CAPITALISMO Y CUERPO: CRÍTICA DE LA RAZÓN MASCULINA
Por Mercedes Fernández-Martorell*
LA DIFERENCIA DE SEXO EN EL CUERPO ÚNICO
En los siglos dieciséis y diecisiete una sola palabra podía matar, así que denunciar a quien vivía en mujer de brujear la volvía bruja, procediera esa imputación, meramente, de envidiarla, del miedo o, simplemente, de querer secuestrarle la libertad. Fuera como fuera, eso llevaba a la mujer a morir entre llamas. Entonces, la palabra representaba la cosa [1]; en este caso, la de bruja encarnaba a la mujer.
En Francia, el juez Nicholas Rémy, de Lorena —tierra de disputa entre Alemania y Francia—, mostró gran eficacia en el mando al quemar a ochocientas mujeres señaladas de brujear por algún vecino, clérigo o pariente. Él explica: «Mi justicia es tan buena que dieciséis que fueron detenidas el otro día no esperaron al juicio y se colgaron antes» [2], lo que revela no solo el crédito cedido, entonces, a la palabra, a la denuncia de cualquier vecino, sino que el juez pone ante nosotros, como espejo, lo que entonces cualquiera podía oír. Como si tal cosa.
Ya lo sabemos, el lenguaje no es el pensamiento, sino una representación del mismo, es un orden del pensamiento que a su vez muestra el orden del mundo. La leyenda en la que se relata que en algún pueblo en Cataluña, cuando nacía una niña, todos los habitantes interpretaban que se trataba de una bruja [3], exhibe cuál era el orden en el que vivían. Allí, quien nacía mujer corría la suerte de poder ser denunciada de brujear, sin más, por lo que podía ser sometida a tortura, padecer vilipendio o ser quemada viva.
A esos días, en los que entre vecinos se hacía circular con tales estrategias las fuerzas de poder, les siguieron otros tantos que propagaban más y más creencias sobre el brujear. La caza de brujas anduvo multiplicándose por todo el territorio europeo. Consistió en activar un conjunto de relaciones de fuerzas de poder dentro del campo social en el que estuvieron implicados tanto los dominadores como los dominados. El poder circuló entre todos, ya que el poder es relación, argumenta Michel Foucault. Además, el poder enviste a los dominados, circula entre ellos, a través de ellos.
De hecho, todas las fuerzas de quien dominaba en esos siglos, tanto las de la justicia, como las de la Iglesia, se apoyaron en los sometidos para activar su poder.
La mayoría, hoy acepta que el cuerpo humano en sí lo aprehendemos activando prácticas de un ordenamiento social que se consolida por ideas, por el discurso. Pero al decir que nuestro cuerpo no es mera materia, sino que es una situación histórica, una continua materialización de posibilidades, se dan opiniones contrapuestas. Sobre todo en relación al permanente problema que aquí interesa, el de la diferencia de sexo, ¿dónde empieza y dónde termina el discurso biológico, el discurso social, de tal diferencia?
La multitud de configuraciones culturales de lo que denominamos naturaleza y la permanente presencia de normas diversas sobre la diferencia de sexo en todos los pueblos posibilitan aceptar, quizá, que tal diferencia es una base necesaria para pensar, un lenguaje, una forma de ser un cuerpo en el mundo. Eso sí, interesa tener presente la existencia de distintas prácticas deseantes [sic] en diversidad de pueblos, de variedad de relaciones culturales que ha ideado el humano utilizando la diferencia de sexo, su cuerpo.
La antropología ha interpretado nuestra cultura, precisamente, a partir de reflexionar sobre el vivir de individuos en sociedades diversas, en políticas, en estilos de vida, en ideas, en prácticas sexuales distintas, es decir, en diversidad de configuraciones sobre la diferencia de sexo. Todo lo cual ha permitido visionar de manera crítica nuestra propia representación del cuerpo. Desde tal diversidad es posible reflexionar sobre nuestras ideas europeas acerca de tal diferencia, ideas que, como sabemos hace siglos, exportamos, impusimos en las poblaciones originarias americanas al invadirlas.
