cita de amor
la vi perdida en un sueño imposible
imposible también era su sueño
y así los dos perdidos sin sueño y sin mirada
mía fue tanto suya, como yo nunca he sido…
la tomé entre mis brazos… aunque no fuera ella
y ella me hizo suyo… aunque yo ya no estaba
y así los dos que no eran… aunque todo lo fueran
fueron carne y mirada y sueño y nada…
lamí por todas partes, sus huecos, su mirada
le dije muchas cosas que ella también me dijo
y así una vez dijimos tantas cosas sin decirnos nada
el sueño entero suyo de sangre se inundaba…
salimos por ahí, como sin darnos cuenta
y por ahí estuvimos sin que el estar pasara
una herida, una grieta, la boca bien cerrada
un cuerpo que es tan solo pura entrada…
y ya en el sueño que era todo y que era nada
sentí que era yo ella la que me soñaba
y ella que igualmente sintió con mi mirada
dos heridas que brotan de la nada…
cosas de siempre
los ojos bien abiertos
sin hueco y sin medida
mirando todo y nada
cuando ya no se mira
un ojo que te mira
sin saber que no era
y el otro que te observa
como duele una herida…
en la cama amarrado
bien templado
sembrado
como se amarra nada
como se tiempla nada
como se siembra nada…
de las paredes cae
todo lo que no estaba
y se ajusta
y se angosta
y se tuerce
y destila…
también cae la sangre
que colma la medida
e insectos que te pican
sin forma
lo que miras…
el tiempo era un fantasma
la sombra de un espía
y las palabras eran
un trapo que respira
los sueños que soñaba
no fueron lo que había
y contar las estrellas
un puñal que decía…
de las paredes bajan labios que me devoran
caen de las paredes manos que me castigan
patadas que el delirio no sabe lo que hacen
de las paredes ruedan
como rueda un ladrido…
me desperté en un charco de mierda e intestinos
me desperté en silencio buscando mi destino
y el hombre que a mi lado dormía como un niño
sangraba con mi sangre
y me dijo que me amaba…
eclipse
algo se asoma un instante
en el umbral…:
una cola sin cuerpo
una lengua sin boca,
una forma sin tiempo
una mirada perdida,
sin cause
ni río
ni orillas
sin mar…
una vez el río toca las aguas del mar
ya no es más río
y el mar tampoco es mar
y el día y la noche
también ya se han ido
ninguno se queda,
ninguno se va…
como tu cuerpo en el mío
y el mío en el tuyo
te fuiste
me quedo
llegaste
me voy
me quedas
te quedo
no estás
y no estoy…
mi mirada es la tuya
tu mirada es la mía
en tu cuerpo te espero
en mi cuerpo me esperas
y en el hueco sin fondo,
si no estás,
siempre estás…
la cuesta
allí en lo más intrincado de la cuesta, bajo la luz de la luna y una llovizna copiosa, mientras seguía caminando y saltando, se quitó una a una sus prendas…
y una vez completamente desnuda la oscuridad se hizo total y la luna como por encanto, esta vez broto de su intimidad, regalándole a la noche una isla de luz…
y allí, detenida finalmente en la cima de la cuesta, se me clavó en la pupilas y ardía y se me quemaba, y me cegaba cada vez más cerca de mí que la seguía como si no la siguiera, y a la vez tan lejos, inalcanzable, inexpugnable, y como si a cada instante estuviera a punto de volver a prenderse, entre más se quemaba y ardía y se gastaba…
y la llovizna se hizo lluvia, y la lluvia aguacero, y después vino la tormenta, el diluvio, las inundaciones, la catástrofe, los muertos, el duelo… pero su intimidad no se apagaba como si el agua solo pudiera meterle más leña al incendio… y la luna que vuelve y se oculta solo para volver a nacer en su intimidad y olores y sabores y despojos…
y yo que me agarraba con dientes y uñas a los desperdicios del desastre, que se multiplicaban y se acumulaban cada vez más en la cuesta… yo, que me hundía y me sacaba y me ahogaba y me volvía a la vida, respiración boca a boca, sin perderla un solo instante en mis pupilas, en mis uñas que de momento parecían desangrarse en su piel, en mis dientes que se mordían en las grietas de su intimidad, sin llegar a tragársela del todo un solo instante…
