COSAS DE ODIO Y DE MUERTE
Por Manuel Cortés Castañeda*
muerte a destajo
lo asesinaron de un tiro en la nuca… así tan fácil como la grapa que accidentalmente hace clic en un dedo…
un hilillo de sangre arrastró la última sílaba de su respiración hasta el borde de las páginas que le tacharon al silencio…
cayó sobre sus rodillas como una maleta vacía y se desplomó en el apetito de la nada, su corazón todavía a cuestas ya casi dándose de bruces en la madre…
arrinconados en la materia fresca del horror los suyos le tiraron a las aguas emponzoñadas un barquito de papel…
el naufragio se hizo a la vela y en los cristales mudos del atardecer el golpe seco de un pájaro que pasaba por el lugar de los hechos le puso estrellas a la noche…
así, tan fácil, como el limpión que nos atisba en los espejos de la intimidad y que de pronto se sacude y en picada se regocija en los despojos del mosquito que ya no está…
obituario 2
se levantó muy temprano… se bañó más del tiempo acostumbrado y, si mal no recuerdo, susurró parte de una canción… cosa que nunca hacía… era la primera vez que había accedido a leer las cosas que escribía en un pequeño teatro del pueblo donde vivía… todos sabían por boca ajena que pasaba las noches y los días escribiendo, pero nadie jamás había leído nada suyo… se vistió y se puso una corbata ridícula que un amigo le había regalado en los años mozos… se cepilló una vez mas los dientes y se untó una pizca de rubor en las mejillas… cuando era joven, una de sus hermanas siempre le hacía lo mismo y él se dejaba hacer… se volvió un instante hacía la pared donde estaba la foto de ella…
ya a punto de salir tomó el periódico y le echó un vistazo… esperaba encontrar sin ninguna dificultad su nombre y algo sobre la lectura… no encontró nada… volvió a la primera página y repitió mecánicamente la misma tarea de antes hasta que se quedó como sin aire, como varado, en una de las páginas… de niño siempre le pasaba lo mismo… sin soltar el periódico, fue al cuarto, tomó una lupa que tenía siempre a mano y la acercó lentamente a la página… en letras minúsculas, casi ilegibles, bajo la sombra de una pequeña cruz de un negro intenso, aparecía anunciada su lectura… movió lentamente la lupa de abajo hacia arriba y después de derecha a izquierda… el anuncio estaba en la página de los muertos del día… miles de recuadros pequeños, algunos de ellos en forma de corazón, que mareaban la vista y traían a los baldíos del recuerdo el diseño de un viejo rompecabezas… ni de milagro pensó que era un equívoco… sus ojos se quedaron pegados a la página, extasiados, como si estuviese leyendo, a la vez, el nombre de cada uno de los muertos… tantos muertos para las páginas de un periódico…
la noche anterior, la muerte había hecho su trabajo con disciplina y devoción… en algunos de los recuadros, aparecía de tanto en tanto alguna fotografía, pero no la de él… y por supuesto en letras que parecían cada vez más pequeñas o empequeñecidas, el llamado de los dolientes… cerró los ojos y lentamente se clavó la mandíbula en el pecho… la mano izquierda se le cerró de tal forma que parecía que hubiese agarrado la empuñadura de un cuchillo… dobló el periódico y se lo metió en uno de los bolsillos de la chaqueta que siempre llevaba… y como si se tratara de una cosa de todos los días, con una ternura inusual, cogió al gato que ya hacía muchos años que lo acompañaba, le agarró las patas traseras, lo levantó, abrió la ventana y lo tiró a la calle… el coche frenó de improviso y la sangre y la mierda salpicaron la ventana…
zona cero
los niños sentados en el andén de la casa escuchan la música como si fueran seres de otro mundo…. nada puede sacarlos de su nada… ni siquiera las moscas que también se quedan lelas en los despojos de su propia intimidad malgastando su melodía…
nunca supe de dónde tantos niños, y yo entre ellos, de espaldas al mundo que ya por entonces no hacía otra cosa que recoger sus muertos con una devoción inusitada… en cada mano una bodega entera repleta de muertos sin número y sin agenda…
de tanto en tanto un desconocido llegaba a la pequeña cantina que estaba en la sala de la casa y se gastaba hasta el último centavo en cerveza, sufriendo, sin conocer el cansancio, la misma canción de amor… y los niños se le acercaban hasta cerrar el círculo… y de rodillas velaban en silencio ante su dios… mientras otra vez la aguja en el disco cerraba y abría indiferente las puertas del amanecer…
