Por Manuel Cortés Castañeda*
Retazo 1.
Se me quedó para siempre, en algún recodo del asombro, el adolescente que montaba a caballo como siempre quise hacerlo yo, como lo soñé, como lo dibujé tantas veces en las paredes de mi cuarto, noche tras noche… pero lo único cierto es que, después de verlo, una sola vez, montar y desmontar la bestia que, sin lugar a duda, había sido hecha para su amor, nunca más quise volver a montar, y si lo quería y, aun lo quiero, simplemente pienso en el adolescente, cada vez más hermoso, cada vez más parecido a mis sueños, de aquella tarde vestida de pasiones desconocidas, y ya estoy cabalgando por la pradera como el loco que se niega a creer que ha encontrado lo que no buscaba…
Retazo 2.
Cuando los fantasmas de la infancia se encabronaban y otra vez como tantas veces, uno a uno bajaban por las escaleras del sueño sin dejar de mirarme y torciendo la boca y mostrándome sus partes más íntimas, vuelve otra vez el río donde solía bañarme cada atardecer… hasta allí volaba como una mariposa embriagada y me perdía en la algarabía de las chicas que se escapaban de la escuela y venían a bañarse desnudas en un recodo donde el agua se reposaba y se quedaba quieta y enamorada de tanta dicha, tantos deseos, tantas manos naufragando en lo desconocido. y ese día que nunca dejará de ser todos los días, estaba solamente la chica que se me quedó nadando en mis pupilas y que siempre viene en mi ayuda cuando los fantasmas de la infancia reaparecen y me dibujan su abismo en el asombro y me empujan, como si quisieran quitarme otra vez el lugar de aquella tarde que la fortuna y el azar se jugaron… solo a mi favor…
Retazo 3.
Me encuentro metido en un costal y colgado de una de las vigas más altas del techo en un galpón abandonado… solo un costal colgado de una viga que todo lo escucha y no escucha nada… el silencio cuando no es tuyo es solo la forma que tiene de sufrir y de sangrar el miedo… como cuando el pájaro se trasforma en el tronco donde duerme su vuelo y el tiempo se muere de una conmoción súbita… después, tus hermanos vestidos de negro, que luego de colgarte te encontraban, una vez superada la prueba, cortaban la cuerda, y ya en tierra molido por el golpe, te sacaban del costal y te confesaban que solo lo habían hecho para que los fantasmas que vivián en el galpón no te llevarán y te comieran… y de todo esto, entre los despojos de mis recuerdos me inclino y recojo lo poco, o casi nada que quedaba de mí y tardaba tanto en recoger los pedazos y pegarlos como fuera que hoy en día, ahora, en este mismo instante, todavía siento que lo que mis hermanos sacaban del costal no era yo, sino el miedo y el silencio abrazados como dos amantes condenados al destierro y como si se prepararán para una muerte inevitable… una vez más…
Retazo 4.
Una vez crees que te caes y no puedes evitarlo, aunque ese día no te caíste y aun no te hayas caído, no podrás ya evitar caerte cada día y para siempre, aunque no te lo creas, ni te caigas… descansando en las orillas el enorme árbol caído, quizás estaba ahí jugando con un destino desconocido… debajo de su sombra, el río crecido y desbordado, arañándole secretos a la muerte, mostrando adrede su libre albedrio… todos pasaron y algunos incluso con los ojos cerrados, y ya en la otra orilla mirándome como si siempre hubiesen estado esperando que cruzará el «puente»… no sé cómo pasé, o si pasé, o si fui yo el que pasó, pero lo único cierto es que me caí, aunque no me hubiese caído y todavía hoy en día me sigo ahogando ante la impasible mirada de los míos que tanto me amaban…
Retazo 5.
Igual que el amor, el miedo nace en el corazón y después se apodera de cada uno de los sentidos, para después ser la química del horror que se abisma y se convierte en una gota de agua a la que le falta el oxígeno… todo pasó detrás de la puerta de entrada de la casa, donde escondido alcanzaba temperaturas bajo cero, chorreando gotas de miedo y contando cómo los que tanto amaba iban cayendo, uno a uno, en manos de la muerte, sin haber aún preparado sus armas y sin haber llegado todavía al lugar de la cita, al valle de los valientes, el espejismo de los vencidos… y después, todo resplandecía como solo suelen resplandecer los caprichos del delirio que produce la fiebre y los buitres de la muerte arrancándome las entrañas, y cargándose en la agonía de mis últimos deseos…
Retazo 6.
