PROVOCACIÓN Y OTROS RELATOS BREVES
Por Aymer Waldir*
PROVOCACIÓN
Deja así, quédate con ese gesto de enojo que un capricho no cumplido exagera en el balcón donde me asomo. Quiero disfrutar la ira que ahora encierras en los sitios que le corresponden al deseo. ¿Puedo? También soy dueño de un asombro. Certidumbres, titubeos y dudas se alternan en las redes de pesca que lanzas para intentar atraparme. Pretendes descubrirme y juzgarme entre momentos y sensaciones. no te lo haré fácil, es mi forma de mover piezas. Eludo tu ambición por sujetarme. Evito la agonía que supone el verme fuera de mi espacio natural: la nada. ¿Buscas pruebas? ¿Quieres saber si en el tablero participan dos, o es un juego solitario el que te cautiva? Mueve. Si vences de inmediato es que nadie se te opone. Para tener certeza de la compañía, la única evidencia es el fracaso. Y ese revés supone, por ahora, que a tu piel no llegarán ni presión ni temperatura que convoquen nuestro encuentro. Es tu turno. Seré lugar e instante que deje ausencia apenas llegues. No es ninguna trampa. Obedezco las reglas y hago uso de la sucesión de combinaciones que la partida me otorga, en el temor de verme en poder de quien conmigo todo lo puede. Arrincóname con la serenidad de otros desafíos. No te des por vencida, esto apenas empieza. Es más: subo la apuesta. Dale.
ESCENA
Ella se aferra al cuello de su chaqueta en tanto que sus pies se hunden bajo el piso. Sus ojos imploran clemencia y él, inalterable, una y otra vez la apuñala rencorosamente. Terminado el acto, se enciende la luz, el público aplaude. Al escenario regresa el actor agradecido, saluda, se despide y los espectadores comienzan a salir. Baja el telón y nadie advierte que la actriz aún no se levanta.
ROPA SUCIA
La abuela cogió el cesto de la ropa sucia y lo cargó hasta el lavadero. Una vez allí, sacó el jabón azul rey y empezó a lavar la ropa interior de su adorada nieta. Las diminutas tangas llenas de ceniza de chimenea no la llevaron a sospechar siquiera, de aquella relación tormentosa de Caperuza con la Cenicienta.
ORGÍA
La Reina, arrinconada, sabe con certeza que dentro de poco le caerán encima los peones. En la oscuridad, uno a uno, invadirán su majestuosa figura. La tocarán, la palparán, la tentarán y gozarán de ella en persistente aquelarre. Alguien debe poner orden en ese tablero de ajedrez recién cerrado.
DESEMPLEADOS
Crece la fila de insensatos postulantes que intentan llenar la vacante. Llegan desde diversas latitudes montones de necios aspirantes. El desfile de los ineptos que quieren ocupar el puesto aumenta día a día. Todo por un rumor que inició Nietzsche, diciendo que un alto cargo había quedado vacío tras la muerte de quien lo desempeñaba.
TELA DE JUICIO
Los sastres de palacio no lo engañaron con lo del traje nuevo. Tenía claro que el vestido no lo verían los estúpidos e ineptos; tampoco el resto de la corte. Todo resultó ser un ardid del exhibicionista emperador.
DILEMA
Siempre decidieron por él. En el funeral llegó la ocasión, pero se quedó petrificado ante la encrucijada: ¿Café? ¿o té? ¿Cuál bebida caliente elegirá Su Majestad, hace poco huérfano y ahora viudo?
EVIDENCIA
Entonces Eva dejó la quijada del burro en la mano del dormido Caín.
ANHELO
Con dulce voz, el hada dijo: «Pide un deseo, cierra los ojos y sopla las velas para cumplirlo». Cerró los ojos, pidió el deseo y no había hada, después de abrirlos.
