a ninguna acción noble, excepto a la falacia de la escritura, parece ahora vacía y agotada. Su obra, Las Sergias de Esplandián, escritura fugaz y breve ahora totalmente olvidada, en su hora fatal, es lo único que le redime y salva].

Calafia*

I.
FLAMEAN A LO LEJOS
los soles encendidos, los ojos feroces
y sus bocas expectantes, y el borde agudo,
negro, de sus lanzas brilla
en la urgencia de los vientos
punzantes y duros. Observan las mujeres
desde lejos la armada, y en la velocidad
de los pájaros nocturnos se esconden,
esperan y callan. Llegan las naves
como la muerte, hombres divinos
con espadas y dagas,
y en sus filos, la sangre humea.

II.
«Violentos, se unen a nosotras
mientras a su dios
claman. A ese hombre
que crucificaron
y ahora, mientras le besan,
le ofrecen nuestras ínsulas y tierras,
y en nuestros vírgenes
corazones le clavan. No dejaremos
que sus varones nazcan».

[*Reina de las Amazonas, mujer negra de las Américas, su imagen es eterna en el escudo de California. Cristóbal Colón cuenta de la isla de Martinino que «era poblada por mujeres sin hombres». Pedro Mártir de Anglería las describe como mujeres «violadas, que desde pequeñas les cortan un pecho para que mas ágilmente puedan manejar el arco y las flechas, y que pasan allá los hombres para unirse a ellas». Ese mismo cronista señala que no conservan los varones que les nacen, y que estas vírgenes armadas, hermosas y violentadas, unieron su nación de mujeres feroces al reino de Constantinopla, para así destruir todos los ejércitos cristianos].

Asesino amado*

Devorado por el sudor, te he visto
disuelto en la selva del dolor, del pánico,
transformado en la sorpresa de tu cuerpo.

No me hablas. Fundido en un solo
estallido de luz, ladras ante el brillo
de la luna que te devora y muerde.
Así te he amado: atado al flaco vientre
de un potro, herido
por el filo brillante de la navaja.

Tienes el ojo tierno de los perros
pero, cuando todo se detiene, me llamas
desde el rincón más agotado del espejo
—eres mi asesino
amado—, me susurras, dulcemente,
que los lobos, finalmente,
para devorarme ya han llegado.

*[En la obra de Lycosthenes refieren los portugueses que los cinocéfalos eran un linaje «de hombres con cabeza de perro, con sus pelos, orejas largas, los brazos, y la mitad del cuerpo de hombre, los muslos de caballo, las uñas de búbalo». Otros cronistas refieren que los feroces cinocéfalos, que no hablaban, sino que ladraban, se unían a las hienas para devorarlas. Los hombres lobos actuales no son sino pobres derivaciones de lo que, sin duda, fue un terror más antiguo y mítico].

El ahorcado*

I.
LLEGARON AL GALOPE,
y encendidas, sus miradas
se confundían con la sangre
que derramaban
sus caballos de hierro. Al galope,
rugían como fieras
y sus voces, eran yunques,
y sus brazos, martillos
ardientes y duros
que nos clamaban
como ángeles caídos
del cielo. Cuando morían
—en el velo de la noche—
ya no eran dioses
sino mortales heridos
por el discurrir del miedo. Yo sabía
que llegarían los dioses,
que al reconocerme,
se verían en mi rostro,
que yo les daría los nombres
de todas las cosas. Vestido de negro,
aquel hombre puso el índice en su boca,
y con la mano señaló a los cielos.
Al salir, dejo una ranura de luz
tras la puerta. Me había sido prohibido
que yo informara de mis dioses,
de mi lugar, de mi lengua ya olvidada.
«Es la hora de las caras», le grité
desde mi celda. Se quedó mirándome
como si en ese instante me hubiera reconocido,
como si ya no fueran necesarias las palabras.

II.
Me observó desde la luz,
me robó mi atuendo guerrero, me ofreció
su agua feroz. Aquella noche
soñé con árboles distintos:
eran de rugosa piel. Y desde el infierno
de mi celda lo supe: No nos encontraremos,
no habrá amor, ni en la sombra
caliente de sus mejillas, ni en esa agua fiera
con el que me salpica el rostro, ni en el sudor
con el que me tocan sus dedos
temblorosos.

