Acronopismos y otras delicatensen Cronopio

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i cannot believe it is not butter

algunos de sus textos lo habían consagrado y sus devotos, que no eran pocos, venían a toda hora a pedirle milagros y de vez en cuando una foto en lo alto de la ventana… de medio cuerpo, en el marco de la ventana, le daba cierto aire de divinidad… un cuadro flotando como por arte de magia en el mismo lugar de siempre: una aparición deliciosa sin necesidad de soporte, ni carne, ni manos que se le caen al hechizo… y era que la ventana donde solía prodigarse a sus feligreses había adquirido tal importancia que parecía que la casa no existiese, o hubiese desparecido, o simplemente se hubiese quedado a oscuras, ya que la luz solo se hacía y se nacía en esa otra fuente de luz que era él, cada vez más él… también había escrito libros y libros sobre el suspenso poético y el efecto del mismo en las mínimas estructuras de la composición sintáctica de la frase, y en suspenso tenía a sus vacadas, cada vez que el efecto poético abría sus esclusas y se meaba como un perro enfermo de la vejiga en la ventana… así se le iban los días uno tras otro y los devotos y los milagros habían aumentado de tal forma que el gobierno municipal, con la colaboración de sociedades anónimas internacionales sin ánimo de lucro, le construyó a la ventana una plaza de proporciones inimaginables, y a la plaza una estatua para que todos los necesitados pudieran entregarle con más objetividad la lista de sus pedidos y, sin dificultades, pudieran tomarse la foto diaria que por lo general excedía a los pedidos y a los mismos devotos… dicen que algunos con las muchas fotos que iban acumulando, construían un altar en su propia casa y que ya tenían tantas, y tantas velas encendidas, y que había habido tantos accidentes con fuego, que a las autoridades no les quedó más remedio que aumentar el cuerpo de bomberos de la cuidad para poder apagar a tiempo tanto incendio y la mayoría de las veces comprar las fotos a precios exorbitantes con las que habían iniciado la construcción de un museo nacional… y que las fotos se vendían como pan caliente en las calles… y que unos extranjeros se habían inventado un juego con las mismas que vendían a un precio de envidia en los colegios y universidades y casas de juego e iglesias y prostíbulos de renombre…

un día mientras se perfumaba y se acicalaba para su «performance» que ya dominaba a la perfección, unos segundos antes de sentarse en el trono que le habían construido junto a la ventana sobre una plataforma, recibió un sobre sellado que contenía un texto corto de un poeta de aldea que le pedía, —según se supo después por boca de uno de sus sirvientes, que fue llamado a declarar al juzgado de turno—, que le hiciera la bondad de leerlo, y que era un poema que había escrito para su amada y que simplemente quería su visto bueno para asegurarse para siempre los beneficios de ese amor… y que nada tenía que ver con osadías ni pretensiones literarias, que para eso estaba el… y el que nunca leía, ni había leído nada de nadie, pues la gloria a tan temprana edad le había enseñado que le bastaba y le sobraba la luz de su propia intimidad…, abrió el sobre no sin cierta consternación, sacó el poema, desdobló la hoja y leyó el texto detenidamente y lo volvió a leer y a releer una y otra vez como si en cada lectura el texto se rehiciera en la página a cada instante otro texto sin que hubiese pausa ni sosiego para un principio ni un fin, ni los paréntesis que requieren las imágenes, más aún cuando se trata de un asunto tan delicado como el amor… la primera impresión fue de mareo, después de sorpresa y después una mueca desconocida para él hasta entonces se le desdibujó en los labios y tembló y se puso pálido y en la medida en que volvía sobre cada una de las palabras del texto, su palidez se hacía cada vez mas intensa y casi sublime tanto así que ya era difícil saber si había alguna diferencia entre él y su estatua y la ventana y, él mismo, que aunque no estuviese en la ventana brillaba en su marco con la misma intensidad… y seguía leyendo entre líneas como si buscara en el umbral de alguno de sus recuerdos y de tantos desvelos que presupone la gloria, algo que no sabía que había perdido, y ni siquiera que le pertenecía y que de repente lo encuentra sin andarlo buscando y se le cae infinitamente por entre los dedos…

