Literatura Cronopio

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POSTALES DE UNA PEREGRINACIÓN URBANA

Por: Juan Camilo Herrera Castro

“Ya nadie mira a nadie.  Ya nadie hace eso,
Todo el mundo anda
Como metido en su propio video.”
N.S.

1.
Es sábado por la mañana y no quiero que nadie me hable, que nada me toque. Sólo quiero lo único que permanece puro en las ciudades: el ruido.  Espanto pájaros a patadas torpes que nunca llegan a su plumífera cabeza.  Saben huir. Saben lo mismo que yo: nadie es bueno.  Por eso guardan distancia, no piden nada y se alimentan de lo que nosotros dejamos.  ¿Quién es más sucio?  ¿Quién se queja menos?
¿Quién sobrevive?
Por eso los espanto a patadas: porque son alegorías de una verdad que traza rayas de sangre y tierra seca sobre el cielo sabático, rayas perpendiculares a las líneas telefónicas, como la sombra de los barrotes. La ciudad es una prisión y los pájaros son los gendarmes que llaman a lista todas las mañanas.
Vibra mi celular.  Contesto.
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2.
Sólo por eso me dejo agarrar el culo en el bus.  Porque esa mano sucia es tibia. Al menos no es una mano muerta.
Seguramente fue un daño progresivo, pero ayer sentí que la ciudad perdió el pulso.  No tuve tiempo de dudar.  Casi siempre hay un intersticio entre la duda y el hecho, pero el ataque de ansiedad no me dio tiempo de agarrarme de cualquier esperanza.  Cuando pude volver a respirar, sentí que el ruido se había ido.  Me quedé quieta en el paradero y vi la calle como tierra que se abría, vi los carros como ataúdes que se hundían resignados, en silencio.  El ruido se fue y me dejó sola.
Sólo por eso me dejo agarrar el culo en el bus.  Sólo por eso, porque quiero sentir una vida que no sea la de las bacterias caminando por el Belgrado de mi piel.   Quiero algo vivo, así sea vil.  Quiero ver gente.
Siento que me voy a morir enterrada bajo el asfalto.  Lo llamo.  Quiero dictarle mi testamento.

3.
Fui al centro sin nada en los bolsillos.  Apenas tres cigarrillos en una caja de cartón arrugada el dinero suficiente para coger otro bus si decido traicionarme a mí mismo.  La gente me roza y me lleno de miedo.  No es el odio ni la rabia lo que me asusta.  No, no es eso: es esa mirada vacía de muñeca rota que todo el mundo tiene cuando camina sin rumbo.
Hoy camino por la ciudad buscando respuestas. Me lleno los pulmones de mierda por ella.
El aire tiene el mismo filo de una botella rota, me abre surcos en los labios por donde se entra el aire viciado, mezcla de polvo, monóxido y orina rezumada por el sol.  Es un aire coercitivo que me empuja hacia la Calle de las Putas a golpes de navaja.  Me llena esta mezcla estéril de compasión y asco, como un niño que ve a un perro atropellado por primera vez.
Dejo de ver sus cuerpos de puta que cuelgan como canales de res en una carnicería para sentir el olor a anestesia, a marihuana y a humedad.  Me saturo hasta que no queda espacio para que el bombardeo publicitario y el estímulo organoléptico convivan.  No puedo entender lo que dicen las vallas, los colores no me transmiten nada.
Estoy en trance y veo epifanías donde la gente ve hamburguesas.
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4.
Estoy cansada de soñar con laberintos.  Cuando creo que voy a largarme de uno, despierto sin saber qué era lo me esperaba a la salida.  Hace mucho que no salgo.  Sigo yendo a la universidad, sigo llegando a clase con el detritus de la vida urbana colgándome del pelo.  Cuando digo que no salgo quiero decir que no salgo de mi propio laberinto.  Siento miedo.
Él camina por la ciudad, tragándose el odio, el veneno y la bilis que corre por las venas de Bogotá.  A veces siento que es como limpiar la ropa con tierra de cementerio.  Llenarse de ciudad hasta que la ciudad es más fuerte que la personalidad y todo se ve en tercera persona, en tercera dimensión, en tres puntos indistintos (pasado, presente y futuro) yuxtapuestos.  Se está lavando las heridas con lágrimas.
Por eso no dejo que me toque.  Porque nunca sé qué putas está pensando.
Trato de ver lo que él ve pero no entiendo nada.  Sólo veo anuncios y carteles, caras felices.
Siempre felices.
O no felices.  Sólo sonrientes.
Vacías y sonrientes.

