Escritor Invitado Cronopio

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CUANDO LAS LOCURAS DICTAN LA RAZÓN

Por Roberto Angulo (Otrebor Olugna)*

Cimas de nieve cubrían las montañas de carbón en los vagones. Venían del otro lado de la costa y  bordearon la ruta de las eternas praderas,  mientras que  ahora, a media marcha, podían ser vistas por la ventana en que James Blackburn, apaciblemente sentado en un café de la calle Normanby, se dedicaba a contar las locomotoras.

Afuera seguía siendo uno de esos días en que la gente caminaba de prisa y con las manos en los bolsillos. El sol no había salido pero los cuervos anunciaban otra mañana con el rocío endurecido en las ventanas. Tal como James pudo comprobarlo muy pronto, los únicos ruidos en el pueblo provenían del fondo de la calle donde cada veinte minutos las campanas del pasonivel le daban prioridad a los trenes de carga.

Hace tres días, cuando recibió esa llamada tan inesperada, tuvo la certeza de que esos sentimientos que nunca Noah se había permitido demostrar, eran tristemente evidentes porque se encontraba bebiendo. Pero qué más excusas puede necesitar un hombre en esos inviernos que siempre se roban gran parte de la primavera, motivos sobran si vives en un lugar cuya máxima atracción era dispararle a los patos que migraban desde las riberas del Hudson. 

Noah llegó tan impuntual como siempre. Demasiado bajo para su categoría, entró con su acostumbrado paso comedido. Traía suelta gran parte de la costura donde el gorro se une a la chaqueta, aparentemente no le importunaba la escarcha que hacía más claros sus cabellos. Su cara era como la de un loco llegado de muy lejos, como uno de esos vagos que se montaban en un vagón y bajaban en las afueras de cualquier puerto. Pero incluso en estas coyunturas, si alguien lo miraba se sentía irremediablemente atraído por la fortaleza y el vigor que se desprendía de su joven candidez.

Con la leñadora abierta y pequeños charcos tras las botas de talle alto, avanzó hacia la mesa en la que lo esperaban después de dos tazas de café. 

Saludó con un gesto ambiguo, mantuvo esa mirada en la que se alternaba la indiferencia con la aprensión, por eso daba la impresión de que estuviese viendo un viejo a quien por simple respeto debia dirigirle la palabra.

A James no se le pasó por la cabeza que encontraría algún indicio en el rostro de Noah, alguna reacción que le indicara los motivos de todo este asunto. Suponía que si le preguntaba qué era tan urgente para haberlo hecho conducir por esos surcos congelados, Noah invocaría un oscuro pretexto al que supuestamente no se pudo resistir, o peor aun, inventaría una excusa más enredada.

Sólo Noah conocerá la razones verdaderas y James Blackburn deberá dejar que las circunstancias decidan en que momento se las habrán de contar. Noah fue lo suficientemente cauteloso por teléfono como para permitir que su interés fuera conocido; pero esta vez, para gran sorpresa de James, el campeón fue directo a la yugular y lo dijo sin ambajes antes de sentarse.

—La próxima vez tiene que ser contra Jackson.

James estaba acostumbrado a los arrebatos de su pupilo, pero esto era el peor disparate que había oido en toda su carrera. Detrás de los anteojos — atrapados por el cerco malva que le rodeaba los párpados— sus ojos de pez abisal se hicieron más grandes. No volvió a encender la pipa; comenzó a sudar en contra de su voluntad y un vaho de Vick Vaporub mezclado con tabaco le salía por los poros. Continuó inmovil en su asiento mientras los finos vasos sanguineos se fueron acentuando en su rostro; hubo algo de solemne en la manera como bajó  las manos de la mesa.

Este era el momento de hacer una aclaración inmediata y una pregunta tan pertinente como engorrosa.

—Métete en esa cabeza —estuvo a punto de decir cabezota maciza y apretada— que  Jackson no hace parte de los nuestros. Y ya quiero ver cómo carajos te las vas a arreglar con… —y Blackburn restregó repetitivamente el pulgar y el índice, dándole a entender que no pelearía un solo asalto sin su dinero.

— James, yo no soy el empresario, pero la vida me ha mostrado que a los verdes no les importa el color de quien los cuenta.

James sonrió, pero sólo un poco. Esa respuesta lo había desarmado. Estaba listo para seguir con los argumentos donde salían a flote la posibilidad de una revocación de los permisos, los aprietos en que se verá su reputación en el mundo de los empresarios, las futuras deudas de las que no se escaparía con vida ni aunque se escondiera en esos parajes donde el orín del lobo refleja los ondulados brillos de las auroras; con esa respuesta todas esas razones excesivamente ciertas se vinieron cuesta abajo como una avalancha.