No saber, es el hueco que te asecha todo el tiempo y que quiere todo el tiempo lamerte y tragarte como una bestia hambrienta… pero el que no sabe, también suele salir ileso de los momentos súbitos del destino… de lo que nos toca y que por ningún motivo llegamos a imaginar que un día cualquiera nos tocaría… mis hermanos me solían dejar abandonado en la selva, aunque después supe que no se iban, sino que simplemente se escondían con los ojos bien abiertos para protegerme si así lo ameritaba su juego perverso… no saber cómo sobrevivir en la selva me salvó del peligro inminente, de los s que ruidos que parecían agruparse como se agrupan las trompetas de la muerte… escuchar e imitar el canto de los pájaros era como escribir palabras en el viento, jeroglíficos en las paredes del tiempo, y una vez anochecía me ponía a contar estrellas y tantas que creo ser el único de este planeta extraño que las ha contado todas… pero mis hermanos muy asustados, siempre me encontraban y gritaban de dicha una vez se daban cuenta que todavía respiraba, y en silencio me abrazaban y me besaban y se miraban, y como a un héroe, después de la batalla, manchado de estrellas y de pájaros me llevaban cargado de regreso a casa y pidiéndole a todos los demonios para que no recuperara el habla….
Retazo7.
Enamorarse de las piedras una vez los dedos de las patas se convierten en manos y hechas a caminar y con ellas crear un universo de cosas cotidianas que te protege de tu vulnerabilidad, tus fantasías, tus despojos de niño mimado… con ellas levantar barreras para mantener a tus fantasmas a raya y olvidarse de tus noches en vela… y todavía no ha pasado aún mucho tiempo, y ya has inventado los números y tu propio alfabeto, y los nombres y más temprano que tarde tus personajes, la trama, y el escenario donde aprenderás los trucos necesarios para sobrevivir, piedra a piedra, barrera tras barrera… y una vez te has escapado de tu cautiverio, de tu indefensión, de tu inocencia marcada con heridas que nunca dejaran de sangrar, en el río buscas las piedras más altas, enormes, donde te sientas a ver pasar la corriente, el olvido, y tus primeros viajes, tus primeras derrotas, tu primer amor… y en los potreros, en lo más alto de tu piedra elegida, la que te acompañará toda la vida, la que te servirá de coraza en tus momentos más difíciles para que te mantengas despierto y tu corazón no acabe de naufragar… allí en lo más alto de tu delirio, de tu matemática de estrellas, en tu primer encuentro con tus deseos más íntimos, tus secretos mejor guardados, allí hecho tu primer soñador, atreverse a desafiar el tiempo y el horror de estar vivo, mientras te deleitas viendo a los ganados y a las caballadas copular como dioses que simplemente te piden mantener bien abiertas las pupilas y acariciar el silencio para poder regalarte lo mejor de su espectáculo, tu primer manuscrito, tu primera puesta en escena…
Retazo 8.
Todo se lleva adentro, extraviado, perdido, enajenado, como heridas que duelen, pero que no quieres que sanen, porque ellas también son la fuente de tus dichas, tus sueños y tus delirios… los besos rondan por ahí como criaturas malnacidas, antes de que la lengua y los labios y la boca se atrevan a escupir los primeros sapos del amor… tocar y disfrutar y excavar lo más íntimo del deseo siempre está al acecho, como una luz a punto de encenderse, antes que las manos, -donde el éxtasis hiberna indiferente-, derramen gota a gota su intimidad… y echar a caminar detrás del olfato del placer, ya ha sucedido mucho antes de que los pies reconozcan las manos y marquen y nombren su camino y ya no quieran nunca más parar… todo está por ahí y es tanto -y tan desmesurado-, que solo tenemos tiempo para recoger las migajas mucho antes que el trigo y la masa y el pan… y, entonces, aprendemos a besar antes del primer beso… y a soñar antes de haber soñado, y a sentir el placer antes de haberlo disfrutado, y a amamos como locos, aunque nunca hayamos amado… yo solía esconderme detrás de los árboles y las alcantarillas, cualquier hueco solitario y abandonado y casas deshabitadas, y puertas y ventanas desvencijadas, y en mis delirios, y en mi corta respiración a esperar una chica, mucho mayor que yo, que me había conocido antes de conocerme, y que siempre llegaba, aunque no llegara donde fuere que fuese que yo me encontrara, o no me encontrara, a darle existencia a mi boca con sus besos, y a mis manos con sus senos ya maduros, y a mi corazón con la sangre que destilaban sus muslos… y allí, donde nacíamos y crecíamos a cada instante moldeados con su sangre y mis quejidos, ella amasaba la materia virgen, la sumergía en la cantera de sus líquidos, y la lavaba y la exprimía y la acariciaba hasta que lograba hacer que de sus manos surgiera una vez más su primera obra de arte…
Retazo 9.
