PERCEPCIONES E IMÁGENES DE BOGOTÁ (SEGUNDA PARTE)
Por Álvaro Antonio Bernal*
Al tomar la reacción cultural que se viene presentando en Bogotá a partir de su transformación, encontramos en los últimos lustros un llamado a la reflexión y la ciudad se ha convertido en interrogante; se piensa en ella, se escribe sobre ella y aún se siguen analizando muchos de sus cambios. En este sentido, destacamos toda la serie de investigaciones avaladas en los últimos años por las mismas alcaldías de la ciudad y del IDCT (Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá) con proyectos que abarcan diferentes estudios ante el hecho de enfrentar la ciudad, entenderla y conocerla. En ese aspecto la serie de textos Observatorio de Cultura Urbana ha ido llenando un vacío que se venía haciendo cada vez más evidente.
En los últimos años Bogotá, como gran centro urbano, con su agitada vida, sus habitantes de diferente procedencia, todo lo que ella encierra positiva o negativamente, está siendo materia de estudio; es noticia, fuente de investigación o proyecto. Los medios audiovisuales han tomado partido en lo que respecta a la construcción de este «boom» de la ciudad y en el cine, películas como La estrategia del caracol de Sergio Cabrera, La gente de la Universal de Felipe Aljure, Como el gato y el ratón de Rodrigo Triana o Satanás de Andy Baiz, entre otras, han ayudado a forjar una nueva identidad con lo que respecta al significado de vivir y convivir en una ciudad como Bogotá.
En el campo de la televisión, Bogotá ha sido explotada ampliamente en el último tiempo como espacio urbano de reflexión, (in)comunicación o (des)encuentro. Los nuevos canales locales que cubren exclusivamente la ciudad son fuente que alimenta el binomio ciudad–ciudadano con el objetivo de hacer renacer el sentimiento y el sentido de pertenencia del habitante con su ciudad. Bogotá como espacio para soñar, lugar de múltiples opciones culturales, recreativas y educativas; ciudad cosmopolita, vivaz, académica, tolerante y a la vez rumbera y trasnochadora. Bogotá como gran centro urbano, agresivo, violento, inseguro pero camino a ser ejemplo de toda la nación gracias a los nuevos proyectos de convivencia ciudadana.
En ese proceso de evolución, los canales televisivos como «Citytv», «El Kanal» y «Canal Capital» han aportado a la divulgación y a la orientación de nuevas políticas que conduzcan a una mejoría de la calidad de vida ciudadana. El primero de ellos («Citytv»), con amplia sintonía y gran liderazgo, fomenta en el ciudadano una relación estrecha de identificación y cariño con su espacio urbano a pesar de la compleja situación social de la ciudad. En este canal fueron y son notorios y plausibles programas como «Citycápsulas», en el que el ciudadano común se expresa libremente en las principales calles, plazas, esquinas o en centros comerciales de la ciudad cantando, bailando, contando un chiste, o simplemente opinando acerca de su ciudad frente a una cabina que lo filma por espacio de contados segundos. En «Citycápsulas» el pueblo que no tiene voz se desahoga, se ríe, se queja o tal vez llora amargamente su condición de vivir en Bogotá.
Otra propuesta interesante que se realizó en su momento fue el programa «Radiocity» del mismo canal, en el cual, a manera de revista musical informativa, se comentaba, dialogaba y a veces se discutían las actividades culturales de la ciudad con algunas dosis de frivolidad. En este canal sobresalen también los espacios noticiosos y deportivos en los que la intención primordial y única es informar acerca de lo qué pasa en Bogotá. Existen también programas polémicos y controversiales que a veces exageran con amarillismo y elementos sensacionalistas de algunos aspectos de la vida clandestina de la ciudad. En esa línea, el programa «Ciudad X» del canal «Citytv» marchó en su momento a la vanguardia del género.
Bogotá ha debido ser motivo de estudio y de reflexión desde hacía muchos años; y en el presente, investigadores desde distintos ángulos han querido profundizar el fenómeno que esta ciudad en la actualidad brinda como gran sitio de encuentro, como lugar de residencia, como centro cultural, como un gran paisaje al que se le puede abordar desde varios rincones del conocimiento.
