CARTA A MI YO NIÑA: SOBRE LA BARONESA PANNONICA Y LA MÚSICA CON LA QUE ALZABA EL VUELO
Por Olvido Andújar*
Querida yo niña:
Tú ahora no debes de tener más de seis o siete años. El abuelo «gamberro» –que no necesita ningún apelativo porque es el único abuelo que tienes, pero al que tú llamas así en una mezcla jocosa de burla y admiración– te llama «machota». Y, cuando lo hace, sonríe con toda la luz atrapada en sus arrugas, surcadas durante años de cigarrillos de picadura, de carretero, de monte, de callos en las manos y de ocultar la vergüenza de no saber apenas leer y escribir.
Quizá, por eso, el abuelo «gamberro» presume mucho de ti. No desaprovecha ninguna oportunidad de decir, zalamero y altanero, que eres la niña más lista del mundo, que sabes leer todos los cuentos y que eres su nieta más «machota». Tú todavía buscas su mano para cogerte fuerte a ella y sentirte a salvo. Es el hombre de tu vida y lo será siempre, pero sobre todo es tu cómplice. Él te pone en tu plato la parte de su cena que no le gusta, casi siempre la carne. Tú le pones algunas de tus judías verdes. Y cada uno os coméis muy rápido el botín del otro para que la abuela no se dé cuenta y no os regañe a ninguno. Dentro de muchos años caerás en la cuenta de que al abuelo «gamberro» siempre le gustó la carne, pero te la daba a ti para que no crecieras como el niño desnutrido que él fue. Ya será tarde y no podrás darle las gracias, así que aprovecha estos días en los que te llama «machota» y la mirada se le llena de aceite. Te diría más, exprime siempre los momentos que te hagan feliz, nunca sabes cuándo puede desencadenarse una batalla campal y perderlos para siempre.
Querida yo de seis o siete años, hoy he decidido empezar a escribirte unas cartas. En cada una de ellas intentaré hablarte de una mujer gigante, con los ovarios del tamaño de la Catedral de Burgos y para las que la palabra «cobardía» solo existía en diccionarios ajenos. Es un intento de darte aliento cuando te flaqueen las fuerzas y se te olvide la luz en las arrugas del abuelo al llamarte «machota». Nunca tuvo miedo de que te convirtieras en una mujer conformista y asustada, pero yo sí, por eso hoy he empezado esta correspondencia contigo.
Lo primero que quiero decirte para que te lo grabes en los muslos, con un compás si hace falta, es que, aunque a veces duela, aunque a veces tengas miedo de romper cáscaras de huevo al cuajar una tortilla, aunque la culpa se te ponga ácida hasta la arcada en la punta de la lengua, aunque tengas miedo, alza siempre el vuelo.
Querida «machota», hoy te voy a hablar de una de esas mujeres que se cosieron dos alas a la espalda sin preocuparse de quebrarse una al surcar el cielo. Seguramente dejó cadáveres en el camino, es más que probable que la carcomiera la culpa, pero nunca pudo arrepentirse de no dejarse las uñas y los dientes excavando su propia utopía. No solo esto, también escribió algunas páginas extraordinarias de la Historia del jazz y, aunque tú aún no lo sepas, esta música se convertirá en tu desvelo y en el verdadero amor de tu vida. Te salvará el alma y la cabeza. Te hará reír y llorar. Y le pondrá semántica y pragmática a los dolores que no seas capaz de desentrañar. Por eso, quería empezar estas cartas hablándote de la baronesa Pannonica. Se llamaba así porque su padre era aficionado a la entomología y le encantaba esa polilla. Ya ves, como tú, tenía un nombre del que muchos niños se burlarían en el colegio. Ella por mariposa, tú por verbo extraño. No te achantes. Ahora te cuesta creerlo, pero un día amarás tu nombre y cada burla, porque te están convirtiendo en la mujer que serás.
Pannonica tuvo una infancia acomodada. Provenía de la dinastía financiera Rothschild, siempre rodeada de gente rica y de intelectuales. Se casó joven y, tras la luna de miel, se instaló en París. Probablemente en estos momentos se sentía feliz y realizada. Fue en la ciudad de la luz donde escuchó por primera vez las caricias que salían del saxofón de Coleman Hawkins, de la trompeta de Dizzy Gillespie, del piano de Duke Ellington y del rugido de Charlie Parker. Se quedó petrificada, incapaz de volver a respirar como lo había hecho hasta entonces.
Luchó en la Segunda Guerra Mundial, casi de manera clandestina, y hasta la condecoraron por ello. Podrás deducir que agallas no le faltaron nunca. Durante años sobrevivió en un matrimonio que, cada vez, se le antojaba más aburrido. Había acompañado siempre a su marido: a África, a Oslo y a México. Pero cada vez encontraba más excusas para viajar a Nueva York, donde se encontraba con aquellos músicos de jazz que la dejaban paralizada al borde de un abismo en el que había vértigo y magia, pero sin el que ya no sabía ni caminar. En una de sus escapadas escuchó a Thelonious Monk y el mundo, ahora sí, se le puso patas arriba. No pudo volver a casa, tuvo que perder el avión de vuelta para poder alzar su propio vuelo. Sabía poco de ese Monk, pero estaba segura de que si cogía el avión de regreso a casa se moriría asfixiada.
Nica –así la llamaban entre el cariño y la ternura– se instaló en una suite de un hotel de Nueva York y, desde allí, dio asilo a todos los músicos que alguna vez necesitaron de algo parecido a un «hogar» excéntrico, erótico y maravilloso. No tardó en convertirse en mecenas y, sin ella, el bebop no habría sonado de la misma forma.