subiendo cada vez más, cayendo cada vez más, cada vez más ahogado y vuelto a la vida boca a boca cada vez más, la lengua metida en los agujeros de la nada cada vez más, más lengua más agujeros más nada… y la cuesta más cuesta que el delirio…
y ella, allí, varada en la cumbre, en el subsuelo del deseo, cada vez más abierta, cada vez más cerrada, apretada, amarrada, cada vez más oblicua, cada vez más hecha triangulo, grietas en el delirio… hasta que en mis pupilas un solo hueco, cada vez más abierto y maduro y jugoso, flotaba en el aire, en cada gota de lluvia flotaba, flotaba en la noche, flotaba en el hueco sin fondo de mis pupilas, flotaba… y se ahogaba y se quemaba… y olía y chupaba…
y yo, como ahora, como aquí, como antes, como siempre, como nunca, mis dedos cada vez más alargados, acuñados, calcificados, draculizados… yo que continúo subiendo y cayendo y lloviendo cada vez más, intentando meter, o acaso deslizar, perder, morir alguno de mis dedos en su intimidad… en el hueco de la nada donde la luna todavía se pudre, en el hueco del culo donde mi lengua ya no quiere saber nada de mi…
en el país de las maravillas
para la misma de siempre
recorro su cuerpo desnudo buscando a los besos que dan paso a los besos y me hundo en los agujeros de la delicia y mi lengua recorre sus músculos, cada una de sus fibras, el espasmo de las noches en vela, el delirio de los nervios que se rompen al amanecer, se hacen agua, desechos, se hacen mierda, se hacen luz…
y sigo cayendo hasta que la carne se abre en el delirio y se cae a pedazos y entro en sus huesos y me apresuro uno a uno en el silencio, regodeándome, lamiendo y relamiendo los residuos que al contacto de la lengua estallan como bolsas de pájaros que meten sus picos hambrientos…
y el agua se resume en las esclusas y la sangre se reseca en las pupilas y me meto de lleno en el mercado suculento de los intestinos y me alargo y me persigo y me malgasto en lo más íntimo de su amor…
en cada órgano donde respira cada beso, y se condensan las materias de su alma, y se devoran los desechos de la muerte, en sus pulmones donde se quema el aire y se hace boca agujero se hace carne…
y sigo cayendo untado en el sabor de sus entrañas, sazonado en el lenguaje de sus sombras, imbuido en el licor de sus bodegas, lubricado en la ración de sus suspiros y lamentos y gritos y quejidos…
y me destierro con mi trozo de carne en las heridas, con mi hueso de perro entre los dientes, un apéndice de dolor sin las palabras, una taza de sangre en la ceguera… una boca sin tiempo y sin fronteras…
caer detrás de ti como se cae una piedra hasta el fondo de la nada, caer hasta que en el hueco solo queda el hueco sin el cual no serías nada…
un hueco a la medida de la lengua que entra y sale sin decir palabra, un hueco que se abre y me regala ese último beso donde todo acaba…
amanecer
dentro muy dentro, más que dentro, ya casi sin fondo, perdida en el delirio de su propia sangre, de una sangre que ya no es suya, ni mía, ni de nadie…
la mirada hecha pedazos en la mía también hecha un desagüe, buscando el grito, los quejidos, los lamentos, perdida entre desechos y lagunas sin tiempo, a tientas en el último estallido, una explosión de angustia que se queda, que se retarda, que no puede encontrar la salida, que no quiere… la grieta, el sumidero, por donde los restos se precipitan y se hacen mañana, se hacen río que se desborda sin orillas, un pedazo de noche que se escapa como una bestia avergonzada hecha un delito…
sus manos ya no suyas, las mías ya no mías, en el cuello, en los rincones de la respiración, en el delirio, atareadas y dispuestas a arrancar lo que queda, sangrar lo que queda, exprimir lo que queda, vestigios y despojos, restos de podredumbre, olores que regresan desde siempre, sabores que se agitan y estallan como una nausea de glándulas…