ese día el trono se quedó vació y la ventana y la plaza y las cámaras se trabaron sin causa aparente y él seguía leyendo entre líneas ya de una palidez indescifrable, casi transparente, ausente, casi nada… y los peregrinos se quedaban en vilo como una secuencia que el director de una película congela, y su estatua se llenó de pájaros y de mierda y de lamentos y de noches en vela y de perros que los vecinos traían a cagar como de costumbre y la gente se llenó de perros y estos de moscas y las moscas de una palidez indescifrable, casi transparente, ausente, casi nada… y él seguía leyendo como si nada hasta que sus ojos lo traicionaron y no pudo más y, como pudo, un amanecer se arrastró a tirones hasta la ventana y se agarró del pelo y se tiró como se tiran los niños sobre un juguete una noche de fiesta… como se deja caer un ave de presa sobre un despojo después de largos días de ayuno… y la ventana se vino a pique y la casa entera se prendió en llamas y el poema se le arrancó de las manos y salió volando como alma que lleva el diablo… y cuando ya el amanecer había hecho su entrada triunfal, los recogedores de basura encontraron en la plaza su cuerpo ya sin vida y lo despedazaron y se lo echaron a los perros para que su nombre perdure para siempre…

hora digital

la invitó a comer y ella que tanto había esperado ese momento crucial, brillaba como una luz apenas el amanecer… se arregló como quien más y se puso su mejor vestido, unos zapatos altos, un sostén de esos que se venden hoy día para matar, al menos por un momento, las desdichas, y unos calzones que se le pegaban a las nalgas y se le metían en el culo con suma devoción… en la pupila y en el espejo y en el sueño, un culo hecho para la sed y los días que se van sin enterarse dónde ni cómo, ni cuándo…

cuando ya todo parecía estar en orden, en el último instante, se volvió, y se quitó los calzones, y salió de la habitación con los ojos cerrados como si huyera de si misma, o como si estuviera haciendo un máximo esfuerzo para ver y respirar con mayor precisión… y estuvo rondando por toda la casa como si no fuera suya o como si ella no fuera ella…

los pequeños calzones quedaron ahí en la mitad del cuarto, tirados, hechos un rollo sin el aliciente de su fe y su testimonio…

el llegó a la hora exacta, aparcó el coche, entró en la casa y le dijo sin mirarla a los ojos que no tenía ni un solo centavo, que lo habían atracado, que se le había refundido la tarjeta de crédito… que esto y lo otro y los detalles que le sobran al cuento… después se sentó en el sillón donde nunca antes se había sentado… en el mismo lugar donde ella había soñado y hecho de su sueño un golpe de suerte y del golpe una respiración recurrente y después gritos y lamentos y largos silencios como de ríos que de momento detienen su cauce y se quedan en vilo..

sin dirigirle la palabra, y todavía ensimismada en la cosa desnuda que se le ahogaba por dentro, le preparó unos espaguetis con salsa de champiñones y le sirvió un vaso de agua… comieron juntos con una lentitud de bueyes viejos y enfermos y ya bien entradas las luces del amanecer se levantaron de la mesa y se separaron en silencio…

ella volvió al cuarto, recogió los calzones que el gato ya había guardado en su lugar predilecto, se los puso indiferente, se mordio con sevicia los labios y después fue a una tienda de juguetes eróticos y gastó todos sus ahorros… a los pocos días se encontraron en la calle y no se reconocieron…

genoma

que los monos se parecen a uno lo firmo de primera mano y punto aparte… e incluso no tengo inconveniente de ponerle la firma a lo contrario… aunque en la página que le falta al libro me apunten una deuda que aún no he contraído… hoy no fío, mañana sí, había escrito la vieja en un papel que se refundió con otros a la hora de hacer el inventario…

alguna vez en la biblioteca, a falta de unos centavos de más, yo también como tantos me arranqué la página que otros todavía andan buscando para ponerle punto final al asunto de puño y letra… es que somos tan distintos que cuando me veo a tientas o en el sueño tan igual a lo que no soy, me aterro de pura mismisidad, y echo a correr para no pasar inadvertido…

