PERCEPCIONES E IMÁGENES DE BOGOTÁ (PRIMERA PARTE)
Por Álvaro Antonio Bernal*
Nos interesa la ciudad y su representación en la literatura. Encontramos muy provocativo para el intelectual contemporáneo lo que hoy por hoy ofrece la ciudad latinoamericana con sus múltiples contrastes y ambigüedades, ciudades del tercer mundo con parches y escenas del primer mundo. Todas ellas son espacios de convivencia en las que brillan épocas, personajes y desencuentros. Nada de lo anterior puede serle ajeno a una ciudad como Bogotá que está entre el ayer y el hoy. Una ciudad que ha creado diferentes espacios de comunicación y convivencia. En la Bogotá del entre siglo y finales de la nueva década existen escenas diarias premodernas combinadas con imágenes típicas de urbes contemporáneas de países desarrollados.
Caminar ciertos sectores del norte de la ciudad es estar presente y contemplar ciudades tan modernas como Chicago o Nueva York, en donde brillan bulevares, amplias avenidas, centros comerciales e imponentes edificios. A su vez, estar en buena parte de la ciudad es volver a la provincia, tener el campo subdesarrollado a la mano y ver el atraso y la miseria con toda su complejidad. Pero este contraste no es tan polarizado, es una mezcla que integra diferentes espacios, integra zonas de variado estilo urbanístico y presenta la fusión de todas estas variables sumadas a sus ciudadanos heterogéneos que son reflejo del lugar híbrido en el que viven. Esta es entonces la urbe que nos atrae y que ha sufrido múltiples procesos históricos, sociales y políticos para arribar a lo que en la actualidad representa.
Esta investigación procura identificar la evolución de Bogotá y de sus habitantes en las últimas décadas por medio de algunos textos narrativos en los que se observa el cambio dinámico de una ciudad conservadora y tradicional a una megaciudad multicultural y posmoderna en la que cohabitan la premodernidad, la modernidad y la posmodernidad. La literatura cuyo escenario es Bogotá representa de modos diversos tal desencuentro y toma muy en cuenta este proceso de modernización heteróclito.
Proponemos que la actual Bogotá literaria y no literaria es una ciudad multitemporal en la que conviven diferentes épocas creando una condición de ambigüedad y múltiple identidad. A la vez, en ella negocian, conviven y sobreviven ciudadanos, transeúntes y marginados en zonas particulares que tiempo atrás no se evidenciaban de forma tan notoria como en el presente. Tal proceso intercultural y social ha venido incubándose debido a diversas causas entre las que sobresale el sui generis proceso de modernización latinoamericano, además de otros factores históricos y socioeconómicos de la nación.
Al analizar el proceso literario, estudiamos brevemente los cambios sociales tales como se representan en la narrativa. Dentro de esa transformación de la ciudad, es un hecho que han venido naciendo nuevos espacios y personajes que conforman un mapa urbano particular y un fenómeno en el que coexisten diversas ciudades dentro de la misma ciudad. En otras palabras las fronteras de la ciudad contemporánea no sólo se aíslan sino que también integran y permiten diálogos y conflictos entre sus habitantes y sus espacios.
Los textos literarios escogidos para desarrollar esta investigación dan cuenta de esa metamorfosis de la ciudad y a partir de ellos se pueden establecer diferentes análisis no sólo literarios sino históricos o socioeconómicos. Al tener en cuenta la elección de una problemática determinada como es el muy fracturado proceso de modernización en Bogotá, nos preguntamos desde la ciudad y sus tejidos sociales hacia la literatura con el objetivo de descubrir en los textos literarios las secuelas de esta particular experiencia. En el proceso de selección de las obras se tuvo en cuenta, primordialmente, que los textos narrativos estuvieran íntimamente relacionados con la realidad física e histórica de la ciudad. En las novelas analizadas se habla siempre de una Bogotá que vive fuera de las páginas de los libros, una ciudad que es claramente recreada y que no es ajena a la realidad física. Dejamos de lado novelas que toman de fondo a la ciudad y que no la integran íntimamente a la trama de la historia. El paisaje urbano en las novelas que trabajamos no juega a ser una decoración simplista sino que participa y parece experimentar los sentimientos de cualquiera de los otros protagonistas. Algunas veces leemos una Bogotá alegre, activa, tolerante y amable; otras tantas percibimos una ciudad melancólica que llora y se deprime. Incluso, también sentimos la presencia de una Bogotá vagabunda, malsana y enferma. Además dentro del proceso de selección no nos interesaron narrativas que inventaran una nueva Bogotá alejada y diferente de la que se camina, vive y se ha testificado historiográficamente en las últimas cuatro décadas.