III.
Soñé con ramas luminosas, con una brisa
que ya no existe, con el aire derretido
de su presencia. Esa sombra larga y oscura
que aquella noche ese hombre
me robó. Me dejaré caer
entre los árboles envejecidos,
me dejaré soñar
para que otros me escriban,
moriré en el fuego de sus ojos
—allí donde me desnuda el silencio
donde mueren los murmullos
frenéticos del aire, allí donde
no me atacan
las bondades de su piel—.

[*Las crónicas de Francisco Palóu refieren un extraño incidente. Este se basa en un breve encuentro, del Padre Junípero Serra y de un cacique indígena, sin nombre, en una noche fatídica de 1783. Dice que este cacique se rebeló y quiso matar al padre, en 1775, en la misión de San Diego. Apresado, ocho años más tarde, Palóu refiere que Serra le ofreció agua bendita y que este hombre, rotundamente, repudió el ritual de su bautismo. Durante múltiples noches fue visitado por el padre, y en todas, ese hombre negó la caricia de esa agua turbulenta y misteriosa. Para sorpresa del padre, el 15 de agosto de 1783, el cacique libremente decidió ahorcarse: eligió la soga y la muerte en su celda].

Sirenas*

FIEBRE de las que morimos en el espejo del deseo, en los arroyos
del cielo me miro, y mordiendo las tetillas flacas de la espuma, mi carne seca les ofrezco. Desnuda y sin pelo, soy un lechón triste, que yace en el susurro de la arena fina, y en el reflejo de esas aguas, a mí misma, grande y redonda como una madre, me veo. Alimento tritones del infierno, aúllan como búbalos sin cara y de sexo vacío. Ellos regalan la pausa de mi tumba. Ahí caigo, sola. Ahí desaparezco sin un gesto, sin la llave de tu aliento.

[*Las sirenas tenían un color que «era entre pardo y bermejo: la tez no era escamosa ni de carne sino lixa y con un vello de pelos largos y ralos». Pedro Mártir de Anglería confundía sirenas y tritones. Estos últimos llegaban del mar, eran «una gente con cola, larga de una palma y recia como el brazo, que no era movible como la de los cuadrípedos, sino tiesa en redondo, como las vemos en los peces y en los cocodrilos». Las sirenas enamoraban a los hombres de la misma manera que los tritones las enamoraban a ellas].

José y el linchamiento de Josefa*

I.
Te despertabas sola, el clima de este horno caliente, robándote toda la ternura, secándote la boca. Escarbabas en el grito que traía la luz de esta California. Tu boca era de miel y tu cuerpo como luz del alba. Estabas sola cuando apareció el hombre. Le oías ladrando al pie de tu cama, sus ojos nadaban por tu cuerpo como pececillos frágiles, y tu boca le esquivaba. El aliento de sus golpes te revolcó, te forzó a darte la vuelta, y las sábanas sudorosas olían a jabón delicado y dulce, como si la cama te buscara para abrazarte y sorprenderte, mientras tu cuerpo moría traspasado por los dedos y las bocas.

II.
Devorada por la soga, disuelta en la selva del dolor, del pánico, me acerco a la sombra de su cuerpo. La ahorcada es un brillo de luna que me devora y muerde. El flaco vientre en el que descansa su mano se ha detenido para siempre.

III.
Esta noche lo detiene todo, y ante ti me arrodillo y lloro. Josefa, cuelgas de un sombrío árbol, como extraño fruto, pero tus ojos quietos tienen brillo del Paraíso.

[*La reportera del Steamer Pacific Star, ya en Downivielle, describió a Josefa como bonita, «en la medida en que se considera el estilo de belleza mexicana morena». Vivía con su marido, José, y compartía casa con el anglosajón Cannon. El 14 de julio de 1851 Cannon entró en la casa, provocó «disturbios» y Josefa le apuñaló en el corazón. El jurado la encontró culpable del asesinato y se le ordenó morir colgada dos horas después del suceso. José fue declarado no culpable, pero se le advirtió que abandonara la ciudad de Downieville en 24 horas. Aquella noche, mientras Josefa se preparaba para su ahorcamiento, extendió su mano a quienes la rodeaban y dijo: «Adiós». La reportera de Steamer Pacific Star dijo que «presentaba más la apariencia de una persona amable que no la de un monstruo sediento de sangre»].