Nuestro trabajo sobre Bogotá forma parte de un cuerpo creciente de estudios culturales sobre América Latina, cuyo eje principal es la literatura como reflexión y proyección de la vida y la sociedad misma dentro de un contexto urbano. En concreto la ciudad, como espacio de múltiples influencias y ruta obligada de encuentro y desencuentros de diferentes seres. No sobra aclarar que esta investigación está diseñada para impulsar un análisis ilustrativo, comparativo y muy actual del modo en el que la población, dentro de un determinado espacio geográfico, dialoga, construye su identidad y desarrolla su ‘modus vivendi’ en tiempos de la globalización. Realizar un acercamiento de este tipo hoy en día exige una aproximación a varios discursos y contextos que son afectados o influenciados por factores económicos, históricos, políticos y obviamente sociales, además de los diversos conflictos específicos del capitalismo tardío, la cultura popular, la tecnología avanzada, los encuentros y desencuentros étnicos y de género.
Este análisis entonces se sitúa en lo que actualmente se denomina como estudios culturales que concretamente enfocan el problema de las relaciones culturales con variables de la sociedad como pueden ser la política, la historia o la economía y fue elaborado con un fundamento inter o transdisciplinario, con un enfoque primordialmente literario, partiendo de textos decisivos o que tienen que ver con la evolución de la ciudad (su geografía y sus nuevos habitantes), los cuales son el punto de partida para diversas conexiones y asociaciones.
En nuestro trabajo nos interesa básicamente esa transformación de Bogotá que obliga a la ciudad misma a cambiar de formas continuamente y a sus habitantes, transeúntes y demás a volcarse en una dinámica feroz de supervivencia. Entendemos la ciudad como un contexto sociocultural que define a sus habitantes en donde se camina y se lee una multicultura o intercultura que abraza sin reparo la tradición, la costumbre y la modernización. Si se quiere, el territorio que ocupa la ciudad es un espacio de transformación permanente. La cultura urbana jamás se detiene en los países latinoamericanos. Dejar Ciudad de México, Caracas o San Pablo y retornar algunos años más tarde implicaría encontrar una mudanza de formas y sujetos que dinámicamente se mimetizan, coexisten y sobreviven en una mole de cemento rodeada o circundada por la chabola, la comuna o el cinturón de miseria que asfixia de forma agresiva.
Sin duda, las calles más emblemáticas de cada ciudad latinoamericana se prestan a este mercado de diseños culturales con sus respectivos personajes. El tren, el bus, el indígena microempresario, el punkero, el café de antaño, la plaza de mercado insalubre, la biblioteca, el restaurante de cadena americana, la iglesia, el raponero, el travesti y el tertuliadero pseudointelectual, son áreas e individuos que conforman la pintura sociocultural de una Bogotá, de una Lima, o de un Quito posmoderno. El anterior paisaje urbano alimentado cada hora gracias a la economía inestable que empuja a los ciudadanos a adaptarse a su realidad apremiante o al continuo flujo migratorio que ha ido diseñando geografías propias, transterritorializadas como se observan en las grandes ciudades norteamericanas y europeas:
The geography in differentiated tastes and cultures is turned into a pot-pourri of internationalism that is many respects more startling, perhaps because more jumbled, than high internationalism ever was. When accompanied by strong migration streams (not only of labour but also capital) this produces a plethora of «Little» Italies, Havanas, Tokyos, Koreas, Kingstons, and Karachis as well as Chinatowns, Latino barrios, Arab quarters, Turkish zones, and the like (Harvey 87).
Es claro que entender la representación de una ciudad tan compleja como Bogotá dentro de las nuevas narrativas tiene que estar vinculado a un estudio que vaya mas allá del hecho puramente literario y que abrigue diferentes alternativas de estudios que tracen líneas y puntos de contacto estableciendo perspectivas nuevas y frescas para el análisis. La marginalización excesiva y endémica de los textos de Mendoza o el espacio ‘gay’ y ‘queer’ de la novela Al diablo la maldita primavera de Sánchez Baute no son fenómenos aislados de una urbe despiadada que crece por ósmosis sino que están plenamente relacionados con diversos fenómenos que transcienden y combinan los límites disciplinarios de las llamadas ciencias sociales. Es de esta forma como varias novelas tienen como marco y protagonista a la Bogotá con sus múltiples rostros. Algunos de estos textos ayudan a analizar la transición que se refiere tanto al mapa físico de la ciudad como a la caracterización de la actitud, las tendencias y las relaciones de sus ciudadanos. Si tomamos rigurosamente algunas obras representativas de cada una de las últimas décadas encontraremos rasgos de tal evolución. Existen las novelas vanguardistas en las que el tremendismo y la imagen de la ciudad, en especial la de los noventa, es un espacio muy convulsionado y caótico, como única respuesta a una degeneración del proceso de crecimiento de la ciudad.