Nuestra idea ha sido ir de la mano con la representación urbana literaria cercana a la fidelidad, aunque sabemos que tal representación de la ciudad no necesariamente coincide totalmente con la ciudad física o concreta. También nos interesó sacar de cierto anonimato a algunos autores medianamente conocidos que presentan una narrativa poco tenida en cuenta para la crítica empeñada en mantener un canon intocable. A la vez abrimos la posibilidad de analizar trabajos de autores recientes, cuya crítica es aun incipiente y está en proceso de formación. Estos últimos aspectos como contraste del estudio y análisis que hacemos de una novela canónica y reconocida como Sin remedio (1984) de Antonio Caballero, cuya crítica ha ido en crecimiento en los últimos años.
Todas las novelas analizadas se concentran en espacios temporales específicos como los años sesenta y setenta, pasando por los ochenta y noventa para finalizar con las primeras representaciones de la ciudad en este nuevo siglo, décadas de una significativa mudanza no sólo de estilos urbanísticos sino de una proliferación de culturas urbanas jamás antes evidenciadas.
Este trabajo pretende explicar cómo la transformación de la ciudad, tanto como la aparición de habitantes heterogéneos, puede ser identificada o ilustrada en algunas novelas que diagraman períodos cronológicos, ciudadanos, cultura y vida urbana de la Bogotá de las últimas décadas. La novela de Antonio Caballero antes mencionada y Prohibido salir a la calle (1998) de Consuelo Triviño Anzola ejemplifican la Bogotá de finales de los sesenta y principios de los setenta, una ciudad aun tímida que se asoma a su mayoría de edad o a la explosión de una variedad de tendencias culturales y a la convivencia conflictiva de sus personajes. Por su parte, las novelas de Mario Mendoza y Alonso Sánchez Baute hacen evidente una ciudad más reciente que navega entre los ochenta y los noventa, y que enseña espacios, geografías y personajes particulares muy ajenos, a los que lustros atrás, deambulaban por barrios y avenidas. Esta última ciudad, que se percibe en la obra de Sánchez Baute particularmente, aunque sigue siendo altamente conflictiva, es un espacio liberal, de muchos habitantes progresistas y desinhibidos. Esta Bogotá tiene zonas especiales para la diversión heterosexual y homosexual, con una convivencia ampliamente intercultural, una urbe que cada día rompe sus fronteras y crea diferentes espacios de intercambio para todos sus ciudadanos. Una ciudad que ante todo va dejando de lado lentamente prejuicios y mitos de antaño.
Bogotá hace parte de un circuito complejo de ciudades latinoamericanas que ofrecen una serie de imágenes y voces en las que se mezclan diferentes influencias culturales. Estas urbes están ahora imbuidas dentro de diferentes procesos en los que conviven aun los rezagos de una premodernidad perenne y una modernidad inconclusa. Esa cohabitación entre el ayer y el hoy, entre la ruralización de la ciudad y a su vez la misma urbe que se agiganta sin planificación, invadiendo los cerros tutelares, en el caso de Bogotá, no sólo se ve palpable en las calles, en los barrios periféricos sino en cualquier área de estas megametrópolis. Además este cruce de temporalidades se percibe también entre los nuevos ciudadanos que transan y negocian sus identidades culturales y sexuales a partir de variados intereses.
Bogotá, como cualquier ciudad latinoamericana, no se aleja de ninguno de estos procesos y ofrece un variado collage de posibilidades, es decir mil ciudades en una, varias épocas que conviven en un aquí y en un ahora. En ella observamos un mundo conflictivo y chocante en el que la heterogeneidad brilla por su riqueza y por su admirable capacidad de negociar zonas y espacios. En este contexto, aparecen diferentes personajes que manejan diversos códigos culturales (diglosia cultural) en medio de un contexto multitemporal.
