Cine de Cartelera Cronopio

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Nenen de la ruta mora o amistarse con los monstruos

NENÉN DE LA RUTA MORA O AMISTARSE CON LOS MONSTRUOS

Por Dinorah Cortés Vélez*

Nenén de la ruta mora es una pequeña gema del cine puertorriqueño, un cortometraje del año 1955 que entremezcla los géneros del drama, la ficción y el documental. El mismo fue dirigido por Óscar A. Torres —quien además escribió el libreto— y producido por la compañía puertorriqueña División de Educación en la Comunidad. A pesar del tiempo, la temática y ejecución fílmica de Nenén de la ruta mora resultan de una asombrosa actualidad. Este cortometraje, exalta la figura del vejigante como parte de una afirmación gozosa de la negritud puertorriqueña, en el contexto de la celebración de las tradicionales Fiestas de Santiago en el municipio de Loíza Aldea, situado en la costa norte de Puerto Rico. Nenén de la ruta mora merece tener su sitial privilegiado dentro del currículo del Departamento de Instrucción Pública en un Puerto Rico que precisa continuar erradicando el racismo y enseñando a niñas y niños a apreciar la gloriosa raíz africana de nuestra identidad caribeña.

El cortometraje, de 25 minutos de duración, ha pasado al dominio público y puede accederse en su totalidad a través del siguiente enlace en YouTube:

El argumento de la historia es de una magia tan simple como evocadora. Nenén es un chico travieso de unos ocho años, que reside en el municipio de Loíza, un importante enclave de afrodescendientes en la isla de Puerto Rico. Es julio, lo sabemos, no tanto por el sol que está que pica sino porque los loiceños se encuentran en medio de las Fiestas de Santiago Apóstol. Si bien el festival se extiende por varios días, en este día en particular se honra a Santiago de los Niños. Nenén es un niño saludable y, a todas luces, feliz, que ha sido dejado al cuidado de su abuela por su madre. Es un niño hermoso. Su piel es oscura como corteza de coco. Tiene una sonrisa relumbrante. Su cabello es ensortijado y corto. Tiene gracia y porte de niño gacela, desmadejado por la costa loiceña. Su abuela, una anciana delgada y de aspecto venerable, que se dedica a pintar caretas de vejigantes, las cuales regala a los participantes de las Fiestas de Santiago, le ordena a su nieto ponerse la camisa y los zapatos para que vaya a hacerle un mandado. Nenén podrá ser un niño travieso, pero también es obediente. Poco antes de aprestarse a cumplir con el encargo de la abuela de buscarle la leña, Nenén observaba curioso las manos fuertes de ella, creando coloridos trazos en las caretas de madera. También hacía sus pinitos como pintor. Poco después, Nenén echa a andar en dirección a la playa. Pero a los pocos pasos, uno de los ancianos que acompaña a la abuela en su taller lo llama para advertirle: «Neneee, húyele al cuco que está velando». Nenén se sobrecoge. En un primer plano aparece una de las caretas que acaba de pintar la abuela. La cámara se mueve intermitentemente entre esta imagen sombría y la mirada aterrada de Nenén. Lo que sigue es un viaje mítico, una travesía del pequeño héroe negro que debe habérselas con el cuco para poder cumplir con la encomienda de su abuela.

