Cine de Cartelera Cronopio

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The congress la filosofia del cine que se hace animacion

THE CONGRESS: LA FILOSOFÍA DEL CINE QUE SE HACE ANIMACIÓN

Por Luis Felipe Valencia Tamayo*

Recuerdo cuando en el cine de hace unas décadas se comenzaban a hacer ciertas interacciones entre el mundo «real» y el mundo «animado». Por real nos referíamos a aquel en el que se veían actores hechos y derechos, y por animado nos referíamos a lo que fácilmente se denominaba «los muñequitos», una serie de dibujos que daban un aire cómico a la vida de las mañanas infantiles, tanto en las películas como en las series de televisión. De esos proyectos, uno de los que sirve de ejemplo para mostrar de qué hablo es el de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, Robert Zemeckis, 1988). Y estoy seguro de que ese no ha sido el primer filme que trabaja bajo ese esquema de encuentros y desencuentros entre actores y dibujos animados, pero al menos es uno de los más representativos para el público. Al lado de la película de Roger Rabbit, y tras ella, llegaron muchas más del mismo corte, casi siempre con las grandes figuras de los Looney Tunes o de Disney insertándose en tramas de aventuras y comedia de muy fácil digestión; podría incluso decirse que todo un género cinematográfico se ha gestado a partir de este uso de la tecnología y el dibujo.

Ese marco, tan atractivo, ha servido mucho más recientemente para hacer películas más vigorosas intelectualmente, que logran, además, recrear lo que algunos genios de la literatura han plasmado como una aventura especulativa sobre el mundo del mañana. El reconocido cineasta Richard Linklater —muy mencionado en estos años por su película Boyhood— adaptó en 2006 la novela A Scanner Darkly, de Philip K. Dick. Guardando el mismo título, lo hizo con una muy llamativa y difícil técnica de animación en la que los actores se configuraban en pantalla como pinturas. Así como esa interesante película, la tecnología y los recursos del cine nos han permitido acercarnos a historias de un corte mucho más existencial y descarnado sobre la realidad, la historia y el futuro, como en el caso de los relatos y novelas frecuentes de ciencia ficción.

Ari Folman, el director israelí nacido en Haifa en 1962, ya nos había convencido de su talento y juicioso pulso narrativo con la multipremiada obra Waltz with Bashir (2008). Apuntándose a la lista de películas animadas que quieren analizar y profundizar ciertos aspectos de la existencia contemporánea, aquel filme nos dejaba el grato perfil de una reflexión sobre la historia, los conflictos armados, la memoria y el olvido, los juicios del remordimiento, las venganzas del mismo ego. En 2013, ese mismo director presentó una adaptación muy personal de su lectura de la novela Kongres futurologiczny del genial escritor polaco Stanisław Lem. De esta obra hay edición en español: Congreso de futurología (Alianza Editorial, 1971). Lo que hace Folman es vincular en la trama de este extravagante congreso la vida de una actriz que hasta resulta familiar a todos, la bella Robin Wright. Surge, así, el filme The Congress.

Wright es muy cercana a los afectos de todo el público del cine, porque se hizo célebre en 1994 con el papel de Jenny Curran en la película Forrest Gump. En aquel entonces, ella era una joven que nos hizo ver las peripecias de una muchacha de los años sesenta por hallarse a sí misma en medio de las revoluciones que se gestaban en aquella época. Y por supuesto, es el amor de Forrest. En The Congress, ya más madura, Robin Wright se interpreta a sí misma y, en esa sobre encarnación asume el futuro de la actuación como una venta de derechos sobre una imagen que se postergará por medio de recursos digitales. Ya no podrá ser más ella, su rol lo definirá un contrato para que sea una imagen computarizada la que aparezca en todas sus próximas películas. ¿Recuerda el lector aquel revolucionario dispositivo que aparece en la novela La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares? Pues en The Congress viene a cumplir una función similar: Robin Wright ya no tendrá que preocuparse por envejecer ni por ponerse a punto para un próximo papel, lo único que tiene que hacer es firmar su último contrato para que ella sea una mujer para la pantalla mientras a su cuerpo la vida le pasa como a todos los mortales.