pero eso de invertir o derrochar las ganancias tiene sus inconvenientes y sus prioridades… y el libro entero, casi nunca, para no decir que nunca, suplanta a la página que nos permite despertarnos con el corazón entre las piernas debajo de la cama… y sin que esta vez nos haga falta tanto semejante o semejanza…

después supe que también eran las ratas y los ratones los que se miraban y se guiñaban el ojo en el mismo espejo y me alegré, porque desde antes de niño mi pasión han sido los huecos… unas veces para salir con vida, otras, para salvarla… y otras muchas mas para salirme con la mía sin tener por qué… y las más, para saber que alguien más se me mete, y se me queda, y se me ahonda en los huecos que me faltan como si fueran los míos… y si tienen alguna duda, miren ese niño que todavía cuña sin descanso monedas en el hueco de la alcancía, aunque sea ranura…

así que otra página que desaparezca en el transcurso de los acontecimientos nada cambia el material del asunto en cuestión… y hace, más bien, de la pausa ínfima que todavía separa a la semejanza de lo semejante una disputa entre desentendidos… y si se la entregamos como propia, digo la página ya echada a perder, a la mano que generosa nos tiende los ojos y nos inunda de luz, no está mal que arranquemos otra página antes de embarcarnos en tal empresa, aunque esta vez sólo sea para asearnos después de una jornada sin antecedentes en el código penal… si con ese embrollo de los parecidos y las afinidades ya teníamos suficiente para rumiar, ahora con tanto hueco que ya no quedan paredes, sólo nos queda esa parte de la casa que ya fue tomada para resistir un poco más, sin que aún nos hayamos dado cuenta que seguimos siendo los mismos…

ayer me enteré que también entran en el meollo del asunto todo tipo de insectos alados, y especialmente las moscas, y me quedé de un pelo atragantado en la nada y ya no supe que decir… me miré al espejo después de afeitarme, ya que últimamente lo hago a ciegas para no echarme a correr de miedo de mí mismo, y se me vino a la cabeza un cuento del Poe… fue lo primero y lo único…

abrí a medias los ojos y el pequeño coleóptero estaba ahí sin enterarse de nada pegado a mis pupilas todavía en la cima de la montaña… también me acordé que las moscas se paran donde sea y que se cagan en todo, o la cagan en todo como los otros semejantes… y que se ahogan de puro placer en los desechos de nadie y de todos… sentí cierta felicidad y complicidad, porque una vez, mientras dormía desnuda, encontré una mosca disfrutando a sus anchas en el culo de una de mis amantes… quise espantarla pero ya se había quedado muerta de placer y yo no supe que hacer para no despertar al objeto de una felicidad sin precedentes en las páginas que otros ya habían arrancado antes que yo me llevara las mías… o me hubiese convertido en Gregorio Samsa.

sin saber por qué, pensé que el mono se parecía a las ratas al menos en mi espejo, y estas al mono que se parecía a las moscas y que se parecían a mí que me parecía al mono o a la inversa o lo primero, y ahora ya ni siquiera me afeito a ciegas, sino que decidí agarrar la mosca muerta, todavía en el culo de mi amante, con unos palillos chinos y conservarla en un frasco de alcohol por si las otras moscas que, aunque ya lo son todavía no saben como serlo…

casi en un ciento por ciento, y con un temor indescriptible de usar el adverbio, somos lo mismo, me dije, y sin embargo qué tan diferentes en el mismo por ciento… yo que soy el mono que no soy el mono y el mono que no soy yo… él que es el ratoncillo que no es el mono que no soy la mosca que no es el mono ni el ratoncillo que lo es sin serlo siendo ni yo…

viéndolo bien, esto nos evita el tejemaneje de pagar las cuentas pendientes y que los otros paguen las suyas… ya que todos pasamos a ser deudores y acreedores a la misma vez, y sin que quede lugar para los porcentajes y los cocientes y los excedentes y los pendientes y los ingredientes… !que destino! y sin embargo, lo único que me quita el sueño es que no me gustaría, y me imagino que a nadie, tampoco, terminar en un laboratorio aprendiendo el alfabeto que si mal no recuerdo ya sé… y que ni me ofrezcan comida porque en tiempos de guerra cualquier hueco es trinchera… y me aterra igualmente que ya estoy de un pelo con los ojos estrellados de horror en una trampa para ratones, o que mi propia hija me aplaste de un solo golpe con el aplastamoscas… yo que me divertía tanto viéndolas como agonizaban en cintas de miel que poníamos como papeles de fiesta en todos los rincones de la casa sin enterarme que eran cucharaditas de mi propia agonía lo que poníamos….

