LA VIDA, A PESAR DE TODO
Por Universidad de la Amazonia.
El dolor es una condición irrenunciable de la realidad humana, pero hay situaciones trágicas que sencillamente no deberían ocurrir y ante las que muchas veces somos indiferentes. Con seguridad conocemos casos de personas que ante el mismo acto delictivo reaccionan de formas opuestas: unos se dedican a prolongar el mal con venganza (o a excusarse en ella para sus negocios ilícitos personales), otros prefieren cortar con la cadena de maldad y ser fieles a su conciencia y al bien.
En la columna de esta edición, la Universidad de la Amazonia nos presenta el rostro de la guerra que no pocos están interesados en esconder: el las víctimas que, con todo, han sabido perdonar y rehacer sus vidas. Mucho nos gusta la venganza y que nos vendan discursos de ira y fuego, pero en la misma proporción mucho nos gusta que no se nos tengan en cuenta nuestras faltas personales. Esa terrible disonancia cognitiva es quizás el germen de los nuevos conflictos que se vienen para nuestra patria si le dejamos tomar ventaja. Quizás hoy no haya tomas guerrilleras, pero ya tenemos males nuevos como la xenofobia, por citar un ejemplo. ¿En serio nos gustaría pasar a la historia como el país del odio?
Que el Estado colombiano siga siendo ausente también es la raíz de la delincuencia, pero no su única causa. Ojalá todo fuera tan simple. Los colombianos también tenemos parte en esto. ¿No es hora, pues, de empezar a cambiar esas estructuras que tienen pervertida nuestra cultura? Sírvanos de motivación el testimonio sencillo, pero sentido, de estos hermanos nuestros.
Juan Andrés Alzate
Editor de Revista Cronopio
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EL VALOR DE MI MADRE
Años atrás, cuando el conflicto armado en Colombia estaba pasando por su momento más crítico, mi madre fue víctima de esta guerra, siendo acosada por un paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Ella, siendo una mujer joven y atractiva, llamaba la atención de los hombres, incluidos estos sujetos. Una noche, mientras mi madre se encontraba sentada en el andén de su casa charlando con unos amigos, fue abordada por un paramilitar cuando ella ya se había despedido de aquellos y se disponía a entrar a la casa. El hombre puso un arma en la parte baja de su espalda y la amenazó de muerte si ella gritaba o intentaba escapar. Le pidió que siguiera el camino que él le indicaba, el cual era un sitio desolado y poco habitado del pueblo.
Cabe decir que en ese momento no había energía, por lo tanto esto facilitó las pretensiones del hombre. Mientras caminaban, mi madre buscó la manera de lograr una conversación con este sujeto, diciéndole que no había necesidad de llegar usar la violencia para acceder a ella e intentó persuadirlo de que fueran a la casa de una amiga, donde podrían sostener relaciones. El aceptó la propuesta y cambiaron de rumbo.
Cuando llegaron a la casa de la amiga, ella tocó la puerta insistentemente, hasta que su amiga abrió, conforme ella lo hizo, mi madre empujó al hombre hacia atrás y entró a la casa cerrando la puerta de inmediato. El empezó a disparar hacia la casa, lo cual hizo que el ruido de los disparos despertara al hermano de la amiga, quien también poseía un arma y respondió los disparos desde adentro ahuyentando al sujeto.
Gracias a esta acción mi madre se salvó de ser violada y asesinada, pues esto era lo que solían hacer los paramilitares con las mujeres.
Geraldine Castellanos Delgado
Programa de Derecho
Semillero Inti Wayra-Universidad de la Amazonia
SOBREVIVIENDO A LA GUERRA
Hasta hace poco no sabía que algunos integrantes de mi familia habían sido víctimas de la violencia por parte de paramilitares o guerrilleros. Pero para poder hacer este relato me enteré de todo esto. Le dije a mi abuela que me contara lo que había tenido que vivir a causa de la crueldad de la guerra y esto fue lo que me contó:
Ella recuerda que una tarde, hace muchos años, cuando vivía en una vereda del Huila, ella fue al pueblo a comprar unas cosas y cuando iba de regreso a su casa, vio algo que hasta entonces parece estar claro en su memoria: eran partes humanas que flotaban en una quebrada cerca de la carretera, al parecer esas personas fueron asesinadas por la guerrilla por revelar información de ellos.
