Escritor del mes Cronopio

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CHASA GREY

Por Marco Tulio Aguilera Garramuño*

Chasa Grey le mira la entrepierna al individuo al tiempo que luce una especie de cándida sonrisa y un encantador entornar de ojos (que andando el tiempo y con el paso de las películas, cada vez más osadas —lo que parece imposible— la harán la actriz más famosa del cine de adultos: Chasa tiene algo de Mata-Hari y un toque de Friné, la más famosa prostituta griega: una frialdad, un aire superior que la hace imperturbable e incluso aterrorizante, hay en ella una especie de energía sagrada o satánica, es difícil entenderlo) y coloca la mano sobre el aparato con la gentileza de quien quiere acunar a un pájaro herido.

El hombre la toma del pelo con la mano izquierda mientras coloca bruscamente la derecha sobre la cabeza de la criatura y la obliga a arrodillarse. Él mismo saca su instrumento, asunto de poca o casi insignificante consideración, digamos que se trata apenas de un penecillo de calibre menos que doméstico. Sin afectar aprecio o indiferencia por el rudimentario utensilio, Chasha Grey lo guarda velozmente en la boca, sin esperar siquiera que el minúsculo artefacto dé muestras de su potencial de agravios.

El hombre tiene un reloj barato y un ombligo extraño que más bien parece una leve y simétrica puñalada. El mexicano (es mexicano de origen azteca, hay que suponerlo por su bigote ralo, sus pómulos orientales y su pelo extremadamente lacio) la toma de la parte posterior de la cabeza y la empuja contra su vientre hasta que la introduce toda y al decir toda me refiero a una auténtica bombardina (aquí aparece el elemento fantástico de la película: en una primera toma el aparatito es francamente risible; en una segunda, ha crecido a extremos angustiantes: uno no entiende cómo puede entrar semejante tronco de ceiba en una delicada boquita de princesa), lo que parece increíble (pero no es increíble si se compara con las bombardinas de películas posteriores, es bien un arma pequeña la del mexicano: en términos casi estrictos sería una Luger de bajo calibre). Pero es grande y potente. El hombre la saca y le cachetea la cara con su verga, disculpen la palabra, oh , sí, dice ella.

El hombre la tiene firmemente asida de la cola de caballo, donde aún permanece la cinta blanca. El hombre parece no tener huevos o por lo menos en la toma aérea no se ven. La toma desde arriba hace notar que los pechos de Sasha son chicos y están empinados. Ahora el hombre le pega nalgadas mientras ella chupa. Ella mira hacia arriba mientras chupa. El hombre no se ha quitado las botas. Tiene los pantalones arremangados sobre ellas. El hombre mueve el trasero adelante y atrás como (es vulgar la comparación pero literal, gráfica) un perro culiando. Insisto: el hombre es flaco, escuálido. Se lo imagina el espectador doce horas al sol, con una canasta, recogiendo racimos de uvas. Un sombrerote de paja. Empuña su aparato y lo mueve adelante atrás. Se entabla una lucha entre la mano del hombre y la boca de ella por apoderarse del mayor número de centímetros. El movimiento se hace frenético. El hombre retira la mano y ella llega con los labios hasta el final del artefacto. El hombre tira a la niña (no se puede hablar de mujer, si se consideran seriamente sus pechitos apenas nacientes y su rostro de una belleza de virgen dispuesta serena al sacrificio) sobre la cama, ella sigue agitando su mano sobre la herida de su propio bajo vientre, el hombre le introduce un dedo en la boca del canal que queda al final de la columna vertebral. Luego le mete su arma de asalto en el mismo sitio mientras con una mano le oprime un pecho (es claro que el hombre quiere que su reloj barato luzca bien en la película).

El hombre la cachetea. Ella dice fuck, fuck. Ella sostiene gimnásticamente una pierna en el aire con la ayuda de una mano. Ella le pega con una mano libre a la cama, como haciendo una rabieta, se nota que el hombre la está lastimando, sin embargo ella grita Jesucristo, fuck me, fuck me. Se ve que ella tiene un anillo de oro en el dedo pulgar de la mano derecha. El hombre la saca, golpea los labios mayores de Sasha con su asunto. El reloj del hombre es cuadrado, con brazalete metálico (muy barato, insisto). Barato y anticuado. O tal vez el hombre sea empleado de una fábrica donde gana tres dólares la hora. Una fortuna. A México mandará por Electra 500 dólares mensuales. Para su mujer y sus tres hijos. Uno ya terminando el bachillerato con promedio de 9.8.