Lo que a continuación presento son acciones ejercidas por los europeos; prácticas que dan respuesta a la pregunta ¿cuál ha sido el devenir de ideas europeas sobre la diferencia de sexo? ¿La matanza de quien vivía en mujer acusándola de brujear [4] trató de crear una nueva normativa sobre los cuerpos, de modificar la trama de relación entre ellos? ¿Se quiso instaurar un nuevo armazón entre todos los cuerpos utilizando la diferencia de sexo?
En estas tierras europeas, en los días de quemar vivas a millares de mujeres al nombrarlas como brujas, sucedía que tanto en el espacio social como en el corazón de cada individua e individuo latía una misma argumentación sobre la anatomía del cuerpo del humano. Se trataba de que el cuerpo del humano era percibido desde el modelo de carne única [5].
Entre otros, el médico griego Galeno de Pérgamo había tomado de Aristóteles la visión de sexo único. Alegaba que los órganos sexuales de la mujer son la inversión de los del hombre, y de ahí su menor perfección. Establecía un símil con los ojos del topo diciendo: «los genitales femeninos “no se abren” y quedan como una versión imperfecta de lo que hubieran sido si se hubieran exteriorizado. Los ojos del topo permanecen cerrados de por vida como los ojos de otros animales cuando todavía están en el útero», y así, siguiendo en esta lógica hasta convenir que la matriz, la vagina, los ovarios y los órganos femeninos permanecen por siempre imperfectos. Afirmaba que los órganos sexuales en la mujer formaban en el interior de sí mismos como «una vertiginosa cascada, siendo la vagina un pene nonato y eternamente precario, la matriz como un escroto atrofiado, y así sucesivamente» [6]. En aquel momento se concebía que existía una economía común de fluidos entre hombres y mujeres, de tal suerte que la menstruación o la lactancia eran pensadas como partes de esa economía. Galeno afirmaba en Del uso de las partes que
no encontrarás ni una sola parte del hombre que simplemente no haya cambiado de posición (…) Volved hacia fuera las partes de la mujer, volved y replegad hacia adentro las del hombre, y las encontraréis enteramente semejantes unas de otras, en las mujeres son inversas, tienen las mismas partes en su interior que los hombres tienen en el exterior [7].
Quien modificó la visión que se tenía de la anatomía del humano desde la época de Galeno, secularizándola, buscando la racionalidad, fue Andreas Vesalio (1514–1564) [8]. Aunque consideraba infalible a Galeno, observó errores en las descripciones anatómicas de este, ya que, en la antigua Roma la disección de cadáveres estaba prohibida, por lo que realizó sus estudios examinando animales. Por el contrario, él realizó sus investigaciones sobre la anatomía del humano en los individuos de los patíbulos, en la observación directa de los cuerpos que le prestó un juez de asesinos, descuartizándolos. Como consecuencia, concretó que Galeno había mantenido ideas equivocadas sobre el cuerpo humano, por lo que se liberó de juramentarle fidelidad. Tal reniego de Galeno le procuró numerosos enemigos.
En 1543 Vesalio publicó De humani corporis fabrica con trescientas planchas grabadas.
La grandeza del libro se asienta no solo en las perfectas descripciones anatómicas, sino también en las ilustraciones que las dibujan. Para ellas contó con la ayuda de su amigo Jan Stephen van Calcar, discípulo de Tiziano. Las correcciones que señaló sobre la anatomía del cuerpo humano fueron tenidas en cuenta muy pronto, enseñadas en la Universidad de Padua por él mismo con gran éxito. Vesalio se hizo valer por sus conocimientos, triunfó en sus estudios y adquirió tal notoriedad que actuó como médico de los reyes del Imperio español Carlos V y Felipe II. Salvó la vida del príncipe Carlos de Habsburgo, siendo niño, al realizarle una trepanación para extraerle la sangre acumulada a raíz de una caída.
