CLINT EL BUENO, EL MALO, EL FEO
Por Jerónimo Rivera Betancur*
El polvo del camino es protagonista de la escena. Las miradas rudas y desafiantes van de uno a otro de los contrincantes. Las manos juguetean alrededor de los revólveres Colt 45, que mueren por matar. El primer gesto de uno de los tres rivales hará que todo estalle y sea lo último que alguien vea en su vida. Al fondo suena la música de Morricone como un silbido que el viento podría llevar en medio del tenso silencio reinante. Pocos segundos, que parecen eternos, bastan para que se activen los gatillos y aquel joven de la barba y el poncho quede registrado en la historia del cine como uno de los más rudos y apuestos íconos del celuloide: Clint Eastwood.
Esta escena del duelo de El Bueno, el Malo y el Feo (Il Buonno, il Bruto e il Cattivo, 1966) es una de las que inmortalizó a un joven Eastwood, desconocido para el cine, incursionando en una película que, según su director Sergio Leone, buscaba criticar la violencia del western americano usando aun más violencia. La cinta pasó a ser una de las más importantes representantes del género del western spaghetti italiano, que tuvo en Eastwood a su actor más representativo.
La vida de Clinton Jr, Clint para los amigos, ha ido de lo malo a lo bueno, de lo feo a lo bonito, de lo profano a lo sagrado. Eastwood es uno de los autores más auténticos de nuestra era y su cine ha evolucionado junto a él de una manera tan asombrosa que lo ha llevado de ser sólo un galán rudo a convertirse en uno de los más admirados directores de cine de todos los tiempos.
EL FEO
Reconocido desde siempre como un gran galán de cine, aun en su edad otoñal (80 años) Clint Eastwood resulta atractivo para las mujeres, nunca ha sido un tipo feo, pero lo feo es lo que algunos dicen de él. Es difícil separar su vida personal de los personajes que ha afrontado en la ficción, y esto ha ocasionado que buena parte de estos aspectos negativos se relacionen con los carácteres que ha encarnado en la pantalla.
A Eastwood se le acusa, entre otras cosas, de ser racista y de ultraderecha. De hecho es miembro activo del partido Republicano con el que llegó a la alcaldía de Carmel, California, en 1986. Como no lo conocemos personalmente, es necesario poner sobre la mesa los únicos argumentos con los que contamos: sus películas y declaraciones personales.
Desde su debut en la pantalla algunos de sus críticos han dicho que el actor y director es partidario del uso y abuso de las armas. La afirmación se basa, entre otras cosas, en el culto al revólver que hay en muchas de sus películas y que llevó, por ejemplo, a un aumento en las ventas del Magnum 44 (arma usada y venerada por Harry Gallagham, su personaje de Harry el sucio) y por el carácter violento y con tintes de derecha de algunas de sus primeras películas.
Son sus propias creaciones, sin embargo, las que se han encargado también de desmentir estas afirmaciones al poner en evidencia su posición antibélica de crítica al carácter absurdo de las guerras, sin posiciones sectarias ni panfletarias (como sí lo hacen otros directores como Spielberg y Ridley Scott). Es importante recordar que, por ejemplo, realizó con gran destreza dos películas en las que filmó la misma batalla de la segunda guerra mundial sin apasionamientos patrioteros desde los bandos en conflicto con equipos de rodaje provenientes de ambos países: japoneses (Letters from Iwo Jima, 2006) y norteamericanos (Flags of our fathers, 2006).
El pacifismo también es protagonista, indirectamente, de algunas de sus últimas películas. William Munny, personaje que interpretó en Los Imperdonables (Unforgiven, 1992) y que muchos asociaron al propio Eastwood, no logra redimir su pasado violento y aparece como un ser atormentado por sus acciones anteriores, como una especie de vaquero viejo que se cansó de matar. Igual carácter tiene Walt Kowaltski, personaje huraño y malgeniado que Eastwood interpretó en Gran Torino (Gran Torino, 2008) y que constituyó su despedida como actor. En la película, Kowaltski no sólo termina entendiendo que no es posible cerrar ciclos de violencia con más violencia, sino que además aprende una gran lección sobre tolerancia y respeto por la diferencia.
En Los imperdonables, Eastwood hace un retrato perfecto del «cowboy» rudo que lleva a sus espaldas sus horrendos crímenes y, a su manera, hizo un homenaje al western, un género que está en vía de extinción (como el cine clásico mismo). Podríamos asociar esta película con el ocaso del rubio (su personaje de El bueno, el malo y el feo), así como El gran Torino podría ser la muerte de Harry Gallagan (de Harry el sucio), un ser solitario, amargado y violento a quien lo persiguen los recuerdos.