Nenén de la ruta mora resemantiza la narrativa del héroe occidental, a fin de afirmar la negritud puertorriqueña a partir de un modelo relacional basado en la amistad. A diferencia del héroe tradicional, que resulta vencedor en el combate solitario con fuerzas adversas, Nenén vence a su «adversario», un vejigante, amistándolo. El vejigante guiará a Nenén hacia sus raíces negras en la experiencia del disfrute compartido, entre amigos, durante las fiestas santiaguinas. En su viaje, Nenén tendrá que atravesar las tres etapas clásicas que el héroe debe sobrepasar a fin de iniciarse, a saber, separación, iniciación y retorno, según han sido explicitadas en The Hero with a Thousand Faces, de Joseph Campbell.
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La advertencia sobre el cuco o monstruo que asusta a los niños y el enfrentamiento con la máscara de vejigante pintada por su abuela, que para Nenén representa al cuco, finaliza la etapa de la separación y prefigura el comienzo de la iniciación. La misma habrá de consumarse al lado del mar loiceño. La «ruta mora» de Nenén no es otra que la de un grupo de arbustos de uva de playa, junto a los cuales Nenén se las verá cara a cara con el temido «cuco» disfrazado de vejigante. No obstante, Nenén se sobrepone al miedo que la figura bailadora le instiga, porque puede más la fascinación de sus ropas coloridas, de su máscara y de su diestra danza. Interpelado por el vejigante, quien se presenta con el epíteto de «Cumbé el de los cocales», Nenén se embarca en un viaje de heroicidad improbable, forjado a partir de la amistad con un «demonio bailador de las vejigas». Así es descrito por el narrador cervantino el vejigante que le sale al paso a Don Quijote y a Sancho en el Capítulo XI de la segunda parte de la novela: «Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas; el cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles…» Nenén, al igual que Don Quijote, se siente sobrecogido por la «mala visión» (DQ) del vejigante, pero el pequeño héroe en formación adopta la ruta inusual de tornar en amigo suyo al «monstruo», apuntándose una victoria filosófica sobre su «adversario».

De la mezcla entre la figura del vejigante, asociada en la imaginería de la España medieval con los moros vencidos por el Apóstol Santiago (de ahí la presencia de los vejigantes en las celebraciones de las Fiestas de Santiago) y la figura del hidalgo manchego, da fe un regalo de cumpleaños de parte de mi madre. Se trata de una escultura de barro que imbrica las figuras de Don Quijote y un vejigante (sin duda, un homenaje al encuentro fortuito del Capítulo XI de la segunda parte de la novela). El tallado revela la cara flaca de Don Quijote, quien lleva la consabida bacía, además de una lanza, la túnica amplia de los vejigantes y un escudo con la imagen de una vejiga de vaca, tan característica de los vejigantes (el término deriva de las palabras «vejiga» y «gigante»). Un segundo escudo redondo, hacia la parte inferior de la túnica, ostenta la bandera puertorriqueña con sus colores emblemáticos de azul, blanco y rojo. De este modo, el escultor de nombre desconocido, aunque se sabe que es un recluso de la cárcel del pueblo de Aguadilla, en Puerto Rico, produce un híbrido fascinante, un vejigante quijotesco o Quijote avejigantado, al cual ancla firmemente en el folclor puertorriqueño, de sí tan afecto a la figura del vejigante.
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En Nenén de la ruta mora, Cumbé el de los cocales adentra al pequeño héroe en formación aún más en el camino de su mismidad. Si bien el impulso de Don Quijote es el de combatir y vencer al «demonio bailador de las vejigas», no así Nenén, cuya ruta se asemeja mucho más a la del tallado que hibrida al manchego con el vejigante. Nenén no antagoniza al vejigante, tampoco lo combate, Nenén se amista con el vejigante. El vejigante guía a Nenén hacia el centro del poblado de Loíza Aldea, en donde se llevan a cabo las celebraciones en honor a Santiago de los Niños. Nenén y el vejigante, para siempre amistados, danzan a lo largo de una celebración con el baile de «la bomba que emburuña la bemba y hace la vida más fácil y más buena», como reza la narración que sirve de trasfondo a los eventos. Aunque Nenén y el vejigante se separan por un buen tramo de la celebración, la bomba, danza afropuertorriqueña, acompaña al pequeño héroe hasta que los dos amigos se vuelven a encontrar, hacia el final del cortometraje.