La violencia por parte de grupos armados era el pan de cada día, desde aquel suceso empezaron a aparecer más muertos en la vereda, igualmente acusados por la guerrilla de ser informantes. La fuerza pública era inútil, incluso al mismo ejército había que tenerle miedo, ya que ellos tildaban de guerrilleros a los campesinos de la zona y hacían presencia con retenes o puestos de control, donde terminaban ejerciendo presión sobre los habitantes.
Una de las situaciones más incómodas era pasar los mercados o víveres para alimentarse. Según los militares, de esta manera, estaban auxiliando a la guerrilla. Los sitios controlados por los uniformados también eran usados para interrogar a los campesinos y no siempre lo hacían de forma respetuosa.
El hermano de mi abuela era acusado por parte del ejército de ser un ayudante de la guerrilla y cada vez que el ejército iba al negocio de él, lo insultaban y maltrataban y luego del maltrato sicológico con insultos, groserías y un trato humillante, era señalado de ser subversivo. Los militares les advertían que iban a limpiar la zona de guerrilleros.
En las noches el hermano de mi abuela y sus hijos tuvieron que hacer cambios en sus hábitos, muchas veces preferían dormir fuera de los ranchos, por temor a que aprovechando la oscuridad cualquier actor armado llegara a terminar con sus vidas. Lo hacían como un mecanismo de defensa, pues ya habían escuchado que había ocurrido en otras zonas aledañas y era mejor tomar medidas preventivas.
Después de que el ejército se retiraba de la zona, la situación de peligro no cambiaba en lo absoluto ya que ahora llegaba la guerrilla avisando que iban a ajustar cuentas con los sapos, que ya sabían quién había hablado con los militares e incluso un día llegaron a amenazar al hermano de mi abuela por haber vendido una gaseosa a una persona del ejército.
Un día, uno de los hijos del hermano de mi abuela, al ver el ejército corrió del miedo y ellos le dispararon ocasionándole la pérdida de un dedo de la mano, así herido se lo llevaron a la cárcel pero después de un tiempo no le pudieron demostrar ningún nexo con la guerrilla y lo dejaron libre. Al poco tiempo él se recuperó de su herida y se encontraba trabajando en la finca de su papá cuando el ejército se lo llevó nuevamente y semanas después apareció muerto. Estaba vestido con prendas militares y fue presentado oficialmente como una baja en combate.
Después de esos sucesos pasaron unos años hasta que la violencia afectó directamente a mi abuela, la guerrilla entraba mucho a su finca y amenazaban a los trabajadores. Y pasó que uno de sus trabajadores fue asesinado en plena labor. Ella hizo lo posible por defenderlo, explicando que él era un joven de bien, que trabaja para ganarse la vida, pero a la guerrilla no le importó y lo asesinaron en frente de sus compañeros y de mi abuela.
Mi abuela también recuerda que una tarde la guerrilla entró a la casa y sacó a su hijo y se lo llevaron. Para ese tiempo mi abuelo estaba muerto y mi abuela era la que respondía por la familia, así que tuvo que ir personalmente a hablar con la guerrilla para que le devolvieran a su hijo y por suerte fue así.
Posterior a lo ocurrido mi abuela decidió que no iba a exponer a sus hijos a permanecer más en esa situación y en medio de la angustia y desconfianza que sentía, llegó a la conclusión que para poder escapar de la muerte, tenía que abandonar su tierra y perderlo todo. Así fue y junto con sus hijos viajó a Cali donde tenía familia con la cual podía contar. Allí permanecieron un año; un año difícil, ya que ella era una persona de finca y a una persona así le es difícil vivir en una ciudad y más aún una ciudad tan grande como lo es Cali.
Después de ese año a mi abuela le llegaron rumores de que ya podía volver a su tierra, que la situación allí se había calmado, así que no lo dudó un segundo y volvió a su finca para tratar de recuperar su vida y algo aún más valioso, el tiempo perdido.
