Cine de Cartelera Cronopio

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Que he hecho yo para merecer esto, el mundo patas arriba de Pedro Almodovar

¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO?: EL MUNDO PATAS ARRIBA DE PEDRO ALMODÓVAR

Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*

¿Qué he hecho yo para merecer esto?, puede ser uno de los títulos menos conocidos a nivel internacional, por el público masivo —de ese al que le gusta el mejor cine palomitero— del laureado Pedro Almodóvar, pero uno de los más apreciados por los cinéfilos y adictos al séptimo arte.

Se trata de un claro ejemplo de cine post franquista. Es el tipo de producción que hubiese sido vetada por el régimen del «generalísimo», debido a que algunos de sus personajes, parecen encarnar lo opuesto a los tradicionales valores judeocristianos, que trató de impulsar el dictador Franco gracias a su contubernio con el catolicismo romano. Parece ser que los personajes de este largometraje tienen sus prioridades invertidas, en contravía de su propia supervivencia, en un Madrid cosmopolita, una mezcla entre lo premoderno y lo moderno, retratado nueve años después de fallecimiento del caudillo fascista.

Por eso, sus personajes actúan como trasgresión de los arquetipos propuestos por esa dictadura totalitaria. Todos los personajes están sujetos a una trama multiplicada de diferentes vertientes cinematográficas: es posible detallar una continuación del neorrealismo italiano hecho por los grandes exponentes de esa escuela, abigarrado al surrealismo y también al mejor cine de terror o de drama psicológico. Asimismo, existen escenas de un fuerte simbolismo, cargadas de contradicciones. Se podrían citar algunos ejemplos. En primer lugar, es posible estudiar la relación que sostienen Gloria y Cristal. En segundo lugar, el caso curioso del detective impotente o la aparición y posterior defunción del lagarto, mascota con un terrible sino trágico, despedido por la ventana del apartamento.

Ahora bien, como ya fue expuesto, puede que el consumidor de cine —sin muchas intenciones de seguir la carrera del director manchego— reconozcan obras suyas como Todo sobre mi madre, Hable con ella o Volver. No obstante, es poco probable que en sus ratos de ocio se hallan topado con ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Ubicada en la primera etapa del realizador, este filme fue escrito y dirigido por Pedro Almodóvar en 1984. Algunos personajes obedecen a la imagen arquetípica del franquismo: marido taxista, machista por naturaleza, proveedor, macho alfa sexual en potencia; esposa abnegada, ama de casa, pendiente del hogar, de sus hijos, de todos los asuntos domésticos, receptora de todos los apetitos carnales de su cónyuge.

Sin embargo, ninguno está feliz, ninguno muestra la cara bonita del tradicional cristianismo franquista. Ella no sonríe ante los atropellos de su marido, poniendo todo el tiempo la mejor de las caras. Ella se tiene que partir el lomo literalmente hablando por sacar adelante el hogar, tiene que rebuscarse el dinero que su marido no gana por el irrisorio estipendio que recibe al transportar pasajeros; suda para solventar los gastos del apartamento en que viven, en medio de una colmena humana, una construcción localizada en el Madrid de la clase trabajadora, una suerte de espacio habitacional perverso y esperpéntico, un 13 Rue de Percebe patas arriba, que recuerda al Pisito de Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry. Los vecinos y habitantes escuchan los ruidos del otro, sin el menor aviso de intimidad y privacidad.

Ella, Gloria, interpretada por una genial Carmen Maura, carga con todo el peso —tal como si fuera una esclava— de las obligaciones domésticas: lava, cose, cocina, atiende a su marido, a su suegra, a sus hijos. No es feliz, no es el ama de casa resignada del franquismo. Está frustrada, triste, desolada; recurre a las anfetaminas para escaparse de la realidad opresiva que la asfixia. Se ve obligada —al ser recomendada por su vecina y amiga prostituta, la vanidosa y lasciva Cristal—, como asistente de un escritor y su mujer escritora, a los que la inspiración y las editoriales no parecen tratarlos bien por esos días.
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Un autor en desgracia, encarnado por Gonzalo Suárez, que pretende plagiar una historia totalitaria sobre ciertos aspectos curiosos sobre la vida de Hitler, y que quiere hacer pasar por suya una idea que no salió de su mente. Una esposa cleptómana, que no se puede consagrar a sus libros, porque solo ha tenido tiempo para dedicarse a las labores del hogar.

