Cronopio Leído

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Un novel en concierto o de como la literatura es lo que caminamos

UN NOBEL EN CONCIERTO (O de cómo la literatura es lo que caminamos)

Por Memo Ánjel*

[x_blockquote cite=»Flotando en el aire. Bob Dylan.» type=»left»]¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de que le llames hombre?[/x_blockquote]

[x_blockquote cite=»Blonde on Blonde. Bob Dylan.» type=»left»]Hay que ser honesto para vivir fuera de la ley.[/x_blockquote]

Los caminos

La historia del hombre son sus caminos. Y si bien se podría escribir una historia de hombres y mujeres sentados, debidamente engordados y mirándose el uno al otro, ya entre las miradas hay un camino. Y por esos caminos que nos hacemos, aparece inevitablemente el encuentro, la pregunta, la respuesta y el asombro. Entre el camino y nosotros, extendemos un puente y por ahí vamos, con la tierra de frente y el cielo encima, pues siempre entre nosotros hay un lado y hay otro. Y entre ambos lados, como escribe Martin Buber, siempre hay un diálogo que nos une a lo que pasa, a la incertidumbre y el acierto, a la realidad y al sueño que se arma o se desarma, cuando aparece la alteridad. No hay un camino para un hombre que evada el encuentro, a menos que ese hombre habite la locura y sea apenas un yo que se da contra las paredes. Esta gente existe, pero dar cuenta de ella vale poco. Su camino es pobre (sin salir de los inicios) y antes que permitir un avance, se contrae como un gusano al que le atraviesan un alfiler.

Somos en y por los caminos que vamos. Allí están las cosas y las palabras que las nombran, lo que se deja ver y lo invisible, lo que ansiamos y nos confronta, lo que nos dice que estamos vivos y también que estamos muertos para eso que ya no nos dice nada. Como en el haikú, el camino es el tiempo, y allí nacemos siempre y morimos siempre, pues avanzar es crear pasado, sabernos presente y entrar en los futuros, que dependen de lo que sepamos para que no se conviertan en caos, en delirio o en un abismo. Hay gente a la que le pasan estas cosas cuando miran por una ventana o ven su cara reflejada en la sopa. La sopa de pastas es la mejor para mirarse.
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¿Cuánto camino somos para ser nosotros? ¿Cuánta memorias, cuántas preguntas? ¿Cuántos encuentros, cuántos vacíos? Lo que más hay en la tierra es paisaje, decía José Saramago. Y en ese paisaje, el del Viaje a pie de Fernando González y el de Ibn Batutta, el de Benjamín de Tudela y el siempre en crescendo de Marco Polo y John Steinbeck, los caminos abundan. Hasta las arañas crean caminos y así unen lo uno con lo otro. Ver tejer a las arañas admiró a Baruj Spinoza. La naturaleza son todos los caminos juntos, solo que hay que saber pegarlos. Y una vez pegados, valió la pena ir por ahí. En el texto sobre las nubes, Goethe se miró a sí mismo, caminando y cambiando, como en la leyenda del Fausto, como en su viaje por Italia.

Quizá el último Beat

Allen Ginsberg con Aullido, Jack Kerouac con En el camino, Willian Burroughs con su Almuerzo al desnudo, Paul Bowles con El cielo protector (entre otros), construyeron en los años 50 (por esos días Henry Miller sobrevivía en Paris), lo que se llamó la generación beat y que usó esta palabra (beat: al compás de la música, al compás de lo que pasa) para demostrar que bajo el camino de la moral oficial estaba la underground, esa especie de desecho de lo que sucede pero que está ahí, creciendo y emanando, porque es resultado del desencanto, de la mentira continuada y del andamiaje del poder que cada tanto se mueve peligrosamente y por eso los que están ahí tienen miedo por cuestión de entropía positiva: lo más firme se carcome inevitablemente en sí mismo y esto asusta, crea delirios y fanatismos, behaviorismos y narcicismos, pero al final se rompe el espejo y aparece lo que hay detrás, que no es un problema sino un resultado.un-novel-en-concierto-o-de-como-la-literatura-es-lo-que-caminamos-03