Al hablar de la ciudad latinoamericana y su reciente desarrollo recordamos la propuesta del profesor Carlos Zorro Sánchez de la Universidad de los Andes de Bogotá, dos décadas atrás, en referencia a la aparente «informalidad» de la ciudad latinoamericana, más específicamente la urbe colombiana con sus características singulares. Un planteamiento aún muy vigente que busca entender, asimilar y explicar la ciudad latinoamericana desde otros acercamientos teóricos mucho más cercanos a la realidad de esta parte del continente.
Este planteamiento nos ayuda como una propuesta introductoria de nuestro trabajo en lo que se refiere a una ciudad tan divergente como la capital colombiana. Según Zorro Sánchez el despliegue de formas, estilos y contrastes denotados en la actual ciudad tercermundista nos hace pensar en una ciudad «informal» que mira exclusivamente paradigmas extranjeros. Es decir, hay cierta urgencia en modelar y comparar la ciudad latinoamericana con base en la ciudad europea y norteamericana. De acuerdo a esta idea se calificaría de «anormal» lo que no está bajo los límites y formalismos de las grandes ciudades primermundistas.
Zorro Sánchez apunta a que la supuesta ciudad «anormal» o «informal» no encaja en la normatividad europea o norteamericana por la simple razón de que la mayoría de la ciudadanía que habita nuestras ciudades, más que vivir, sobrevive en condiciones extremas y no compagina al esquema de funcionamiento capitalista de aquellos países desarrollados. Luego entonces, la ciudad latinoamericana así como fascinante resulta además desconcertante para aquel que pretenda seguir aquella ciudad ideal, zonificada y con algún tipo de orden lógico.
Bajo la anterior perspectiva, decididamente creemos que Bogotá, a pesar de los intentos, algunos exitosos, de sus administraciones por parecerse a una ciudad europea o norteamericana —ordenada, normatizada y zonificada— evoluciona, como todas las grandes urbes del área, dentro de un escenario caótico. Es decir, la ciudad resulta ser un espejo de sus habitantes y de su deteriorada economía. Bogotá está hecha a imagen y semejanza del país, de Colombia y de toda América Latina.
La posición teórica de Zorro Sánchez es enfática y desdice y cuestiona ciertas aproximaciones teóricas asumidas y aplicadas a otros centros urbanos:
Si nuestra historia, si nuestra economía, si nuestra sociedad son distintas de las de los países que nos sirven de referencia, ¿cómo no esperar que la organización territorial, que los espacios urbanos, que la vida urbana sean también diferentes? No se trata de negar las tendencias hacia la generalización de ciertos rasgos urbanos a escala mundial en un universo cada vez más masificado, sino de afirmar que, pese a ellos, los sistemas económicos y sociales siguen —quizás ahora más que nunca— siendo interrogados por elementos heterogéneos, cuyas funciones son diferentes dentro del conjunto y cuyas manifestaciones espaciales, derivadas de la posición relativa de cada elemento dentro del conjunto, son también diferentes (Zorro Sánchez 29).
Lo llamado «informal» jamás será absorbido por lo formal en América Latina dentro del marco de la ciudad. La fragmentación bipolar de «anormal» o «subnormal» en contraposición a lo «normal» no sería exacta. Zorro Sánchez afirma que existe un movimiento o tránsito entre lo «informal» y «formal» en la ciudad contemporánea latinoamericana en términos económicos. La pobreza entonces no sería un factor exclusivo o único del sector «informal» como se creería:
La movilidad en ambos sentidos es considerable y quien hoy es vendedor ambulante mañana puede estar vinculado a una gran empresa y luego propietario de una microempresa, sin que estos desplazamientos sean resultado exclusivo de las fluctuaciones coyunturales de la economía; más aún, en las familias es común que algunos de sus integrantes estén vinculados al trabajo «formal» y otros al «informal» (Zorro Sánchez 31).
La rapidez con la que la ciudad latinoamericana ha crecido en el último tiempo refleja la abundante gama de lugares «formales» o «informales» y ese desplazamiento comentado por Zorro Sánchez, en el que se cruzan o coexisten diferentes tipos de espacios urbanos y de ciudadanos en áreas delimitadas. Prueba de lo anterior se podría vivenciar en el centro de Bogotá, como bien lo recrea la mayoría de las novelas analizadas en este trabajo. En ese sector se descubre, por un lado, la ciudad histórica, la comercial penetrada por todo tipo de negociación legal e ilegal, la residencial conformada por torres y edificios de familias de clase media o alta, la ciudad marginal y paupérrima, de edificios derruidos y casas abandonadas, la ciudad infestada de delincuentes, pordioseros y maleantes, y hasta la universitaria con grupos de estudiantes que cohabitan dentro del mismo espacio.
