Cronopio Leído

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La necesidad libetad de esclavitud o de como Svetlana Alexievich lee el mundo que le quedo

LA NECESIDAD-LIBERTAD DE ESCLAVITUD (O de cómo Svetlana Alexievich lee el mundo que le quedó)

Por José Guillermo Ánjel*

[x_blockquote cite=»Svetlana Alexiévich. El final del “Homo soviéticus”.» type=»left»]No creían que la libertad fuera aquello. Ni podían aceptarlo.[/x_blockquote]

Una preocupación

A lo largo de los días y las noches, los veranos y los inviernos, la preocupación ha sido larga. En el siglo XX, Merleau Ponty trató de analizarla en Humanismo y terror y Erich Fromm en El miedo a la libertad. Y esa preocupación, que aparece cuando Baruj Spinoza escribe el Tratado Teológico-Político, habita el espacio de la razón y se sintetiza en unas pocas palabras: preferimos la comodidad de lo molesto[1] (a veces terrible) a los riesgos de cambiar esa comodidad por algo que nos haga humanos, siendo lo humano la pérdida del miedo, la claridad en la confusión y obviar mentirse y mentir. Es decir, nuestras preferencias se sitúan en la dependencia (como en un acto sado-masoquista) de una serie de situaciones que nos fueron domesticando (nos hicieron parte del sistema) y en las que nos estimulamos como el perro de Pávlov, obedeciendo a reflejos condicionados cuando suena la campanita. Y así, dependiendo y en estado de confinamiento intensivo, tememos que salir a ver qué pasa para no enfrentar los encuentros que nos confrontan, que son los necesarios para obtener respuesta a las preguntas que nos hacemos.

El yo, funciona si hay un Tú, que es la externalidad y lo único que puede responder a la duda del Yo. Pero no, no salimos de ese Yo y nos aferramos al debe ser, a la suposición y la conjetura. O lo que es más delirante, al deseo, que es el que más dependencias crea. Y en este estado dependiente del mí (que es lo que sé –un estado de conciencia- y con lo que llego a creer que me basto, que es un huir),  habitamos la burbuja que supuestamente nos protege y desde la cual vemos un mundo al que le tenemos miedo porque lo hemos ido construyendo con nuestras frustraciones y desvaríos, con los supuestos sin aclarar y los prejuicios. En síntesis, tememos ser libres y eso es todo. Y esta es la preocupación: ¿de dónde ese miedo a la libertad? Porque si el hombre como especie apareció libre sobre la tierra, igual que los otros organismos vivos, y en ella nombró lo necesario, dejó el estado de naturaleza a cambio de un estado social y aprendió necesariamente del otro, ¿en qué momento y obedeciendo a qué perdió esa liberación? ¿En qué momento comienza a obedecer y a recibir verdades que no cuestiona a cambio de tener seguro un espacio y no hacerse preguntas sino seguir meramente respuestas?  Los sociólogos y los psicólogos hablan de una zona de confort, los físicos de un objeto atrapado en el espacio y desde allí con un nombre y una diferencia.
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La libertad que no se quiere

La URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) alcanza a durar 70 años. Y en este tiempo crea a un hombre que ve el mundo desde unas categorías específicas. Y si bien este hombre se da en un estado de esclavitud, señalamiento, sospecha y miedo, logra finalmente situarse en ese espacio y admitir que si no es un héroe, las malas cosas le pasan y debe admitirlo. Para los rusos, desde la época de los zares, la heroicidad es un deber al que tienen llegar. Un hombre y una mujer lo son en plenitud si llegan a ser héroes. Por eso desprecian al cobarde, al que no sufre, al que no lucha contra el enemigo y, como en los libros de Fiódor Dostoyevski y Lev Tolstoi, no pena por las malas acciones cometidas. El sufrir hace al ruso (mezcla de frío, cansancio y estepa) y toda su libertad es convertir su sufrimiento en una medalla que pueda llevar en el pecho y en un baile que le haga perder el sentido. Es un lobo.