Vesalio comenzó sus estudios como aprendiz de un barbero–cirujano en París. En 1541 se convirtió en maestro barbero–cirujano y trabajó como cirujano del ejército. En la época, en toda Europa, la cirugía se dividía entre cirujanos y barberos. Los cirujanos habían adquirido instrucción teórica y conocimientos de anatomía y medicina. Los barberos, sin embargo, eran curanderos ambulantes. Ambos vieron amenazada su profesión por los médicos, que tenían mayor preparación, lo que les proporcionaba mejor posición social y mayor clientela. Así que, cuando Carlos V nombró a Vesalio médico imperial, el rey hubo de procurarle protección, ya que numerosos médicos españoles actuaron contra él, desacreditándolo como adversario. Le tacharon de mero barbero, sobre todo, porque él mismo realizaba la disección de los cadáveres ante sus alumnos, función que en aquel tiempo la realizaba el barbero, aunque tal práctica le proporcionó notoria fama entre los estudiantes.
También describió a la mujer —tras descuartizarla—, que se trataba de un cuerpo como el de un hombre, solo que al revés. La misma carne, pero dada la vuelta, siendo la vagina como un pene interior, sus labios como el prepucio, el útero como el escroto y los ovarios como los testículos.
Con Vesalio, el saber anatómico entró en la ciencia, en la medicina moderna, en la del cuerpo, no en la del humano, ya que el cuerpo lo constituyó en objeto de estudio como realidad autónoma, en máquina. En la literatura del siglo veinte, la novelista Marguerite Yourcenar despliega magistralmente en Opus nigrum [9] lo que estableció tal juicio sobre el humano. La obra está ambientada en el siglo dieciséis. El protagonista es el médico Zenón, que se considera seguidor de Vesalio, y dice estas palabras al padre del cadáver que están disecando, su hijo: «En la habitación impregnada de vinagre en la que desecábamos a ese muerto que ya no era el hijo ni el amigo, sino solo un hermoso ejemplar de la máquina humana (…)». En aquel entonces, la medicina se ocupó virtuosamente de la máquina humana, del cuerpo, no del hijo, ni del amigo ni del hombre en su singularidad [10].
Extraordinario. Vesalio trabajó sosteniendo la creencia del cuerpo único, solo que ahora convertido en máquina anatómica. La mujer, ahora máquina, seguía siendo el receptáculo en el que se instalaba el material necesario para reproducir la especie, y lo hacía bajo las creencias heredadas de Aristóteles.
En la vida cotidiana, hombres y mujeres se identificaban por sus características corporales, y lo hacían a la manera establecida por Aristóteles. El hombre, al originar un nuevo humano, era la «causa eficiente» —el que permitía lograr el objetivo de engendrar, el dador de forma—, mientras la mujer era la «causa material», el receptáculo, apreciado como inferior a la causa eficiente.
Las creencias traídas desde Aristóteles que se perpetuaron hasta finales del siglo diecisiete decían que, mientras el cuerpo procedía de la mujer, el alma emanaba del hombre, y sin alma es imposible que exista la cara, la mano, la carne o cualquier otra parte del cuerpo. Sin alma, que proporciona el hombre, el cuerpo no vale más que un cadáver o parte de un cadáver, de tal manera que uno de los sexos era capaz de transformar los alimentos hasta alcanzar su más alto nivel, generador de vida, el verdadero esperma, y el otro no era capaz de ello [11].
Los efectos de tales creencias sobre los individuos, los del cuerpo anatómico descritos por Vesalio, quizá no son fáciles de descifrar. Aunque hoy, un espíritu suspicaz se preguntaría sobre el vivir en mujer en esa perfeccionada anatomía en la que la naturaleza de los ovarios y del útero no definían la diferencia de sexo. En tal caso, siendo el cuerpo máquina anatómica, ya se sabe que la máquina trabaja con falta de intención, voluntad o conciencia al producir. Así que lo que se instalaba era el discurso de que la mujer, al producir la causa material del cuerpo de un nuevo individuo, lo hacía siendo máquina, sin proyecto, sin entendimiento. Ese era el discurso que se imponía sobre el cuerpo de quien vivía en mujer. Entendámonos. Al disponer a todo cuerpo que vive en mujer en situación de máquina, se la cosificaba respecto a quien vivía en hombre. Sin olvidar que, además, internamente, las mujeres entre sí vivían en la desigualdad según el lugar social en el que estaban instaladas. Se trataba de diferencias, de categorías entre mujeres: las que solo tenían su fuerza de trabajo para sobrevivir, mientras una minoría vivía inmersa en el mundo de los privilegiados.