en un pequeño cuarto en el fondo del patio de la casa una puta trashumante se traga sus quejidos repitiendo mentalmente sílaba a sílaba, sin apenas mover sus labios, cada una de las palabras de la misma canción… y en la cocina, dos o tres clientes consumen otra taza de café mientras esperan su turno…
el borracho de antes, o el mismo, o el de siempre, cambia unos cuantos pesos que le quedan por monedas y se las tira a los niños que al compás de la música rompen por un momento el hechizo y se atacan como perros hambrientos sin remordimientos hasta que el sueño se les hace realidad…
hay discos amontonados por doquier… pilas de discos… y la vitrola parece un alma en pena todavía enamorada de este mundo y sin la vana esperanza de que alguien le eche una mano, o que la aguja se le quede en veremos, o que la manivela no quiera ya aguantar la misma pena y se rompa…
y el tiempo sigue dando vueltas sin saberlo entonando la misma cantinela junto al próximo muerto que cae y se levanta mascullando entre dientes su mismo estribillo… y los niños siguen ahí sentados en silencio esperando que les caiga una moneda y la puta y el borracho no se han ido y una misma cerveza y otra vela y otra taza de café…
en cuanto a mi, la verdad es que me perdí entre las palabras y ahora que vuelvo al lugar de los hechos nada queda del cuento… tan solo una moneda en el bolsillo y un quejido indiferente que se me sube a la cabeza cada amanecer y esa canción de amor que me golpea al oído sin saberlo… y me amordaza y se me pone frío…
la casa esta intacta como la dejé sin ser la misma… sin apenas un recuerdo… los discos uno a uno han ido a parar al techo formando una especie de tablero negro… la lluvia cae y la música sigue sonando… el sol brilla y la música sigue sonando… el silencio vuelve a la calle y la música sigue sonando… nada sé de las manos que materializaron esta última nota de pies al infinito…
y al final del cuento la casa entera canta y se redime y se acaricia en su agujero negro como si el borracho y la puta finalmente hubiesen encontrado un nuevo amor, o la palabra que le faltaba a la canción… y a cada uno de los niños, hoy, no hace mas que un segundo, finalmente, les hubiese tocado una moneda…
nacimiento del amor
me queda en algún pedazo de felicidad, tal vez ahora sin fortuna, sin forma alguna, una piedra enorme donde la criatura sentada, se deleita toda una vida contemplando las vacas y de tanto en tanto hablando con ellas más allá de las estrellas…
a lo alto de una piedra se sube con la muerte a cuestas que se nos muere entretanto de altura… y ya fundidos o parapetados de glorias á-tonas en lo más delicioso de su intimidad, todo es seguro en la cima de la vigilia de espaldas al horror, aunque el mundo entero se ponga de rodillas con sus armas modernas, dispuesto a hacerle pedazos el corazón a la fruta prohibida…
el día también se ha quedado como un bulto de nada colgando de la delicia de las vacas y hablando con ellas… ha echado a tierra todas las escaleras sonámbulas del amanecer, y sin la vuelta de tuerca acostumbrada, como las vacas, saca de vez en cuando la lengua y se relame el silencio… entregado como un amante fiel que solo espera y quiere ser sacrificado, esclavizado en las delicias del placer…
las voces se reproducen incansables en su santidad y cada vez mas, igual que los personajes retratados en una película de horror, se movilizan para dar el golpe final… el día ahora se tiñe de vergüenza como una novia en celo se estremece en la intimidad de sus lamentos por tanto tiempo relegados a la espera… un lamento que espera su turno de nunca, es como una sabandija que se ha quedado dormida en el borde del muro sin saberlo, podrida de amaneceres…
en lo mas alto de la piedra las manos son lo primero que le nace a la respiración, ajenas a este mundo y metidas de lleno en el soplo divino del placer… después la piel se rompe como un huevo a destiempo y la delicia se riega en el delirio, hasta caer con sus huesos en un día sin hoy, ni mañana, ni nunca…
las vacas hacen fila y se regodean en el espejismo de una virginidad sin nombre y sin palabras, hasta que en el delirio de la piedra el día y la criatura se ponen su máscara y su traje de novia y su corona… y en un santiamén, el toro salta bífido y monolítico entre la manada y una a una las vacas se deleitan y se entregan a su devoción inusitada… pasándose de mano en mano el juguete de la discordia…
todos en fila, y en lo más alto de la piedra el fantasma, de la mano del día que ya no quiere regresar a su morada, esperando un disparo certero en el corazón…