Silicon Valley*

LECHE NEGRA DEL ALBA: te bebemos desde el amanecer, todos los días,

y hasta los domingos nos alimentamos de la luz que llueve de tus pechos, de esas perlas negras que dulcemente deslizas por la boca hambrienta de nuestro sexo.

Este espejo amargo nos aguarda al despertar: tiene un rostro de ángel fiero,
su voz dibuja canciones de cuna, nos amamanta con la redonda bola
de la fruta, con la dulzura desdeñosa de un amante fláccido que muere, con la lánguida ternura de las manos varoniles que descansan.

Al amanecer te bebemos con bastón y zapatillas, con el cinto y las hebillas ajustadas a la fotografía de la muerte. Desde el alba este espejo nos enseña un solo amor: es una triste nalga expuesta, es un niño inocente y su sombra delgada.

Extraños estos biberones que nos amamantan: los que nos llevan hasta el final del viaje, y en ese terror, bebo la soledad de mi saliva oscura. Pasea con nosotros siempre este espejo negro, y al final del día tu boca es la soledad de una tarde sin trenes. En el frío de su abrazo vives, y eres vientre inútil, retorcido de dolor, enrojecido de miedo.

[*El Silicon Valley (1980-2023) no es una región, es un espacio infernal que extiende su hechicería por todo el planeta. Esta cabra sagrada del capitalismo salvaje, desde la mañana hasta el anochecer, nos amamanta a todos con su leche amarga y negra. Otros cronistas dicen que es un Black Mirror. La tecnología del Silicon Valley es un espejo negro en el que nos reflejamos desde el alba, y en su noche oscura, hasta el amanecer. Si Dios existiera lo desterraría a las regiones más sórdidas y atroces del infierno].

De La Masacre de los Soñadores

A LOS FUGITIVOS LA SAL NO NOS PERDONA

Hemos depositado la totalidad de la tristeza
en los bancos de América, la palabra
da buenos dividendos, el silencio
también se valora en la bolsa, la expectación gana
millones, Wall Street es una bella noche clavada
al pánico de la felicidad.

Hemos construido edificios en la totalidad de las luces,
en Los Ángeles el grito nos ha hecho famosos, el fruto
del mal es la garantía del cable y del acero.

Hemos huido indistintamente y ahora los insultos
nos escupen la advertencia: a los fugitivos
la sal no nos perdona, y lo mismo
será por la mañana.

CUSTODIO Y LOS DARDOS DEL SUEÑO

En California los meses me disparan dardos de sueño,
Los hoteles más jóvenes se suicidan de un sólo
Salto, se estrangulan con sus lenguas de hielo.

En California el cáliz sabe a ciénaga,
El crujido del cristal y la palmera te persigue,
El silencio te invade cada gesto,
Los cuchillos se hacen tus amantes.

Los meses huyen a California en sigilo:
«¿No te quedas aquí para siempre,
Donde nació el fuego? ¿No te quedas
Donde se descompone la sangre?»
Trozos del horror me besan,
Se sacrifican para que me quede en California.
Cuando los nombres ya se han ido,
Sólo queda el reflejo de una madre de cristal.

LA HUIDA

En California huimos de los vendavales y los terremotos,
son nuestros amigos los ríos de la menta y la madera,
construimos pieles que tiemblan como alas, como hojas
verdes abrazadas a las ramas.

En California se refugian los que han muerto y al tercer día
se levantan y corren a la presencia del otro, el rostro lívido
nos delata, el aire se hace pesado, preferimos las telarañas
pero escuchamos las llamadas de los que no tienen ojos, con ellos
hacemos nuevos viajes a planetas cotidianos, adonde el sacrificio
se esconde en el centro fácil de la melena oscura y poderosa.

En California mueren los elefantes del olvido,
los niños fuman continuamente en pipas inmemoriales,
la paz habita entre manos delicadas, los espejos de color crema
han desaparecido.