Fue una noche salpicada de estrellas que poco a poco se transformaron en relámpagos que anunciaban la primera tormenta de mi corazón… el tiempo se hizo a un lado aterrorizado como buscando donde esconderse y solo quedó en el ocaso de mis pupilas, la tierra arrasada, el olor indiferente de los animales muertos, y la rabia colgando de los troncos como un trapo maltratado y defecado por el viento… la había conocido en casa de un amigo ciego, donde solía ir con frecuencia a leerle libros que a él le fascinaban y que yo solamente leía, lo mejor que podía, para estar cerca de ella y poder sentirla olerla y mirarla por el rabillo de uno de mis ojos, mientras que en el otro las palabras parecían burlarse de mi en cada página que leía y los ojos del ciego iluminaban la escena como relámpagos… y ella de tanto en tanto me miraba y me sonreía, y se miraba entre las piernas, pero con una tristeza que no podía esconder y que a mí me encendía aún más mis instintos hasta llegar a sentir que me quemaba y ardía y me hacía brasas y ceniza en lo más desconocido de mi intimidad… esa noche que se me quedó grabada en el silencio, en el dolor, en la angustia que produce la impotencia, sin proponérmelo me enteré que la tristeza le venía de estar enamorada de quien no estaba enamorado de ella y, por supuesto, que yo no tenía ni siquiera un papel secundario en la obra de la que me había sentido como protagonista tantas noches de lecturas indeseadas y a ciegas… bajé los escalones que de la casa llevaban a la calle y contra un muro áspero y sin sentido me hice daño en el reverso de las manos hasta sangrar y con tanta furia y dolor que me quedan como regalo de esa noche unas cicatrices poco agradables, pero que todavía amo como solo los dementes saben amar… no volví y lo justifiqué, diciéndole a mi amigo que había conseguido un trabajo, que, por supuesto, no había conseguido, porque durante esos años de dicha y de placeres ocultos no había pasado por mi cabeza trabajar… y una noche, unos meses después, cuando salía del teatro de ver una película mala de vaqueros, de repente el monstruo de mis noches en vela salió de una esquina como un buen ladrón, se me paró en frente, muy cerca, y me pidió que la abrazara y la tocara y la besara… no se si lo hice, pero lo que sí recuerdo es que dormimos juntos, varias noches, yo aún muy joven y ella una mujer ya madura… me pidió que fuera a su casa, que quería que conociera su familia, pero me negué… no quería, por ningún motivo, volver a leerle al ciego El capital y El manifiesto de Marx.
Retazo 10.
Todo en esta vida se reduce a una sola cosa: con la lente de las palabras siempre vemos todo como si fuera algo diferente y extraño, incluso si nos negamos a verlo y a aceptarlo… incluyendo los sueños, los delirios y las derrotas… dicen que el criminal, si es un criminal que se respete, vuelve a la escena del crimen, no solamente la noche del asesinato, sino todas las noches, incluso las que ya se han marchado y las que aún quedan por llegar y las que nunca llegaran ni han llegado… y que la criatura cada vez más sola y abandonada, exiliada poco a poco del placer que le producen los pezones de la madre, siempre arrastra, el mismo juguete, la misma colcha, su mismo miedo y su mismo dolor, donde sea que el espejismo de la nada se le suba a la espalda y le clave las uñas en la intimidad, y no importa que el juguete ya sea un despojo y la cobija un trapo sucio y raído por las garras del horror y de la muerte que siempre están presentes sin atreverse aun a golpear en la puerta… la muerte siempre vine de lo que se avecina pero que nunca deja de avecinarse y, por eso, quizás tengan un poco de «razón» los que afirman que el primer amor nunca se olvida… que aunque no nos demos cuenta, sigue presente sin tener que volver a dar la cara y sin volver a exprimir los muslos en el placer del asombro y el apetito del silencio… lo mío es poco, insignificante, casi nada, un relámpago que ha nacido sin luz, una llama sin pabilo y sin vela… todavía el amanecer no había roto las esclusas de la noche… era acolito y me dirigía a la iglesia a ayudar al sacerdote con la primera misa del día y para mi placer en latín una lengua que no sabía, pero que pretendía que sabia, solo para impresionar a las chicas que me atraían… el miedo que ese ya casi amanecer me acompañaba era pesado y exigente, pero iba con tanta prisa que sentía que flotaba y que mis pies habían desaparecido y que ya había llegado muchas veces antes de llegar… y de repente, como siempre sucede, choqué con un objeto que rodó como rueda una esfera y por poco me caigo… la curiosidad, ya ligeramente tatuada de amarillo, pudo más que el miedo y me acerqué y a tientas encontré el objeto que había aparecido para apaciguar un instante el miedo, y lo recogí… los primeros rayos de luz perforaron la matriz de la noche y en mis manos estaba una cabeza que me miraba como si aun estuviera viva, el cabello revuelto y los labios mordidos… la solté y eché a correr como un endemoniado y un poco más adelante tropecé con el cuerpo y seguí corriendo hasta el día de hoy que no he podido dejar de correr, y a veces, vestirme de héroe de película de ficción para no detenerme nunca más… y nunca más volví a jugar un partido de fútbol y mucho menos a mirarlo… desde ese amanecer fatídico, la cabeza se convirtió en mi lente de aumento irrenunciable… mi único poema, mi única palabra, mi única sílaba, mi única letra… y mis manos siempre las llevo atornilladas en la espalda…
Retazo 11.