El cuerpo de Chasa se ve muy joven (en posteriores entrevistas, cuando ya se la calificará como la reina del porno y como la más cochina de todas, afirmará que su debut fue el mismo día que cumplió dieciocho años), tiene una energía diríase sobrehumana, un entusiasmo dionisíaco: el mexicano no la va a derrotar: nadie, ninguno, absolutamente ninguno, ni siquiera los negros sublimes que superan a cualquier corcel lograría borrarle la sonrisa de superioridad y el entornar de ojos que hacen pensar en Friné, la prostituta griega que se salvó de la muerte cuando se desnudó ante sus jueces. «Serían capaces ustedes de privar al mundo de esta obra maestra de la humanidad», dijo su defensor. No, no puede tener más de dieciséis años, pensará el más optimista. Se pellizca un pezón con pulgar e índice de la mano derecha. En el pulgar se puede ver un anillo que debe de ser de oro. Mantiene la boca abierta, se ven sus hermosos dientes, todos saludables, todos, uno tras otro, sin un solo arreglo. Blanquísimos.

Los del frente, ligeramente más grandes que los otros, son los típicos dientes de conejo. De niña Sasha debió ser una visión del cielo. Dice ah, ah, ah. El hombre la cachetea y la insulta. Su gesto es de desprecio. Ella le devuelve el insulto y lo cachetea. Se separan, ella se monta en él. Se ve la carne negra, morada, entrando en la carne blanca. Minuto 17, el hombre no desfallece, ella tampoco, aunque no ha cesado de gritar. El hombre se sale, ella golpea la cama. El hombre está flojo, parece cansado, ella no, sigue agitándose como si aplaudiera con su pelvis la pelvis del hombre. La verga del hombre está torcida. Close up al rostro de Sasha, es bellísima. El hombre saca su Luger, cachetea a Sasha con la verga, que comienza a recuperar envergadura. El hombre (el mexicano) parece querer vengarse del trabajo que tiene que hacer por tres dólares la hora bajo el sol de Arizona. La pone en cuatro patas, la incluye por la vía donde salen los alimentos, le da duro, ella grita oh my god y el hombre la cachetea más duro como si se sintiera ofendido en sus convicciones. ¿Por qué tiene que meter al buen Dios en estos asuntos cochinos?

El hombre sube sus pies a la cama y la monta como si fuera una cabra. En el fondo se ve el virginal rostro de Sasha. Sasha está gritando, no cesa de gritar, mantiene la boca abierta, como a la espera, como en el borde del absoluto terror, como al borde del despeñadero de la absoluta felicidad, el absoluto placer, de la absoluta muerte final, sin cerrar la boca. Ella sigue obstinada, como el violinista que repite una escala mil veces en busca de la perfección, dándose su dosis de mano mientras el hombre entra y sale vigorosamente. La toma es directa y cercana a los dos culos, los gritos se hacen mecánicos, como de aserradero. Close up al rostro de Sasha, que por la extraña posición en que está su cuerpo, hecho un nudo, una clave de Sol, tiene justo al lado de un pezón de un color rosado claro, color de rosa al amanecer, hermoso, fresco.

Vemos una mano de Chasa aferrada al cobertor mientras el hombre sigue dándole duro. Ahora el hombre le pone un pie en la cara, sobre la sien derecha. La mano de ella sigue agitándose sobre su campanita. Y uno se pregunta, qué clase de hombre abusa de esa forma a aquella diosa adolescente (cuya mano no ha cesado de moverse sobre su bajo vientre). El hombre la saca. Levanta el cuerpo de Sasha por encima del suyo, lo tira a la cama, la hace un envoltorio, del cual destaca su grieta fundamental, enardecida, roja, animal, la vuelve a clavar con donaire de matador. Ella no deja de gritar. El hombre parece enojado, quiere acabarla y ella no se acaba. Parece estar en un orgasmo interminable. Ella dice más duro, más duro. Se agarran a cachetadas y puñetazos todavía ella clavada. Los movimientos se hacen frenéticos. El hombre la extrae, jala a Sasha, la pone de rodillas, eyacula (débilmente) en la boca de la niña que permanece abierta, su media sonrisa, sus ojos entornados). Sasha ha triunfado. Y seguirá triunfando hasta que se le dé la gana.

Vemos ahora a Chasa casi núbil en la cama. Durmiendo, con la mano en su pan. Entendemos. Ha sido un sueño.

Plano del exterior de la casa. Vemos por primera vez al mexicano de frente. Parece el héroe de una película del oeste. Un pistolero afrontando a su enemigo. A su enemigo, que está tras la puerta.

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El presente cuento está incluido en Cuentos ligeramente perversos, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Camelot América, España (2020).

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*Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, Colombia; 27 de febrero de 1949) es un escritor, crítico y periodista colombiano. Dedicado principalmente a la literatura ha estudiado una gran variedad de idiomas y carreras, estableció la mayor parte de su vida y obra en México, específicamente en Xalapa en la Universidad Veracruzana. Empezó a escribir desde 1975 con una de sus mejores novelas titulada Breve historia de todas las cosas, e incluso ha llegado a colaborar con otros escritores como Gabriel García Márquez.

 

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