De 1988: NY-LA

CALIFORNIA

  1. Cuando llegamos a L.A. el espacio es fuga delirante de lo horizontal. Toda sensación de realidad se escapa. Hasta las fotografías huyen vertiginosas, y se convierten en cine. En Los Ángeles todo huye, la existencia es huida. Huimos hacia un futuro vertiginoso que se manifiesta en el fluir de un presente perpetuo donde lo único tangible son las imágenes que se suceden.
  2. Miro alargarse las freeways rectas hasta el vasto infinito. Cruzan los coches gigantescos e imposibles como si no fuera con ellos, y las bolsas de plástico abandonadas a los lados de la freeway se hinchan y se revuelven como animales violentos acechando a los habitantes de la carretera. Al cruzar un puente veo un grupo de palomas oscuras revoloteando en los rincones sucios de las columnas que lo sostienen. Cuando llegamos a Hollywood, un viento rancio resquebraja cada momento. El famoso Boulevard huele a violencia antigua. Las prostitutas y los traficantes de cocaína esperan aún a que lleguen las sombras de la noche. Las únicas estrellas de cine que vemos están muertas y sucias, pegadas al pavimento oscuro. Nos preguntamos por la popularidad del presidente americano, que nos guía por las travesías de la guerra fría con su voz seductora y su sonrisa de cine.
  3. Nadie camina por estas calles, que se han hecho sólo para el uso individual del coche. El transporte público es una aberración, es un insulto a una arquitectura que no une, sino que desaforadamente se expande. Cuando cojo el 38RTD, la ruta del autobús que me lleva al centro, los pasajeros parecemos fantasmas ansiosos. Somos sombras. Es otro universo, viajar en este vehículo donde se palpa el miedo a ser asesinado. Pero hay algo de viaje mítico, de balsa de Caronte, en estos autobuses. Caminamos con cuidado para no pisar los nervios de las ancianas, tropiezas con los brazos de los trabajadores, te estrellas con los sangrientos ojos de los incansables koreanos que viajan con corbata, pero en todos y en el viaje ves una fotografía magnífica de nuestra frágil humanidad. Excepto por aquella belleza de labios sensuales, aquella Nefertiti negra, impávida, que se sentaba como una diosa de otros tiempos. Ella sola existe en este viaje de fuerza reveladora. Remota y firme, como una encarnación del Verbo en cuerpo de mujer, su mirada es real. En esta balsa que nos lleva por las lentas y tortuosas aguas de nuestro dolor, llena de pasajeros que se congregan en su viaje final, sólo ella me parece real. ¿De dónde viene su fuerza, su dignidad? Inusitado el milagro maravilloso, la belleza de esta joven que se baja en la parada de Jefferson, con su elegante ropa negra, eternamente anónima, inmemorial.
  4. No existe una luz que indique que has llegado. Esta es una parte de la ciudad que se queda a oscuras por la noche, sólo traspasada por el sonido ensordecedor de los helicópteros. Ahora entiendo Blade Runner. No es una película sobre el futuro sino sobre el aquí y ahora. Los Ángeles, en la noche, se llena de ruidos apocalípticos que llegan del cielo, y las luces desaparecen para convertirse en focos esquinados. Nos vamos cuando llega la policía, que vive haciendo redadas, a las doce de la noche, buscando al asesino de los Crips que llena las calles de cadáveres. El calor es tan agobiante que da la sensación de haber pasado a otra realidad: vivimos en la pesadilla de otro ser que nos sueña. Caminamos hacia una parada de autobús, entre los puestos de tacos y burritos, entre las bellas prostitutas con sida, entre los adictos al crack cocaine que tienen los días contados y viven en la sombra sin la más mínima señal de haber sido alguna vez humanos. Vuelve el sonido de los helicópteros, en este nuevo Apocalypse Now. En la noche dan vueltas, una y otra vez, con sus colas alargadas y el morro proyectando una luz blanca y afilada como un sable. Y niebla, mucha niebla. Compton, a medianoche, es un infierno de niebla y esquinadas luces en un tiempo que no se acaba.
  5. El tiempo se acaba. Ayer hubo nuevos temblores y todos susurran su nombre, la sombra del terremoto definitivo está en todas partes. La gente vive como si se hubiera acabado el futuro. Los Ángeles, en estos días, es como una ciudad del Antiguo Testamento. A punto de ser juzgada, estamos condenados a hundirnos para siempre en las entrañas del océano. Incluso el cielo tiene un color enfermizo y pálido, opaco de irrealidad. Pero la sensación de esperar la gran catástrofe da a las personas un resplandor inusitado. Es sábado por la noche y vamos al Calver Girl Club. En Los Ángeles los amantes son cazadores. Hay un grupo de hombres de negocios que observan a una muchacha de largo pelo rojo y pechos pequeños bailando. Pido una Heineken y me la bebo de un solo trago. Un hombre con bigote, rechoncho y bajito, piropea a la chica que baila y le enseña un billete de cien dólares. Como una serpiente que volara, las delicadas piernas de la chica se transforman en alas. El pelo de la chica parece fuego y sus ojos se llenan de furor cuando le mira. Los ojos como puñales excitan al rechoncho hombre de negocios. Estos nuevos paganos viven enfebrecidos por la idea de una muerte súbita. Los pechos de la muchacha son pequeños montículos tiernos y ella le ofrece la entrepierna para que él deposite su billete. En esta nueva Gomorra hay premoniciones, imaginamos ruidos que anuncian nuestro final en medio de la noche, queremos despedirnos del universo con fiestas que no acaban, soñamos con la destrucción masiva de las autopistas gigantescas, con el retorno a la nada bajo el sol fuerte y caliente del desierto. Somos uno en el pánico de todos los demás.