Puede decirse que esa es la primera parte del filme: una reflexión sobre la posteridad, la inmortalidad, la tecnología, el cine en sí mismo. Pero la segunda parte, que se engrana una vez Robin Wright ha firmado el contrato, es todo un deleite filosófico y estético.

Veinte años después de que Robin cediera su imagen, el mundo se ha divido en dos, el mundo real y el mundo animado. Por medio de las drogas, las personas deciden si quieren vivir en el universo de los «muñequitos» o si quieren vivir miserablemente como simples seres humano. Hay unas fronteras establecidas y parece que solo unos pocos han decidido quedarse por fuera de la fiesta de una vida «animada» por los dibujos y los trazos mentales que envuelven a todo ser en la fantasía, como si se tratara de esos mundos en los que The Beatles solía verse como caricaturas psicodélicas.

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Robin Wright se encuentra allá con su diseñador, con el dibujante que la había hecho personaje de nuevos filmes. En un mundo veleidoso y cargado de ensoñaciones, la única que parece vivir «lo real» es precisamente la ya veterana actriz. Así como había ocurrido en Waltz with Bashir, en esta historia de Ari Folman hay una gran crítica a lo que han resultado ser las representaciones de la realidad que ofrecen los medios de comunicación y los embates del olvido cuando la sociedad prefiere dejar de recordar lo que ella misma ha sido para fantasear sobre lo que es. En esa disolución solo queda, a pesar de todo, el arte. Sin embargo, es el arte de una conciencia que se ha tergiversado y, enraizada en la adicción, se asume exuberante, ilimitada, completamente embebida en la fantasía.

Como ocurre en los viajes en los que hombres llegan a probar alucinógenos, drogas ancestrales, bebidas para recrear el espíritu, en The Congress se hace presente uno de los grandes temas de la ciencia ficción: la masificación del pensamiento por medio de enteógenos y fármacos. La luz, como la que ofrecía Platón en el mito de la caverna que describe en La República, solo llega por medio de alguien que tenga la valentía de enfrentar la realidad tal y como es. El resultado, como se ha sabido desde el origen mismo de la filosofía, es usualmente el mismo: estamos condenados a nuestras adicciones, incluso a las ilusiones más provechosas de la vida del hombre: el amor, la felicidad, la belleza.

Cuando, como espectadores de cine, hallamos un director como Ari Folman, solo queda entregarse al viaje propuesto como si fuera también un bocado alucinante. En su inclinación filosófica y estética nos encontramos, secuencia a secuencia, con los símbolos de una indagación, más que personal, trascendental, que involucra el rehacerse continuamente como ser humano en una sociedad que se encausa a la intranscendencia.

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* Luis Felipe Valencia Tamayo (Manizales, Colombia). Escritor y profesor de Literatura y Humanidades en la Universidad de Manizales. Como aficiones y gustos, la literatura, el cine, el periodismo, la filosofía y la música son parte de su vida cotidiana ya sea como lecturas o como motivo para escritos. Ha participado de diferentes eventos y certámenes al respecto, haciendo parte de revistas y antologías hispanoamericanas y colombianas de ensayo y de cuento. Premio de Ensayo Tulio Bayer 2004 (Manigraf – Manizales, Colombia); Premio de Cuento Universidad de Manizales 2006 y 2009 (Universidad de Manizales – Manizales, Colombia); Premio de cuento La Monstrua de literatura fantástica, 2007 (Vavelia – Guadalajara, México); Premio de Ensayo Alenarte, 2008 (Revista Alenarte – Madrid, España). Hace parte de las antologías de relatos El Camino de los Mitos I (2007) y de El Camino de los Mitos III (2010) ambos en Ediciones Evohé (Madrid, España). Premio de ensayo universitario La ética en la vida universitaria 2012 (Universidad de Manizales); Premio nacional de cuento ciudad de Barrancabermeja 2012 (Alcaldía de Barrancabermeja); finalista en el IX Certamen internacional de cuento Canal Literatura 2012 (Canal Literatura – Murcia, España); finalista en el Concurso internacional de cuento Palabras Sin Fronteras 2013 (Bruma ediciones – Mendoza, Argentina).

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