5.
Te entendí.  Los dedos de la brisa se metieron bajo mi camisa y me sentí sucio.  No quería seguir caminando y no quería hablar con nadie (aunque este dolor, este carcinoma emocional me hacía cada vez menos autosuficiente).  Bogotá me escupía en la cara y me susurraba insultos con la voz de los niños que me agarraban a patadas cuando estaba en el colegio.
Entendí que las sonrisas de los anuncios son de conformidad.  Les agrada que las cosas sigan igual, eso mantiene los márgenes de ganancia en una buena posición.  Entendí que una sonrisa no es lo único que se necesita para ser feliz.  Aquí nadie sonríe.
Sólo sonríen  cuando hay alguien más, alguien mirándolos.
Caminé por el  Centro Internacional de Negocios y sentí un nuevo matiz de corrupción.  No creo que el dinero sea la raíz de todos los males.  Simplemente fue una mala idea que tuvo éxito.  Pero mentir en nombre de un valor imaginario, matar por un valor imaginario, crear una personalidad alrededor de un supuesto sujeto a especulaciones no es lo mismo que tener ideales.
Me impresionan tanto los edificios y tan poco la gente que trabaja dentro de ellos.  Pienso en el esfuerzo de los esclavos y el poco compromiso de los faraones.  Igual, todo faraón se vuelve momia al final.  Los esclavos al menos pueden morir de una vez por todas, sin nadie que espere a que vuelvan de… carajo… no sé…  hace mucho que le perdí el respeto a la metafísica
Me lleno los pulmones de rabia por ti, amor.  Sólo quiero dejar de entenderte.
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6.
– Y… ¿Qué hiciste hoy?
– No mucho, bonita.
– Uy, pero cuidado comparte algo…
– Pero… ¿Qué quieres que te cuente?  No hice un carajo hoy.  Es increíble cómo el tiempo rinde cada vez menos para no hacer nada…
– Típico.  Ti-pi-co. Todos los hombres son iguales.
– Así comienzan las constituciones y las peores acusaciones.  No es fácil distinguir unas de las otras, pero el esfuerzo vale la pena.
– Sólo te estoy pidiendo que me cuentes qué hiciste.  Estoy cansada de tus misterios.  ¡Para todo es un enigma y una adivinanza y otro juego de palabras!
– Pasé por la calle de las putas…
– Tuve un ataque de ansiedad.
-Luego caminé por el centro internacional de negocios…
– Un malparido me agarró el culo.
– Me quedé pensando en los edificios.  No se parecen a nada.  Ni siquiera a árboles.  Los edificios son una cosa monstruosa que no tiene nada que ver con los diseños de la naturaleza…
– Odio esta ciudad de mierda.  Está muerta.  La gente está muerta.  Me dejé tocar.
– Me fui caminando por toda la ciudad, como en un trance espiritual.  Pero no era espiritual.  Los espíritus sólo sirven para vender casas como casas embrujadas.  Fue un estado alterado de conciencia…
– Nunca me escuchas.
– Fue interesante.  Quería que la ciudad me enfermara, que me llenara de odio y de rabia para entender tu ansiedad.  En un momento tuve que subirme a un bus y huir.  Estaba lleno de asco, de rabia.  Yo era la calle, con meadas de perro y basura y gente con los pies enfermos de caminar y…
– ¡Tú nunca escuchas a nadie!
– ¿Al fin qué?  ¿Quieres escucharme, que te escuche o todo esto es un jueguito?
– Ni siquiera sé de qué estamos hablando.
– De hoy.  Sábado.
– Sí.  De eso.  Mira: si no quieres contarme nada, sólo dímelo.  Ya, en serio: no importa.
– Te estoy tratando de contar algo.
– ¡Entonces por qué putas nunca me dices las cosas claras!
– Porque quiero dejar de entenderte.  Quiero un espacio enorme entre los dos para poder ver todo y para que veas todo, sin emociones, sin miedos, sin nada.
-… y… para… qué… quieres… eso…
-Porque ya nadie mira a nadie.
-Sí: todo el mundo está metido en su propio video.
-“Video killed the radio star…”
– Es la primera vez que te siento tan viejo… “Ya nadie mira a nadie”… “Es que esta juventud ya no se detiene a mirar, sólo quiere que la miren y por eso se peinan tan raro y se visten como payasos…” ¿No vas a decir algo así?
– Tan pronto encuentre mi caja de dientes, culicagada…
– Tan ridículo…
– … Es la primera vez que te siento tan… fría.
7.
Me duelen tanto las piernas que lo único que me mantiene caminando es el miedo.  Quise ver lo peor de esta ciudad y no pude verlo.  No hay nada en ella que la haga horrible para todos.  La gente vive acá.  No acabo de entender la lógica de los edificios.  Camino rápido, busco un bus.
Sólo quiero irme de acá.  Esta ciudad la enfermó.  No hay cura para los carcinomas emocionales.  Sólo podemos cubrirnos las heridas mutuamente con gasa y esperar a que los gritos se vuelvan cicatrices.  Sólo podemos servir y dejarnos atender.  Las calles son un catéter enorme.

Las calles son una red de tubos donde la vida viaja a un ritmo distinto a los dos golpes y la pausa del corazón.
Esta ciudad la enfermó.
A mí me toca quedarme con los brazos cruzados mientras el bus emprende una carrera suicida de paradero en paradero.  Que se mate.  Que nos matemos todos.  Cualquier cosa es mejor que el miedo.  Cualquier cosa.
Desde siempre nos enseñaron que mirar a los demás era mala educación.  Por eso no podemos confiar en nadie, porque somos una cultura visual donde ver a otros es un irrespeto, como si la mirada fuera el vector de una flecha.  Tratamos de escuchar, pero escuchamos lo que queremos escuchar.  Sentimos porque es lo único que nos queda, aparte de un gusto mellado y un olfato saturado por el monóxido.
Hoy quería que alguien me viera más allá de mí.  Nadie lo hace.  Nos inventamos las personas que conocemos.  ¿Quién puede decir que sabe algo de alguien?
Sé que las sonrisas en los anuncios son lunas inconclusas que giran alrededor de cada persona.  Sé que la gente ya no sonríe porque las vallas sonríen por ellos.  Sé que es jodido ser feliz, que estamos rotos por dentro.
¿Qué tiene eso de nuevo?
Que esta vez lo sentí en vez de sólo verlo.

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