FUTURO

  1. En California el espacio es futuro. En este fantástico escenario de posibilidades donde la realidad se reinventa, yo me iré a vivir al Sillicon Valley, al norte, donde se fragua un futuro lleno de distopías y tecnologías ajenas a nuestra supervivencia. Conduzco un camión de mudanzas hacia mi nuevo destino. Cuando me marcho, desde mi espejo retrovisor, L.A. tiene un brillo especial, y según me alejo, veo el intenso amarillo del atardecer pasando al rojo y luego al escarlata intenso. Soy un nómada fiero en un viaje que me ha llevado más allá de los límites de mi lenguaje. En la huida hacia el otro, la palabra me muestra el despertar de Alicia tras cruzar, sin hacerse añicos, el fin del espacio. Al otro lado del espejo cesa el viaje, la búsqueda, cesan las palabras, la ausencia, la separación. Tras el largo viaje, finalmente me detengo, solo, en la ciudad de Santa Cruz, cerca de San Francisco. Quisiera vivir aquí, cerca de las vertiginosas olas, como surfero, atento a un tiempo que huye y se repite. En las orillas del océano Pacífico, en las playas recónditas del finisterre americano, yo comienzo de nuevo.

___________

*Juan Velasco es Doctor en Filología Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid, y Doctor en Filología Inglesa, por la University of California, Los Ángeles (UCLA). Profesor, desde hace más de veinte años, en Santa Clara University, la institución universitaria más antigua de California. Es docente en el programa de Filología Inglesa y en los campos de literatura latinoamericana y chicana. Producto de su labor como investigador y conferenciante es responsable de la edición de Cartones de Madrid, de Alfonso Reyes (Madrid, Hiperión, 1988) y de la obra poética de José Juan Tablada, Tres libros: Un día (Poemas Sintéticos), Lí-Pó y otros poemas, y El jarro de flores (Madrid, Hiperión, 2000). En 2002 preparó la antología Under the Fifth Sun: Latino Literature from California (Berkeley, Heyday Books), y Las fronteras móviles: tradición, modernidad y la búsqueda de ‘lo mexicano’ en la literatura chicana contemporánea (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2003). Es también el autor de la novela Enamorado, (Madrid, Ediciones Miraguano, 2000), y de Call Me When I Am Gone, un DVD con su poesía y fotografías del artista David Pace. De 2011 es La masacre de los soñadores (Madrid, Editorial Polibea), una colección de poemas sobre California y el Oeste americano. Su últimas obras hasta la fecha, son Collective Identity and Cultural Resistance in Contemporary Chicana/o Autobiography (Palgrave Mcmillan, 2016) y 1988:NY-LA (Polibea, 2021), una colección de ensayos autobiográficos cortos que son una meditación sobre el concepto de América.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.