Nuestro proyecto se ha realizado de forma cronológica en lo que tiene que ver con el tiempo narrado de cada obra, y parte de finales de los sesenta y principios de los setenta; análisis que se realiza en los capítulos uno y dos, ejemplificando la Bogotá tímida, reservada y tradicional, es decir aquella que precede a la gran metrópoli de los últimos años con diversas tendencias culturales y a la convivencia conflictiva de personajes sui generis. Valiéndonos de novelas que proyectan esa Bogotá, trabajamos los textos de Antonio Caballero, Sin remedio, y de Consuelo Triviño, Prohibido salir a la calle , esta última, una novela relativamente reciente que relata con nostalgia los recuerdos de esas décadas del ayer, para ejemplificar la Bogotá de la década del 60 y el 70. Estos textos revelan una Bogotá caracterizada por ciertas capas sociales que dialogan dentro de un falso contexto europeizante, una oligarquía encerrada en una parroquia de costumbres y dogmas, una juventud rebelde que va a la par con el floreciente hippismo americano de moda, una decidida embestida de nuevos ciudadanos de origen campesino hacia las áreas urbanas y una izquierda fervorosa impulsada por los ecos del triunfo de la Revolución Cubana.
La ciudad de Caballero y de Triviño enfrenta los grandes cambios culturales y sociales, se abre a la incipiente música marginal y a su repercusión dentro de los movimientos masivos, a la convivencia de la eterna migrancia del campo a la ciudad que integraba nuevos ciudadanos urbícolas a la capital, y se estrella ante las transformaciones arquitectónicas ejecutadas sin control ni planeación. Es decir, un contexto que desde ya deja percibir nuevas zonas marginales de negociación, vicio y trasgresión. Ese proceso dinámico de transfiguración de formas y personajes se hace palpable y es básico para este estudio como una primera parte en lo que se refiere al análisis y contraste de una Bogotá que se presenta con cierta movilidad.
La segunda parte del presente proyecto, capítulos tres y cuatro, introduce la Bogotá actual, la contemporánea, la megalópolis de finales del siglo XX y principio del XXI, compuesta por una convivencia híbrida tanto en su geografía física como en sus nuevos ciudadanos. Esta Bogotá es observable en textos como Scorpio City (1992), Relato de un asesino (2001), Satanás (2002), Una escalera al cielo (2004) de Mario Mendoza y Al diablo la maldita primavera (2002) de Alonso Sánchez Baute. En todos estos textos se descubre una ciudad con espacios, geografías y una gran masa de habitantes marginales, muy ajenos a las escenas urbanas de unos cuantos años atrás.
Un breve panorama de esta investigación enfocándonos en el argumento de las novelas nos introduce a aspectos concretos de cada capítulo. En el capítulo 1 por ejemplo, en el que se lee la Bogotá de Prohibido salir a la calle de Consuelo Triviño, se proyecta una ciudad que se va abriendo a una nueva dinámica social y arquitectónica que antes no lucía. Este texto cobra su valor en lo que se refiere a la memoria escrita, o como un expediente de la ciudad que transcurre entre los sesenta y los setenta. Triviño explora la idea de una urbe en proceso de cambio por medio de la visión joven de su protagonista que mira sin malicia el espacio exterior desde sus propios limites y prejuicios.
Por su parte en el siguiente capítulo, Ignacio Escobar, joven oligarca de la sociedad arribista y extremadamente conservadora de la ciudad, es el protagonista de la novela Sin remedio, en la que la ciudad palpita y se muestra como un personaje más de la historia. Este individuo juega a ser un intelectual, y con la excusa de escribir un poema que trascienda las fronteras del arte se enfrasca en una batalla épica por entender el mundo que lo rodea. Y es así como la narrativa del autor lleva al lector a conocer una ciudad como Bogotá anárquica, fría, de aguaceros y de tonalidades oscuras. Pero esta ciudad, más allá de la visión parcializada del protagonista, es a la vez un mundo en el que comienzan a pulular espacios marginales de crimen, negociación clandestina, rumba y placer.