agarrados hasta más allá del cansancio, de las horas en blanco, hechos un ovillo, una cosa informe y amorfa e incolora e inodora… apéndices que buscan acomodo, agujeros que se dilatan y se vacían, se contraen, se cierran, se echan llave, y en sigilo otra vez el mediodía, la última gota del día que aun sangra, una mancha de noche que aún se aleja con la cola en el silencio hecha una mierda… dormidos en una identidad sin dueño, amarrados al borde del olvido, sin forma sin materia, sin espejos…
yo ahora tan suyo y ella ahora tan mía, a la espera de que sea yo el que vuelva a abrir las heridas y ella baje con sus gritos, mis lamentos, mi mirada hecha pedazos hasta el fondo de la llama que aun suspira, hasta el hueco que aun reclama sus heridas… que reclama su lengua y sus despojos…
cosas de enamorados
aun no se habían largado las ultimas luces de la tarde… el hangar donde se habían reunido ese día despreciable parecía un fruto podrido de luces y de sombras… todos habían llegado al lugar acordado a la hora convenida y guardaban silencio como si hablar fuera el síntoma de una muerte inevitable… estaban tan cerca los unos de los otros que se podía oler su respiración, su silencio, sus sueños… el poco aire que de vez en cuando se adentraba en los rincones del hangar parecía estar enfermo, muerto de hambre, sediento de lamentos…
todos estaban de pie formando un semicírculo y aunque el frío era cada vez más intenso, cortante, liquido, todos estaban semidesnudos… la noche anterior dos de ellos habían empujado un tronco enorme y retorcido casi hasta el centro del hangar, donde ahora aparecían como una fotografía perfecta formando el semicírculo… bien de cerca se podía ver que el tronco era hueco y que quizás había sido por mucho tiempo refugio de alimañas y animales salvajes… olía a humedad y a podrido…
de repente se escucharon sonidos extraños como de alguien o algo que se niega a avanzar un solo paso más… el silencio se hizo más intenso y el aire parecía rascarse en su intimidad… la puerta se abrió de un solo golpe y entraron dos chicas desnudas montadas en dos burros de mediano tamaño… estaban limpios y bien alimentados y perfumados… uno de ellos llevaba una cinta amarrada a la cola… cabizbajos y lentos los animales se acercaron al semicírculo como si ya hubiesen vivido repetidas veces los hechos de aquella noche sin cupo en las páginas del olvido… como si ya se hubiesen tragado el miedo que se atropellaba de siempre en sus pupilas… como si ya conocieran desde siempre el terror que se agolpaba y se rascaba en sus patas…
las chicas se desmontaron en silencio y amarraron los burros al tronco… las dos eran exactas como dos gotas de sangre, como dos heridas que el tiempo ha cicatrizado pero que no ha podido borrar… no habría pasado un milésima de segundo y ya la jauría de manos armadas de cuchillos uno a uno apuñalaban a sus víctimas y reían y se pellizcaban las nalgas y saltaban como si solamente estuviesen viendo una película o entretenidos con un videojuego… el acero entraba delicado y preciso en la carne sumisa de las bestias buscando los últimos vestigios de la noche… buscando hacerse con una herida que prolongara la vida… que retrasara el aullido de la sangre… una herida limpia que mantuviera de pie al desgraciado todo el tiempo que fuera posible, necesario, soñado, amado… una herida infinita, inmortal, gloriosa…
uno de los animales era una hembra joven… le cortaron la cola de una cuchillada limpia, se untaron de sangre y copulaban con ella sin descanso, el cuchillo todavía enamorado de la carne… le metían las manos hasta perderse el hombro y la lengua y pedazos de respiración… los últimos rayos de luz que se habían quedado paralizados ante tanto horror permitían de tanto en tanto ver los agujeros de las puñaladas convertidos en un cedazo de penas enrojecidas, silabas de placer…
