Cronopio Leído

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Jean Baptiste Botul y su vida sexual de Immanuel Kant un algo sobre distintos intersticios

JEAN BAPTISTE BOTUL Y SU VIDA SEXUAL DE IMMANUEL KANT. (UN ALGO SOBRE DISTINTOS INTERSTICIOS)

Por José Guillermo Ánjel*

[x_blockquote cite=»Jean Baptiste Botul —o quien sea—. La vida sexual de Immanuel Kant» type=»left»]Tener larga vida era una de las obsesiones de Kant, quien llevaba un lista de los hombres de su generación que iban muriendo[/x_blockquote]

UNA DEFORMACIÓN

Para los que ejercen la filosofolatría y la sacralización de los nombres, los filósofos son seres pensantes atrapados en una biblioteca, en su estudio, en el parque donde duermen con los ojos abiertos o en problemas subiendo una escalera. Entes que van de definición en definición y siempre metidos en los asuntos de la verdad [1] absoluta, sujetos al entendimiento exacto y propicios a despertar con ira cuando alguien los contradice o los burla. De alguna manera, los filósofos (según sus seguidores más enconados) estarían condenados a no tener tiempo libre, a no escapar de su pensamiento y a vivir en posición de estatua, cuando no de momia que se afea a medida que corre el día. Y así, su filosofía, que debería buscar la mejor forma de vivir, los obligaría a ser seres oscuros, húmedos, difíciles de acceder y negados a las caricias de una mujer. De acuerdo a estos filosólatras , los filósofos no están en el mundo, pero lo definen. Y son famosos no por ellos mismos sino por los alumnos que han tenido, que han creado una cofradía y los han tratado (a los filósofos) de convertir en una premisa universal, puliendo sus ideas de acuerdo a los intereses de sus seguidores, o complejizándolas al punto de convertirlas en material para iniciados. Pero los filósofos, que son gente que come, siente, duerme, va al baño y se ensimisma igual en cosas sin sentido, como en las que lo tienen, no son culpables de lo que han hecho con ellos en la academia, ese lugar donde viven de parasitarlos, especularlos y hasta deformarlos. Y en el que los han desinfectado al punto que no fueron hombres sino papel impreso con tintes de escritura sagrada.

Un filósofo, que rara vez sabe que lo es (solo la historia dará cuenta de ello), es un hombre o una mujer que mira al detalle su entorno, analiza su contexto, se hace preguntas motivadas por lo que ve y siente, y trata de resolver lo que le pasa en un espacio, unas circunstancias y un tiempo que le dice qué hacer o qué evadir. Esto quiere decir que la filosofía comienza siendo la resolución de un caso personal, un temor, una ilusión, de algo que necesita de palabras para ser entendido. Así, el filósofo no hace más que moverse por la vida, sabiendo que está vivo y esto se debe a lo que busca. Sus sentidos lo estimulan, las palabras lo excitan, lo que le rodea se crea de nuevo cada vez que piensa y entonces nombra, define, clasifica y une. Y en esto que le pasa, especula, arma un modelo y confronta. Y saca tiempo para seguir vivo, hacer relaciones, ejercitar su condición de organismo y buscar el reposo. Es claro que es inteligente, pero en su inteligencia también está el vivir lo simple. Y esto, en manos de sus seguidores, es lo que se quiere evitar: que viva. Lo prefieren momificado, aislado, negado a todo lo que implica tener sangre, riñones y glándulas. Jean Baptiste Botul se va contra esto y casi desaparece. De él quedaron unas conferencias dictadas en la nueva Königsberg, una población perdida en Paraguay. Corría 1945 y él hacía de ilusionista.
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BOTUL