El protagonista de esta novela construye su propio caos y la ciudad en la que transita es de hecho una maraña de contradicciones, un órgano enfermo como él mismo la describe, que está dividido en un sur pobre, paupérrimo y sucio y, por otro lado, un norte limpio, de casas amplias, guardianes que cuidan a la minoría social privilegiada y mujeres hermosas, finamente acicaladas que sólo conocen su barrio. Pero cuando las luces se apagan aparecen los gatos pardos, los maleantes y mujerzuelas que deambulan entre prostíbulos y cafetines de borrachos. Varios aspectos deben ser considerados en esta obra en relación con la idea de enfatizar la ciudad de los setenta como un conjunto urbano que se sale ya de su cápsula para cohabitar y abrirse a una nueva cotidianidad. Esta ciudad vive una nueva dinámica social y abre las puertas a un gran conglomerado migrante.
En el capítulo 3 nos encontramos con los trabajos del escritor bogotano Mario Mendoza, el cual hace un viaje en espiral hacia las estratos más marginales de la sociedad y allí destapa esa realidad «subnormal» y ulcerada de un universo conformado por los más paupérrimos personajes que gravitan en ciertas áreas de la ciudad y que en las noches especialmente, inician sus rituales de convivencia y negociación. Las obras de Mendoza a tratar (Scorpio City, Relato de un asesino, Satanás y Una escalera al cielo) ayudan a proyectar la ciudad marginal cuyos escenarios y personajes hacen parte de una cultura urbana en constante transacción o comercio delictivo.
Todas las novelas del autor presentan espacios de trasgresión, personajes pervertidos por la misma sociedad y escarban un mundo subterráneo de vicio y lascivia. En sus obras ya el lector puede concluir que media Bogotá abraza a millares de seres sin Dios ni ley. En buena parte de sus novelas, Mendoza dedica cientos de páginas a narrar situaciones policíacas con rasgos de novela negra, con matices eróticos de fotonovela, relatos de pasquín y a veces simulando una página roja de un vespertino de dudosa reputación. Lo verdaderamente rescatable es la representación de personajes sacados de la realidad bogotana que conviven en lugares concretos bien ilustrados por el escritor. De esta forma el autor bogotano rediseña mapas de la ciudad marginal de los 80 y 90 en plena ebullición y establece dinámicas de intercambio, muy pocas veces reveladas entre el hampa bogotana (léanse las obras de Osorio Lizarazo que se refieren algunas de ellas a estos temas pero de otra época), en personajes alienados mentalmente o simplemente en la guarida de los desarrapados o «desechables» (término despectivo y discriminatorio utilizado por ciertas capas sociales en Colombia para designar a los indigentes que habitan en las calles). Todos los anteriores individuos entronizados y convertidos en protagonistas de sus relatos.
En esta parte del trabajo pretendemos observar y analizar nuevos espacios de una ciudad como Bogotá que ha creado zonas marginales conformadas por diversos ciudadanos y transeúntes. La Bogotá negra y policial de los 80 y 90 poco se parece a la de la primera parte del proyecto, tanto la ciudad como el mismo país han cambiando y ahora Bogotá es el microcosmos de una nación altamente conflictiva que cobija todo tipo de ciudadanos, desde aquellos desplazados por la violencia, seres de todos los rincones del país, hasta vagabundos y desempleados que han ido ampliando las fronteras de la ciudad en busca irónicamente de una mejor vida. En ese proceso lo marginal, lo escondido, lo ilegal, lo «subnormal» y lo corrupto se ha multiplicado sin control y Mendoza en ese aspecto nos ayuda a entender una ciudad de lugares nocivos y nauseabundos cuyos habitantes poco tienen de tolerantes o amistosos.
En el capítulo 4, encontramos la novela Al diablo la maldita primavera de Alonso Sánchez Baute, texto que saca a Bogotá de la hipocresía moral y sexual y la desenmascara mostrando una ciudad con espacios reales de convivencia y negociación gay. En su obra, Sánchez Baute valiéndose de un lenguaje cotidiano, entre regional y de jerga, o a veces apoyado en un spanglish, decididamente muestra una ciudad fresca con una fuerte dinámica homosexual que convive dentro de nuevas geografías. La capital, como la ciudad más grande y anónima del país, invita al protagonista a camuflarse y a untarse de una vida insospechada que jamás detiene sus deseos homoeróticos. El personaje en cuestión se introduce dentro de un submundo muy particular y allí inicia una vida plena de oportunidades para su condición. Las diferentes zonas de la ciudad por las que transita el personaje son los mismos territorios que hace unos años ofrecían otro paisaje. En la historia de Sánchez Baute se explora un tema poco tratado en las letras colombianas y quizá jamás desarrollado con tanta dinámica y coloquialismo.