Por esta razón, cuando en 1991, después de un intento de golpe de estado contra Gorvachov, llegó la caída del sistema, la democracia aparece como un animal salvaje al que nadie nunca había visto de cerca. Y como dice Svetlana Alexiévich, la gente se asusta y no entiende esa libertad que se promete ni qué bases que tiene para que los ciudadanos opten por dejar su dependencia, que ya de alguna manera es cómoda porque ya tienen cocinas y allí pueden hablar y burlarse del sistema. Para los mayores ser libres es llevar una vida en que no les preocupe la libertad. Y si hay una libertad, esa es representada por la normalidad: Si a todos les pasa lo mismo, si lo que sucede en cuestión de exilios a Siberia o retenciones y muertes en los Gúlags les pasa a unos, también podrá pasar a otros. Y unos y otros conforman un nosotros y si hay ese nosotros esa es la libertad, que se demuestra cuando las cosas suceden pues ya están previstas. Los rusos ven subir y bajar y ellos bajan y suben y, como lo comentan en las cocinas, eso es lo normal. Y que pase lo “normal”, que el Estado piense y los demás obedezcan, permite hablar de hombres libres, despreocupados por la libertad pero preocupados por ser héroes. Y el héroe no es libre sino que se debe a la patria. Y perder la patria es perder la heroicidad. Un discurso muy similar al que proclamaban los filósofos nazis y su aparato (dispositivo) de propaganda. E igual al de los demás totalitarismos, que anulan al individuo y lo convierten en masa, en “normalidad”. Elías Canetti, en su libro Masa y Poder,  es claro en esto de las “normalidades”. Lo normal es lo que pasa y si eso es lo que pasa, somos así y siendo así, nos liberamos de no ser otros. Es la presencia de El conformista, de  Alberto Moravia y de Jacques el fatalista, de Diderot. La normalidad es lo que no deja de pasar y, a pesar de que sea una esclavitud, esa es la libertad que tenemos, ser normales (normatizados). Lo que se salga de la norma es un error, eso lo tienen previsto hasta los sistemas operativos de las computadoras.
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Svetlana Alexiévich comienza su libro, El fin del “Homo soviéticus”, diciendo: nos estamos desprendiendo de la época soviética, de esa vida que era la nuestra. Y luego se da a la tarea de definir la libertad: los sovok, los viejos socialistas, han perdido la libertad de jugársela al sistema siendo “normales”. Los jóvenes han ganado la libertad esclavizándose del consumo, los deseos sesionados, el trabajo competitivo, las apariencias y el ser desde ahora antihéroes. El Antihéroe lo produjo la democracia y la gran ciudad: es el NN que busca reconocimiento y en esta tarea se convierte en un cómic. Entonces, ¿de qué libertad se trata? Svletana Alexiévich, vuelve a la preocupación de Merleau Ponty y Erich From. ¿A la que no queremos porque preferimos ser dependientes y estar normalizados? ¿A la que nos involucra en la mayoría porque en la minoría está el enfermo?

Una conclusión sin libertad

En la Rusia soviética eran normales verbos como denunciar, sacrificar, nacionalizar, encarcelar, defender, fusilar, traicionar, sospechar etc. Y entre estos verbos (acciones) la gente asumía una forma de vivir. Su libertad era mantener la cotidianidad: cuidarse, obedecer, buscar la posición del héroe, hacer parte del Partido. Llegada la democracia y el capitalismo, los verbos cambiaron por competir, comprar, deber, desear, aparentar, ganar, empobrecer, sospechar (verbo que se repite en los dos sistemas), codiciar etc. Y la gente trata de vivir dentro de esta normalidad, sin preocuparse por la libertad pues tienen problemas más acuciantes que solucionar. Y la preocupación, entonces, se mantiene vigente. ¿Evitamos la libertad porque si nos salimos de ellas perdemos la normalidad? Y si la normalidad nos evita pensar en la libertad, ¿quién se preocupa por lo que no piensa?

En El fin del “Homo soviéticus” la carta está puesta sobre la mesa. Cuando hablamos de libertad, de qué libertad hablamos. ¿De la que permite que dependamos de lo que sea con tal de no perdernos o de esa que dice que salgamos a ver qué sucede? Tomando las palabras de Angus Deaton, premio Nobel de economía 2105, la libertad es un asunto del gran escape o del gran no escape. Es un miedo o es un acomodo.

Y estaba de un humor de perros… Y amaba la vida. La codiciaba.

Esvetlana Aléxievich. El fin del “Homo soviéticus”. Apartado de Lo perra que es la vida.
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Notas

[1] Sigmund Freud lo llamará El malestar en la cultura, que es el controlador de instintos y creador de la moral

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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

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