mortaja moderna
otra vez los muertos haciendo cola y esperando sin saber qué esperan ni por qué… junto a las oficinas extienden la mano y se amontonan rogando sin decirlo como quien sólo sabe que todo depende de un mendrugo de pan… un ojo indiferente que se le pudre a la ventana…
en las esquinas del sueño y de la gran ciudad brotan como larvas desde el fondo de sus pupilas deshabitadas y nos miran a medias y se avergüenzan y se esconden de momento como pueden en su nada… una mano refundida en los escondites del horror…
debajo de la cama algunos murmuran a media lengua su falsa identidad como niños que a media lengua se desconocen, una vez los fantasmas del día florecen en el delirio y dibujan su disfraz en los muros del odio… otros simplemente se agarran y se sacan de los cabellos y de espaldas desaparecen de puntillas…
un hombre de imaginación y con grandes dividendos en el bolsillo no podría dejar de pensar que hay muertos para todos los gustos y que en los mercados del sueño a cada uno nos tocaría por lo menos el que nos corresponde por ley, más uno… sin tener en cuenta los que ya se venden por todas partes, en su gran mayoría a precios tan bajos que dan ganas de comprarse un sustituto adicional, cada vez mas, por si acaso…
se venden al por mayor y al detal en las cocinas del horror y en los lugares de peregrinación y cuelgan de las ventanas como cuotas de amor… pero los hay especiales para esos clientes que les gusta tener una pieza única y con todas las garantías y certificado de autenticidad y comprobantes de reembolso en caso de fraude… y huellas digitales… y una identidad a prueba de balas…
unos y otros tantos, nos toman de la mano y nos arrastran hasta el borde de su intimidad ofreciéndonos unas cuantas monedas para que dejemos las ventanas y las puertas abiertas, una vez ya no queden reservas en el sueño, ni sobras en el plato… otros se nos pegan como enamorados desilusionados y refundidos en el umbral de la carne que se esconde en su saco vacío y echa a perder sus papeles y sus páginas…
hay uno, que quizás no sea el mismo, ni en las mismas, que se apezuña tras el paquete de su mismisidad y que no ha dejado de mirarme, todo el tiempo, como nunca otro lo había hecho, ni otro lo hará, y que se me pega a las horas como un ácaro despabilado y que me observa incluso cuando ya no estoy, y que me afila y se afila los ojos en la nada, cada vez más hinchado y obtuso desde antes en las trastiendas de la respiración y del delirio… como un viejo infame que se mea indiferente frente a un corrillo de niñas…
ayer mismo, mientras le hacía el amor a mi mujer como si fuera la primera vez y la buscaba entre mis dedos ya casi ajenos y le reproducía mis fauces en sus entrañas y le abría los ojos en su sexo sediento, miré de reojo y sin saberlo y ahí estaba, ese ser extraño y único, en todas partes estaba, mirándome entre dientes y en los labios deshabitados la palabra que le falta a esta página… un amor que se ciega y se desborda… ahí estaba como si nada el muy cabrón…
se me acercó tanto que ya no supe quién de los tres era el otro, o el que no era, y en los ojos de mi amante, o los míos, o los suyos que se abren a la hora de hacer de la respiración una bocanada de fuego que se inflama y se revienta y nos calcina… se acercó tanto, que hasta en los rincones del sueño, una muerte de mas como siempre, hizo de las suyas en lo poco que quedaba de mi mujer y lo mío… tanto así, que una vez consumado su apetito, se levantó como si no quisiera despertarnos y se marchó arrastrando su mortaja empapada de sangre y sacudiéndose hasta el delirio los últimos espasmos…
suspenso
un amanecer incierto llegó y lo planchó todo de pies a cabeza hasta que el infinito se desbordó ante tal devoción y la plancha se despabiló en el vacío y le nacieron lenguas y lametazos a todo dar… empezó por las camisas de su más íntimo allegado, después los insectos y los sueños y las sílabas y hasta el gato que se le escapó de momento por las paredes donde todavía su último lamento dibuja signos de interrogación… y hay que ver el trabajo delicioso que hacía con los puños y los cuellos de las camisas, y el tiempo que se tomaba tirando planchazos con la ropa íntima de su protector… a mi me plancho una mirada y aún hoy en día no sé como me las arregle para contar el cuento… lo cierto es que llevo un parche en el ojo y en el hueco todavía se me sigue quemando el chicharrón..