Pasaron unos años donde pudieron vivir con más calma, mi abuela sacó adelante a sus hijos, ellos crecieron y formaron su propio hogar. Pero después de todo lo ocurrido y de tantos años transcurridos todavía quedaba otra desgracia por vivir. Su hijo (mi tío) era una persona muy sociable y amistosa, él servía de intermediario entre la gente que vivía en el campo y la gente que vivía en el pueblo ayudando así en problemas como lo era el transporte y la comunicación entre familiares. Las personas de la vereda rumoraban que lo iban a matar, porque eso que él hacia no le gusta a la guerrilla, pero igualmente mi tío decía que él no les tenía miedo, que él no estaba haciendo nada malo.
Pasaron unos años cuando a mi tío efectivamente lo mataron, él venía de trabajar e iba acompañado por un primo pequeño, cuando en el camino apareció un grupo de guerrilleros, mi tío se bajó de la moto y le dijo a mi primo que se quedara ahí, mi primo no hizo caso y no dudó en correr para pedir auxilio. La guerrilla no hizo nada al respecto pero cuando mi primo regresó con ayuda, mi tío yacía en el suelo desangrándose debido a los disparos y la guerrilla aún permanecía ahí, ellos se aseguraron de no provocarle heridas mortales para que muriera lenta y dolorosamente. Las personas junto con mi primo que observaban tal escena, estaban impotentes al no poder ayudarlo ya que sabían que si lo hacían también les pasaría lo mismo.
Después de 30 minutos de presenciar tal hecho la guerrilla se va y las personas pueden ayudar a mi tío, lo llevan al hospital más cercano, pero es inútil, él ya estaba muerto.
La muerte de mi tío fue un suceso devastador para la familia, dejando a sus dos hijos huérfanos y viuda a su mujer. Mi abuela también sufrió mucho por su muerte, llegando a padecer de depresión por un tiempo. Algo que la agobiaba bastante eran las condiciones en las cuales mi tío fue asesinado ya que fue un acto desalmado e inhumando y donde no se podía esperar justicia por parte del Estado.
Miguel Andrés Delgado Vega
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
UNA GUERRA INJUSTA
Soy de Puerto Rico Caquetá. Es difícil contar las cosas que hemos vivido por la guerra. Un pueblo que ha sufrido de ataques terroristas, donde todos los días se rumoraba que iban a acabar con la estación de policía que quedaba a tan solo una cuadra de mi casa. Hubo muchos momentos angustiosos, demasiada sangre derramada, madres de familia llorando a sus hijos, una niñez donde no se podía disfrutar en un parque tranquilamente, pues el miedo de la guerra recorría las angostas calles de mi municipio.
Así transcurrieron muchos años, llenos de amenazas y tristezas, ya que en los años del 2005 al 2007 uno de mis familiares, quien era el alcalde para la época, vivía en nuestra casa, ya que se encontraba dentro del anillo de seguridad de la policía desde mucho antes de su administración. Él era una persona importante para la familia, un hombre lleno de alegría y humildad, que se destacó por tener un corazón bondadoso y por querer ayudar a su pueblo a salir adelante.
Terminó su administración y seguía visitándonos sin miedo alguno, pasaron dos años y hubo una rendición de cuentas en la cual «Jotica», como de cariño le decíamos, asistió y mandó a hacer unos folletos donde explicaba todo lo realizado durante su administración. Él quería que la gente se enterara de lo que había trabajado por su pueblo y estaba feliz porque todo había salido bien en la reunión. Estuvo en la caseta del parque con algunos amigos y cuando anocheció llegó a la casa buscando comida. Habló un largo tiempo con mi mamá y le contó cosas que habían pasado. Le dijo: «Miriam voy a salir y regreso ahora, le encargo a mi niña» como le decía a Xiomara su hija.
Se despidió de todos y decía: «ya vengo, no me demoro». Mi mamá lo acompañó hasta la puerta y le dijo: «no se demore, tenga cuidado». Él la abrazó y se subió al carro. Andaba con el que había sido su conductor. Mi mamá le repitió en varias ocasiones: «Ricardo le encargo a Jota, no lo demore».