¿lo demás…? por mí puede llover fuego del cielo que siempre hay un hueco para recogerse y morirse de placer o de risa… y en cuanto a mis semejantes, que como ustedes muy bien saben no son pocos, que se las arreglen como puedan con su semejanza, o que todos juntos acabemos de una vez por todas con esta cosa de la consanguinidad y especialmente la promiscuidad y la semejensidad… afortunadamente, si el caso fuera que ya no me quedara mas remedio que cruzarme con un mono, mono se queda, o nos quedamos así sea de mosca o de rata… y eso si que ni soñarlo, porque en el espejo ya no se refleja mas que lo uno o lo otro, pero nunca la semejanza… a no ser que sea el libro lo que se le arranca a la página y ya nada nos quede por arrancar …

y en cuanto a las moscas, mejor que se queden dormidas o muertas de placer en el agujero tierno de mis amantes… y si no me creen, no olviden que en la India ya se hablaba de estas cosas, desde antes que los santones se echaran a las calles a barrer a diestra y siniestra su propia identidad…

fórmula matemática

los estragos de la lluvia colgaban de los resquicios del atardecer… ya no llovía y sin embargo la lluvia había establecido su reino en las charcas y en el sueño… el perro asustado por los truenos había escrito sus garras por doquier: en la puerta de entrada, en la tierra virgen, en los espasmos de la nada… signos incongruentes de una pasión innombrable… vueltas y revueltas de la sangre que nada sabe de las almas y mana indiferente en las pupilas del horror…

en casa la rabia y la frustración también escribieron sus heridas en las entrañas de los amos… la felicidad hecha un asco junto a la puerta destrozada se sacaba a pedazos la respiración… pronto empezaría la ceremonia… el cielo ahora claro y benévolo se había quedado como metido en su soledad… el sol empacó sus últimos suspiros y desapareció detrás de una nubecilla sin enterarse de los hechos… los invitados se congregaron uno a uno como moscas en la delicia de un hueso todavía carnoso y febril…

fue entonces cuando los novios hicieron su entrada, un bocado de amor colgando ileso en los labios, en los ojos el ardor de una tierra desconocida y el corazón llovido y empapado hasta el silencio… solo fueron tres minutos de palabras inservibles y ya todo había terminado, todo sellado, embotellado… en el cielo un pajarillo revoloteaba y se castigaba en su terquedad como si con sus pataleos deformes y desenfrenados quisiera recordarnos algo que se nos olvida… en la puerta las garras del perro todavía haciendo su agosto en el silencio de los elegidos…

uno escribiendo con sus garras y el otro con su pico palabras indescifrables en el vestido desgarrado del viento… resistiendo a la tentación de descarnarse una vez más su vestido de novia…

garage sale

empezó guardando todo en el garaje de la casa y los coches a la intemperie pudriéndose en el patio enorme, donde en otros tiempos las flores y las verduras crecían y se multiplicaban como una bendición… y eso que nadie gastaba tiempo dándoles el cuidado indispensable o necesario… no sólo se trataba de toda clase de aparatos y de cosas insignificantes y de objetos ya desechados por el tiempo y el uso y el abuso, sino que también escondía aquí y allá ciertas prendas de inimaginable reputación… en las noches cogía su camioneta y cuando parecía, o imaginaba que todos estaban durmiendo el sueño de los justos, saqueaba las basuras de su barrio y barrios aledaños… y cómo disfrutaba de sus hallazgos y andanzas… (¿acaso recuerdan ustedes el día que recibieron su primer juguete? ¿quizás el que querían? ¿o algo así?)…