INAPETENCIA
Indiferente ante el teclado de su máquina de escribir toma su lápiz, pero de la mina sólo salen manchas. Enciende el computador y el cursor titilante le invita a pulsar alguna tecla, pero lo apaga. Abre su cuaderno de notas buscando pasión, pero no la encuentra. Vencido, va a la nevera y no toma nada. Agotado, se acuesta al lado de su amada, pero allí tampoco despiertan sus ganas. Bosteza entonces, sin preguntarse cuál apetito perdió primero.
MUÑECA ROTA
La habitación era pequeña y fría, las tristes paredes sostenían el rastro de los clavos que allí estuvieron colgados. Ni los directos rayos de sol que entraban con vigor por la amplia ventana calentarían ese ambiente allí contenido. La cama estaba sin hacer, con la apariencia de llevar así muchas semanas.
Sobre el lecho la muñeca rota tenía sus brazos de tal manera distendidos, que hacían espacio a la ausencia de alguien; su rojiza cabellera ya no irradiaba calor, ni quedaban vestigios de lo flameante que antaño era, la proporción de sus medidas parecía tan matemática que su simetría era molesta.
Desnudo su torso, descalzo y vestido con un jean descolorido estaba Nelson, proyectando su sombra sobre la cama. Con medio cigarrillo entre sus torcidos dedos índice y pulgar, fumaba con la paciencia que le caracterizaba; era tal su lentitud entre bocanada y bocanada, que se diría que ordenaba a cada músculo involucrado cuÁl debía ser su función, y cuÁl su velocidad para inhalar el humo que luego se dibujaría en espirales iluminadas, a través de los rayos del sol que invadía la ventana. La inocencia de su rostro recordaba con nostalgia la mirada de su muñeca inflable, en aquella época, cuando recién empezaban su pasión.
MECENAS
Bueno, como Vicepresidente Financiero de la organización no debí participar en la rifa de aguinaldos de fin de año con el resto de los empleados, pero aprovecho la ocasión para anunciar que cedo mi premio a la joven encargada del aseo y la cafetería. A la que trabaja en nuestra potente corporación, con alto sentido de pertenencia, aunque a través de una empresa temporal, hace unos seis años. A la que tanto nos ayuda con la limpieza y con esa taza diaria de café en las mañanas, a… ¿cómo es que se llama?
CORAZONADA
Yo soy Marinella, con doble ele, pero se dice Marinela. Escriba bien. Ponga atención que después es un problema para cambiar los papeles. Mi esposo, por ejemplo, tuvo que hacer muchas filas y deshacer enredos para poder sacar lo de la visa, pues en la cédula decía muy clarito: Yorfanis y en los papeles de la embajada le pusieron Yovany. Pero así lo acostumbraban llamar los que recién lo conocían. Es que la gente es muy pendeja, no oye, uno se presenta bien, de-le-tre-an-do y ellos, sordos, lo rebautizan.
Así le decían la mayoría de la gente a mi esposo, pues apenas lo conocían: Yovany. ¿Apellido? Coronado, ¿o el de cual?, ¿el mío? Se nota que usted es nuevo en esto. ¿No ve los papeles? ¿Está en reemplazo de vacaciones? Buena época escogió: Navidad. Ninguna, era muy sano, aunque en las fiestas que daba por esta época servía licor en cantidades navegables. Pero él no se tomaba ni un trago, «siempre alerta y eso embota», decía, como el eterno ‘boy scout’ que era. Tampoco fumaba y al médico nunca iba, pues siempre estaba sano y fuerte. Ni dolores de cabeza le daban, y eso que antes de cada partida se la pasaba tan pensativo que asustaba.
