ENGAÑO
Por Natalie Sammarco*
Traducción de Camilo Ramírez**
La lluvia apenas se deslizaba desde las nubes oscuras que colgaban sobre la ciudad. Mi paso se aceleró y mi corazón saltó en el lugar del siguiente café donde sabía que estaría el hombre. Se trataba de una cara que nunca olvidaré. Las puertas se abrieron y esperé mientras dos damas salieron antes de yo entrar al cuarto. El aroma de los granos de café estaba en el aire y también una fragancia distintiva a menta. Mis ojos fueron directamente hacia donde él había estado sentado los últimos dos días. Ahí estaba de nuevo. Una pierna cruzada sobre la otra, la mano agarrando una humeante taza de café y su cara delgada y pálida apuntando abajo hacia un periódico. Se veía como un hombre de negocios bastante exitoso, alguien con quien no querrías meterte en apuros. Es ahora o nunca. Me le acerqué y me senté frente a él. Sus ojos no se desviaron de la prensa mientras preguntó.
«¿Puedo ayudarlo?» Su voz era suave como el terciopelo. Lo observé y con toda la fuerza que pude reunir dije,
«Lo vi matar a Nathaniel Perry». El hombre no se agitó, meramente se mantuvo mirando su periódico. Lo dobló cuidadosamente y dirigió sus ojos agudos hacia mí. Su azul más penetrante y magnífico que el océano.
«¿Dónde está su prueba? Asumo que no ha ido usted a la policía con evidencia sólida, pues no me hallo esposado, así que va usted a chantajearme, ¿dónde está su prueba?» El hombre se veía casi aburrido con la conversación pero su mirada nunca cambió.
«No quiero chantajearlo. Quiero unírmele. Enséñeme a ser un asesino». Traté de decirlo con toda la confianza que pude reunir. Le devolví la mirada sin bajar los ojos. Frunció el ceño y un gesto de diversión apareció en su rostro mientras preguntaba,
«¿Por qué?»
«Por la misma razón que cualquiera lo querría, venganza». El gesto abandonó su rostro súbitamente y recogió sus cosas con rapidez. Se levantó, alisó sus ropas sobre su alta figura. Después chasqueó sus dedos y se dirigió hacia la puerta llamándome por encima del hombro,
«Apúrese, el tiempo es oro». Aunque es estúpido seguir a un hombre que se acaba de conocer, yo estaba lidiando con un asesino a sueldo. Sabía que, de entrada, había riesgos, no creí que seguirlo pudiera causar consecuencias peores que lo que ya le había dicho. Él caminaba rápidamente y parecía estar absorbiendo todo lo que ocurría a su alrededor. No hablaba, entonces pregunté,
«¿Cómo se llama usted?» Se veía molesto por mi ruptura del silencio. Tuve que dar un paso en la calle para evitar que una anciana grosera se chocara conmigo.
«Ya habrá tiempo para preguntas después. Puede llamarme Víbora». Tuve que acelerar el paso para seguir sus largas zancadas, lo cual era difícil en la ciudad con toda la otra gente tratando de avanzar con prisa. Un tren rugió en la distancia, el ajetreo habitual de la ciudad continuaba como siempre, pero yo tenía un mal sentimiento sobre todo esto. ¿En qué estaba pensando?
Llegamos finalmente a un parqueadero donde Víbora me guió diligentemente hacia su auto en el cual entramos. Su auto era lo que yo esperaba, completamente nuevo, impecable, veloz. Empezó a acelerar en el parqueadero haciendo que mi inquietud se sintiera aun peor.
«¿Por qué vamos hacia el nivel superior?» Los ojos de Víbora se hicieron angostos y éste pisó fuerte el acelerador. El carro giraba en el parqueadero a un paso incontrolablemente rápido. En este momento me di cuenta de que me mataría por lo que sabía y que éste sería el final de mis planes. Me aferré al borde de mi asiento mientras el auto llegó hasta el techo, el piso veinte rodeado parcialmente por un río. Condujo directamente hacia el borde, como si tratara de conducir el auto más allá de éste.