Noah fue el primero en incomodarse cuando la camarera llegó para cerciorarse de que la primera orden del día fuese finalmente tomada. Para James la presencia de la mujer fue literalmente una salvada por la campana.

Locuras

Evidentemente Noah no quiso nada. James pidió más café y bizcochos ligeramente bañados con licor de arce. La camarera llevaba un maquillaje que le daba realce a su natural elegancia, parecía ufana y algo distraida, pero tomó la orden con desenvoltura taquigráfica y volvió a poner el lápiz en el único bolsillo de su delantal. 

James retomó la conversación por donde le dio la gana, con viejas anécdotas tan llenas de detalles que les hacían perder su veracidad. Noah no disfrutaba de su carácter más dócil cuando las interrumpió con inusitada aspereza.

—James, esto es una farsa, sólo soy el campeón de los blancos.

Ahora la presunta afabilidad de James se había desvanecido por completo y, en la efímera transición del asombro a la ira, en sus mejillas aparecieron manchas de un rojo más intenso. Todavía podían verse en su frente esas arrugas que parecían haber sido cinceladas con aguafuerte y un ligero temblor en las aletas de la nariz cuando dijo:

—Espera, espera a ver si entiendo, ya veo porque te bautizaron con ese nombre… Noah… te sientes a gusto en compañía de todos los animales.

No debía perder el tiempo tratando de componer una réplica inmediata. La sola idea expresada en los sarcásticos labios de alguien que respetaba, era totalmente humillante. A la mierda los chupasangres que sólo piensan en negocios; entre ellos dos no se trataba de una amistad comprometida por todas esas leyes absurdas que los buenos ciudadanos debían cumplir.

En medio del nuevo silencio que esporádicamente era interrumpido por los ecos que venían de la calle, James comenzó a sentir una ligera migraña.

Otra vez la camarera regresó en un buen momento. Unos dedos con uñas sin pintar acomodaron los pastelillos en la mitad de la mesa. Al inclinarse en la silla, James pudo observar que la inestabilidad del modesto gorro de su uniforme era remediada con unas pinzas. En cambio ella no miraba a los clientes, ninguna deferencia, no había en su habilidad la menor afectación al dejar las cucharas junto los cubos de azúcar, la taza de café y las servilletas.

—Vamos, muchacho, pruébalos, estos pastelillos están deliciosos.

Noah no habia venido para eso. Él sólo quería boxear con los mejores, poseer un verdadero cinturón de campeón mundial. Así de sencillo. Acaso su fuerza no conocía lo que significaba medirse con alguien que no estuviese autorizado por la liga. El mismo James había arreglado todo en la reserva de Anamaqkiu. En carretas trajeron las cajas con la pólvora que estallaba después del grito que anunciaba el nombre del ganador; al caer la tarde ya estaba lista la jaula con los osos pardos que lanzaban miradas furtivas al látigo del domador, más trabajo tomó calibrar la base de caucho que al ser golpeada convenientemente con un mazo, hacía oscilar una gran aguja hasta el letrero que llevaba escrito El hombre más fuerte del mundo.

Sólo al enano con las pancartas entre cada asalto, el que ejecutaba la rueda con los pies descalzos al aire, lo encontraron en las afueras de la reserva. Esa vez nada de ragtime en los gramófonos. Estaban en  tierras cristianas y con  los hombres de dios había que mantener sólidas relaciones hipócritas.

Asimismo James entendía que la ley no se atrevía a meterse con los indios de manera abierta, ahora se hacían los de la vista gorda con las peleas donde se disparaban las ventas de todas las cosas que hasta hace poco estuvieron prohibidas por el gobierno.

Para los empresarios como él, no existía ningún problema si además de los sobornos se pagaban los impuestos. Sin embargo, para no romper todas las reglas, la pelea contra Messou también fue pactada a veinte asaltos.

Cuando el árbitro los puso frente a frente, a los ojos del público, Noah parecía un niño admirando la grandeza de un tótem. Aquel hombre imponente de largos cabellos que le caían en abanico sobre los anchos hombros, inclinaba su cuello de alce para mirarlo con una sonrisa leporina que ponía al descubierto unos fuertes dientes manchados por el tabaco.

Las lámparas de kerosene aclaraban la tensada lona del cuadrilátero y los tapices de las mesas de poker dispuestas en los alrededores. Desde las alturas del ring, Noah no se enteraba acerca de los niños señalando las estanterías atiborradas de galletas, ni de las voces que salían de los tenderetes ofreciendo los eficaces cristales de cocaína para el dolor de muelas.