Apenas le comenzaba la «pensadera», empezaba también a empacar sus cosas. También me extravío entre ideas, pero no tanto tiempo. Siempre miraba como si estuviera leyendo. En la fotografía que traje se ve tal cual era; ahora que lo pienso bien él siempre estaba así, igualito, parecía una foto. A eso voy, iba vestido como acostumbraba últimamente: con la camiseta de su equipo favorito y el pantalón a media pierna, unos jeans verdes que dejaban ver los calzoncillos arriba del ombligo, tan exótico, pero tan común ya. No hay nada que ocultar. A todos nos dio por mostrar los calzones. A las muchachas, con sus minifaldas, en las motocicletas tipo Lambretta. A nosotras, las cuchibarbies, con los descaderados que se deslizan cuando nos sentamos; y a los hombres, con los pantalones esos. Lo que no se exhibe no se vende, me decía Yorfanis. Él también se mostraba. Las mujeres de por la casa se babeaban, se les iban los ojos y las manos, pero él sabía cómo era conmigo. Si lo pillaba con las manos en la masa, cantaleta segura y la que lo dejaba era yo. Golpe duro para un ego de ese tamaño.
Bastante fue lo que me persiguió hasta conquistarme, desde que él era un culicagado y fueron quince años de soportarnos. Le llevaba dos años. A eso voy: treinta y tres, los cumplió el primero de noviembre. Le sentaron mal, creí que le iba a entrar la locura mística. La edad del Cristo, repetía. Tenis de color rojo, horribles, pero muy costosos. Una cadena con una imagen religiosa alrededor del tobillo y un tatuaje en la mano derecha, entre el pulgar y el índice; de dos comas formando un círculo, la una blanca y la otra negra. Representaba una algo acerca del bien y el mal: lo masculino y lo femenino. No sé, él me explicó. Puras bobadas. Dizque lo femenino era el mal. Una cicatriz en el abdomen, pero quirúrgica. Creo que era por lo del apéndice, él decía que se sentía como un libro al que le arrancaron una página importante, salía con unas frases como que hubiera estudiado mucho. Yo estudié más que él, me costeó Comunicación Social en la Asociativa, será por eso que hablo tanto. Quería que trabajara en televisión, hasta me pagó la cirugía para arreglarme un par de cositas. Era requisito, decía.
Él trabajaba como loco para mantenerse cuerdo, le obsesionaba mucho la apariencia. Tez trigueña. Yo siempre fui fresca, frentera, él me cambió un poco, bastante guerra le di. Lo quise mucho hasta que empezaron las ausencias. En cada salida recordaba sus manos, tan especiales. Las manos son una parte importante, por su estructura, por su función. Reflejan aspectos de lo que hace y quiere una persona. Las de Yorfanis eran gruesas y fuertes, pero suaves, como cuando uno se toca detrás de la oreja. Me hacían falta, especialmente en las noches, para arrullarme. Después las fui olvidando también, como su rostro, su cara de fotografía. Se fueron perdiendo entre viajes. Salía mucho, del departamento, del país, creo que hasta del mundo.
Me llegaban noticias con su voz de adormecer niños, una llamada a deshoras, un monólogo al otro lado del teléfono y mi llanto a este lado. Con el tiempo se fue secando la fuente y acortándose las llamadas, pero las ausencias seguían siempre. La fuerza de la costumbre. La primera vez que lo imaginé muerto regresó desde la tristeza, pero su ausencia se fue a vivir a mi casa luego de un par de años. Ya estoy hablando como él. Lo que es ver tantas películas y vivir en una; me lo imaginaba cercado por una marca de tiza en el asfalto de la calle; luego pensé en el blanco trazo de su silueta sobre el piso. Ahora en manchas de sangre. Un día soñé con un zapato y tuve la certeza de que estaba muerto. Ya lo había reportado como desaparecido como cuatro veces y ese día vine segura a reconocerlo, pero también debí retirar la tarjeta del registro pues me llamó a los tres días desde Apartadó.