incluso los días iban desapareciendo ante tal disciplina sin precedentes en el oficio y, con ellos, un día ya sin memoria, el blanco predilecto de todas sus planchadas, su muy amado protector, quedó hecho una mera plasta de sangre salpicada de mierda en el aire donde lo alcanzó de un planchazo muy singular… le metió la plancha en el culo y le corrió el planchazo hasta el amanecer que todavía no sabe como levantarse de sus cenizas… él, que la había traído especialmente para que le planchara el cuello de sus camisas y los puños y los juegos de sabanas blancas, había quedado sin historia de un solo planchazo… y la mancha se había secado y descascarado y para colmo de males esa misma tarde regresó al lugar de los hechos y le planchó el silencio.
los últimos que la vieron con la plancha en la mano, luego de consumados los hechos, dicen que después de aplanchar toda la casa se perdió por las calles aplanchando todo cuanto se le cruzaba a su paso… mujeres embarazadas, niños de brazos, árboles con sus nidos y sus pichones y noches en vela y días aun por arribar… que le metió un planchazo al verano en sus bodegas, dicen… y a las flores de la primavera y a las hojas de un otoño abundante y a la estación de la intimidad unos cuantos planchazos de mas… y que en una pirueta inhabitual y casi sublime se la jugó al extremo y se planchó ella misma sin enterarse de las circunstancias, de su osadía, y que la plancha como alma que lleva el diablo siguió haciendo de las suyas hasta el final del cuento, hasta el infinito que se escondía como una criatura asustada…
efecto purgante
es todo cuanto nos queda por hacer en estos lugares desde ya, y de siempre, tan desacostumbrados a la memoria… a unos nos tiran la ropa por la ventana que da a la calle, y el amanecer otra vez nos sorprende en el clóset tan campantes y susurrando la misma tonada de siempre, mientras buscamos el traje acostumbrado para acudir una vez más a la última cena… a la mujer que dice que vive conmigo, cierta vez le tiraron la cabeza al cubo de la basura y hasta el día de hoy, ni el uno ni el otro, nos hemos enterado de cosa tan abominable… por fortuna, si no ya nos hubiésemos dado cuenta que ya casi todos andamos de una sola pata y despilfarrando lo que no tenemos… y eso sin contar los que han desaparecido sin que todavía se hayan dado por aludidos, aunque hayan perdido la cabeza para siempre y desde siempre, como mi mujer…
otros se levantan todos los días en la misma cama de siempre aunque ya no están, ni lo fueron, y antes de empezar su rutina diaria escriben la misma nota de amor que ya hace mucho tiempo tiraron al basurero los desconocidos de la limpieza…
yo por mi parte —y según los testimonios de muchos otros afectados por la misma obsesión, no soy el único—, hace ya una buena temporada que llevo buscándome sin saber quien soy, ni lo que hago, ni lo que fui… simplemente, me dejo ir por ahí con mi nombre escrito en un papel que me digo que es mío y lo recuerdo a medias y me llamo insistente y me sorprendo como un sonámbulo diciéndose cosas y reprochándose mi falta de identidad, que no sé que no tengo… como esos perros que le ladran a la luna, yo lo hago con mi nombre sin saber que es el mío y, últimamente, sin saber que lo hago de tal forma, que dan ganas de reír como si fuera la luna la que le ladrara al perro…
a un conocido que ya hace mucho tiempo se fue a pique en las páginas que le faltan al libro, lo secuestraron y él todavía no se ha dado cuenta… y se levanta en las noches a echar llave y a pasar la tranca para no despertar sospechas… y lo peor de todo es que asegura, e insiste que está en casa bebiendo y malgastando como de costumbre… sin enterarse —y no hay evidencias para pensar que lo hará—, de que ya hace unos días que lo sacrificaron, antes de sacarle los ojos que, como bien sabemos, no son de él… aunque insiste en presentarse todos los días a la jefatura de policía para identificarse, o con la vana esperanza de que otro lo hará… nada extraño, en situaciones como estas, ya que son muchos los que pierden los ojos a toda hora, además de la cabeza…