Quienes lo asocian con los activistas de la más dura ultraderecha fueron sorprendidos a su vez con su incursión en el debate sobre la eutanasia con la película Golpes del Destino (pésimo nombre en castellano para Million Dollar Baby, 2004) que incluye un final polémico relacionado con este tema y que le valió un gran enfrentamiento precisamente con aquellos sectores con los que era relacionado. Sólo puedo decir que la película realmente no puede considerarse como una apología de la eutanasia, si no más bien de la amistad desinteresada y las consecuencias que trae cualquier decisión que se tome en la vida.
Famosa es también la controversia creada por el director de cine Spike Lee, uno de los más importantes exponentes del cine afroamericano y quien criticó las películas patriotas de Eastwood (Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima) por no tener ningún héroe negro. Esta afirmación queda sin piso para cualquier cinéfilo que conozca la obra de Eastwood, pues en sus películas ha representado a importantes celebridades como Charlie Parker, gran músico de jazz inmortalizado en la película Bird, en la que el 90% del elenco era negro y Nelson Mandela, una de las más importantes figuras de resistencia al Apartheid sudafricano y eje central de Invictus. Mención aparte merece, por supuesto, la estrecha colaboración del director con Morgan Freeman, su actor emblemático y amigo personal, con el que ha filmado algunos de sus proyectos más importantes (Million Dollar Baby, Unforgiven, Invictus, entre otros).
EL MALO
Hablando en términos estrictamente cinematográficos, hay que decir que no todas sus películas son precisamente memorables o de impecable calidad. Es notable el crecimiento narrativo de sus últimas historias con respecto a las primeras, pero aún hay películas como Invictus (Invictus, 2009) o El sustituto (Changeling, 2008) que quedan en deuda con sus seguidores. Como lo afirmé en el artículo «Eastwood perdió su Invictus», publicado en mi blog, «Debemos aprovechar su ánimo incansable en esta carrera frenética que a sus ochenta años ha emprendido contra el tiempo, para disfrutar con calma, como quien degusta un buen vino, cada una de sus obras. No todas serán obras maestras, pero cada una de ellas lleva el sello de un maestro».
Hay que aclarar, de todas formas, que las películas mencionadas no son exactamente malas, pero distan mucho de la calidad de otras obras del mismo autor. Otra es la situación de algunas de sus primeras películas, muchas de las cuáles sólo tuvieron su participación como actor, en las que se presentaban historias flojas cuyo único atractivo era la ostentación de las armas y la violencia gratuita, que, como ya se ha dicho, le valió a Eastwood una gran fama de tipo rudo y despiadado, expresada en frases como: «no me mires mal que te mato».
Pero lo más malo de los primeros personajes de Eastwood es probablemente su ambigüedad entre su condición de héroe o villano. El Rubio, su personaje en la película de Leone, es el bueno de la triada, pero realmente es bastante cruel y malvado y ni hablar del personaje de Harry, quien en sus seis películas va de sucio (Dirty Harry, 1971) a duro (Harry el Duro en español, originalmente Magnum Force, 1973) y finalmente a ejecutor (The enforcer, 1976). Callahan resume en él mismo todos los vicios del policía que se extralimita con todos los méritos de quien tiene éxitos en la lucha contra el crimen. En la base de datos sobre cine IMDB (la más importante en el mundo), se dice de Harry que «Callahan es conocido como ‘Harry el sucio’ por su habilidad para enfrentar situaciones demasiado violentas e impredecibles para los métodos policiales convencionales, una característica que suele ser fatal para sus colegas».
A esto se suma el hecho de que no se le reconoce por ser un actor muy expresivo o demasiado talentoso, lo que sumado a la fama que le precede, hace que siempre lo veamos como el tipo duro de películas anteriores. Podríamos pensar que esta crítica tiene fundamento y que la actuación no es realmente lo más notable de su carrera, pero podríamos también enunciar algunos momentos memorables del Clint Eastwood actor como la escena de la lluvia en Los Puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) o el último diálogo con Hillary Swank en Million Dollar Baby.
EL BUENO
Como podrá adivinarse con la lectura del texto, lo más fácil será hablar de lo bueno de Clint Eastwood que, como ya se dijo, es uno de los más grandes directores de cine de los últimos años, el último de los directores clásicos. Sin embargo, no se trata de hacer aquí una oda a Eastwood, sino de reconocer aquellas pequeñas grandes cosas que nos hacen admirarlo y que son dignas de emulación.