Años después de su muerte, una sobrina escribió unas memorias llenas de decencia, almíbar, maquillaje y mentiras. De haberlas leído, a Nica se le habrían revuelto las tripas de asco y rabia. La baronesa había aprendido a levantar la frente llena de orgullo cuando alguien le gritaba, desde el otro lado de la calle, “puta de negros”. Siempre supo que la prostitución tenía más que ver con la esclavitud que con la lucha por un lugar propio. Tal vez podía presumir de pocas cosas, pero sí de haber sido capaz de adueñarse de sus pasos de baile, de sus resacas y de la puerta de entrada a su vagina. Nica fue una criatura bellísima y libre que disfrutó entre las sábanas –y con los orgasmos– de Art Blakey y que se enamoró perdidamente de Thelonious Monk, hasta beberse la locura.
En su «hogar» insólito murió Charlie Parker de un ataque de risa, fue la gran amiga-cómplice-amante-retiro de Monk, ayudó a Art Blakey, cuidó de Coleman Hawkins y protegió a Bud Powell. No es de extrañar que, para los creadores del bebop, Nica siempre fuera un espíritu maravilloso y uno de los suyos. Algunos temas de jazz increíbles fueron compuestos para ella por Horace Silver, Kenny Dorham, Freddie Red… Te hablo de Nica’s Dream, Blues for Nica, Nica Steps Out o el Pannonica de Monk, tan lleno de calma y de sosiego. Querida «machota», te dejo aquí el enlace a un álbum con algunas de estas joyas.
Estarás conmigo en que no todo el mundo puede presumir de haber inspirado tantas notas fantásticas. ¿Aún tienes alguna duda de que fue una mujer gigante y espectacular?
Querida yo, permíteme unas palabras más. Déjame terminar cada una de mis cartas regalándote a una música –sí, serán siempre mujeres– de las que me han ayudado a alzar el vuelo incluso cuando el viento jugaba sucio a la contra. Por estas cartas pasarán discos de Diana Krall, de Norah Jones, de Melody Gardot, de Mayte Martín y de muchas jabatas con los ovarios del tamaño de la Catedral de Burgos que te salvarán la vida, créeme. Pero esta es mi primera carta y, por ser especial, te quiero regalar a una mujer única, que es capaz de detener el tiempo y cogerte de la mano como lo hacía el abuelo «gamberro». Sin que te des cuenta estarás deambulando por paisajes que no creíste poder ver ni oler nunca a través de una armonía hipnótica. Se llama Chuss Laforet. Prepárate, te arrullará, te embriagará, te hechizará y, cuando te quieras dar cuenta, estarás descalza y desnuda con un rabo de nube prendido a la espalda. Querida yo, échale una escucha, toma aliento y sumérgete siempre en la música –esta y todas– con todos los sentidos afilados, como si esa fuera a ser tu última oportunidad de vivir.
Querida «machota», no olvides nada de lo que te he pedido y alza el vuelo sin miedo a quebrarte ningún ala. Hasta nuestra próxima carta.
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*Olvido Andújar es doctora (Ph. D.) con mención Cum Laude en American Studies, Máster en Historia y Estética de la Cinematografía, Certificado para la enseñanza de la Lengua y la Literatura y Licenciada en Periodismo. Es Directora del Máster Universitario en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera. También profesora de Lengua y Literatura en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Educación de la Universidad Camilo José Cela y con anterioridad ha sido docente en la Universidad Autónoma de Bucaramanga en Colombia, en University of Malta, en la Universidad de Alcalá y en la Universidad Europea de Madrid. Asimismo ha sido investigadora en la Universidad Complutense de Madrid, en el Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá y en University of California, Berkeley. En la actualidad es académica correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, correspondiente de la RAE en Estados Unidos, investigadora del Proyecto de investigación competitivo “Espacio Educativo de Literaturas Interactivas” de la Universidad Camilo José Cela y miembro del Euro-Mediterranean University Institute de la Universidad Complutense de Madrid.
Sus líneas de investigación son los estudios fílmicos; el jazz en el cine y la literatura; la cultura y las letras hispanas y la didáctica de la lengua y la literatura. Entre sus publicaciones destacan aportaciones al campo de la literatura creativa, como el cuento “¡Os quiero matar a todos!”, en la colección de relatos Los académicos cuentan, publicada por Axiara Editions; y estudios y ensayos científicos como “Rosario Pi: una narradora pionera e invisibilizada”, en Revista Nómadas; “El jazz va al frente: el personaje del músico en el cine de la Segunda Guerra Mundial” y “El músico de jazz en el primer cine sonoro”, en Revista de Libros la Torre del Virrey; “Salva a la animadora, salva el mundo. Una lectura propagandística de Héroes”, en Frame; “El cine que nunca fue mudo”, en Síneris; “Lady Sings the Blues. La construcción del personaje cinematográfico de Billie Holiday”, en el libro Estudios de Mujeres. Volumen VII. Diferencia, (des)igualdad y justicia; y “La representación del personaje hispano en la nueva ficción televisiva norteamericana. El caso de Desperate Housewives”, en el libro Nuevas reflexiones en torno a la literatura y cultura chicana. Ha colaborado también con la Academia Norteamericana de la Lengua Española como editora de El país sí tiene quien le escriba: La narrativa colombiana de entre siglos, de Germán Carrillo; y como coautora en el libro de corrección lingüística “Se habla español”.