No sé por qué circunstancias, después de haberme divertido y nadado con mis amigos todo el día, cuando ya regresábamos a casa me quedé rezagado y tanto que ellos se olvidaron de mí y yo de ellos… ese día, el temor de perderme que siempre me había acompañado desde niño se apaciguó en mi corazón y, de repente, sentí que el tiempo no existía… todo se movía a mi alrededor como olas invisibles que no conocen el sosiego, pero a la vez todo estaba como consumiéndose, en vilo, atrapado en el asombro y, aunque me veía y me sentía por fuera, también yo hacía parte de la escena … me sentí entonces, dueño del río que me seguía y donde me había quedado quieto y casi enamorado igual que una mariposa en arrullo que empezaba a perder sus alas y su trompa… también sentí a fondo que yo le pertenecía al río, y vi a mi madre joven y hermosa, completamente desnuda, metida en sus aguas con las piernas abiertas, y mi padre y mis hermanos bailando y gritando y yo naciendo… y después el silencio y la orfandad se dieron la mano y tanto el río como yo, confesamos que solo nos teníamos a los dos… y el temor volvió a asomar la cara cuando de súbito yo era el río y el río me miraba con mi mirada abierta y casi podrida como un fruto maduro… y de mis aguas que me acariciaban y se regodean en mi intimidad, surgió, de repente, un mamífero roedor enorme sin cola que se me acercó hasta casi tocar con su hocico el silencio… de inmediato, como si saliera de un sueño, me di cuenta que quería apresarlo como fuera y llevarlo a casa y, aunque seguía estático, me le eché encima y lo tuve entre mis brazos, degollado en mis manos, muerto en mi mirada, destrozado en mi angustia… me levanté como mejor pude, me lo eché al hombro y ya en casa el río siguió acariciando sus orillas, y yo cada vez más lejos de mis amigos y ellos que quizás ya se habían olvidado definitivamente de mi… el animal, apenas sintió el olor de mi respiración, el deseo en exceso vaciado y maltratado de mis sentidos, me miró una vez más y desapareció como si nunca hubiese aparecido, y con él las orillas del río…
Retazo 12.
Todavía muy niño me enamoré tantas veces que todavía siento que no soy más que sangre en el misterio, una tortuga escondida en el caparazón acechando en la oscuridad de su dilema y a la espera de romperle los huesos al primer desconocido que se atreva a forzar la puerta de su destino… me enamoré como se enamora el loco de los jeroglíficos que escribe en la nada, -una noche de lluvia-, aunque esté empapado hasta los huesos… me enamoré como el perro callejero se enamoras del porche de una casa donde siente que es feliz… como el cobarde se enamora del instante de la piedra que le presta su dureza, como se enamora el que ha jurado no enamorarse nunca más… pero no era de las niñas de mí misma edad, que querían mezclar sus manos con las mías en la arena, sonrisas, y miradas y gritos y caídas detrás de una luciérnaga esquiva… me enamoré -y-tantas veces- de chicas ya maduras, o que maduraban antes de tiempo como frutos extraños, me enamoré de mujeres bien usadas, desgastadas, abusadas y de esposas y de viudas… e, incluso, de la vieja que cada amanecer se levantaba casi desnuda a preparar las arepas para la familia, y de la mujer solitaria de la esquina que mi madre contrataba para que despescuezara las gallinas, y de la mendiga que venía a lavar los platos por una muda de ropa, una ducha y un trozo de pan… y fue tanto el amor que sentía que aprendí a cosechar la fiebre y la mentira, la disculpa, las heridas que a mí mismo me causaba… pero siempre que estaba junto a ellas enmudecía, me quedaba varado en mi agonía y era como si hablara, aunque no pudiera, y era como tocarlo todo sin poder tocar nada y, entonces, regresaba a la casa con más heridas que de costumbre y me encerraba en mi cuarto a escribir cartas de amor, mientras mi madre llamaba desesperada a la puerta pidiéndome que la dejara limpiarme y vendarme la heridas… cartas que nunca envié y que perdí, no porque quisiera, sino para poder seguir viviendo casi todo el tiempo escondido de mí mismo debajo de la cama… y la mayoría de las veces en los consultorios de las putas y entre brujas…
13 de Noviembre, 2024
____________
*Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj–Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.