los fines de semana con la ayuda de su familia que lo acompañaba a regañadientes, iba con un camión que alquilaba para tales menesteres de garage-en-garage-sale comprando toda clase de chucherías y bisutería y cosas inservibles habidas y por haber… los que lo conocíamos no dejábamos de preguntarnos en silencio cada vez que lo veíamos, o pasábamos cerca de algún cubo lleno de basura, cómo diablos se las arreglaba para seguir metiendo o cuñando más cosas en el garage… mucho tiempo después cuando tal apetito sin precedentes en la memoria y en los libros de dietas había llegado a su fin o lo llegaron, alguien que ya no recuerdo me dijo que el tenía un pacto extraño con el diablo y que toda esa basura inservible se transformaba en sofisticados objetos que él vendía secretamente no sé a quién ni dónde ni cuándo… lo que sí nunca supe o nadie me dijo, fue, cuáles eran los dividendos del cornudo en este negocio… ya saben ustedes que las almas están muy devaluadas y ya ni siquiera los curas dan un pedo por ellas… lo único cierto es que toda su vida la vivió en una pobreza extrema, o al menos a mí de vez en cuando me llamaba para que le prestara unos cuantos dólares que nunca pagaba, o para que lo invitara a comer, o a tomar unas copas… lo raro de todo este asunto es que cada vez que lo veía o le prodigaba lo que él me pedía yo lo veía un poco mas y mas gordo… regordete y panzudo y grasiento…

con el pasar de los días las cosas se olvidan y hasta nos olvidamos que las hemos olvidado, e incluso a toda hora nos llega la hora en que ya no sabemos y ni siquiera imaginamos quienes fuimos ayer o anteayer o esta mañana… y las obsesiones que el obseso o el occiso reconstruye en la realidad de todos los días, o del sueño, ya no son las suyas ni las de nadie y ni siquiera las del fantasma que se nos mete a toda hora en el cuarto implorando por las obsesiones del otro ya de por si muertas o demasiado obsesionadas mañana… como los otros yo también lo había olvidado, o mejor sería decir que él nos había echado a todos al cesto de la basura y se había olvidado de recogernos… y también se había olvidado de seguro, de su garage y sus noches en vela de cabeza entera en las canecas de desechos y los fines de semana de aquí para allí con su camión y su familia como un aparecido de todas las horas o de la hora justa… así que cuando vi esa como sombra amorfa en la distancia moviéndose como una ola deforme seguida por otras olas deformes, y ya un poco más cerca rodeado de perros y de perras y perritos, aunque me causó cierta curiosidad extraña y desazón, no me imaginé ni de milagro que pudiera ser él… en un segundo la mancha se hizo cuerpo y sangre y sílaba y en mi memoria, o entre las piernas, sentí cierta comezón como si de repente una vieja herida hubiese vuelto a su cicatriz… o algo así, como un sueño que se me hubiese refundido al despertar y que de repente se desnudara ante mí con una pulcritud aterradora… era él mismo con las mismas, aunque nada era lo mismo… tan real y cierto como los dedos de mi mano que se movieron inesperadamente sin que yo me enterara de los hechos y sin saber cuál mano, como si quisieran saludarlo o borrarlo o machacarlo para siempre de un solo plumazo o manazo…

estaba gordo, extremadamente gordo como sus perros que más que perros parecían bolas de carne de una especie perruna horripilante y ajena a este mundo y yo que de perros, en verdad, nada de nada… (¿se imaginan ustedes si yo hubiera sido un especialista?)… sus ojillos, más pequeños que nunca, enrojecidos y llorosos parecían un aderezo incrustado en una masa de carne con otros huecos, más de los necesarios, y como si se tratara de pequeños cubículos donde él guardaba algo… no recuerdo ni quiero recordar cuánto tiempo estuvimos juntos el uno para el otro, que ya es mucho decir… lo único cierto es que en ese instante supe de la eternidad, y del destino de los gusanos que el tiempo aplasta en la carretera, y de las leyes de la entropía y del pozo séptico que teníamos en el patio de atrás en la vieja casa de campo y de los amantes de mi madre que la esperaban cada noche debajo de la ventana y que mi padre nunca vio… yo tampoco, se lo aseguro… y de los pájaros y toda clase de alimañas que el gato de mi hija traía aún vivos a la terraza de la casa o del sueño para que lo viéramos darles la bendición final…