las mujeres arrodilladas junto al macho jugaban y se decían cosas con su verga enorme… se golpeaban el rostro, se la pasaban de mano en mano, se la peleaban como perras en celo, se la metían en la boca, y lamían y gritaban y se pellizcaban las tetas y se metían los dedos en el culo y se hundían la verga cuanto más podían en sus agujeros desesperados y hambrientos…
el espectáculo era tan desgarrador y fascinante que el tiempo y la noche y las últimas luces del atardecer parecían haberse vaciado por dentro… la boca abierta, el corazón varado, los sueños de cuerpo entero en los despeñaderos del placer y de la sevicia…
solo una milésima de segundo basta para que la eternidad muestre a manos llenas, sus llagas y su delicia… y sin embargo los dos animales ya casi muertos seguían de pie, más vivos que nunca, más perfectos y exactos que antes, todavía perfumados y limpios, como si el sufrimiento y el placer y la prolongada agonía, a cada puñalada, a cada cópula, a cada verga chupada y amada y relamida les insuflara una nueva vida…
cuerpo místico
para annalea
con sus piernas, donde tantas veces el amanecer se ha echado a perder, armé una cruz y me crucifiqué en lo más alto de la nada para gloria de la carne que sigue aullando en los despojos de la eternidad…
con sus ojos, donde sigo náufrago, me hice una lámpara de luces alternas para cruzar el espejismo donde el tiempo todavía se arrastra con la soga al cuello…
con sus manos me fabriqué un pozo y bajé al río a traer agua para dar de beber su pócima diaria a las crías del horror, que siguen esperando junto a la puerta que el delirio se saque los dedos de la boca y vuelva a respirar…
con sus brazos me hice un amuleto y me lo eché al cuello dispuesto a sacrificar las últimas pisadas en el naufragio de la nada que me observa en silencio y me llama por su nombre…
con su ombligo construí un túnel y me dejé llevar por la corriente de los días aún por arribar, hasta que toqué con mis dedos los últimos pedazos de su intimidad todavía a tientas en las sílabas que le quedan al lamento en su agonía…
con sus tetas, única sal de la tierra, ladrillo a ladrillo levanté una torre interminable donde paso los días que me faltan y los que me quedan y los otros, esperando y rogando que la torre se desplome y me aplaste y me relame en la mitad de la calle…
con su sexo, vasija donde todo se prodiga y se calla, me saqué una lámpara que me escucha en silencio cada una de mis quejas y materializa el más pequeño de mis deseos, y el uno para el otro vamos por el mundo dándole de beber a los dolientes y a los otros su botella de sueños…
con el vello cada vez más abundante de su pubis, afeitada tras afeitada me hice un disfraz y una vez hecho otro lo mismo sin serlo y sin saberlo me perdí entre la multitud que se acercaba cada vez más cerca como buscando los últimos residuos de su respiración…
con sus patas donde tantas veces las mías se encontraron y se ahogaron de tantos besos y lenguas, perdidos desde siempre, me eché al hombro el camino y ya en el puerto sin barco y sin mar lo colgué y me colgué en las paredes todavía húmedas de su intimidad…
con su culo fuente de sabiduría y sin-sentido, acuñando ramas y desechos y sueños aquí y allá, me hice un nido y me tiré a dormir hasta el día de hoy que aún respira subiendo de tanto en tanto a sus ojos que una vez más me reconocen y me amarran a su delicia…
culada
…a toda hora ebrio y celestial: ese hueco a flor de piel y tan hondo que igual calla y nos llama:
un ojo sin pupila donde todo se ve una vez la mirada se nos pudre en el aire y se llena de moscas su hueso y su almizcle:
esa sílaba todavía sin alfabeto donde empieza y termina la respiración una vez naufragamos en su aliento y su panal:
una fuente cerrada hacia la luz y abierta en el extremo opuesto donde empieza la nada:
una piedra imantada donde el tiempo cincela su enigma y su corona de espinas:
una lamida y recaída y relamida en la raíz de la noche:
ese agujero hecho a la medida de la lengua y de los dedos y de las manos que siguen a los dedos y de lo que sigue a las manos y demás:
hasta que no nos queda más remedio que empezar de cero y ahogarnos con la llave en su silencio…
justicia erótica
después de los días que se niegan a la memoria para que el último bocado no deje de ser el último, terminamos en una playa incierta todavía saboreando los últimos rescoldos de la respiración… ella amándome con mi cuerpo y yo con el suyo y los dos pegados a la respiración de un cuerpo sin dueño y sin destino…
nos habíamos llevado el coche de una amiga ocasional que se había marchado de la ciudad… entramos al garaje simulando que éramos de la casa y ya estábamos en la carretera metidos de lleno en la maleta de la nada… la idea reincidente de hacer algo ilegal, que siempre quemaba nuestra intimidad, prendió lámparas en los lugares menos acostumbrados del sueño… y desproporcionados echamos a volar atraídos por el olor de lo que no sabíamos, como moscas que se apuestan junto a un cadáver que todavía no es… pero ellas saben…
en la playa buscamos los lugares más recónditos e inhóspitos para mirarnos a los ojos y disfrutar del olor de la carne desnuda inundada de luz y de algas y de sol…
al atardecer debajo de una cabaña construida sobre palafitos ella de desprendió de mis manos y salto y se hizo aire y se quedó colgando de una de las vigas… y como si sus manos no le obedecieran y se hubieran fundido con la materia que las había perdido… se quedó profundamente dormida como el que espera sin saber que espera…
me acerqué de puntillas como si no quisiera romper un hechizo y le quite deliciosamente su traje de baño y su desnudez quedo flotando como un fruto maduro en mis pupilas…
la gente se asomaba a las puertas del sueño cada vez más a la intemperie y pasaban de largo apresurando sus ojos en el olvido… quizás aterrorizados y enmierdados, desmadrados…
busqué una roca entre muchas y a empujones la hice rodar hasta que se quedó quieta debajo del paquete desnudo que se balanceaba de un lado a otro como buscando otra mano donde depositar los residuos más delicados de su intimidad…
me desnudé sin acordarme de los hechos, el coche todavía en el garaje de la ilegalidad y ya en la piedra me le subí hasta el fondo y me le metí bien adentro y me hice un hueco en la respiración hasta el día del juicio final, si es que alguien no encuentra el coche en el garaje y otra vez los dos volvamos a la cárcel todavía flotando en el nudo de la nada y sin que nada quede de mí, ni de ti …
depósitos de grasa
ya bien entrada la noche en un lugar inaccesible a mi memoria, todavía saboreando aquellos momentos de agonía, me retrató con sus ojos ya muertos, mientras la ola inagotable de su carne abundante se adueñaba impasible de lo poco que quedaba de mis despojos…
amparada en el horror que hacía tabula rasa en mis huesos me metió en los pliegues de su piel abultada que se repetía infinita formando una escalera de materias reblandecidas, y escalón tras escalón me empujo hasta el manantial hediendo de la glotonería que a medias se asomaba desde el fondo mudo de la fertilidad…
sobreviví apenas lo necesario para contar el cuento, o quizás la necesidad de contarlo me sobrevivió o me obligo a sobrevivir… unas veces oblea bajo sus nalgas jugosas que se balanceaban de un lado a otro ya perdido el control… otras una mano atrevida agarrada a los arbustos del sueño, antes de ser devorado y deglutido y regurgitado en el hueco inagotable de su necesidad… otras un muñeco abandonado entre sus prendas más íntimas…
un amanecer ya sin tiempo y sin espejos y sintió que la maquina se había atragantado en su dinámica… el oleaje infinito de la grasa que había acumulado durante los años de mi cautiverio se movía en todas direcciones amenazando desgarrar el punto donde las fuerzas centrifugas se lamían provocando un excedente de energía, que la mantenía irredenta en su bulimia…