Lo primero, precisamente, es reconocer su capacidad de hacer grandes cosas a partir de historias pequeñas. Al ser pequeñas, estas historias no son necesariamente insignificantes, pero sí están desprovistas de alharaca o de efectos visuales o sonoros rimbombantes. Ahí es donde está gran parte de la maestría de Eastwood: Él hace un cine en el que no se notan las costuras y en el que los efectos no se roban el show (toda una proeza en nuestra época de estética comercial). Ver una película de Clint Eastwood es «reencontrarse con el cine de autor, cine clásico en todo el sentido de la palabra, con una narrativa cuidadosa y un guión que mantiene la tensión sin necesidad de artificios ni efectos especiales».
Las películas de este director son una ventana a la vida y al alma de cada uno de los personajes, su intención no es moralizante ni sensiblera, pues la complejidad de cada uno de los carácteres nos hace desarrollar hacia ellos sentimientos encontrados. Con las películas de Eastwood podemos sorprendernos sintiendo simpatía por el ladrón personificado por Kevin Costner en Un mundo perfecto (A perfect World, 1993) y su relación paternal con el niño huérfano que ha secuestrado, así como por el hosco entrenador Franky de Million Dollar Baby y su construida relación paternal con la boxeadora y huérfana Maggie. Sus personajes no son estrictamente héroes o villanos, son sencillamente seres que actúan y desean pero, sobre todo, sienten.
Esta sensibilidad se logra, por supuesto, con personajes bien delineados y un casting exigente. Es realmente un deleite sentarse a ver películas protagonizadas por algunos de los más impresionantes actores de carácter de Hollywood (como Sean Penn, Tim Robins, Gene Hackman o Meryl Streep) dirigidos con gran tino por quien también ha sido reconocido como un gran director de actores.
Muchos dicen que Eastwood es fundamentalmente un artesano del cine. No podría estar más de acuerdo con esta afirmación, teniendo en cuenta que también fueron grandes artesanos directores como Alfred Hitchcock y Stanley Kubrick, criticados en su momento por su conocimiento del oficio de la realización, su afición a los detalles y la planeación rígida de cada uno de sus proyectos. No se trata en estos casos de compensar el talento con la perseverancia, sino de adquirir la maestría desde el oficio, pues recordemos que muchos de los más grandes directores han estudiado en una de las mejores escuelas: la del trabajo del cine. Eastwood ha hecho bien la tarea destacándose además en cada una de las áreas.
El actor, director y productor (su productora Malpaso Films es la firma que respalda gran parte de sus películas) es también compositor. Esta labor, tal vez su faceta más desconocida, le ha permitido dar tanto protagonismo a la música que termina convirtiéndose en uno más de los actores principales, remarcando cada uno de los puntos fuertes y dando emotividad a cada historia.
La mayoría de los directores de cine tienen una gran obra maestra en algún momento de su vida y las demás terminan cerrando el ciclo o continuando el tema que esta gran obra inició (Orson Wells, por ejemplo, hizo El Ciudadano Kane a los 25 años y nunca pudo superar su éxito a pesar de hacer cine cuarenta años más). Clint Eastwood, por el contrario, fue subvalorado durante décadas y a sus ochenta años está en la cumbre de su carrera y en su momento más productivo. El tiempo corre en su contra y es evidente que tiene aún muchas historias por contar.
Eastwood es como su Gran Torino. Podríamos tener un automóvil con múltiples funciones, gran tecnología, estilo aerodinámico y seguridad computarizada; pero siempre hay cierta atracción hacia esos modelos históricos que marcaron una época y que saben mantener la elegancia y utilidad que tuvieron en sus mejores años. Así son las películas de Clint Eastwood y el mismo Eastwood: Clásicos que perdurarán en el tiempo, que se conservan tan bien como en su juventud y que, sin efectos ni aspavientos, saben contar una historia que atrapa e impacta.
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* Jerónimo Rivera Betancur es Comunicador Social y Periodista de la Universidad de Antioquia. Especialista en Dirección Escénica de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba). Magíster en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente es Jefe del Area de Comunicación Audiovisual y Editor de la Revista Palabra Clave de la Universidad de la Sabana, Coordinador de la Red Iberoamericana de Investigación en Narrativas Audiovisuales (Red INAV).
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