«¡Está usted loco!» Grité justo antes de que diera vuelta al auto haciéndolo chirrear de un frenazo justo junto al borde. Traté de lanzarme fuera del auto antes que él para huir corriendo, pero él fue demasiado rápido, antes de percatarme de ello algo metálico me golpeó en la nuca, duro. Caí y me agarró por el cuello, arrastrándome por el pavimento hasta el borde. Me sostuvo junto al borde y puso un arma bajo mi mentón.
«¿Quién demonios es usted? ¿Es un policía? ¿Porta un micrófono? ¿Tiene alguna idea de quién soy?» Su voz era imperativa y sus ojos se veían enloquecidos. El alguna vez sereno color azul lucía como el cielo antes de una tormenta.
«¡No soy un policía! ¡Le dije que quería su ayuda para matar a alguien! ¡Puedo pagarle!» Mi voz era débil y quebrada. Miré por sobre el borde al agua oscura que esperaba veinte pisos más abajo, una caída a la que podría sobrevivir posiblemente si él no me disparaba antes. Me miró a la cara y el inmenso terror que retrataba pareció bastar para convencerlo de que decía la verdad. Aflojó su agarre y se alisó las ropas.
«Espero que sepa lo que hace». Después me golpeó en la cara con su pistola y ya no vi más.
«Levántese, LEVÁNTESE. No lo golpeé tan fuerte, por dios, levántese!» Víbora me despertaba pateándome. Yo yacía en el suelo de lo que parecía un enorme parqueadero. Mi pómulo palpitaba y la sangre seca cubría mi cara.
«¿Dónde estamos?»
«Es mi lugar de trabajo Jacob. ¿Le gusta?» Sonrió orgullosamente ante el cuarto insípido que, ahora me daba cuenta, contenía armas y equipos de apariencia sofisticada. Este hombre está condenadamente loco. Tomó mi expresión estupefacta como una afirmación y no esperó a que yo respondiera, más bien continuó hablando. «En tres días puedo mostrarle todas las destrezas que necesita para volverse un gran asesino a sueldo, llevar a la práctica esas destrezas es algo completamente diferente».
«¿Cómo funcionaría esto? ¿Cuánto quiere?»
«Me sería mucho más fácil si tuviera un segundo par de ojos y oídos. Lo entrenaré para ser casi tan bueno como yo y, luego, trabajará usted a mi lado. Debo advertirle que cuando se una a mí no habrá ya vuelta atrás. De querer retirarse tempranamente en el futuro cercano, retirará usted su vida. No puedo tener a alguien por ahí que sepa todo sobre mí, aunque me haga una promesa de no revelar nada». Espetó esto último con tal resentimiento como si ya hubiera atravesado algo parecido. Me di cuenta también de que, si hubiera dicho que no a su oferta, me habría matado ahí mismo de todas formas sólo por saber lo poco que sabía.
«Quiero el cincuenta por ciento». Valía la pena arriesgarme, ¿no? Soltó una risa diabólica y replicó,
«No recibirá nada superior al treinta». Sus ojos me miraron sin parpadear y me di cuenta de que no cabía discutir más este asunto.
«Hecho». Y hecho estuvo. Mi vida tal como la conocía, ¿haría yo una nueva profesión de todo esto? Quién sabe.
«Primera regla: nunca le dé la espalda al enemigo». Las próximas horas me habló de lo básico de no involucrar a la familia o a los seres queridos, sobre cómo seguir a alguien y vigilarlo sin ser obvio en ello, cómo forzar cerraduras, cómo disparar un arma y recargarla y ponerle accesorios, cómo encubrir las pistas de ADN. Cuando me llevó a casa mi mente me daba vueltas. Con tantos detalles y tanto que observar no sabía si era apto para esto, pero debía lograr mi venganza.
