El Salto Cronopio

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COMIDA DE CAMPEONES

Por Julián Silva Puentes*

En mi último año de la facultad de derecho desayunaba y comía únicamente lentejas con salchichas. Un amigo con quien compartía apartamento, me enseñó a prepararlas cuando llegó a vivir a la casa y nos dimos cuenta que entre los dos no podíamos hacer un mercado decente.

En aquellos días veía la vida con bastante romanticismo. Imaginaba que era uno de esos estudiantes rusos de las historias de Dostoievski sin un centavo en los bolsillos, algo así como un heroico pobretón cuya única ambición reside en graduarse y conseguir un trabajo que le permita tener dinero suficiente para hacer un buen mercado en el cual las lentejas se encuentren vetadas para siempre.

Mi ambición fue y ha sido siempre la de comer bien. Sé que es un pecado admitir semejante falta de codicia en esta época en donde se nos exige una eficacia computarizada y alcanzar, antes de cumplir los 30 años de edad, las metas que antes le llevaba a la gente toda una vida. Lo sé porque tengo 37 años en este momento y no he logrado la mitad de lo que alguien nacido en 1995 y bajo condiciones iguales a las mías, ha conseguido.

Cuando estaba en la universidad, todo lo que se esperaba de ti era graduarte, especializarte, ir al extranjero a aprender un idioma, casarte, comprar casa, carro, tener familia y pensionarte muchos años después. Todo es diferente ahora. En primer lugar, para ser aceptado en un trabajo debes demostrar que sientes pasión a la hora de preparar café o incluso haber nacido con el sueño de laborar en un call center, y todo ello porque vivimos la era de la felicidad comprimida, del pensamiento positivo, de los gurús de la autoayuda, el espantosísimo libro «El secreto» y del por siempre imbatible «Padre rico padre pobre».

En Australia, los avisos de empleo contaban con esa nueva filosofía de amar lo que haces así se trate de servir mesas en un restaurante italiano o lavar baños en una oficina: «ambiente divertido y amigable para trabajar como lavaplatos en restaurante de Saint Kilda, oportunidad de crecimiento profesional». Yo trabajé como lavaplatos un par de meses y déjenme decirles que no tiene nada de divertido lidiar con los arranques de ira de un chef. No importa que se trate de un puesto de comidas rápidas o de un bistró, siempre se le debe llamar «chef» con toda deferencia, y aguantar sin réplica algún que otro «go back to your miserable fucking country you monkey look a like little piece of shit», y cosillas semejantes que le decían a uno cuando el chef se sentía muy diva y el mesero confundía los pedidos y las sartenes se apilaban sin que yo diera pie con bola. Ahora bien, de vuelta en Colombia se entrega uno a la búsqueda de trabajo pero en su profesión, y de manera diferente. Aquí los avisos son más bien escuetos y, a diferencia de Australia, muy mal pagos. Lavar baños en Melbourne te da suficiente para la renta, comer por fuera todos los días, pagar tus deudas y viajar durante meses a los países que te de la gana con la posibilidad de regresar a seguir haciendo lo mismo, pero con dinero en el bolsillo que es, admitámoslo, la diferencia entre trabajar para vivir bien y vivir para trabajar bien.

Estamos en una época en la que se nos exige demasiado porque son demasiados los estándares con los cuales se califica nuestro éxito en el mundo. No dejo de pensar en el «1984» de George Orwell, con respecto a que todos somos «grandes hermanos» de lo políticamente correcto, y nos apresuramos a espiar y castigar a todo aquel que dice o hace lo que comunalmente reprobamos, como el pobre colombiano que perdió su trabajo durante el mundial de Rusia por dejarse grabar bebiendo aguardiente de uno de esos binoculares huecos que obviamente, entró de contrabando al estadio, cosa que hemos hecho todos nosotros alguna vez cuando vamos a un concierto o incluso a un restaurante; sin embargo, la moral colectiva es más implacable que la individual, la doble moral me refiero, siempre desde el anonimato de las redes sociales juzgando con rigor isabelino, porque es más fácil así y no se tiene mayor consecuencia salvo la de algún reproche en un mensaje de texto tan vacío como la indignación de un centenar de personas muy buenas y honestas todas ellas, valientes desde las sombras, escandalizadas por lo que las autoridades rusas fueran a pensar de un sudamericano cuyo país de origen si acaso podrán pronunciar: «tan mal que dejó el país», decían algunos, y también «ahí estamos pintados los colombianos», como si eso pudiera compararse con las cosas horribles y en verdad trágicas que pasan a diario en este país donde la malicia indígena y aquel «el vivo vive del bobo», reinan a manera de impronta nacional.

Si algo he aprendido en estos casi 40 años de vida es a cuidarme de lo que digo y hago en público, porque no se sabe nunca quién esté filmando, y todos conocemos de sobra la justicia de una turba enfurecida cuando algo que por lo general le importa a todo mundo un comino, como entrar de contrabando alcohol a un estadio, se hace público, «viral» le llaman ahora, a los videos que todos miran y copian y copian y comentan para que la desgracia ajena se haga tan popular y transparente como la moral y las buenas maneras de todos nosotros cuando estamos fuera de casa, porque somos muy comedidos en público, comedidos y honestos, siempre y cuando no haya nadie mirando.

Estoy hablando de muchas cosas al mismo tiempo, como los viejos cuando deliran, y creo que perdí la idea inicial. Hablaba de las lentejas porque hace años era un pobretón que no podía costearse algo mejor para comer, y después hice gala de mi falta de ambición comparada con la gente de ahora, los millenials, teniendo en cuenta que lo único que me interesa en esta vida es comer bien y tener un lugar decente en dónde recuperar fuerzas después de trabajar en el call center 12 horas de lunes a sábado. Sé que es vergonzoso revelar detalles tan poco halagadores de mi vida, especialmente porque hago un trabajo para veinteañeros, no obstante, mi codicia comprende la nevera de mi casa que está llena hasta el tope de tesoros deliciosos, y mi chica también, una aventurera hermosa con quien vamos a la playa cada dos meses a beber cerveza fría frente al mar y a comer ceviche al atardecer con el fusshhh fusshh de las olas arrullándonos los pesares lejos, muy lejos de tanta felicidad de mentiras y optimismo desdibujado.

Las cosas van mejor que hace unos cuantos años. Como lentejas con salchichas porque me gustan mucho, aunque no las como todos los días, y eso está bien, todo está bien a pesar de que algunos días sean buenos y otros muy malos; lo importante es no decírselo a nadie y mucho menos contárselo a todo el mundo en las redes sociales. Yo estoy haciendo algo parecido, pero se debe a que no tengo otra cosa para hablar en este momento salvo de comida, comida y ambición o falta de la misma.

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El Salto Cronopio es una columna de crónica y relato realizada por Julián Silva Puentes para Revista Cronopio.

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* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda»(2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentaó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actulidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

 

5 COMENTARIOS

  1. Cuando pase por Bogota te acepto salchichas y al siguiente día lentejas, después podemos comer algo que nos permita quedar agradados…un abrazo desde Santiago de Chile, en medio de producir un nuevo lanzamiento de libro…

  2. Me encanta este tipo de columna, ya que contiene frescura y un buen humor , que tanto nos hace falta.

    Por favor más contenido así. Saludos al autor.

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