Literatura Cronopio

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UNA SEMANA PARTICULAR

Por Carlos Salas Silva*

Dice John Berger que «los artistas dejan ver algo de sí mismos, que los políticos no, y además suelen conocerse mejor. Por eso sus testimonios son tan valiosos históricamente».

José Hernández viajó desde Quito a trabajar en el libro que el editor Jaime Vargas lanzará a finales de año, dedicado a mi obra. El viernes José exploró sobre cómo darle forma a su texto. El sábado, con su habitual talento para la entrevista, indagó a profundidad sobre mi obra, mi vida y mi pensamiento.
La visita de José trajo cosas interesantes, nuevas coincidencias y casualidades mágicas. Quedé totalmente agotado con el esfuerzo mental que se requirió para rearmar sucesos y repasar obras. José es muy bueno en su trabajo, tiene un talento particular para desentrañar misterios. De pronto se acerca a Sherlock Holmes.

Ese repaso fue como abrir la caja de Pandora, empiezan a desatarse fuerzas y fenómenos que estaban represados, prisioneros en el tiempo.

Pensé que no le habíamos puesto el necesario interés a la obra que está colgada en mi taller. Quedé con la vaga impresión de que a José no le había interesado mayormente. Esto fue luego desmentido.

Invité a Amparo y a Nijole al almuerzo que le ofrecía el sábado a José y al que asistía Jaime Vargas. Soñamos con Amparo hacer un libro de Nijole con textos de su hijo quien ahora es el más seguro candidato a la presidencia. Nijole no pudo asistir pero le dije a Amparo que viniese. Ha sido extraño lo que ha ocurrido a partir de mi enfermedad. La reconciliación con Amparo viene de la bella relación que se ha ido construyendo con nuestra hija Ana María.

Escuchamos relatos, repasamos cosas íntimas y públicas. Hablamos de arte, política, personajes. Fue un agradable almuerzo. Luego con José trabajamos hasta entrada la noche. Quise explicarle con cierta claridad cosas que me inquietaban como la originalidad, el sentido profundo de la obra y otros asuntos difíciles de expresar en palabras. Esto me dejó cierta frustración.

No trabajamos el domingo. Hablé con mi hija Sara, le propuse que almorzáramos en el taller. Vinieron Sara, Carolina y su marido Alejandro. En cierta forma veía la situación un poco fuera de lo común pero lo sobrellevé fácilmente. Y la pasamos bien.

Estaba atento a una llamada de Ana María. Como nuestras charlas telefónicas de fin de semana duran alrededor de cuarenta minutos les propuse que vieran Dr. House que a Sarita y a sus amiguitas en México les gustaba ver.

Ana me ha ayudado mucho en el proceso de sanación. Esto nos ha unido fuertemente. Compartimos un interés común: tener mayor consciencia de nuestro cuerpo y de los procesos mentales. Me ha enviado libros y mensajes por internet. Recientemente me escribió un mensaje muy bello donde decía que es esencial dudar pero a veces hay que parar de dudar; y también que el artista hace y la crítica se le deja a los críticos. Ana estaba chocada por una crítica hecha por Nicolás Frize, el músico de quien es su asistente, a su primera película ‘A través del Espejo’. Acudí a sus propias palabras para darle ánimos. Comprendí que es una situación posible en una relación maestro alumna. Esto puede ayudar para que Ana tome una distancia con Nicolás y comience una nueva etapa en la construcción de su propio universo de creación.

Al salir Sarita, Carolina y Alejandro les pedí que me dejaran en casa de mi padre. Lo encontré acostado, tal y como le gustaba hace años reposar el día domingo. Vimos un poco de televisión, un programa dedicado al bicentenario. Recordé mi adolescencia y mi gusto por todo lo que hablara de una América Latina unida, canciones, libros, películas. Coincidencialmente con el fenómeno Antanas se ha revivido esto, volver a escuchar a Silvio y compañía.

Al regresar al taller continué viendo los episodios de Dr. House y quedé muy impresionado porque el que seguía se trataba de la exmujer de Dr. House que le suplicaba que atendiera a su nuevo marido. Vale la pena aclarar que Dr.House y yo aún queremos a nuestras ex.

El lunes alrededor del mediodía pasó Hernán por el taller y se acercó a los cuadros que estoy realizando para mi muestra. En ese momento estaba yo ocupado con algo que no recuerdo y no pude dedicarle mi atención, pero me alcanzó a decir que era impresionante y dijo algo de Rothko con tripas. Sus palabras compensaron un sentimiento de desánimo que me había quedado de las charlas con José, como si se hubiese puesto en duda mi obra.

Pensé en Ana y sus dudas. Le había contado que cuando vi Alicia había pensado en ella. Desde su apariencia y su forma de ser. Cuando Ana tenía once años ya leíamos a Carroll, quien me interesaba mucho, y llegué a incluir imágenes de Alicia en algunos cuadros. Ana me recordó que Alicia cuando iba a enfrentar al monstruo tenía que pensar en cosas imposibles y dejar de dudar. Esto se lo recordé en la charla que tuvimos sobre las críticas de Nicolás.