El centro de la ciudad permite establecer e identificar casi los seis estratos sociales de la nación. Un recorrido de oriente a occidente entre las Carreras 1 y 20 y de norte a sur entre las Calles 26 y 1 (encuadrando aproximadamente esta zona) ayuda a entender la propuesta de Zorro Sánchez y encontraríamos que la supuesta «anormalidad» de la ciudad latinoamericana es el elemento predominante en el área. Prueba de esta cohabitación se puede leer en el breve estudio sobre las características del centro de la ciudad de Bogotá actual, de Nelson Antonio Gómez Serrudo (El Centro: Fragmentos de la vida callejera). El centro de la ciudad resulta para el autor de esta investigación un lugar de inmenso colorido y dinámica. A través de su vida callejera y la población que habita y transita en él, se encuentra toda una serie de variables culturales, sociológicas y urbanísticas.
Para ir acercándonos a nuestro objeto de estudio y sus características tendremos que referirnos brevemente a algunas investigaciones sobresalientes en las que se ha ido avanzando en comprender la ciudad desde diversas aproximaciones teóricas. Consideramos muy importante mencionar los trabajos de campo realizados por Armando Silva acerca de Bogotá (en especial Bogotá imaginada) como un marco teórico riguroso en lo que tiene que ver con la percepción de la capital colombiana dentro de sus habitantes en los últimos años.
De esta manera, la ciudad toma forma gracias a la pesquisa interdisciplinaria de Silva, en la que la calle, la gente, la interacción del ciudadano ante su contexto y sus conciudadanos, y el imaginario urbano hacen parte de una arqueología urbana como reza el mismo texto. El trabajo de Silva parte por captar la ciudad desde diferentes lentes y en él la ciudad es un gran todo que produce activamente maneras de pensar, sentimientos y sensaciones.
Bogotá se vive, se escucha, se saborea, se observa, se siente, se huele y la ciudad para Silva ahora está más viva que nunca. El aporte del autor es significativo y hace diferencia en lo que tiene que ver con un corpus activo de elementos que crean la identidad bogotana. Vivir en Bogotá es una experiencia culturalmente valiosa y se puede expresar o sentir con formas, estilos y lugares que están bien consignados a lo largo de esta investigación. Bogotá, en pocas palabras, es la aventura del contraste, el viaje de los colores, las voces, los olores y las texturas.
Con el mismo nombre del anterior texto, Bogotá imaginada: narraciones urbanas, cultura y política (pero con una variante en el subtítulo), la investigadora Alejandra Jaramillo nos ayuda muy específicamente a recolectar información asociada con las producciones culturales recientes de Bogotá en la última década. Este período de tiempo ha sido definitivo en la transformación de la ciudad gracias a las diferentes y acertadas políticas estatales que de una u otra manera convirtieron a Bogotá en un sentimiento de orgullo y en un ejemplo de ciudad. Bogotá es una pregunta que tiene que ser contestada y a partir de ahí la ciudad es analizada desde diferentes textos literarios y no literarios que dialogan acerca de la capital.
El estudio de Jaramillo es uno de los primeros en acercarse a Bogotá desde un compendio de diferentes ciencias sociales y es uno de los pocos en establecer un análisis de la ciudad a partir de su significado y de sus expresiones urbanas a finales del siglo XX. Jaramillo aborda la ciudad desde diferentes textos que dialogan, opinan, denuncian o lamentan la ciudad, sean estas expresiones narrativas, literarias o no. La autora se concentra en diferentes tipos de material artístico como ensayo, cine y literatura y su muestreo es muy amplio en lo que respecta a las diferentes expresiones culturales relacionadas con la Bogotá de finales de los noventa. Incluso Jaramillo advierte que para llegar a su versión final, ella tuvo que recorrer múltiples expresiones o textos como cuentería, música, video, teatro, cortometrajes y esculturas urbanas (11).