los periódicos de la ciudad se han convertido en obituarios y cada día aparecen tres o más páginas adicionales, y son tantos los muertos que se regodean en las páginas, que uno se pregunta, sin apenas saber que lo ha hecho, si alguna vez hubo lugar en tal o cual pueblo para tantos vivos… ¿se imaginan ustedes que descalabro estar uno muerto y todavía tener la desdicha de saber que está vivo? …y seguir por ahí como esas almas que dicen que de tanto en tanto vienen a recoger sus pasos sin saber que han venido; y pensar que están cuando ya se han ido, o que ya han vuelto sin haber aún salido… y lo peor de todo el zafarrancho es que los que regresan y los que se van, todos hechos un estropicio, un asco, pasan múltiples horas con las manos metidas en la nada, intentando saber cuál paso sigue al anterior y al que lo sigue, o cuál se le atravesó antes del primero, o después del último, una vez las cabezas siguen cayendo y rodando por las ventanas del sueño y del silencio…
ayer mi propia madre me preguntó de improviso, y como si no supiera que nada sabía, que si yo sabía quién era, y que, quién era el hombre que estaba en la silla leyendo el periódico como si fuera… no supe que decirle porque como no podía recordar si era, pensé que era otro el que debía de responder en detalle a su quimera… como ven esto de andar recogiendo un agujero para tapar otro se nos hace mella en el zapato como un clavo que ya no quiere sacar otro clavo y, para completar la película, los que estaban afuera se salieron campantes y los que se quedaron adentro no aparecen ni de milagro… y la verdad, no sé quien es el hombre de la silla, si es que es…
también la mujer que vive conmigo ya hace bastante tiempo se anda buscando, aunque se tenga bien guardada entre sus cosas mas íntimas y a la vista de todos y como si no lo supiera, lo uno o lo otro… así que ya somos dos los que no somos y cada vez uno menos y la cosa ha llegado a tal degradación que ella me llama por su nombre y yo le contesto sin saber que no es mío, y por supuesto ella hace lo mismo cuando yo la llamo por el mío, hasta tal punto que ahora ya no sé si llevo su ropa y ella la mía… o si es ella la que me penetra, o yo a ella cuando nos encontramos en la cama como si no fuéramos, y sólo quisiéramos saborear el manjar prohibido una noche sin tiempo y sin invitados a la mesa…
la verdad es que la cosa, a pesar de su irreversible materialidad, tiene sus ventajas, incluso si todavía no nos hemos enterado de los hechos y sus circunstancias —que nada tienen que ver en este mundo de despojos y tiestos abandonados— que aun no han pasado por las manos del soñador que últimamente a todos nos sale sobrando, o descabezado… saber no cuesta nada… lo que cuesta es no saber lo que sabemos, para que la ropa salga de la secadora otra vez y de siempre como nuevecita y bien planchada… además eso de saber, aun sin saberlo, que la cabeza de la mujer que insiste en que vive conmigo sin serlo continúa en el cubo de la basura, es una verdadera bendición a la hora de sacar las cuentas pendientes, aunque nunca las saquemos ni las cobremos o las paguemos, ya que al final de cuentas basta responder a nuestro propio nombre, aún si es el del otro que también responde a un nombre que no es el suyo…
y en cuanto a las notas de amor, no tiene ningún valor o interés que todas sean lo mismo, ya que no somos, ni lo sabremos, ni nadie lo sabrá, pues siempre somos otros sin dejar de ser los mismos que no somos… así que lo único cierto, es que no está mal leer una confesión de amor, la misma de siempre, como si no fuera la misma… páginas y páginas de amor en el refrigerador y en las paredes y entre las sábanas y en las horas de la pesadilla y del sueño, hasta que ya no nos cabe más amor en el corazón o entre las piernas, y entonces sí que no nos queda más remedio que inventarnos como sea un final para el cuento… a no ser que haya sido otro el que haya perdido los últimos rezagos de una memoria que ya no nos pertenece y que el que menos contaba nos perdió y se perdió sin tampoco saberlo para nuestra propia desdicha…