El día siguiente el cielo se aclaró y el sol brillaba fúlgido sobre la ciudad, la luz centelleaba en el vidrio de los rascacielos. Se suponía que debía encontrarme con Víbora en el parque a mediodía. Comprendo que no confiaba en mí lo suficiente para saber donde estaban su casa y su cuartel de operaciones, pero estábamos en la mitad de un parque concurrido. ¿Qué es concebible que sea discutido o aprendido con tanta gente alrededor? Lo distinguí sentado calmadamente con las piernas cruzadas sobre una banca y leyendo un periódico. ¿Por qué alguien que trabaja independientemente decidiría usar traje todos los días? Me le acerqué con calma escuchando mis suaves pasos hollando sobre el suelo. De nuevo habló sin levantar la mirada del periódico, era bastante observador sin siquiera parecerlo.
«Justo a tiempo. Acabo de terminar de leer. Siéntese». Parecía estar de mucho mejor ánimo, como si no fuéramos dos personas en una misión mortífera. Me senté junto a él y me di cuenta de que tras su periódico había un sobre de manila. Dobló el periódico en torno al sobre y me lo pasó. «Su primer trabajo. Cuando se habitúe estará listo para conseguir su propia venganza impecablemente». Empezó a levantarse y lo interpelé,
«Espere, creí que había dicho que tardaría un tiempo en enseñármelo todo. Escasamente hablamos un día ¿y ya se supone que he de saberlo todo?» Mi mente daba vueltas. Escasamente me había hablado un día y, al siguiente, ya esperaba que fuera un experto. Algo sospechoso está ocurriendo. No creo poder confiar en este hombre. Y si él… Interrumpió el flujo de mi pensamiento y dijo,
«La mitad del aprendizaje es hacer. Hay cosas que no pueden enseñarse; se necesita experimentarlas. Tengo fe en usted». Con esto puso la mano en mi hombro y se alejó rápidamente. Caminé a casa con la mente aun abrumada. Caminé a través de la ciudad concurrida preguntándome si alguien tenía idea de que cosas así ocurrían realmente. La gente apurándose al trabajo, perdida en su propio mundo. Sus únicos problemas son aquéllos del trabajo o de la vida familiar. Llegué a mi apartamento y abrí inmediatamente el sobre, adentro había un itinerario y el perfil de un hombre. Anthony Facciolo. Edad 35. Divorciado. Ocupación: Dentista. No fue el nombre sino la cara lo que me pareció inquietantemente familiar. Mi padre había sido jefe de la policía y yo podría haber jurado que había visto esa cara anteriormente. Comencé a hurgar entre los papeles de mi padre dejados por él atrás en su escritorio. Mi padre tenía el historial de su caso justo de primero entre todo su trabajo. Esto estaba tornándose extraño. Los archivos policiales de mi padre indicaban que este hombre estaba involucrado con el crimen organizado. Era uno de los casos más extenuantes y en el que él había trabajado un tiempo largo. ¿Por qué me daría Víbora a uno de los criminales más buscados de la ciudad para mi primer trabajo? Supongo que se tomaba su actitud de «aprender haciendo» con bastante seriedad. El itinerario me instruía sobre a dónde ir y cuándo y qué hacer, lo cual me pareció parcialmente reconfortante. Mierda. La fecha y hora en el itinerario eran esta noche a las tres a.m. No me había dado tiempo para prepararme ¡y justo ahora me daba cuenta de que no me había proveído de ningún equipo! Como si él pudiera leer mis pensamientos, mi puerta fue golpeada lo que hizo que el corazón me saltara hasta la garganta. Divisé por la mirilla y no vi a nadie. Abrí cautelosamente la puerta y encontré una caja puesta allí. Arrastré la caja adentro y pasé el cerrojo a la puerta. Ya veré que hago con esto después. No sé que pensar ahora mismo. Dormiré por ahora y así estaré más que listo para estar despierto a las tres a.m.