se había dedicado a recoger perros y a seguir con una disciplina voraz y rigurosa todo tipo de dietas alimenticias para perros y de otro tipo de perros o de entes perrunos… y en la medida en que sus conocimientos de esta nueva profesión ya no le cabían en el garage de la casa y se le salía por los huecos de la cara que ahora me parecían culos adicionales o artificiales (de ahí el problema, de que a primera vista me parecieran excesivos) mandados a hacer a la medida de sus sueños y sus antiguas andanzas, ganaba más y más kilitos o kilotes, lo mismo que sus perros o entes perrunos que ya más que seguirlo en sus nuevas hazañas o búsquedas rodaban o parecían que rodaban como si fueran un solo seno pródigo detrás de su dueño (se imaginan ustedes una mujer con una sola teta, —no por pérdida de la otra—, en el mero centro hasta las rodillas o más debajo de ellas… eso era…) y su apetito había logrado tal perfección que se comían entre ellos y volvían a comerse lo ya comido y se lo comían a él que se los comía a todos, solo para volver a comérselos hasta que ya no se supo quién era quién, o cada cual de tantos o de nadie se los comía o se los estaban aún comiendo… después de todo, la gente dice y no sin razón, que uno termina pareciéndose a sus animales, o ellos a uno, y sin entrar en explicaciones ya que la diferencia no es mucha y para el caso que nos concierne nada ayudaría a la estructura narrativa… y si esta aseveración tan tajante les causa risa o animadversión, dejen de ir algún domingo a la iglesia y vayan a un show de caninos… no habrán pasado unos cuantos segundos cuando ya ustedes o los perros me habrán dado la razón… y en cuanto al garaje, hace poco un amigo me dijo que un amigo le había dicho que las autoridades lo habían allanado y que no encontraron más que un pozo séptico lleno hasta el tope de mierda de perro o de quién sabe quién… y del cornudo, ni rastro…

fatalidad

nacieron pegados de frente y el punto que los unía, o los hacía tan uno y a la vez el otro, eran sus órganos genitales… una verga bien formada, sólo visible a los ojos de los especialistas —antes de haber nacidos—, en sofisticadas pantallas, metida de lleno en una crica, a primera vista, hecha a la medida de no tan poca cosa… los médicos se las arreglaron para introducir por un orificio adicional que abrieron en uno de ellos, después de interminables discusiones, un tuvo que se conectaba con la vejiga que ambos compartían, así que pudieran mear a plenitud… mear como dios manda y sin que el uno tenga que preocuparse del otro como tuvo que haber sido alguna vez… la otra cosa extraña de este encuentro fatal y a la vez maravilloso era que compartían el mismo culo que estaba bien ubicado en las nalgas de ella, en el punto exacto, por debajo de los guevos de él que se habían quedado fuera dando la impresión de ser un órgano atrofiado y porfiado que nada tenía que ver con los entredichos de la función… y aunque las pruebas a las que fueron sometidos antes de nacer, dejaban ver con absoluta claridad de quien era la verga y de quien la crica, ninguno de ellos tenía conciencia plena, a pesar de los esfuerzos puestos en ello, de tan reclamada propiedad o identidad… solo podían sentir que se gozaban a cada instante sin que hubiese para ellos un solo momento de quietud y que esa explosión continua de la carne que se desborda, sólo para volver otra vez a colmar el vaso que se desborda, ocurría en un lugar aun desconocido para ellos… un punto de llegada tan suyo y a la vez de nadie y que solo les pertenecía porque nunca les ha pertenecido ni les pertenecerá… y así los dos acaballados en el éxtasis de la carne que se hincha y se quema y se devora, pasaban los días devorados por una intimidad sin luces, ni sombras… atornillados en los síntomas del placer que no sabe de las puertas que conducen fuera de la casa y mucho menos la grieta que se abre a las puertas del amanecer… y de tanto en tanto como si esas fueran las únicas pausas posibles a su desenfreno, se meaban juntos por el tuvo que compartían, mientras se miraban como si fuera la primera vez a los ojos y se cagaban juntos por ese culo tan de ella y a la vez tan suyo que no era suyo y que ella sentía tan de él y a la vez tan de nadie… y el día en que los médicos decidieron separarlos amparados en exámenes y pruebas y contrapruebas de todo tipo y opiniones de este y del otro y de aquel que todo lo sabe y del otro que lo sabe un poco más y llamadas y cartas y amenazas, sintieron por primera vez los síntomas del sueño y empezaron a quedarse dormidos en todas partes aunque su sexo los seguía poseyendo o poseyéndose sin que ellos pudieran saber a cabalidad si eran todavía ellos u otro que a la hora del sueño había usurpado su intimidad… y ese clic delicioso de todas las horas a toda hora haciendo aguas y vaciando desde siempre las maletas por dentro… y el día definitivo, unos segundos antes de la operación de la que no pocos estaban a la expectativa, sin que aun se conozcan las causas o sinrazones de tal decisión, se suicidaron con una sobredosis de barbitúricos… y así los enterraron el uno todavía en el otro que eran y no eran los mismos ni lo mismo… y ahora muertos otra vez tan uno y tan el otro volvían a derramarse y a llenarse y a romperse en la copa sin fondo del infinito…