Trabajamos con mis colaboradores en el montaje de los tres cuadros más grandes en mi taller. He estado trabajando muy lentamente y muy concentrado en la observación. Con la relajación que practico desde hace unas semanas mis noches se han convertido en el lugar de los sueños. Amanezco a veces agotado por ellos. Como decía Hillman, el escritor de El Pensamiento del Corazón, que a los sueños hay que observarlos, contemplarlos y no interpretarlos a la manera que proponía Freud.

Durante el almuerzo con «Sarita y compañía» en mi taller, que es también mi casa, escuchamos ruidos en el techo. Les dije, deben ser ratones. Ellas se asomaron por la ventana y dijeron que no eran ratones. No le paré más bolas al asunto. La noche del lunes a las 2:30 de la madrugada me despertaron ruidos. Escuchaba como si todos los objetos se moviesen, la mesa, los asientos, la madera del techo, el purificador del agua con su luz azul, la nevera… y no me dejaban dormir. De pronto sentí los veloces pasos de un ratón. Me angustié y grité para espantarlo y lo vi mirándome desde la escalera y subiendo. Pasé muy mala noche, no puedo negar el temor que me provocó el saber que ratones recorrían mi espacio. Fue como si mi lugar se desbaratara.

Pensé en lo horrible que es el entorno de mi taller, de cómo este sector se deteriora sin parar. Conviven muchas situaciones aquí, mientras en la cuadra hay señoras respetables, familias y una casa que recibe huéspedes y donde se hospedan algunos franceses, recientemente han llegado gays prostitutos y travestís. Además muy cerca hay una olla y los drogadictos aprovechan la tranquilidad de la cuadra para meter bazuco. La sirena comunal que activan los residentes empeora la situación ya que hace más alarmante la situación.

Hace unas semanas un día en que llovió fuertemente, frente a mi casa quedó una rata muerta la que recogí y puse en la basura. No es frecuente encontrarse con esos bichos vivos o muertos y cuando ocurre lo recordamos toda la vida. No es como ver perros o gatos.

En mis ejercicios de relajación hago al final visualizaciones, enfocadas a mi enfermedad, la leucemia, y a mis problemas anímicos. Me he propuesto acabar con los rencores, causa principal de mi mal humor. Para ello trataba de limpiar mi corazón con las visualizaciones. Al principio barría y no fue suficiente. Entonces imaginé un horno donde quemaba los rencores y luego un volcán. Hace un año recurrí a ese método para sobrellevar un despecho. Pero tan sólo con pasar una esponja y borrar el recuerdo, logré superarlo en gran parte. Pero ahora fue diferente.

Ya cuando el fuego había hecho su trabajo aparecieron ratas en mi corazón. Esas si fueron difíciles de espantar. A escobazos, por último, pude deshacerme de ellas. Reaparecían pequeñas y me ocupaba de retirarlas. Ya el corazón estaba limpio y reluciente, mi mente se aclaró, no me invadían tantos negros pensamientos, ya no se amontonaban ni se daban tropezones para imponerse uno u otro. Y ocurrió que en el lugar que era mi refugio, aparecieron las ratas.

El lunes pasó Jorge por el taller. Fuimos a firmar en la notaría un contrato de arrendamiento de su nueva casa. Poco antes de salir de La Calera me escribió:

Por cierto, ayer vi una película inolvidable: Elegía. ¿La habrás visto ya? Creo que tradujeron mal el título y la nombraron La Elegida. Tiene a la increíble Penélope Cruz encabezando el reparto. ¡Tienes que verla!

Fue un anuncio del tema que ocuparía nuestra charla. Evidentemente Jorge vive de nuevo un affaire con una joven alumna. Revisé por internet qué decían sobre Elegía.

Hacía unos días mientras caminábamos con mi hermana por la 85 compré un libro de Philip Roth de charlas sobre sí mismo que llamó mi atención por el autor y por el tema. Roth es el autor de la novela El Animal Moribundo de la cual surge Elegía. Trata sobre un sesentón que vive una corta historia de amor con una de sus alumnas. Quedó en el aire el tema. Ambos hemos vivido historias como esa, y Jorge sigue alimentándose de la fuente de aventuras que le otorga el continuar dando clases.

Jorge se fue a dictar clase y yo me quedé un rato en el taller, trabajé un poco y salí a encontrarme con Paloma a su llegada del colegio en la entrada del conjunto donde vive con su madre. Estuve con ella hasta las seis de la tarde y salí a recibir las llaves del taller que me traía Leonardo. Bajé por la 53 por la ruta que tomaba cuando vivía con Carolina y nació nuestra hija Sara. Pasando la séptima vi venir una mujer que me recordó a Carolina, concentrada hablando por celular. Cuando levantó la cabeza me di cuenta que efectivamente era Carolina. Esto me recordó un momento fundamental que viví con ella en la época en que éramos profesor y alumna. Caminaba yo por la calle 85 y me encontré de la misma manera a Carolina. En ese momento quise decirle, cásate conmigo y todo nuestro destino se habría trazado de otra forma.