Ahora bien, la marginación no pertenecía solo a cuerpos femeninos, sino que también padecían opresión un importante número de cuerpos viviendo en hombre. Eso sí, entre esos explotados hombres vivía la mujer que ellos oprimían. Se trataba de mujeres explotadas por los explotados. Desigualdad entre los abusados.
Cuando se modificó el orden de las cosas, al caer el feudalismo y surgir la posibilidad del capitalismo en España —se aclarará en seguida—, se mantuvo la idea del cuerpo único. Sin embargo, se modificó el cómo se debían articular las relaciones entre los protagonistas de la diferencia de sexo. Se instaló el considerar que el cuerpo de mujer no solo era de menor perfección, sino que era mera máquina, lo que favoreció la posibilidad de torturarla, de matarla, acusándola de brujear. Como a una máquina, se las quemó vivas. De tal suerte que quien vivía en mujer se incorporó al nuevo orden social capitalista con un cuerpo con posibilidad de ser torturado, matado; viabilidad impulsada, como veremos, por quien vivía en hombre poderoso.
Al tiempo que se difundía el nuevo régimen de verdad sobre la anatomía humana, entonces perfeccionada por Vesalio —tras más de mil años y en el que persistieron las ideas de Aristóteles sobre el cuerpo humano—, había acontecido lo que algunos historiadores nombran como la primera mundialización [12]. Se pusieron en relación mundos que si, acaso, anteriormente tuvieron contacto, en aquel monumento no tenían reconocida su respectiva existencia. En 1492, los habitantes de dos territorios quedan afectados, conciben descubrirse mutuamente, los españoles y los llamados americanos. En 1498 llega Vasco de Gama a la India. En 1513, Vasco Núñez de Balboa llega al Pacífico. En 1519-1622, Magallanes da la vuelta al mundo.
España irrumpió en el orden de las cosas sabidas invadiendo tierras americanas. Cristóbal Colón, al pregonar la presencia de humanos en América, dejó noticia de que la existencia de tal hombre no había sido prevista por nadie. Cuarenta años después, el 2 de junio de 1537, el papa Pablo III redactó la bula Sublimis Deus. El objetivo era corregir el discurso vacío de palabras en las Santas Escrituras de la Iglesia Católica sobre la existencia de tales humanos. Fue con esa bula con la que se integró a los indios como pertenecientes a la especie humana; además, Pablo III concretó lo que debía hacerse con aquel humano: adoctrinarlo, evangelizarlo.
Cuando, en sus primeros escritos, Cristóbal Colón quiso nombrar a aquellos seres que observó como llovidos del cielo, escribió: «quienes habitan en esta isla son caníbales»; «(…) se trata de un país en el que vive “gente con cola”» [13]. En aquellas fechas, el europeo estableció que aquellos humanos, aquellos cuerpos, sus costumbres, eran imperfectos. En este caso, a los individuos de los pueblos originarios de América se los agregó en la escala de diferencias en el último nivel de la jerarquía establecida entre los cuerpos de los europeos, siendo de mayor valor el de hombre que el cuerpo de mujer.
Las estrategias de poder que activó España al asaltar tierras americanas fueron múltiples; todas atañeron al cuerpo de los originarios. Impuso la sumisión política, instauró la economía colonial de la mano del esclavismo y del cristianismo; y edificó el imperialismo ecológico. Por supuesto, el Imperio español se creó con objetivo económico, conquistando bienes y tierras. Los bienes y recursos usurpados a México y Perú, especialmente la plata y el oro, auxiliaron la economía de mercado en Europa, estimularon el encarecimiento del precio de los alimentos básicos, lo que instó a que el hambre se instalara entre el común en España.