Los escritores beat se caracterizaron por ser caminantes, habitantes de lo abstruso y, algunos, seguidores de Buda. Unos se inyectaron, otros se desviaron sexualmente para escandalizar señoras y jueces, pero los más se colaron en trenes de carga o entraron en las culturas del desierto, no ya como un séptimo de caballería (que llegaba salvando a los sitiados por los indios o los mexicanos) sino como desertores del sistema, de ese american way que todo lo resuelve incitando al consumo de lo innecesario y al disfraz del maquillaje. Unos descontentos, unos parias en el sentido que a la palabra le da Hanna Arendt en La tradición oculta: los que son libres porque no se venden.

Bob Dylan, poeta, cantor, caminante (un folk, un popular, uno como usted o como yo), quizá sea el último beat. Va al compás de lo que siente, viendo pasar los strikes  (la vida a veces es un partido de béisbol) y canta. Y como los sufíes, llega a los mercados de especias y de sedas, de perfumes y de esclavos, y canta. Los mercaderes se asustan, los indecisos se miran, los que duermen despiertan y las mujeres se hacen preguntas sobre la razón de sus vientres. Unos protestan, otro se alarman, los más los rodean porque quieren saber si lo que pasa es cierto. Y como un Ginsberg que a veces aulla o un Kerouac que salta de vagón en vagón, Bob Dylan suelta palabras cortas, precisas, y como el djin que sale de la lámpara de aceite, saca imágenes de la boca. Y en esas imágenes el mundo no está bien: la tierra tiene problemas, los cielos tienen problemas, lo que nos dicen no es, lo que es no lo dicen. Y ahí comienza el concierto: gente que se une para protestar o ver la disolución de un sueño. Porque la literatura de esos versos es una protesta, como son protestas las cotidianidades de Alice Munro en sus cuentos, las voces continuadas de Svetlana Alexievich y el no saber dónde estamos (vamos perdidos) de Patrick Modiano. Los últimos Premios Nobel de Literatura, son un grafiti en un muro: esta vida nos va a salir matando. O como escribe Eduardo Galeano cuando habla del suicidio de Horacio Quiroga, en Los hijos de los días, quizá haya que matarse antes de que la muerte acumulada nos mate. Es que algo pasa y estar vivo se ha vuelto peligroso.
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El fin de un camino y el inicio de otro

Somos en la búsqueda y en irnos dando cuenta. Desde mayo del 68, los cadáveres exquisitos abundan por todas partes, llegándose a puntos en que ya ni el individualismo existe porque los más quieren ser otros o se encierran rabiosamente en ellos para ser su propia perdición. Refugiados en el pasado (que siempre es incierto), con la memoria dividida entre lo que se quiso ser y al fin no se fue, buscando olvidos que no se van sino que reaparecen a la vuelta de cualquier esquina o con solo una mirada y por eso asustan, la tierra y el cielo andan revueltos. Y cuando esto pasa, aparece el poeta que canta, que toca la guitarra y la armónica, que da cuenta de sí y del camino que hace llevando a cabo un inventario de lo que hay y lo que encuentra de más, de las preguntas hechas y de las respuestas que aparecen en un juego de sacar de un henil la yerba más larga o la más corta. Y así, caminando y sonando, de sombrero alón y de jeans, Bob Dylan (Robert Zimmerman, Shabtai ben Avraham), inicia el concierto. Las palabras cantan, la música suena, y entre lo que pasa el mundo es como es y no de otra manera. Cuando los deseos fallan hay certidumbre, y esto es lo que hace a un Premio Nobel de Literatura: que nos diga en qué tierra y cielo estamos. Es una conciencia que no se puede evadir.
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*  Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

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