escrito en el agua

llovía intensamente, lo sé, lo presiento, lo siento, lo huelo como se huele lo que ya se ha perdido… llovía con delirio, y cada vez que llueve siempre es lo mismo… puedo ver mi rostro y mi cuerpo aterido por el espanto, antes que mi madre se abriera como un demente su último grito… los relámpagos que se agolpaban alrededor de la casa como bestias hambrientas no me dejan la menor duda de que era yo, el mismo de antes y de siempre y de nunca… la misma herida todavía sin sangre en el tiempo…

y los truenos y los rayos que se perdían en la distancia temerosos de las maldiciones e improperios de mi madre, todavía siguen siendo fiel testigo del horror que dio sus primeros pasos y arañó los despojos y se hizo carne y sangre y miedo en el silencio de mis pupilas…

nací arrastrando el dolor que a cada instante se me atraviesa donde sea… donde quiera, donde nadie… en una esquina, una mirada, un segundo, un carro que frena… el animalillo que muere en la carretera mucho antes que el horror se le paralice en las pupilas… en los ojos de un niño que busca cobijo en un porche para pasar la noche… cualquier porche, cualquier niño, cualquier noche…

los muertos que desde el día en que nací nacían más que nadie, a borbotones, a incendios, a mordidas… los muertos me nacieron como frutos que maduran y se caen y se pudren antes de nacer, como espantos que se repiten cada atardecer huyendo de si mismos, nacieron conmigo y viven conmigo, y comen conmigo, y conmigo se acuestan, y se aman, y se reproducen conmigo como larvas en un pantano infecto y desconocido y ya olvidado…

la sangre, ese líquido indiferente que me despierta de dicha y me ahoga, hizo su entrada en mi cuerpo y se pudrió y me pudrió, mucho antes que mi padre regara por todos los rincones de la casa la sangre de mi madre, y se untara de ella de pies a cabeza, y bailara y comiera de ella hasta quedarse mudo y fiel y perro y gallinas despescuezadas, y como ido y casi cosido en su delirio, solo retazos, hasta el último día de su fiesta, todavía soñando lo que no pudo ser…