las cosas han llegado a un punto muerto…. nadie lo sabe, pero aun sin saberlo, una tarde, todos bajamos al río, nos desnudamos y junto a otros que también se han congregado en sus orillas desnudos y ajenos, nos preparamos y dispusimos, todavía sin enterarnos de la situación, para la prueba definitiva… esto tiene que acabar antes de que lo haga el diccionario, o no quede ventana, ni cabeza por titar y rodar y apilar… de cualquier forma, tarde que temprano alguien tendrá que responder a nuestro nombre y eso sería suficiente para reconfortarnos un momento en el entramado de la pérdida…
disciplinados y comprometidos como un pelotón de soldados que saben que la vida de cada uno depende del otro, destapamos al unísono el purgante y, al unísono, nos lo tomamos hasta la última gota… no hubo que esperar mucho tiempo para lograr lo acometido… las aguas del río transfiguradas en lo más íntimo de nuestra identidad dibujaron en las paredes mudas de la noche a golpe de estiércol y entre risotadas nuestro nombre… hasta que uno a uno, como si arrastráramos una maleta vacía, nos levantamos y uno a uno nos marchamos dispuestos a morir definitivamente el día en que escribimos por primera vez nuestro nombre en una de las páginas, y sin necesidad de preguntar quién era Alonso Quijano…
evangelio apócrifo
para gerardo
la cruz que aún ardía sobre los despojos, sobre el dolor, sobre el odio, sobre la soledad, era demasiado grande para la casi nada que quedaba todavía en ascuas una vez consumados los hechos…
después de haberle dado el pan de la felicidad y de mostrarle la vía que conduce a su consumación, le dijeron un día, inesperado y febril, que había cometido un error y que había llegado el momento de dar el último paso, el definitivo, el paso de la gloria: borrón y cuenta nueva: su pasado tenía que desaparecer de un solo tajo: el polvo de sus días tenía que sucumbir a la polvareda… sus cosas sin valor, su perro, su loro, su hija, producto de un matrimonio mal habido, —dijeron—, la casa que ya les había donado, sus libros, sus sueños, su silencio y tantas noches en vela… todo estaba en la lista a la sombra de su sentencia…
lo intentó todo, quiso hacerlo todo como se lo pedían, como quien más, como el que más, como el que todo lo puede y debe y quiere, y a su pesar, sin embargo, su corazón, por un instante, se negó por completo y renunció a la gloria que tanto había soñado… pero ya era tarde… ya se había dictado sentencia: lo encontraron culpable e hicieron que él igualmente se condenara, sin objeción alguna, al ya condenado de todas las horas… desde siempre, desde antes de su propia consumación, su propia sentencia, su propia condena… aceptó entonces, sin ambages, sin reproches, ser quemado vivo en la pequeña plaza del pueblo, atado a la enorme cruz que todavía se consume de tanto dolor y tanto odio y tanta soledad… después de la medianoche, una vez la luna se muestra en todo su esplendor y los pájaros y los insectos se han entregado al sueño… al silencio, a la nada…
había fallado y no había en el libro de la sabiduría, ni una sola nota escrita por los jueces, que autorizara el regreso al seno de la trasparencia, la limpieza total, el perdón, la generosidad… tenía que pagar de alguna forma su error: los pecados no tienen dueño, le habían dicho hasta el cansancio… un solo culpable nos hace a todos culpables… el sabía que no era él el condenado, el fruto podrido, engusanado y, sin embargo, no pudo renunciar a llevar al lugar del sacrificio lo que no era suyo como si lo fuera, aunque no lo fuera, hasta caer derrengado ante una puerta donde la eternidad le estaba esperando… una puerta desconocida, pero, al fin, eterna, sin grietas, sin ataduras… una vida para siempre, mas allá de una puerta hecha a su medida, pensó, y la piel se le crispó como si en ese instante hubiese visto su propio fantasma implorando una grieta en el espejo de un sueño sin nombre, otra puerta desconocida, quizás a última hora para echarse a correr, y escaparse y perderse y hacerse nada en su delirio…
