CONSTELACIONES
Por Martha Robles*
Constelaciones puede ser el nombre de una canción que eleva mi piel hasta la atmósfera de Marte, porque mi sangre es de naturaleza Ares. Constelaciones también puede ser una filosofía, de esas que deambulan por las calles del Centro, se dicen los Ramh, se rapan el cabello y se cubren con pinturas de espiritualidad. Constelaciones pueden ser los hilos conductores que traspasan de generación en generación, el afecto que trasciende las paredes de una casona agrietada.
No obstante, a estas alturas de mi vida ¡qué más da lo que yo quiera explicar sobre Constelaciones! Solo me siento en una silla de inventario, huelo y me excito con el aroma de un café maduro, asentado como un roble cano, solo para contar las raíces de mis Constelaciones. Las relaciones son dolorosas si no se aprende a valorar los silencios antes de golpear. Y a estas alturas qué más da pensar en los intentos de amor no correspondido, una vida de pareja en ruptura o si la soledad es transgeneracional.
Las fotos se han vuelto retazos desteñidos de memoria. Los paseos siempre con el padre ausente. Sus viajes en nuestras vidas siempre fueron constantes. Vestir el uniforme de blanco inmaculado para ir por largas rutas hacia Estados Unidos, Italia, Inglaterra…tal vez, no supe de otros más.
Cuando papá se retiró, empezó a envejecer. Las reglas se volvieron trampas de convivencia. Mamá lo mantenía distante. La casa se volvió un nido de peleas y lecho de enfermedades.
En casa, mamá siempre estremecía nuestros tímpanos con la sola protesta hacia nuestro padre. Quiero mi casa, Humberto. Ellas me perturban, me quitan el sueño. Han pasado veinte años y no se largan.
Desde la otra esquina, papá siempre sumergido en sus silencios. Nunca pudo notarse una calma por solucionar lo que llaman vida en pareja. Su mundo era una mujer y una madre: eternas rivales. Humberto guardaba una cólera fundida como cuando una olla explota y se vuelve en un grito seco y tal vez un golpe en el aire o a la mesa. Por suerte, nunca fueron a parar a la comisaría. Mis hermanos fueron los intermediarios para evitar los golpes a una madre reclamando una casa levantada en laberintos y promesas incumplidas.
Yo nací tarde, pero las mujeres disfrutan más su embarazo cuando se sienten descansadas. Sin embargo, crecí viéndola enfermar en una casa partida por los gritos. Por un lado, una mujer y sus hijos; del otro: una madre, una hermana y una sobrina. Era una especie de familias divididas en dos niveles.
Papá y mamá siendo dispares se atrevieron a tener cuatro hijos. Mis hermanos llegaron a la universidad; yo, no. Fue difícil superar mis debilidades de mujer adolescente.
Yo solo estudié lo que mi hermana mayor me ordenó. Ella es la huella de mi viejo padre. Mientras pienso, me digo: ¿Por qué somos genéticamente complicados? En un estado de viajes estelares, los pensamientos se turban en ritmos acelerados para el lenguaje.
Ella (la mayor) supo imponerse cuando mamá murió. Mi luto duró unos nueve años. Yo nunca más fui la protegida. Mi hermana me llevó a Europa, aprendí a limpiar sus pisos mientras escuchaba su furia, su frustración en un apartamento opaco. Voces que parecían semejantes a una Constelación anterior. Me voy a largar. Ya me cansé de ti. No te veo como antes, no sé qué demonios hago contigo cada noche. Eran las voces de otros dos que querían eso que llaman vida en pareja. En medio de ambos, pensé… los demonios del pasado se quedaron con nosotros, los hijos. Ella y su pareja siguen juntos y siguen odiándose.
En mis viajes, he trabajado doce horas diarias, he bebido ron de caña caribeño al terminar el día, he aprendido que una vida en alta mar te crea confusiones. No existe hogar, solo te adaptas a una cama y a una almohada. No te vuelves infiel, solo sobrevives a la soledad. Yo tuve tres parejas y un novio, aquí y a la vez. Hoy no tengo a nadie. Mi viejo y yo somos unos viudos de la vida.
Hoy puedo escribir, pero sé que aún quiero escapar de tantas luchas, ir a lo más alto como cuando dibujaba en las paredes del techo para evitar que se caigan del dolor familiar.
En mi pequeña mente, las enfermedades de mamá eran mis luchas: ocho operaciones y una diabetes que cobró sus últimas fuerzas. La noche del veintiocho de marzo del noventa y tres, nos hundimos en el pasadizo vacío cuando del paro cardiaco no volvió jamás. Luego sabes que el reloj marca el uno de abril, y se siente que los quince se reciben con abrazos vacíos. Ese veintiocho de marzo, el crepúsculo dejaba caer su manto en los últimos momentos de madre. Y los quince, se volvieron, treinta, cuarenta y no sé cuántos más serán. Una partida siempre es un tajo. Sé que, en un tiempo, mi destino se volvió oscilante.
Hubo una tarde, una fantasía infinita. Apostada en la fachada de la casa, bajé mi perspectiva porque sentí la voz de mamá preguntándome la hora. Yo le respondí fingiendo que no la conocía, pero me sentí en paz con su mirada blanda, sus cabellos plateados y su rostro resplandeciente.
En un estado de viajes estelares, los pensamientos se arremolinan en ritmos demasiado acelerados para el lenguaje.
Mamá, yo sé que me esperas en alguna Constelación. Me he quedado vacía, pero he sobrevivido mientras asimile tu partida, porque es cierto lo que sospechaste, hay un hermano que no reconocemos por la foto que llegó de Italia. Tiene los ojos profundos del viejo. Solo una vez en la vida se tienen quince años, cuando estás a tres días de un luto profundo. Tal vez, desde el centro de tu Constelación, me ayudaste a perdonar a todos.
Mi mirada se confunde en el vacío, el silencio se pierde en la nada, proceso tu ausencia, adolescencia: resaca de luto. Voy contando los retazos de nuestra existencia, familia.
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* Martha Beatriz Robles Becerra es Técnica en Ciencias de la Comunicación (2008). Actualmente, cursa el tercer año de Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Estudió Redacción Creativa (2011) en Instituto Raúl Porras Barrenechea (Universidad Nacional Mayor de San Marcos), ha participado en el taller de Ortografía y Redacción (2016) en la Universidad Pontificia Católica del Perú y en el taller de Crónicas (2015) dictado por Juan Manuel Robles Centro Cultural Pucp, asimismo estudió Redacción Creativa Publicitaria en el Instituto Leo Design (2015). Ha publicado numerosos cuentos a través de los talleres de los que ha participado y de otras obras colectivas. A fines de 2019, lanzó por la plataforma Amazon.com su primer poemario titulado “Nobody knows my soul”. Finalmente, fue seleccionada para la publicación 175 relatos de escritoras latinoamericanas de la editorial Elipsis. Fue ganadora del concurso literario “Al otro lado del verso” (2013) del grupo poético Parasomnia, por su poema “Silencio”. Seleccionada para la categoría de microficción mundialista en “Cuenta Lima al Mundial: Historias de fútbol” (2018).