La invasión española —consistida en el exterminio de otros pueblos, dirá Eduardo Galeano [14]— sí funda una sociedad nueva, ya que posibilita la acumulación primitiva del capital. Sin embargo, en España no se implantó de manera definitiva, aun existiendo las condiciones, ya que el clima económico no lo permitió. En treinta años pudo saltar en pedazos el orden de vida feudal elaborando nuevas fuerzas productivas e imponiendo distintas relaciones sociales. Con todo, aun disponiendo de las condiciones para darse el capitalismo, no arrancó, ya que la conquista del Nuevo Mundo la realizó España a la manera feudal: ocupar tierras, reducir a aquellos humanos a servidumbre, arramblar los tesoros; todo eso no prepara a invertir en el sentido capitalista de la palabra, sostiene el historiador Pierre Vilar [15].
La vasta riqueza de oro y plata extraída del Nuevo Mundo sirvió para financiar numerosas campañas militares que España llevaba a cabo en Europa, expandiendo sus territorios hacia gran parte de Italia, Alemania y los Países Bajos. Las persistentes prácticas militares agotaban el tesoro, que vivía en constante inflación. No obstante, las nuevas fuerzas productivas, junto a nuevas relaciones sociales, sí se dieron en el norte de Europa, en los Países Bajos y en el Reino Unido.
En la Inglaterra protestante —tierra considerada como inaugural del capitalismo— se concretó el nuevo sistema económico frente a lo sucedido en España. Ciertamente, son disparejos los engranajes del encuentro en tierras americanas entre España e Inglaterra, son incomparables tanto en el espacio como en el tiempo. En relación al espacio, se trató de países con distintas geografías humanas y económicas. Respecto al tiempo, se advierte que la implantación de las colonias españolas se da en los últimos días del siglo quince, mientras que la de las colonias inglesas acontece desde principios del siglo diecisiete, doscientos años más tarde.
Hasta mediados del siglo dieciséis crece el número de habitantes en España. La agricultura y la ganadería son favorables, al igual que la industria textil y la industria armera. A finales de siglo, las malas cosechas, la subida de impuestos, el gasto bélico y la bancarrota debilitaron a la mayoría del común. Los tiempos modernos de ese siglo y del siguiente vivieron colapsos financieros, tormentas monetarias, concursos de acreedores; se instalaron devastadoras consecuencias en el común, la mayoría de la población. Sin dejar de lado los diversos focos pandémicos de peste en muchos lugares de España durante todo el siglo diecisiete, que empobrecieron y atemorizaron a la mayoría campesina, especialmente a los más pobres.
Durante esos dos siglos de la llamada Edad Moderna, se produjeron nuevas instancias de poder sobre el cuerpo de los individuos. Mientras era dominado el humano originario de América y se comerciaba con cuerpos humanos por mar de África a América, en Europa, otros cuerpos fueron dañados, atropellados de manera radical. La invasión en América patrocinó repensar técnicas de poder y control del cuerpo. Fue en esa trama donde se reelaboró en Europa una interminable práctica, que venía de lejos, hacia el cuerpo de mujer: la caza de brujas.
Justamente, al estallar la última etapa del feudalismo, abierta la posibilidad de instalar el capitalismo, aconteció en quien vivía en mujer, principalmente, el ser incriminada de ejercitar temibles horrores. Se le impuso, con el lenguaje, el extraordinario poder de brujear a la mujer sanadora, marcándola con el estigma de la superchería y una posible perversidad [16]. Se silenció todo lo que la mujer auxiliaba en el vivir diario con la medicina, lo que cooperaba con su cuerpo en otros cuerpos. Se hizo desvalorizar todo el saber que ella atesoraba procedente de sus antepasadas y el que ella misma había generado sanando a tantos individuos, como comadrona, a las mujeres parturientas.
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El presente texto hace parte del primer capítulo de «Capitalismo y cuerpo», publicado por Ediciones Cátedra en 2018. Ver en Amazon.
NOTAS
[1] M. Foucault, Las palabras y las cosas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1968.
[2] J. Michelet, La bruja, Madrid, Akal, 1987 (1862), pág. 32.
[3] J. Guillamet, Bruixeria a Catalunya, Barcelona, Ediciones del Cotal, 1983, pág. 11.