En su estudio se parte de inquietudes relacionadas al significado del espacio; lo urbano en cuanto a su relación con lo público y lo privado; la ciudadanía y el significado de vivir la ciudad como espacio comunicador que requiere ser visto «como una variable importante de los procesos y cambios culturales y sociales, reinstalando en las visiones de lo democrático una relación particular con dicho espacio y las prácticas que en él se producen» (15).
En suma, la ciudad, el espacio urbano, para Jaramillo en este momento histórico debe ser aprehendido como un texto vivo que permite una lectura rica en posibilidades culturales e identificatorias, y así la ciudad se convierte en un texto que inscribe una relación profunda entre el habitante y su ciudad. Bogotá es ahora una urbe gigante que propicia, gracias en buena parte a las alcaldías más recientes, como Jaramillo reitera, una gama incontable de diálogos con sus ciudadanos. En esta medida, nuestro estudio llega a complementar el libro de Alejandra Jaramillo, pero difiere primero en la cantidad y en la diversidad de textos narrativos estudiados; segundo, nuestro proyecto es una aproximación temporal mucho más extensa, abarcamos los últimos cuatro decenios, y en tercera instancia en la presente investigación buscamos las huellas de la transformación de la ciudad ligadas a su representación exclusivamente literaria.
Los proyectos del urbanista Carlos Pérgolis (Bogotá fragmentada) también nos facilitan herramientas para abordar la realidad bogotana desde la relación arquitectónica del espacio y su recepción e identificación ciudadana. El espacio, la zona, la calle o la plaza tienen un significado especial para el caminante, para el ciudadano que logra una comunicación con su ciudad:
Camino por la carrera Séptima hacia la Plaza de Bolívar, voy a la deriva en el mar de signos que evidencian los infinitos mensajes de la ciudad de la comunicación, vitrinas, gentes, artesanías, vehículos, ruido; sin embargo, cada signo es nítido y esa es la magia de la ciudad. Miro y retengo en la memoria cada portada de cada revista, en el zapping entre signos escojo la de Cromos; también, selecciono (e interiorizo) cada camisa de cada vitrina, todas las expresiones de todas las personas que avanzan caminando hacía mí. Se me graban las caras de dos muchachas que pasan riendo ¿secretarias? ¿empleadas? Nunca lo sabré. Almacenes Tía, almacenes Ley; ahora, frente al Museo del Veinte de Julio escojo la opción de la historia, intento adivinar la presencia de la torre del observatorio del sabio Caldas, por detrás de la mole del Capitolio. Schinkel, el arquitecto berlinés del neoclasicismo y su Altes Museum pasan por mi pensamiento con esos aviones que dejan, muy alto en el cielo, una estela blanca de condensación. De pronto, el sol anaranjado y enorme de la tarde bogotana aparece en el ángulo entre el Capitolio y la Alcaldía, sobre la Casa Comunera. La Calle Real desemboca como un río en la Plaza Mayor. La plaza y yo: yo y la Plaza (Pérgolis 168).
Pero esta Bogotá actual que se descubre a cada paso ha vestido diferentes disfraces en las últimas décadas, y en ese aspecto Pérgolis hace recorridos históricos por sus esquinas y vericuetos para desentrañar los significados de la ciudad a través de las temporalidades. Ayudado por la semiótica, el investigador observa la ciudad y elabora análisis basados en aquellos momentos que dejaron en la mente o en el corazón secuelas de una experiencia sin igual. Parado en una esquina, el caminante mira las edificaciones circundantes, las gentes, los colores, siente la densidad y acaricia con sus ojos una ciudad que invita a activar todos los sentidos.