la mierda siempre fue y será lo mejor de todo… con ella escribes en las paredes para salvar el pellejo… con ella en silencio aprendes filosofía sentado en el retrete, mientras te olvidas un momento de la sangre derramada, y de las piernas derramadas de tu madre y del horror en las pupilas del tiempo… con ella aprendes más nunca que temprano, que todo empieza y termina en el agujero del culo que siempre de alguna forma saca ventaja del agujero del placer donde los relámpagos y los truenos y la lluvia se duermen y te esconden y te amamantan y te dicen tal vez… con ella aprendes a disfrutar de lo que te queda de perro… y te avergüenzas y la vergüenza te salva, te tira una cuerda al agujero, y te mendigas y los olores te salvan, y te preservan como un cuero viejo… y si apestas entonces sabes que estás a salvo, que al menos por un instante estas a salvo, que todavía no has dejado de respirar, que eres lo que hueles… que la mierda y la sangre son el reflejo de la inocencia que nunca nos abandona y que hueles porque respiras, y saltas la tapia y te escondes y la muerte también salta la tapia, la misma tapia, la de siempre y te mira y se esconde…

las heridas fueron cosa sabida y aprendida y habida cuando todavía vivía con los grandes mamíferos… la herida que se te queda oculta y te niega, en las noches te llama y te desborda para que despiertes de la pesadilla… para que te recojas lo que quedas con las pinzas y te mires otra vez el mismo, bajo los relámpagos y los truenos y la lluvia que no cesa… las heridas donde los muertos vienen a beber su último suspiro, sus labios, sus dedos todavía sedientos… una cicatriz que te mantiene vivo, porque desde siempre sabes y arrastras lo que nunca debiste saber que no sabías… la herida de tu madre entre las piernas abiertas de raíz y de espanto, donde la muerte se levanta un día cualquiera con unas ganas desconocidas de volver a repetir la misma historia, los mismos improperios, las mismas palabras escritas con mierda en las paredes del delirio, en las paredes del sueño, en las paredes de los días que se cagan de miedo cada amanecer… la herida del silencio donde los balazos y los machetazos y descabezazos y los golpes rebotan y se pierden como cosa de otro mundo…

y ¿el odio? sí, sé que me queda el odio, que él también se levantó primero y antes y después bajo la lluvia y los truenos y los relámpagos… mucho antes que el amanecer, y el miedo que me dibuja su mirada en mis pupilas… el odio que me arrastra y que lo arrastro y que me sacude y lo sacudo, como se sacude una bestia apenas viva después de una tormenta… el odio es lo más grande de todo, el gran protagonista, el gran antagonista, cualquier personaje que falte o que no esté, también es el odio … el odio es lo mejor de todo, lo más sublime, lo único abstracto que podemos tocar con la mano, lamer con la lengua, escribir como escribimos con mierda en las paredes… es una cola con más de mil colas, una cabeza que tiene mil cabezas, una herida abierta que no cicatriza, que no puede, que no quiere, es la sangre que le falta a la herida, el horror que no aparece en las pupilas, cada uno de los muertos que vuelven a morirse y que no pueden dejar de morirse… es la muerte a destajo, que se repite cada día en cada uno de nosotros sin que tengamos que morir, es la palabra exacta todavía escrita con mierda en las paredes del tiempo…

es la mierda que no estuvo presente el día de los relámpagos y los truenos y la lluvia… es la mierda que todavía espera al menos una sílaba en las paredes de la inocencia… es la mierda que aún no ha hecho carrera en el retrete de la mano de Pascal y que aún no tiene cabida en las bodegas del tiempo… es la mierda donde el silencio pierde la brújula y no sabe si ya ha dejado de respirar…es la trama por excelencia, el conflicto por excelencia, y por excelencia el desenlace…

yo vi el odio cara a cara, frente a frente, gota a gota, el día que mi madre abrió las piernas de par en par y entonces el mundo se partió en dos pedazos, muchos pedazos, trizas, fragmentos y los pedazos se echaron a volar… volando dementes los pedazos, perdidos los pedazos, quemándose en cada aleteo los pedazos, haciéndose mierda los pedazos, vomitando los pedazos, sangre, noche, lluvia, truenos y relámpagos para que el odio se pierda para siempre en el camino de regreso… para que no encuentre los pedazos que le faltan a la noche, la herida adecuada, el silencio adecuado, las piernas adecuadas… para que la sangre no vuelva a correr por las piernas de mi madre… para que la sangre solo corra entre las piernas de la mujer que dice que me ama… para que solo corra como un manantial subterráneo que aún no sabemos… que corra, como un niño corre tras las mariposas…

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* Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj-Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.

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