Siendo las 12:20 de la madrugada se escucharon unos disparos en la esquina de la casa. Las discotecas cerraron y se escuchó un silencio total. Cuando sonó el celular de mi mamá, donde le decían «Miriam, Jota está herido». Mi mamá salió con Xiomara en la moto, cuando me desperté ya estaban saliendo. Sólo recuerdo que me alisté y salí corriendo por todo el parque. Al llegar a la esquina, la policía estaba acordonando el área, no me querían dejar pasar. El comandante de la policía en ese entonces, me vio y dijo «déjenla pasar, es la sobrina». A tan solo una cuadra estaba mi mamá y sus gritos y los de Xiomara eran desgarradores, pidiendo ayuda para que le salvaran la vida a Jotica.
Cuando llegué, vi a mi mamá arrodillada llorando. La abracé y ella me agarró la mano. Entramos al hospital, no sabía para dónde me llevaba. Cuando llegamos por el pasillo, miramos a Jota en una camilla lleno de sangre. Mi mamá lloraba encima de él, lo tocaba, lo abrazaba y le reclamaba ¡por qué había salido! Fue el peor momento que he tenido que vivir. Ver a mi mamá y a mi prima tan desconsoladas. Siguió llegando toda mi familia al hospital y sólo se escuchaban llantos y se sentía el dolor del vacío que dejaron en la familia. Este dolor es grande e insuperable. Por culpa de una guerra injusta perdimos un ser tan amado como lo era él.
Han pasado 9 años y el sigue presente en nuestros corazones. Aún nos preguntamos ¿por qué fué? ¿Por qué a él?
Laura Daniela Fuentes Calderón
Programa de Derecho
Semillero Inti Wayra-Universidad de la Amazonia
VÍCTIMAS DEL ESTADO COLOMBIANO
Mientras conocen mi historia, quiero que conozcan más de Peñas Coloradas (Caquetá), creo que es más importante. ¿Por qué? Porque tiene algo bastante particular y es que de hecho, involucra más al propio Estado Colombiano y ejército, después de su llegada el 25 de abril de 2004 con su famoso «Plan Patriota», durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez que, en lo personal, opino que es uno de los peores gobiernos que ha tenido Colombia, con el que pretendían «acabar» con el movimiento guerrillero (el bloque sur) que decían «se ubicaba en la comunidad».
Pero todo era mentira, respecto al tema existen dos versiones: la del gobierno que solo pretende quedar bien ante el pueblo colombiano y ante la comunidad internacional y la de la comunidad, que en sí, debería ser la única existente, porque es la verdad contada por alrededor de 800 familias que fueron desplazadas. Pero no nos adelantemos al tema, vamos paso por paso.
Peñas Coloradas, es un punto estratégico en el corazón de la Amazonia colombiana, por el triángulo compuesto por: Meta, Guaviare y Caquetá. Se ubica al norte del Caquetá, a orillas del rio Caguán. Para llegar allí hay que recorrer 4 horas desde Cartagena del Chairá en deslizador. Allá el hacer «mercado» era [actividad de] los domingos, pero aparte de comprar frutas, verduras, cárnicos, etc., el día del «mercado» también las FARC ponían 60 mesas donde cada guerrillero cuidaba una mesa de los narcotraficantes, quienes eran los que sacaban la coca y la dejaban ahí. El pueblo era mundano, era el centro de acopio de droga y había mucha prostitución. Los habitantes en su gran mayoría, vivían de la coca y eran presionados por las FARC, éramos humillados y el objeto de su control para tener un mejor cultivo y cosecha de la droga.
Yo tengo 4 hijos, mi hija mayor me dio una nieta, era la primera, nació en el 2000, y mi marido y yo la empezamos a criar como a otra hija. Nosotros pagábamos arriendo en una casa cerca al colegio de Peñas Coloradas y mi marido y yo dábamos clases en primaria.
No existía la autoridad pública que regulara la convivencia en el pueblo, la única autoridad que existía allí era el frente 14 de las FARC, sus comandantes eran alias «Casicura» quien iba a ser extraditado en el año 2014, pero el gobierno nacional decidió emitir una resolución donde se aplazaba su extradición y «Sonia» (actualmente extraditada a Estados Unidos). En realidad el pueblo así como estaba, era tranquilo, aunque estuviera controlado totalmente por la guerrilla, estábamos bien, para nosotros era mucho mejor que no hubiera ni presencia ni intervención del ejército colombiano, seguro por eso el Estado nos tachaba de guerrilleros o conciliadores de las FARC.
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