primero fue él, que a decir verdad, tardó poco en ser consumido por las llamas: eso fue lo que dijeron los peritos más tarde durante el levantamiento del cadáver, o mejor sería decir reconocimiento de la nada: un paquete amorfo atado y maniatado sin gracia alguna a la cruz de los días por venir: ese único día que son todos los días junto al fruto siempre maduro de la alborada… después fueron, una a una, esas cosas insignificantes que lo habían acompañado por mucho tiempo en su vida y que terminan siendo todo, una vez hacemos un alto en el camino y soñamos que volvemos sobre cada uno de nuestros pasos y lo vemos todo en una instantánea, una sola imagen que se nos congela para siempre en las pupilas… incluso lo que ya se han borrado en los recodos del sueño, del olvido, del silencio…: su ropa, sus libros, las fotos… —y la única que guardaba de su hija—… un juguete deforme que alguien le había regalado cuando cumplió 5 años y una carta de amor que guardaba en uno de sus bolsillos, el loro… si, el loro… ese pajarraco, amorfo y casi ridículo, de corto vuelo como las gallinas, pero que lo había sacado tantas veces del fondo del precipicio con sus ocurrencias como se saca una cosa inservible del cubo de la basura…
cuando llegué al lugar de los hechos con el representante de la ley para hacer el levantamiento del cadáver y el reconocimiento requerido, sólo encontramos la cruz todavía ardiendo y junto a los escombros un chicharrón ya irreconocible y el odio cada vez más hinchado, y el dolor ya casi vuelto mierda y la soledad sangrando hasta la madre… una maza negra y empequeñecida con una fila de dientes que cruzaban de un extremo al otro como si buscaran descarrilarse uno a uno en el dolor… el perro que se había escapado de puro milagro estaba ahí, junto a los despojos: único testigo de los hechos en la plaza deshabitada junto al humo que poco a poco se iba extinguiendo…
aullaba ya sin fuerzas como un niño que ha perdido a su madre… aullaba, o mejor sería decir, lloraba, no tanto por su amo, sino por él mismo… había estado tan cerca de ser parte de la eternidad… tan cerca… pero se había extraviado ese día y no era su culpa… de su hija nadie da razón hasta el día de hoy…
inventario impersonal
había amado como nadie, según su propio inventario de los hechos, y ahora que se encontraba otra vez de regreso, a sí misma, se negaba, a ver el hueco por donde un día inesperado se le habían vuelto nada sus sueños y sus largas noches de placer… la imagen nítida de un recuerdo se le hacía trizas en el eco de las palabras todavía vírgenes en su desvarío y la cadena cada vez más intrincada de los acontecimientos, —por donde a veces parecía correr el agua clara de la respiración—, sonaba por todos los rincones de la casa como si un alma en pena la cambiara a cada instante de lugar… una puerta le abría la entrada a otra puerta y así sucesivamente hasta que puerta tras puerta regresaba al mismo lugar de los hechos a desenredar la madeja ya hecha un amasijo indiferente… y sólo la agonía parecía cada vez mas gorda y exigente, echada como un perro en el umbral… y de sobrepeso, el rosario de la carne que no renuncia sacando en limpio sus cuentas en una agenda inexistente… y la lengua que pasa y se repasa y desplaza sus síntomas en los huecos de siempre… y el ahogado que sigue cambiándole los pañales a su guiñapo sin acabar de tragarse su materia y su sino, dando patadas de ventrílocuo… y en el sueño un escalón que ni antecede ni postcede a otro escalón…