Al diablo la maldita primavera es una novela imprescindible para nuestros objetivos porque de primera mano actualiza la ciudad hurgando y escudriñando en ella la vida de un conglomerado social ignorado y discriminado en el pasado. Tan sólo recordamos algunas novelas de Albalucía Ángel que habrían hablado de tales fronteras como en Dos veces Alicia (1972) o Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975), o acaso en la olvidada Un beso de Dick (1992) de Fernando Molano Vargas donde informalmente se narra el despertar del deseo homoerótico entre dos jóvenes bogotanos durante los ochenta. Los anteriores textos no han tenido mayor trascendencia para alguna parte de la crítica local, pero han sido desempolvados en nuestros días por algunos críticos colombianos residentes en Estados Unidos que han ampliado sus horizontes literarios por medio de análisis menos tradicionales.
Bogotá en la novela de Sánchez Baute muestra otro rostro y deja pertinazmente visualizar los cambios de la ciudad física dentro de la representación literaria. Cambios que en otras obras están siendo insertados lentamente y que igual siguen enriqueciendo la ciudad y su simbolización. En una de las últimas novelas de Mario Mendoza por ejemplo, Cobro de sangre (2004), ya se comentan o ilustran ciertos cambios que sufrió Bogotá en la última parte de la década del noventa y que en los primeros años del nuevo siglo se han venido presentando de forma progresiva. El mismo autor en su desaparecida columna sabatina del diario El Tiempo confiesa su amor a la ciudad y establece cómo ésta ha cambiado en los años recientes:
Y es grato ver cómo esta ciudad se ha transformado durante la última década, cómo se ha vuelto un modelo para otras ciudades de América Latina, cómo se escribe y se reflexiona ahora sobre ella. Sin embargo, no ha sido fácil vivir con este amor a lo largo de los años. Un afecto de este estilo no da prestigio, pues bordea lo cursi y lo ridículo, como es en el fondo todo amor. A veces, cuando vengo en un vuelo y veo de repente los cultivos de flores, las fincas de ganado lechero, los matices de verde de las montañas y los barrios y los edificios construidos en ladrillo, pienso en secreto: «Bueno, si el avión va a sufrir un accidente, por lo menos me voy a morir en mi ciudad, en Bogotá». Y me alegro.
Básicamente la serie de trasformaciones que se establecen en esta época tienen que ver directamente con las administraciones de la ciudad que invirtieron en Bogotá en términos de cultura y educación. En este periodo de tiempo los cambios positivos no fueron solamente a nivel físico sino también relacionando íntimamente el binomio identitario ciudadano–ciudad. Las dos alcaldías del excéntrico profesor universitario Antanas Mockus, al igual que la gestión administrativa de Enrique Peñalosa le dejaron a Bogotá, por un lado espacios de convivencia, algún orden y una notable mejoría en el tema del transporte público que era una condena que padecían los ciudadanos; y por otra, el punto más favorable en sus obras como alcaldes fue el hecho de crear por medio de la educación cívica y la convivencia ciudadana, un sentimiento de pertenencia y de orgullo entre el ciudadano residente en Bogotá (bogotano o no) y su relación con su nicho urbano.
Antanas Mockus, en otra época rector de la Universidad Nacional de Colombia, encaminó su primer mandato (1995–1997) concentrándose en la cultura ciudadana y fomentando la idea de que las reglas se deberían cumplir a partir de consensos o acuerdos en los que todas las partes en disputa siempre se iban a ver favorecidas. Había entonces que hacerle entender a la población que seguir y cumplir las normas valía la pena y que en corto o largo plazo este tipo de relación justa con la ciudadanía y con la misma ciudad traería beneficios para todos. Las ideas pedagógicas de este burgomaestre le dieron a la ciudadanía otra opción para entender que la ciudad había que quererla, cuidarla y ante todo cumplirle.
Por medio de actividades lúdicas realizadas por mimos en plazas y avenidas se le recordó a la población normas tan simples como pasar una calle por las líneas zebras o respetar los semáforos, protocolo urbano este que había caído peligrosamente en el olvido. En un proceso similar también ingresó la nueva administración de Enrique Peñalosa (1998–2000) con su lema «la Bogotá que queremos» con claras mejorías en lo que respecta al espacio público, principalmente desahogando aceras por las cuales el peatón no podía transitar debido a los múltiples obstáculos que abruptamente aparecían a su paso. Otro elemento que ayudó a cambiar la fisonomía de la ciudad y a armonizar la caótica percepción que tenía el habitante con su entorno fue la construcción de la primera ruta de «TransMilenio», un servicio ágil de buses articulados con estaciones tipo metro, que ha contribuido a la reorganización del transporte público en la ciudad. Estos proyectos que se cumplieron con relativo éxito jamás se habían llevado cabo, y quizá ni siquiera habrían sido pensados, en otras administraciones distritales.