Por su parte, el marido de Gloria —interpretado por Ángel de Andrés López— es un taxista, al que le aburre llegar a su casa, luego de sus jornadas de trabajo. Es machista, autoritario, detalla a su mujer como el vehículo para saciar sus apetitos sexuales. Todo el tiempo exclama: «Aquí el que manda soy yo». Enfrascado en cuestiones de un amor del pasado, evocará todo el tiempo su estadía en Alemania, donde sirvió de chofer a una actriz teutona venida a menos. Gloria también atiende a su suegra, una viejecita rezandera, típica dama franquista, mojigata, pero dada al alcohol, lo cual contraviene las normas de conducta de una dama respetada del antiguo régimen. Gloria también tendrá que soportar las pataletas de sus dos hijos: uno dedicado al micro tráfico de las anfetaminas que le roba a su madre y el otro, al oficio de gigoló o amante de los padres de familia de sus compañeros de colegio.

Por lo visto, una familia —que en medio de la movida madrileña de la época— nada tiene que ver con la típica familia franquista, con las prioridades invertidas. Pese a las penurias Gloria y su familia, gastan dinero en sus drogas escapistas, en coñac en vez de comida, accesorios de belleza, y otros tipo de cosas que no hacen parte de la canasta básica familiar que ha sido golpeada por la crisis.

Es un filme con ciertos tópicos neorrealistas — al mejor estilo de Fellini, De Sica o Rossellini— al tener Almodóvar el objetivo de retratar condiciones humanas, alejándose de lo estrictamente histórico —al margen de la historia oficial— que había impuesto el fascismo en todas sus expresiones artísticas, confiriéndole más importancia a las emociones que despierten los personajes que a la trama misma. Por eso, en la atmósfera neorrealista de Almodóvar todo es flexible y cambiante.

Aparte del neorrealismo, hay la más descarnada realidad en los gestos y dramas de los personajes. Subyace también una especie de surrealismo, a través de los movimientos ultra sensoriales–sobrenaturales de la pequeña vecina que ayuda a Gloria a empapelar las paredes, luego del trágico e involuntario asesinato de su marido, el taxista. Tal pareciera una película digna de Buñuel o equiparable a los movimientos prestidigitadores de Sissy Spacek en la aterradora escena final, sujeta al más excelso terror psicológico, de Carrie de Brian de Palma, en su primera versión de 1976.

Sin lugar a dudas, cabe analizar un poco, algunas paradojas y contradicciones que se encuentran patentes en el filme de Almodóvar. Curiosa es la relación de Cristal, prostituta que atiende a sus clientes en su apartamento, con Gloria. Es decir, una relación de amistad entre una prostituta y una ama de casa. Curiosa relación que ante los ojos del franquismo recalcitrante, estaba vetada.

Pero estamos en plenos años 80. Con la irrupción de la democracia, de la mano de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo–Sotelo y Felipe González, el destape no se hizo esperar. La represión absoluta del franquismo, sujetando una sociedad atomizada, sacarían a relucir la liberación sexual, cultural y política de la sociedad madrileña, en la que una meretriz —según lo retratado en la producción de Almodóvar— le cuenta sus más íntimas confidencias, a una ama de casa como Gloria. Incluso, la invita a participar de su trabajo, cuando uno de sus clientes, le exige a Cristal que para poder pagarle sus labores, ella y el sujeto deben tener sexo, mientras un testigo voyerista los observa. Ese testigo ocular es Gloria. Su marido no parece estar muy a gusto con esta relación. Por eso, la increpa con estas palabras: «Es una puta. Te prohíbo que estés con esta Cristal».
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Por su parte, el detective interpretado por Luis Hostalot, es una clara transgresión de los investigadores que siempre se salen con la suya en los thrillers de misterio. Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle, o Hércules Poirot, de Agatha Christie, o el mismo James Bond, del aclamado Ian Fleming, son los típicos investigadores viriles, machos en potencia, seductores, que gracias a su raciocinio, logran resolver los casos más complicados. A la larga lograrán capturar a los autores materiales e intelectuales de los homicidios que investigan.

