CRULIC, LA PERSEVERANTE INJUSTICIA
Por Luis Felipe Valencia Tamayo*
Uno de los fenómenos que más ofusca la conciencia del ciudadano moderno es el de la injusticia. Y parece que abunda. Desde la literatura y el cine se ha logrado dar buena cuenta de ello. A partir de las descripciones que nos ofrecía Franz Kafka de lo que ha ocurrido como situación cotidiana del hombre ante los tribunales, aparece la noción de lo kafkiano. Con ello se puede aludir sencillamente a la frecuente situación de vernos en un mundo que ha asumido la justicia como una de las razones de su progreso y, a la par, una huella de injusticia a su paso. Es como si en la parafernalia creada para que la máquina funcione y sea «justa» tuviéramos que soportar los chispazos de la injusticia. Algún filósofo podría aventurarse a decir que se trata de «males menores».
Adonde miremos, sin embargo, estos males menores surgen para cachetear la sonriente visión de quien todo lo puede esperar del Estado. Kafka reaparece con sus personajes para destaparnos con toda crudeza su vigencia. Por los días en que escribo este texto, por ejemplo, se encuentra cerrada la frontera entre Colombia y Panamá. A las puertas del Canal, cientos de inmigrantes esperan que los Estados encuentren una solución a su deseo de continuar su camino, sus búsquedas, sus realizaciones. Sea lo que sea que busquen –del sueño cotidiano al americano—, se trata de hombres y mujeres que se proyectan como habitantes de un mundo y no de los caprichos de los políticos. Pero lo kafkiano irrumpe en su forma más rebelde, con la resistencia de un fenómeno que muestra las sombras de los avances gubernamentales. En situaciones como esa, la noción de ciudadanía se diluye y es como si las fronteras se convirtieran en murallas palaciegas medievales que dejaban a un lado a unos privilegiados y, a otro, a miserables sin derecho a sonreir. Lo extraño es que, al diluirse la ciudadanía, surge una problemática noción que deja a todos con una mueca marchita: los ilegales.
Ya no solo basta con existir, hay que demostrar que se es legal. Muchas veces, como para colmo de males, terminan siendo más legales los elfos de Tolkien, los caminantes blancos de George R. R. Martin, o las mismas mónadas de Leibniz, que cualquier hombre que desee atravesar una frontera. Al vaivén de la reflexión continua sobre leyes y doctrinas nos encontramos de frente con los problemas reales que enfrentan los hombres y mujeres de cualquier rincón del planeta.
Por ello Crulic es un filme tan importante, tan llamativo, tan vital. Hay que decir, para iniciar, que se trata de una película de animación sobre un acontecimiento real. Los trazos y montajes de una mágica narración nos llevan, como a niños, hacia un conmovedor retrato de un hombre que personifica lo kafkiano en su vida. Sus penas no son de amor, ni tampoco lo son de la soledad –aunque bien hubieran podido serlo‒, Claudiu Crulic es un hombre que padece la irreverencia de la inmigración y las pálidas soluciones que pueden dársele a sencillos problemas acerca de la legalidad y la ilegalidad. ¿Se parece a un caso que usted tal vez conozca? Estoy seguro de que todos cargamos con más de una referencia a situaciones en las que la injusticia muestra su pasmosa resistencia, como un virus que muta.
Anca Damian es la directora de cine que nos ha brindado una noble obra de arte en la que se conjugan valiosos elementos del dibujo, el diseño, la animación, el montaje, la música y la configuración, con ellos, de los sueños y las pesadillas de un hombre como cualquier otro que se vio reducido a ser tratado como un insecto. Crulic, como filme, es el viaje a través de la vida de un ser humano, Claudiu Crulic, que desde el comienzo nos narra su paso por un cuerpo que padeció tanto la injusticia como la indiferencia del Estado. Quien nos cuenta, muere; es un muerto que nos refiere con detalle lo que ha ocurrido en su sepulcro. No hay secreto en el desenlace, ni esperanza en que todo cambie para el final de la historia. La injusticia se queda muy muelle en su sitio.
Alguien podría resumirnos la película diciendo que se trata de un ciudadano rumano que se ve encarcelado en Polonia por un asunto menor: el robo de una billetera. No es claro si fue o no culpable. El filme no ofrece una trama legal en la que se argumente, como en una novela policíaca, sobre los culpables y sus inclinaciones. Inocente o culpable, el joven Claudiu Crulic se encuentra desasistido de las herramientas legales para una digna defensa y todo parece oponerse para que se le haga, si es el caso, un ajuste de cuentas serio. El personaje asume con coraje y dignidad lo que es su calamitoso paso por la cárcel polaca. Esa misma valentía lo lleva a plantarse exasperado con su situación entregándose a una huelga de hambre de la que no saldrá muy bien librado. Mejor dicho, no saldrá. Lo que queda es el cuento, la crónica de un cadáver que tiene la voz en off en el filme de la directora rumana Anca Damian.
Y el hombre muere. Sí, alguien podría resumirnos de esa manera la historia. O alguien también podría decir que se trata de un cadáver que hace el repaso de su travesía por la Tierra, su ilegalidad, la forma en que fue tratado por otros futuros cadáveres y el desenlace de una desengañada vida. Estoy seguro de que este bello filme se puede resumir en pocas palabras. Pero el objetivo último de cualquier página que hable sobre cine es llevar a otros a encontrar las películas que les puedan alentar más y mejores reflexiones. Un resumen no comprenderá nunca lo que una obra puede decir por sí misma y, en ese plano, todo lo que Crulic podría decirle, querido lector, está en el encuentro particular con esa voz que lo llevará a descubrir lo que fue su propia vida y su propio desajuste con la sociedad.
Como la obra de Kafka, el filme de la señora Damian se puede contar en pocas palabras, pero estoy seguro de que ese efecto hipnótico que deja su manejo de la animación, la fotografía, el collage, el stop-motion, el dibujo, la condensación de una edición maravillosa, no se puede reducir a estas pocas palabras.
_________
* Luis Felipe Valencia Tamayo (Manizales, Colombia). Escritor y profesor de Literatura y Humanidades en la Universidad de Manizales. Como aficiones y gustos, la literatura, el cine, el periodismo, la filosofía y la música son parte de su vida cotidiana ya sea como lecturas o como motivo para escritos. Ha participado de diferentes eventos y certámenes al respecto, haciendo parte de revistas y antologías hispanoamericanas y colombianas de ensayo y de cuento. Premio de Ensayo Tulio Bayer 2004 (Manigraf – Manizales, Colombia); Premio de Cuento Universidad de Manizales 2006 y 2009 (Universidad de Manizales – Manizales, Colombia); Premio de cuento La Monstrua de literatura fantástica, 2007 (Vavelia – Guadalajara, México); Premio de Ensayo Alenarte, 2008 (Revista Alenarte – Madrid, España). Hace parte de las antologías de relatos El Camino de los Mitos I (2007) y de El Camino de los Mitos III (2010) ambos en Ediciones Evohé (Madrid, España). Premio de ensayo universitario La ética en la vida universitaria 2012 (Universidad de Manizales); Premio nacional de cuento ciudad de Barrancabermeja 2012 (Alcaldía de Barrancabermeja); finalista en el IX Certamen internacional de cuento Canal Literatura 2012 (Canal Literatura – Murcia, España); finalista en el Concurso internacional de cuento Palabras Sin Fronteras 2013 (Bruma ediciones – Mendoza, Argentina).