con el pasar de los días, solamente ganó un poco más de peso su falta de apetito y sus noches en vela junto a la ventana que parecía llamarla desde otro mundo… las otras ventanas las había sellado y aislado… también la cadena inquisitiva de los hechos se había echado al saco unos cuantos eslabones de más y el fantasma ya parecía mas un condenado a muerte buscando el pinchazo definitivo entre las sombras, que un alma en pena todavía con la vana esperanza de hacerse al calor de una mano benévola… y cuando supo que él se había marchado de la casa en los brazos de otro amor, tomó posesión de la misma y de cada una de sus pertenencias sin escatimar nada en su inventario… y paso a paso sin olvidarse del más mínimo detalle activó en el teatro de sus sueños cada una de las escenas de la película que a su llamado acudieron, todavía ilesas en el mejor de sus síntomas… y la casa se fue llenando otra vez de suspiros y de voces entrecortadas y de olores abundantes y de ojos varados para siempre en la simiente del grito que se clavaba las uñas como si buscara tirar a pedazos, de una vez por todas, su agonía en el hueco del infinito…
y ella que otra vez completamente desnuda se queda abandonada en las mismas páginas del libro sin la página de las horas, jugando con su intimidad como se lame una perra sus partes mas íntimas por días y noches antes y después del celo… también con la vana esperanza de hacerse con el nudo que se le hace y se le deshace en las entrañas… y los niños de la ciudad que cada vez en mayor número se convocan y trasbocan en el espejismo… y que hacen huecos por todas las paredes de la casa… y que rígidos en el montículo de piedras que construyen a su respiración, le meten en el cuerpo sus ojos y sus uñas y su silencio nauseabundo hasta que ella no puede más y estalla en un mar de lágrimas y de alaridos a medias que inundan la casa y suben y se desbordan por los huecos, convirtiendo a la casa en un cedazo del delirio y a los niños en una piedra donde la gota a gota dibuja finalmente sus sílabas y su nada…
tuve noticias: que con frecuencia se las apañaba para hacerle creer a un consejero espiritual de sus necesidades y de sus síntomas y que con el convencimiento pleno de quien se entrega a su verdugo una vez más, le dejaba hacer a sus anchas poniéndole cada vez más ingredientes a la sopa, que el iluminado se tragaba como un cerdo con la certeza de que un dios desconocido finalmente le había dejado encendida a su pasión y a sus ansias alguna de sus lámparas… y la esquilmaba y ella se dejaba esquilmar y el número de las ovejas inexistentes aumentaba de tal forma que los beneficios muy pronto se convirtieron en una empresa que vendía a precios módicos tiquetes a la eternidad… y ya no hubo más libros abiertos en la mesa, ni páginas subrayadas, ni notas incomprensibles en los rellanos de la sabiduría, ni prédicas en los claustros de la santidad… ni la mano que a tiempo nos tira una limosna… solo el clic nítido y recurrente de las tijeras lloviendo sobre mojado… y el papel que se rasga… y se empapa de sangre…
y así, como si el tiempo hubiese hecho un alto en el camino, iba de una escena a la otra convencida de que a un episodio siempre se le puede sumar otro episodio; llegando hasta el colmo de poner avisos en los periódicos para promocionar la función… y los huecos aumentaron de tal forma en la casa, que un buen día ya no quedaron ni huecos ni casa ni nada… solo un espacio pestilente donde de tanto en tanto estalla un suspiro todavía a medias, como si alguien sacara sin enterarse de los pormenores del acto ya consumado, un sapo debajo de una piedra, de una de sus patas… y en el vacío la agonía del que sabe que hará «splash» sobre la roca muda…
lo último que supe de ella, —me lo dijo una amiga a la que llamaba siempre que el hueco que le quedaba se le hacía un poco más evidente—, que una noche cansada de buscar entre los escombros del sueño y ya la carne hecha un hueco sin ton ni son… iba de casa en casa y tocaba a la puerta y le pedía al fantasma de turno que la tomara como su perra esa noche, todas las noches… nadie me dijo jamás, si una puerta la condujo a otra puerta y así sucesivamente hasta el final de la escena que se nos queda entre líneas, o en los agujeros de su propia intimidad… solo que los alaridos de la perra en celo tenían atemorizados a todos las gentes del vecindario y a otras buenas gentes de los alrededores…
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