Consideramos importante recordar también algunas imágenes y percepciones de la ciudad en los recientes cuatro decenios que se desarrollan en la narrativa que sirve de corpus a nuestro trabajo. Pensemos en aquella Bogotá de finales de los 60 y principios de los 70, aldeana aún, fría, hippie, melancólica, pseudoeuropea, con singulares habitantes como la presenta Antonio Caballero en su novela Sin remedio pero en pleno y beligerante proceso de cambio. Esta ciudad ha ido sufriendo diferentes transformaciones arquitectónicas, sociales, nuevas fronteras y espacios que aparecen inéditos, personajes que desfilan por sus aceras y plazas hasta llegar a la que hoy conocemos, una urbe entre agresiva y fría, multiétnica, brutal y alucinante, agringada y provinciana como yo mismo la describo en un texto inédito:
El paisaje callejero contribuye bastante a esa exploración de identidades que mezcla lo culto, lo popular y masivo. La multiplicidad de códigos culturales se revela al caminar por muchas calles bogotanas en donde se observan ejecutivos finamente ataviados, pordioseros, metaleros, raperos, buses de servicio público modernos y cómodos, carruajes primitivos halados por caballos miserables, estruendos de música rock, tecno o salsa a la par de vendedores de frutas, bálsamos, cursos de inglés, indígenas ecuatorianos vendiendo ponchos, kenas y tejidos a la salida de gigantescos centros comerciales, en cuyos locales se venden hamburguesas McDonalds (Bernal 56-57).
Todo el anterior contexto, como lo denotamos al ilustrar en el eje central de la ciudad latinoamericana, en este caso el centro de Bogotá, y que sin lugar a dudas se puede extender a otras grandes de la región, ha sido una temática que se ha venido trabajando a través de diferentes aproximaciones realizadas en las que podemos citar los trabajos de Hugo Achugar «Repensando la heterogeneidad dialéctica», Antonio Cornejo Polar «Una heterogeneidad no dialéctica, sujeto y discursos migrantes en el Perú moderno», Néstor García Canclini en «Consumidores y ciudadanos», y en «Culturas híbridas»; también en los ensayos recogidos por Mabel Moraña «Espacio urbano, comunicación y violencia en América Latina», y en las crónicas urbanas de Carlos Monsiváis entre otros estudios.
En lo que corresponde más específicamente al caso de las ciudades latinoamericanas, seguimos modelos de análisis empleados por investigadores como Richard Young «Buenos Aires and the narration of urban spaces and practices», Beatriz Sarlo: Una modernidad periferica: Buenos Aires, 1920 y 1930 (1988), Laura Podalsky en Specular City (2004) y Adrián Gorelik Miradas sobre Buenos Aires (2004), trabajos que sitúan a la capital argentina dentro de espacios temporales determinados con todas sus características y vertientes ilustradas y analizadas bajo acercamientos teóricos interdisciplinarios.
En el caso de Sarlo, por ejemplo, se analizan las respuestas culturales en situaciones de cambios urbanos pronunciados en Buenos Aires desde las vanguardias. Sarlo ubica temporalmente su estudio de la capital argentina en las décadas del veinte y del treinta, durante su etapa de modernización, y determina diferentes aproximaciones culturales y estéticas con respecto a la ciudad en plena mutación.
La autora se vale del soporte histórico, el análisis literario y el aporte de otras ciencias sociales para interpretar la realidad de una ciudad veloz que sufre diferentes tipos de cambios. Por su parte, Podalsky, en un estudio interdisciplinario, se vale del análisis de diferentes expresiones culturales como revistas, películas, literatura, publicidad, arquitectura e incluso lo que representó la cultura del automóvil para confrontar la transformación de la ciudad en relación a las luchas sociales concentrándose en los años posteriores al primer mandato del gobierno de Juan Domingo Perón.
Espera la segunda parte de este artículo en la próxima edición de www.revistacronopio.com
*La columna Cronopio USA publica artículos de escritores y estudiantes vinculados con universidades de los Estados Unidos.
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* Álvaro Antonio Bernal es profesor de literatura y lengua española de la Universidad de Pittsburgh, en Johnstown, Estados Unidos. Tiene una licenciatura en lenguas, Español e Inglés, de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá. Posee una maestría en literatura norteamericana del Governors State University y una en Literatura Hispanoamericana de University of Northen Iowa. Su doctorado en literatura es de University of Iowa. Ha publicado varios artículos de crítica literaria y cultural en revistas especializadas en Colombia y Estados Unidos. En su tiempo libre escribe relatos y microrrelatos. En la actualidad trabaja en proyectos relacionados con literatura urbana contemporánea, cuyos escenarios son: Bogotá, Santiago y Buenos Aires. Correo-e: aab52@pitt.edu
El presente texto es la introducción de su libro «Percepciones e imágenes de Bogotá: expresiones literarias urbanas». Bogotá: Editorial Magisterio, 2010. 283pp. La segunda parte se publicará en la próxima edición de Revista Cronopio.