como pude salté sobre una de las olas que rebelde se arrastró hasta los montículos del sueño y agarrado a su perdida identidad me dejé llevar como un náufrago hasta una playa donde finalmente la bola pestilente se desinfló, no sin antes haberme masticado al oído dos o tres cosas que ya no recuerdo, o no quiero, o no puedo recordar… atrás quedaron sin memoria los síntomas de la evasión y los túneles y los arañazos y los delirios tantas veces tan cerca del amanecer…
cuando me desperté en la playa desierta hecho un guiñapo sanguinolento un perro me lamía los restos del naufragio… completamente desnudo como ella solía contemplarme antes de devorarme en la palma de la mano… me levanté y al lado del perro corrí tras las gaviotas… me detuve un momento para mirar a mis anchas… y el mundo entero se escurría delicioso por el pequeño orificio de la verga… sentí un calor delicado en las membranas del culo y quise taparme, pero mis manos en lo alto aún se regodeaban tras las gaviotas…
desentonado
ayer y sin que nada tenga que suceder, aparte de lo que todos los días nos sucede sin que nada suceda, me senté en el porche de la casa, en el mismo lugar de siempre, buscando una vez más, ya sin saberlo, la mancha indiferente donde la tinta se escurre y la cuerda del tiempo ya se ha roto, o ha dejado de sonar…
esta vez no fue el gato de la vecina que vino como siempre a buscar un poco de complicidad junto a mi pecho indiferente… la luna fue la que se acercó paso a paso como una criatura perdida que finalmente se las ha arreglado para encontrar la casa extraviada… se acercó arrastrando los harapos sucios de su propia intimidad y como escondiendo a medias y ciega las caricias del horror…
primero saltó la cerca de alambre que protege las últimas vacas del entorno… con mucho cuidado como si temiera un pisotón inoportuno se alargó como pudo y sólo me devolvió su mirada una vez ya estaba a salvo de este lado de la cerca… se acercó sin poder evitar las pausas y sinsabores a cada pedazo de alegría que se le derramaba en la memoria hasta que la vi frente a mí, cara a cara… sus ojos en mis ojos como si se tratara de reconocerme de una vez por todas y como si me suplicara en silencio que la reconociera…
como no dije nada y todo se quedó temblando como un presagio en la cuerda rota del tiempo se me metió en el regazo con sus manos enamoradas… lenta y precisa en los rincones más desconocidos de mi maleta sin fondo… se deslizó deliciosa e indiferente hasta mi pecho y se clavó de lleno su hocico en el silencio buscando la sangre que se vació sin remordimientos en su boca atemorizada y febril, mientras la tinta seguía corriendo indiferente en las páginas sin tiempo…
nadie más estuvo presente para dar testimonio de este cuento sin dolientes y sin naufragio… ni siquiera la eternidad pudo meter su hocico de amante moribunda en los rescoldos de tanta dicha… se alimentó, como debe ser, hasta el cansancio y las noches en blanco… se regodeó sin saber que la tinta se derramaba endemoniada en los agujeros de la memoria… y una vez la sangre se le empapó en sus noches sin tiempo, se levantó y sin mirarme un solo instante a los ojos, paso a paso saltó la cerca más que antes y en el cielo ya oscuro se escuchó un lamento delicioso como de una virgen que ha logrado arrancarse con los dedos la eternidad…
me levanté del banco aturdido y febril todavía llamándome por mi nombre mientras las vacas me lamían y relamían indiferentes la cara…
* * *
Espere la tercera y última entrega en el siguiente número de Revista Cronopio.
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* Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj-Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.