Por esta ruta de afirmación comunitaria, Nenén encuentra el camino de retorno como héroe iniciado. Acompañado por Cumbé retorna a la playa, allende una ruta mora reminiscente no solo de uvas playeras sino del color oscuro de su piel de afrodescendiente. En Puerto Rico se ha hecho uso racista del adjetivo «retinto» que es sinónimo de otros tales como «ennegrecido» o «cárdeno», a su vez, sinónimo de «violáceo», para describir a personas de la raza negra. La ruta mora de Nenén, sin embargo, hace uso positivo de esta asociación al vincular el color morado con la belleza de la raza negra.

Un punto de contraste interesante con la trayectoria heroica de Nenén se halla en el hermoso relato infantil Where the Wild Things Are (1963), de Maurice Sendak. Max, pequeño héroe en formación, una noche se disfraza de lobo y se comporta muy mal con su mamá, desobedeciéndola al punto de amenazar con comérsela cuando ella lo regaña. Enviado a su cuarto sin cenar como castigo, Max se embarca en una elaborada fantasía heroica que lo lleva de su habitación convertida en selva hasta «donde viven los monstruos». Max reduce a obediencia a los monstruos «staring into all their yellow eyes without blinking once», en otras palabras, los intimida con el poderío de su gesto dom(in)ador. Max es proclamado «rey de los monstruos», pero con el tiempo empieza a sentirse solo y quiere retornar al calor del hogar. Aunque los monstruos le imploran que no se vaya, Max emprende el viaje de regreso por barco. Al llegar a su casa encuentra que hay un plato de comida caliente para él.
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Las diferencias entre Max y Nenén son más importantes que las semejanzas. Ambos son niños traviesos y amados por sus familias. No obstante, Max es desobediente y se rebela contra su madre, mientras que Nenén es obediente y de inmediato acude a cumplir con el encargo de su abuela. Max es un niño blanco que parece ser de clase media. Nenén es un niño pobre de una villa playera. Max intimida a los monstruos y aunque llega a ganarse su amor, lo hace por el camino de ese gesto de intimidación inicial. Nenén se asusta la primera vez que ve a Cumbé, pero muy pronto sucumbe a la magia de su encanto y se hace su amigo. Max, por último, inicia el retorno, última etapa de la travesía del héroe, solo. Nenén retorna acompañado de Cumbé, tras haber compartido con él la experiencia del festival. Cuando Cumbé desaparece al final de la historia, Nenén lo llama a voces. Aunque es claro que lo echa de menos, su rostro luce feliz y tranquilo. Nenén toma el mazo de leña que le había pedido su abuela y emprende el regreso a la aldea, para llevárselo. El nuevo sentido de auto-posesión que acompaña a Nenén es el del héroe que se ha amistado con «el monstruo» y ha descubierto la belleza de su gente, de su cultura, de su comunidad, y, a fin de cuentas, de su raza negra.

Como indica la narración al inicio del cortometraje, la Fiesta de Santiago representa el influjo español en la cultura loiceña, mientras que la tradición de los vejigantes representa la influencia africana en la comunidad. La ruta mora de Nenén, sin negar la herencia española, la transforma. Esto se ve cuando en medio del festival puntualiza el narrador que «Santiago Matamoros» llegó a Loíza Aldea para quedarse, convirtiéndose en consolador del pueblo y defensor de los marginados y pobres que allí habitan. Este paladín de los menesterosos está muy lejos del héroe cruzado que, en el folclor español, mataba moros (de ahí el sobrenombre) por considerarlos «infieles». En esa lucha amistosa entre la herencia española y la africana, en Nenén de la ruta mora, gana esta última bajo el signo de la negritud afirmada.
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* Dinorah Cortés Vélez es escritora y catedrática asociada de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee, WI, U.S.A. Ha publicado tres libros de ficción, El arca de la memoria: una biomitografía (San Juan, Puerto Rico, Editorial Isla Negra, 2011), Cuarentena y otras pejigueras menstruales (San Juan, Puerto Rico, Editorial Isla Negra, 2013) y Poemas de la soledad en Wisconsin (San Sebastián, Puerto Rico, Indómita Editores, 2015). Se encuentra próxima a terminar el manuscrito de su primer libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz. También trabaja en un libro de cuentos y un libro de poesía.

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