Ojos verdes. Mi abuela dice que los vivos cierran los ojos de los muertos, pero que los muertos nos abren los ojos a los vivos. A mí no hay quien me abra más los ojos, a no ser para que les eche gotas. Que se desaparecía y que no, yo creo que el tal Houdini tenía mucho que aprender de él. Yo me resigné. Incluso de tanto venir con esperanzas las cambié por decepción, ya no sabía cuál sentimiento era cuál. Venía a identificar los restos en las neveras de la morgue esperando encontrarlo. Alguna vez creí que quería ubicarlo muerto, de una vez, y la frustración de no hallarlo se mezcló con la de saberlo vivo.
Que susto, creí que me estaba volviendo loca. Creo que empecé a odiarlo. Ese día decidí ver yo misma los registros fotográficos de los cadáveres y le dije a su padre que vendría sola; que se quedara a cuidar a doña Soledad. Vomité rabia, dolor, frustración y tristeza, pero descansé. Luego salí a comprar flores y lloré un rato en una tumba desconocida, aquí mismo, en el Universal, donde entierran los ene-enes. A propósito, ¿Qué significa eso? ¿Las iniciales de Ningún Nombre? ¿y porqué en plural si cada muerte es solitaria? NN’s. Le decía, aquí al lado, en el cementerio le hice un duelo con ritual fúnebre. Hasta le dejé un ramo. Para mí se murió ese día, aunque después apareció. Pero ya no me valían esas resurrecciones.
Luego de eso se perdía con menos frecuencia, quizás por lo de la enfermedad de ella, de la mamá. No volví a poner el aviso en el diario y dejé la angustia de empapelar las calles con esa foto eterna, pero lo miraba bien cada vez que salía. Para la descripción de cómo iba vestido y todo este papeleo. Una se cansa, la primera vez busqué en hospitales, inspecciones de policía y sitios que frecuentaba, luego solamente en el hospital más cercano. Después directamente a la morgue, donde lo estaban esperando. Venia acá tras una llamada, para identificar un cadáver que correspondía a la descripción, pero que no era él. Cabello castaño. Y después me iba para la casa para encontrármelo en ella frente al televisor.
No le hablaba por dos o tres días, y después me acostumbré a practicar para la viudez. La enfermedad de su madre nos puso a todos a intentar darle origen en las ausencias del hijo. Yorfanis quería a doña Soledad de un modo extraño, la cargaba entre sus brazos como el hijo que nunca tuvimos, la besaba en la frente y mejillas como a novia adolescente y la miraba sin querer descifrarla. Él, por ella, haría lo que fuera. No me extraña. Era sorprendente verlo cada vez que atendía a su madre y fascinante oírlo hablar de ella, como si doña Soledad fuera un ser distinto al que conocemos.
Una vez, soltó una frase de esas extrañas: «Es que me dejó su huella en el único cromosoma X que llevo». No pues, el erudito en ADN, le dije. Fulminó el tema con su mirada. Uno setenta de estatura, sesenta y siete kilos. Ahora que recapacito es cierto, sólo para su madre dejaba de ser desconocido y misterioso; sólo con ella se sentía un niño feliz.
Incluso, me atrevo a decir que desde sus primeros movimientos en el útero de su madre, era para la sociedad un NN, de allí su persistencia en querer «ser alguien» creyéndose un don nadie. Así es la vida, desapareció por última vez la víspera de Navidad y apareció muerto justo para lo de la operación de doña Soledad. Ponga bien el nombre del donante: Yorfanis, que no se enrede lo del transplante de corazón de doña Soledad porque un novato metió mal el dedo.
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* Aymer Waldir nació en Medellín (Colombia). Integró durante siete años el grupo experimental de teatro del Politécnico Colombiano «Jaime Isaza Cadavid». Es estadístico de la Universidad de Medellín, se gana la vida con los números y pretende ganarle a la vida con las letras. Sus cuentos y poesías han sido publicados en revistas y suplementos literarios de varios países. Ha ganado varios premios como: Premio Nacional de Poesía, I Concurso mundial de poesía erótica, y fue elegido por la Revista DONJUAN en su edición número 27 como uno de los cien personajes colombianos protagonistas del 2008.