Esa noche hasta las fuerzas de la naturaleza fueron invocadas para ayudar a Messou, pero se necesitaba más que esto para demoler el invencible propósito de Noah. En el undécimo asalto, un gancho al hígado volvió a destruir las aspiraciones de un pueblo acostumbrado a perder.

Locuras

Cayó de bruces y el impacto fue mayor debido al silencio que se apoderó de la reserva. Como tantas veces solía suceder, algunos lloraron porque la borrachera les inclinaba el corazón hacia el lado de la compasión. En la memoria de todos fue una de esas peleas que jamás se olvidan. Lo último que James recuerda de Messou se lo dijo el enano que de ahí en adelante contrató para sus eventos. Messou también fue el nombre de un gran espíritu que con la ayuda de los linces que consideraba sus hermanos, rescató la tierra del diluvio provocado por un ser malvado. Las creencias de James hicieron que se mofara ante esa graciosa coincidencia, y al mismo tiempo, que se apenara de los dólares, que se había perdido en el ámbito del boxeo, al permitirse que ese virtuosismo en el ring quedara reducido a otro indio alcohólico muriendo en un albergue del condado.

Estas consideraciones sumadas a otras peores, hicieron que James volviera a sentir un cierto prurito de responsabilidad, un vago amague de culpa respecto al comportamiento de su pupilo.

Repentinamente sintió un escozor que lo hizo rascarse el lunar que se ocultaba detrás del lóbulo de su oreja izquierda.

—Está bien, chico, no te prometo nada, pero dejame ver cómo hago para contactar a la gente indicada. Te aviso la próxima semana.

Estas palabras fueron suficientes para que Noah volviera a plantear su estrategia. Ya le pareció oír el primer campanazo, o ¿sería el tren que de nuevo atravesaba el silencio del pueblo? Él sabe que su cintura, sus nalgas y sus piernas pueden sorprender en las cuerdas. No debía acercársele a Jackson, pero con esa rapidez tampoco era seguro mantenerse demasiado alejado. Si cometía ese error le podía pasar lo mismo que a Sherman Crothers cuando terminó con las costillas deshechas. Antes debe cansarlo, no será fácil pero tendrá que sujetarlo a menudo por detrás de la clavícula, sin olvidar uno que otro cabezazo cuando estén lo suficientemente cerca.

Mientras espera que  lo confirmen como el indiscutible campeón de los pesos pesados, Noah se anima y le pide unos pastelillos a la camarera.

Por su parte, James , aunque no quería admitirlo, en el fondo temía que una derrota de Noah terminara en un linchamiento. Era una pelea pareja, imposible avanzar el nombre de un vencedor. Cabía la posibilidad de que las Remington, las Colt o los implacables Winchester pudieran interferir en la decisión. Tenían infinitas razones para ser malos perdedores. El público pagaba para ver un espectáculo, no una humillación.

Se dicen muchas cosas en las casas de apuestas. Jackson estuvo aprendiendo nuevos movimientos en la cárcel, ahora era un gigante que volaba. No sólo entrenaba con las pesas que él mismo construía,  trabajaba fuerte y por unos pocos dólares extras, en las ferias de Galveston divertía a las multitudes derrrumbando un toro con una sola trompada. Jackson ha salido del infierno con una nueva mentalidad y eso lo convierte en un astuto adversario.

Un hecho es seguro, la pelea tiene que hacerse con un juez extranjero. Aquí nadie estará dispuesto a tocarlo, el sudor de su piel es brea derretida para los árbitros certificados por la liga, y aunque no sean precisamente unos cobardes, separar el sudoroso cuerpo de Jackson será una repugnante pesadilla.

A pesar de ser igual a todas, la sangre de los negros no deja de ser peligrosa.

___________

*Roberto Angulo (Otrebor Olugna) (Barrancabermeja-Colombia, 1975). Escritor, abogado defensor de derechos humanos. Realizó estudios de Derecho (UPB Mecdellin) y Ciencias sociales en la universidad de Montreal. Ha publicado el libro de relatos El Huso de la Palabra (Ganador de la quinta convocatoria de cuentos IPCC Cartagena, 2013), y proximamente se prepara para lanzar su obra Pretextos, de la cual hace parte el texto seleccionado. Algunos de sus relatos fueron incluidos en la antología bilingüe Corps Etrangers- Ediciones Urubu, Montreal, y, asimismo, varios de sus escritos han aparecido en las ediciones de los semanarios del Auberge du Sud Ouest . Actualmente se desempeña en labores de trabajo social con jóvenes indigentes del Oeste de la isla de Montreal, y hace parte a título voluntario del programa de Literatura y Tradición Oral en la comunidad Kanawaki – Québec.

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