Escasamente pude dormir. Yací en la cama y miré hacia el techo pensando cómo era una gran coincidencia que me hubiera dado el perfil del hombre que mi padre había tratado con tanto esfuerzo de detener. Por desgracia mi padre había muerto antes de completar su pesquisa. Tal vez esto es una señal de que debo completar la labor de mi padre y de que a veces hay que tomar la ley con las propias manos. O tal vez es algo completamente diferente. Que se joda. No puedo estar acostado más tiempo. Me levanté y miré al brillo rojo de mi despertador; 11:47. Tenía poco tiempo para prepararme pero mi mente ya estaba lista. Sabía exactamente qué tenía que hacer. Abrí el paquete que me había enviado Víbora. Los contenidos del paquete eran una pistola, un cartucho de reemplazo, guantes, una máscara, un silenciador, herramientas para forzar un cerrojo, un encendedor Zippo, cortadores de cables y otros objetos varios. La sugerencia de Víbora era hacer que el asesinato pareciera un accidente. Había dicho que, una vez el hombre estuviera muerto, abriera el gas en la estufa e hiciera estallar la casa para lograr que pareciera como si una fuga de gas hubiera sido la causa del fuego y para quemar el cuerpo en tal grado que no pudiera ser identificado. Su sistema tenía bastantes defectos pero yo no planeaba seguir sus consejos de todas formas. No confiaba en él ciento por ciento.
El tiempo pasaba y con cada segundo me sentía más seguro del plan que había concebido. Boté el itinerario. Tengo mis propios planes. Justo antes de salir tomé una de las pistolas que mi padre había escondido en la casa. Espero que me traiga buena suerte. Escondí el arma en mis pantalones y me deslicé fuera de mi apartamento tan silenciosamente como pude. No tiene sentido despertar a los vecinos a esta hora. Nunca había pensado en cuán ruidosos podían ser mis pasos en un momento así. Me moví rápidamente confiando en que la negra sábana de la noche me encubriría. El tipo de personas que estaban afuera tan tarde en la noche tenían intenciones que no eran bastante mejores que las mías. Escuché un crujido proveniente del callejón y por poco suelto un grito. Giré rápidamente de cara a la dirección de donde provenía el ruido. No era más que un vagabundo hurgando entre la basura. Solté una risita nerviosa y continué mi travesía.
Afuera el cielo lucía hermoso. Las estrellas brillaban y la luna se asomaba por detrás de las nubes grises. El viento silbó suavemente junto a mis orejas y me generó un escalofrío. Estaba casi en mi destino, sólo faltaban unas cuantas casas. Alejé mi mente de la naturaleza y me concentré en la tarea presente. Primero lo primero, cortar la energía para evitar los sistemas de seguridad. Saqué el cortador de cables y seccioné el controlador central desconectándolo. La casa no cambió en lo más mínimo pues adentro todo estaba completamente oscuro. Miré hacia la ventana para ver si había movimiento dentro de la casa. Mientras esperaba en silencio, sin apenas respirar, pude sentir mi corazón latiendo contra mi pecho. La casa no se agitó, quienquiera que estuviera adentro dormía. Exhalé y sentí una ola de calma pasar sobre mí. Me arrastré silenciosamente hasta la puerta trasera y extraje las herramientas necesarias. Jugué unos cuantos minutos con la cerradura, deteniéndome de vez en cuando para escuchar si alguien había oído los minúsculos sonidos que emanaban de ella . Entré sigilosamente y eché un vistazo alrededor. La casa se veía como cualquier otra casa, zapatos junto a la puerta, objetos variados en el mostrador, papel y libros dejados en la mesa y fotos de familia. Rodeé el recodo de la cocina que llevaba hacia el salón y fui recibido con un puñetazo en la cara y una voz demasiado familiar que dijo,
«Hola. Es usted un bastardo solapado, no?» Las palabras gélidas de Víbora resonaron en mi cabeza mientras mi cerebro zumbaba por el golpe en la cara. «¿Cómo es que se ha enterado de dónde vivo?» Mientras hablaba me quitó el arma de la mano con una patada y me tiró del cuello hasta hacerme levantar. Tenía un arma apuntándome a la cabeza y una mirada de total malicia en los ojos.