El espacio urbano en general se había convertido en tierra de nadie e icono de incertidumbre. La ciudad caminaba apocalípticamente y era el producto de la desidia y de la improvisación. De lo anterior se deduce que el ciudadano nacido o habitante de esta Bogotá poco o nada sentía por su ciudad y en contraposición a ese sentimiento de desidia la veía con resignación, tristeza y frecuentemente se quejaba de habitar una jungla muy conglomerada y anárquica. Vivir en Bogotá se había convertido en parte en un sacrificio y en el futuro la ciudad se vislumbraba aún peor.
Expresar esos cambios de la ciudad en la literatura era obligatorio en la medida que la ciudad, aunque aún confusa, llena de contradicciones y contrastes, se estaba mostrando como una urbe que encontraba una nueva dinámica social y una nueva dimensión arquitectónica y comercial. Al menos el ciudadano común se acercaba a ella con otra perspectiva y encontraba un lugar para vivirla, para compartirla y disfrutarla con su familia y amigos sin ese eterno temor y resquemor que se solía padecer antes. Bogotá ahora contaba con proyectos culturales en los que la ciudadanía participaba, con lugares de esparcimiento, con aceras y parques para caminarla, observarla y descubrir en ella una ciudad abierta con expresiones positivas por explorar y vivir. Era entonces necesario pronunciar algunos de esos cambios a través de un registro que de alguna manera intentara materializar esas imágenes positivas de la ciudad. Siguiendo esa ruta, la narrativa de Alonso Sánchez Baute le da a la ciudad otra atmósfera y recrea desde una perspectiva muy específica la ciudad con otra mirada, con otros ojos. Aunque en la narrativa del autor no se consignan abundantemente los cambios que la ciudad ha venido sufriendo, sí hay guiños en el texto que hacen pensar que esta Bogotá es diferente, tiene nuevos espacios de convivencia y apunta a ser una urbe liberal en lo concerniente al tema de las nuevas expresiones culturales y en lo que respecta a la tolerancia sexual.
Finalmente este trabajo se cierra con un resumen de todo el proyecto, capítulo 5, haciendo una selección de los puntos más destacados del mismo, confirmando las hipótesis enunciadas y abriendo nuevas posibilidades para una futura continuación o para estudios paralelos relacionados con la ciudad y sus ciudadanos teniendo como eje de análisis la literatura. Esas probables líneas de trabajo a desarrollar en el futuro cercano ahondarían el estudio tanto de la ciudad actual como el análisis serio de las literaturas que afloran a través de este espacio tan apasionante y activo.
Adicionalmente, para complementar este trabajo, presentamos un anexo que consta de entrevistas con todos los autores estudiados a saber: Consuelo Triviño, Antonio Caballero, Mario Mendoza y Alonso Sánchez Baute. En esta oportunidad de sus propias palabras, comentarios y respuestas, el lector rearmará la ciudad una vez más, la Bogotá de los últimos decenios se escuchará de viva voz de aquellos que la vivieron plenamente, la pensaron de manera reflexiva y la escribieron con nostalgia e ilusión.
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* Álvaro Antonio Bernal es profesor de literatura y lengua española de la Universidad de Pittsburgh, en Johnstown, Estados Unidos. Tiene una licenciatura en lenguas, Español e Inglés, de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá. Posee una maestría en literatura norteamericana del Governors State University y una en Literatura Hispanoamericana de University of Northen Iowa. Su doctorado en literatura es de University of Iowa. Ha publicado varios artículos de crítica literaria y cultural en revistas especializadas en Colombia y Estados Unidos. En su tiempo libre escribe relatos y microrrelatos. En la actualidad trabaja en proyectos relacionados con literatura urbana contemporánea, cuyos escenarios son: Bogotá, Santiago y Buenos Aires. Correo-e: aab52@pitt.edu
El presente texto es la introducción de su libro «Percepciones e imágenes de Bogotá: expresiones literarias urbanas». Bogotá: Editorial Magisterio, 2010. 283pp.
*El libro se puede conseguir en la Librería Lerner, Avenida Jiménez No 4-35, Bogotá, Colombia.