Jean Baptiste, siguiendo quizá al bíblico Juan el Bautista, riega agua sobre Kant frente a un auditorio que lo mira asombrado. Aguas sucias, pensaría la mayoría de los que están ahí sentados. Y es claro, Jean Baptiste Botul no es nadie, lo más que se sabe de él es que es una especie de aventurero que pasó por la universidad de Paris para descrédito de sus profesores. Y si han venido a oírlo, es por el goce de la burla o la emoción del asombro. ¿Pero quién diablos es Botul? En una presunta realidad, es un personaje creado, se dice, en 1995, por Frédéric Pagés y un grupo de amigos que deseaban divertirse creando un personaje que descubre las intimidades de Kant y va y las cuenta a un grupo de ultra-kantianos perdidos en alguna parte de la pampa paraguaya. Otros lo aseguran cierto y le atribuyen una correspondencia amorosa con Lou Salomé [2], un posible encuentro con Stefan Zweig, un día de nacimiento que es el mismo de la muerte (15 de agosto), la posibilidad de haber conocido a Pancho Villa y a Emiliano Zapata (cosa poco improbable porque tendría 14 años o menos) y una amistad con Alain, el filósofo fundante francés. Pero realmente no hay certidumbre de Botul, que sale de su pueblo perdido en alguna parte de Francia y regresa a él a los 51 años para ser enterrado a los pocos días. Quizá sea una vida imaginaria como las que plantea Marcel Schwob y le copia Borges, o está en lo posible el espíritu libertino del marqués de Sade que, como en la película Saló de Pier Paolo Pasolini, vuelve y hace de las suyas, esta vez no a partir de la coprofagia sino determinando que la cosa en sí (Dinge an sich, el noúmeno kantiano) es lo que las mujeres tienen entre las piernas y a lo que Kant teme, pues de entenderlo, toda su filosofía sobre la voluntad se cae.

Así que Jean Baptiste Botul, que existe y no existe, que es y no es, que aparece entre el pensamiento grilloso y el de la noche oscura sobre la cabeza de Immanuel Kant, es una invención que con los hechos se niega, igual que el auditorio al que se dirige. Y ya esto le da una posición en la tierra, como a Macondo, como a los pueblos que funda Bradbury en el planeta Marte, como al último alquimista que pudo llamarse Fulcanelli [3].
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KANT AL PRESUNTO DESNUDO

Inmanuel Kant era chico, dicen que medía 1.50 mts. Para la talla de un prusiano como Bismark, era casi un enano. Para la de un Junker, aceptable. Ya se sabía de invasiones y gentes que engendraron en las guerras. Pero la estatura de Immanuel, hijo de una familia numerosa, cuenta poco. Lo que interesa es que fue maestro de geografía y de historia, de astronomía y de filosofía, pero solo vino a escribir ya viejo, después de haber tenido una relativa buena vida social, comer con especias y andarse por ahí, por el mismo camino, llevando unas rutinas muy parecidas a las de Phileas Fogg, el personaje de Julio Verne. Tiempo exacto, pasos exactos, pensamiento exacto, vida sin mujeres, célibe (no tuvo hijos) y creyente en cosas como que el sudor, la saliva y la simiente no se botan sino que se guardan en el cuerpo para defensa de las enfermedades y una buena apariencia, luego de puesta la ropa. Y este orden, en el que le sirvió el sirviente Lampe (al que echó cuando le dijo que se casaba), en boca de Jean Baptiste Botul, debió tener sus desórdenes. Desórdenes al comer, lo que le propiciaría deseos. Y si bien la satisfacción a esos deseos no se los dio personalmente (su voluntad luchaba contra la moral), sí los hizo aparecer en sus libros, en especial en La metafísica de las costumbres donde, bien escondida, aparece una mujer que trató de seducirlo, burlándolo un par de veces: María Charlotte. Escondida en las costumbres, en la cosa en sí, en los contratos que debían cumplirse, en lo físico previo a lo metafísico.

Kant, entonces, se desnuda y no se atreve a mirarse. Pero piensa y se mira. Y bueno, en manos del tal Jean Baptiste Botul, come bien, se acicala, viste con esmero, rompe las rutinas en la noche y hasta busca quien lo libre de los deseos que le aparecen cuando tiene la cabeza llena de grillos. Sea cierto o no, el libro sobre su vida sexual es una tragicomedia. ¿Y qué filósofo en su intimidad no lo es? Es que en esta vida son unas cosas por otras. Igual este libro sobre Kant existe y el autor no, lo que crea la sospecha de la mentira o de que haya sido verdad lo de María Charlotte, de la que no hay rastros claros.

Si Kant llevó una vida sexual o no, no se sabe bien Y si la llevó, está en lo posible orgánico, lo pudo hacer resistiendo la tentación o el arrepentimiento. Una cuestión de razón impura, dirían por ahí.

* * *

La presente columna Cronopios Leídos será, a partir de la presente edición, un espacio en el que el profesor José Guillermo Ánjel nos compartirá su acercamiento a distintos libros, quizá poco conocidos, pero de fácil consecución.

NOTAS

[1] Que es un freno al conocimiento.

[2] Mujer que casi enloquece a Nietzsche (dicen que de ahí le viene su antisemitismo) y no se sabe que produjo en Freud.

[3] A pesar de que no existió, Fulcanelli escribió dos libros. El más famoso, El misterio de las catedrales.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

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