[4] En este texto aparece con frecuencia la expresión: «quien vive en mujer»/«quien vive en hombre». El objetivo es tener en cuenta que el sexo que se le asigna a un individuo es arbitrario. Por ejemplo, en la Polinesia, en Samoa, hay quien nace con características físico anatómicas asociadas a la categoría hombre, sin embargo, la familia le designa al nuevo individuo la de mujer. Se trata de familias que tienen tres o cuatro hijos varones y desean tener a una mujer para que cuide de sus mayores. Nombran al recién nacido en femenino, la visten, la tratan como mujer; es y vive en un cuerpo de mujer. Entre nosotros una persona transgénero es aquella cuyas prácticas y vivencias no se ajustan a la categoría de sexo que se le asignó al nacer. De tal manera que expresiones como «cuerpo viviendo en mujer»/«cuerpo viviendo en hombre» advierten no solo que vivimos en cuerpos arbitrariamente categorizados y con posibilidad de muda, sino que las prácticas asociadas a esas categorías también son caprichosas.
[5] T. Laqueur, La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Madrid, Cátedra, 1994. Aunque es controvertida la historia del sexo de Laqueur, es aceptado el modelo de «carne única» que dominaba en Europa en los siglos dieciséis y diecisiete. Recomiendo la reseña «La fabrique du sexe, Thomas Laqueur et Aristote», realizada por A. Jaulin, A. en la revista Clio. Femmes, Genre, Histoire, núm. 14, 2001.
[6] G. Lerner, The Creation of Feminist Consciousness. From the Middle Ages to Eighteen-Seventy, Oxford, Oxford University Press, 1993, págs. 3-4.
[7] Op. cit., T. Laqueur, pág. 55.
[8] Aunque, anteriormente a él, Leonardo da Vinci, en Quaderni d’Anatomia, anotó significativas correcciones sobre cómo había sido considerada hasta entonces la anatomía humana, no obstante este apenas tuvo influencia en su época a causa de su desdén por la tipografía y el grabado, señala Georges Sarton. De tal manera que Vesalio no pudo conocer las correcciones que proponía en su obra Da Vinci. Sobre todo porque, tras la muerte del albacea y heredero de Da Vinci en 1570, Francesco Melzi, los herederos de este vendieron toda la obra de Leonardo, lo que provocó que se desperdigara por dondequiera. G. Sarton, Una historia de la Ciencia. La ciencia antigua a través de la Edad de Oro de Grecia, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1952.
[9] M. Yourcenar, Opus nigrum, Madrid, Círculo de lectores, 2002.
[10] D. Le Breton, Antropología del cuerpo y modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1990, pág. 59.
[11] T. Laqueur, op. cit., pág. 63.
[12] C. Martínez Shaw, La primera mundialización desde una perspectiva marxista, 2015. Disponible en: https://www.youtube.com/watch
[13] J. Zoraida Vázquez, La imagen del indio en el español del siglo xvi, Veracruz, Biblioteca Universidad de Veracruz, 1991.
[14] E. Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Montevideo, Monthly Review, 1971.
[15] P. Vilar, «El tiempo del Quijote», Crecimiento y desarrollo. Economía e Historia. Reflexiones sobre el caso español, Barcelona, Ariel, 1966, págs. 332-346.
[16] B. Ehrenreich y D. English, Brujas, comadronas y enfermeras. Historia de las sanadoras. Dolencias y trastornos. Política sexual de la enfermedad, Barcelona, La Sal, Edicions de les Dones, 1981, pág. 20.
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* Mercedes Fernández-Martorell ocupa el puesto de titular de Antropología y Feminismo y Antropología Urbana en la Universidad de Barcelona. Dirige el Observatorio sobre la Construcción y Recreación del Significado de Humanos OdelH en la Universidad de Barcelona. Ha impartido conferencias en diversas ciudades como París, México DF, Viena, Madrid, Sevilla, Bilbao. Es autora, entre otros libros, de Ideas que matan, Creadores y vividores de ciudades, Antropología de la convivencia, La semejanza del mundo y acaba de publicar en este año 2018: Capitalismo y cuerpo. Crítica de la razón masculina. Estos tres últimos libros están publicados por Editorial Cátedra.