«El hombre que le vi matar era mi padre». Desembuché las palabras dirigiéndome a él, cada hueso de mi cuerpo llenándose de ira. «Nunca quise trabajar para usted. Quería saber lo que usted sabe y quería matarlo. Descubrí donde vivía por las conexiones de mi padre. Empecé a seguirlo y a estudiarlo. He esperado este momento demasiado tiempo». En ese momento saqué la pistola de mi padre que había tomado antes de salir y la apunté hacia Víbora. Éste dejó salir una risa sobrecogedora y habló,
«Esa pistola está cargada con balas de salva, idiota. ¿Creyó usted realmente que le enseñaría cómo ser como yo? Sabía quién era usted y deduje que vendría por mí, pero no creí que fuera usted tan estúpido como para pensar que había creído su historia. Sabía que usted no quería ser un asesino a sueldo. Le tendí una trampa. Si hubiera ido usted a casa de Anthony él habría estado esperando para matarlo al instante cuando pusiera un pie en su césped, gracias a mi pequeño aviso. Su padre era un policía patético. Siempre doce pasos detrás de Anthony pero aun así una molestia. Por eso me llamó Anthony para librarlo de esa pequeña molestia. Estaba encantado de poder matar al hijo del bastardo, y por esto quería ayudarme en los planes. Me llamó y me dijo que usted no había llegado a la hora prevista y, por esto, supe que venía usted por mí. Por desgracia para usted, morirá como su padre». Tenía un gesto enfermizo en el rostro que me repugnó. Apunté la pistola hacia su brazo y tiré del gatillo. Soltó un chillido y dejó caer su pistola que yo pateé lejos de él.
«La pistola que pateó usted de mi mano estaba llena de salvas, por eso tomé el arma de mi padre. Es apropiado que muera usted mediante su arma». Por primera vez vislumbré un rayo de miedo en los ojos de Víbora, que sabía que no tenía escapatoria.
«Sea razonable, no va a dispararme. Si lo hace no será usted nada mejor de lo que yo soy».
Se agarró la herida y el gesto aterrador volvió a aparecer en su rostro. Tenía razón, sin embargo, de matarlo no sería yo mejor que él. Bajé mi pistola y traté de pensar qué hacer.
«Tiene usted razón. Sólo llamaré a la policía y dejaré que se pudra en la cárcel por el resto de su miserable vida». Me volví para agarrar el teléfono del muro cuando lo escuché levantarse penosamente.
«Nunca le dé la espalda al enemigo». Levantó su pistola pero antes de que pudiera hacer un tiro le disparé justo en medio de los ojos.
«Sí, lo he recordado». Víbora se desplomó en el suelo. Lo miré con una sensación de pena. Quería matarlo pero, en el fondo, sabía que sólo lo haría en caso de verme obligado. Habitualmente se veía fuerte y poderoso pero ahora daba tristeza mirarlo. Había querido sacar a este enfermo de la ciudad pero esperaba que ello no tuviera que terminar así. Tenía grabado todo lo que había ocurrido entre nosotros. Mi padre aun tenía bastantes equipos de la policía y yo había tomado prestada su cámara. Esperaba que si mi padre me estaba viendo sería comprensivo respecto a todo lo que había ocurrido. Una pequeña parte de mí cree que así sería.
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* Natalie Sammarco es estudiante de Literatura Inglesa del Departamento de Literatura, Lenguas y Cultura de Illinois State University.
** Camilo Ramírez es estudiante de Filosofía de la Universidad de Antioquia.