A través de sus conjeturas y sus pesquisas, la razón suele imponerse a la barbarie de los asesinos y de aquellas mentes criminales que ponen en jaque la estructura en la que se cimienta la sociedad occidental. El personaje de Hostalot, no es ni mucho menos Holmes, ni es tampoco una especie de Poirot y tampoco cuenta con el arte seductor de un James Bond. Carece de virilidad. Cuando intenta complacer sexualmente a una mujer, falla en sus cometidos. Es impotente y por lo tanto, se verá obligado a consultar a un sexólogo —hermano del escritor obsesionado con la historia del dictador— para resolver su penosa situación. No resuelve el homicidio. Gloria sale campante, resulta airosa. Nunca es considerada como sospechosa de la muerte de su marido. Burla continuamente las investigaciones del detective. Fallan su raciocinio, sus claves, sus conjeturas para resolver el acertijo sobre la trágica muerte del taxista machista. Falla también su virilidad, su capacidad sexual para poseer a una mujer, para hacerla disfrutar en medio del placer sexual.

En otra instancia, resulta curiosa la figura del lagarto en esta pieza almodovariana. El animal es bautizado por la abuela con el nombre de «dinero». En principio, ella y su nieto se apiadan del pobre animal, al encontrárselo en un parque madrileño. Deciden tomarlo como mascota y lo transportan al apartamento, para que sea un habitante más, en ese hogar disfuncional atendido por la frenética Gloria. Es bastante notable, que en medio del altercado que sostiene la protagonista con su esposo, al atacarlo con el hueso en su cabeza, lo que luego devendrá en su asesinato, el lagarto queda impregnado de la sangre del taxista. En algunas culturas como la vallenata, en el caribe colombiano, se sacrifica a algunos lagartos o iguanas, en ciertos ritos de iniciación de artistas que se dedican a la percusión de instrumentos de cuero. Eso se puede apreciar en unas de las escenas más memorables de la cinta colombiana «Los viajes del viento» de Ciro Guerra. En ciertas culturas, como la caribe colombiana, el lagarto es sacrificado como símbolo de una vida adulta que comienza.
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En medio de las pesquisas detectivescas, los investigadores comandados por Hostalot, no atinan a observar las manchas rojas que colman la anatomía del lagarto. No detallan que el animal fue depositario de un sacrificio, al recibir la sangre del delito emprendido por Gloria. Matan a Dinero. Lo expulsan por la ventana. El dinero, la fortuna, salen por la ventana. Nunca la familia se logrará reponer en cuestiones económicas. Siempre habrá un déficit, el cual Gloria tendrá que atender. A su vez, el lagarto o la salamandra en algunas obras de teatro del Siglo de Oro Español, como Fuente Ovejuna o El caballero de Olmedo, ambas de Lope de Vega, son capaces de resistir y sobrevivir al fuego. En el filme de Almodóvar, el lagarto no es inmune. Ante la menor torpeza de los investigadores, resulta muerto. Es abrasado por el fuego de la torpeza detectivesca, que en medio de una razón vacilante, no logra dilucidar la barbarie desatada en dicho apartamento madrileño.

Neorrealismo, surrealismo, juegos psicológicos, personajes trasgresores, juegos antitéticos entre una sociedad franquista del pasado y una libidinosa nación post franquista, personajes sugestivos en medio del delirio, son una verdadera maravilla ante la visión del cinéfilo, en medio de esta disparata realidad entretejida por Pedro Almodóvar a mediados de los años 80. Una película para no perderse de vista, en el que el mundo anda patas arriba.

¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), dirigida por Pedro Almódovar. Cortesía de El Deseo S.A. Pulse para ver el trailer.

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* Juan Manuel Zuluaga Robledo es Comunicador Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, director de Revista Cronopio, Magíster en Ciencias Políticas de la misma universidad. Magister en Artes y Literatura de la Illinois State University, donde también fue profesor de español. Actualmente es candidato a doctorado en Literatura Latinoamericana en la University of Missouri. En sus tiempos de estudiante de comunicación, disfrutó contando historias de ciudad en el periódico Contexto de la Facultad de Comunicación Social. Fue practicante del periódico El Tiempo en Medellín y trabajó en el periódico Vivir en El Poblado, medios en los que se desempeñó como un forjador de crónicas y entrevistas, géneros narrativos que le encanta practicar en los ratos de ocio, que también incluye uno que otro cuento y reseña de libros, al calor de un buen café y con la inspiración de los Beatles como música ambiental. Lector apasionado de los maestros del Boom latinoamericano, entre ellos: Cortázar, García Márquez, Vargas, Llosa, Onetti y admirador de los forjadores del periodismo literario como Capote y todo aquello que esté inmiscuido en la Generación Perdida Norteamericana. Crónicas de ciudad, artistas, cuentos y reseñas de libros serán sus temas de inspiración en la Revista Cronopio.

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