Hablamos un rato y le conté sobre el episodio de Dr. House. No creí que fuese una simple coincidencia, tal vez el pasado ejerce sus fuerzas. Le hablé de mi charla con Jorge. Bromeé diciendo que me gustaría volver a dar clases y Carolina me siguió el juego y me animó diciéndome que las jóvenes ahora son terribles.

Esa noche las ratas me despertaron mientras una bajaba las escaleras y la otra ya estaba cerca de mi cama. Al tratar de espantarlas me hice una pequeña herida. Por la mañana pensé que era una mordida de rata.

El martes fuimos con Hernán a Wok. El venía justo de pasar por esos lados viendo las exposiciones de Diners y Nueveochenta y se detuvo en Arte y Letra. Caminamos desde el taller, le comenté sobre su corto comentario y de cómo me había levantado el ánimo. Ya sentados en el restaurante, Hernán sacó un bellísimo pequeño libro de cubierta en tela roja con un dragón repujado. Me dijo: «Estaba pensando en tus obras cuando me encontré este libro y lo abrí justo aquí». Y me pasó el libro. «Lee». Me puse a leer en voz alta. Estábamos en la terraza y al borde del parasol. Comenzó una lluvia de las típicas bogotanas. A Hernán le caían gotas a las que no les ponía mayor atención. En la mesa vecina había una joven que de vez en cuando se volteaba a mirarnos. Comencé a leer:

EL PINTOR Y EL EMPERADOR

Un hijo del cielo cuyo nombre no ha conservado la historia, había hecho venir a su palacio al pintor más reputado de su imperio. Era un hombre por quien no pasaban los años, que vivía en una ermita colgada en la ladera de una montaña salvaje. El emperador le encargó un fresco para sus nuevos apartamentos. Quería que en él se representaran dos dragones, uno azul y uno amarillo, símbolos de las dos energías primordiales cuya unión engendra la armonía celeste.

El pintor prometió realizar su obra maestra, plasmar en ella la quintaesencia de su arte, pero puso sus condiciones, tiempo, víveres y suministros ilimitados. Luego el artista tomó de nuevo el camino de su ermita.

Durante los meses siguientes, las caravanas acarrearon hasta el refugio del pintor provisiones alimenticias, antorchas, pinceles, polvo de oro y de colores. Había trascurrido un año y el artista no había abandonado su retiro. El emperador sentía rabia cada vez que pasaba ante el muro desesperadamente vacío. Envió un mensaje al pintor, conminándolo a que terminara su trabajo lo antes posible. Pero el artista le hizo llegar una carta en la cual solicitaba, con todas las fórmulas de cortesía al uso, una ampliación del plazo y material complementario. Aún necesitaba algún tiempo. Pues se acercaba a su objetivo, estaba a punto de trascender los límites de su arte. Intrigado el emperador aceptó.

Pasaron otros seis meses y, no pudiendo soportar por más tiempo la pared blanca que parecía burlarse de él, el Hijo del Cielo ordenó que la cubrieran con una inmensa colgadura. Tres años habían transcurrido cuando el pintor, a quien el emperador, casi había terminado por olvidar, reapareció en la corte. Se retiró la colgadura, y el artista pintó el fresco. Una vez concluido, el emperador acudió para contemplar esa obra maestra tan esperada. Entonces descubrió estupefacto dos especies de zigzag burdamente esbozados, el uno azul y el otro amarillo. ¡Recordaban vagamente dos caligrafías! ¡Y ni siquiera eran los ideogramas del dragón! El rostro imperial se revistió sucesivamente con la máscara de la estupefacción y el rictus de la indignación, para estallar en muecas de cólera. Y Su Majestad, furibundo, ordenó que encarcelaran al pintor que tan bien se había burlado de él y cuyo prolongado mantenimiento había terminado por costar caro.

El emperador había hecho instalar su cama frente al fresco porque su deseo había sido contemplar la obra maestra mientras se dormía. Era más bien un fracaso, pero, agotado por tantas emociones, no tuvo el valor de ordenar que desplazaran su lecho y se acostó en él, ¡dándole decididamente la espalda al odioso garabato!

En lo más profundo de la noche, unos rugidos despertaron al dueño de China. Este se giró hacia el fresco y, en la estancia totalmente iluminada por un claro de luna, creyó ver dos rayos, semejantes a dragones, el uno azul y el otro amarillo. Se enfrentaban, se entrelazaban, se empujaban, intercambiaban sus lugares en una danza infinita.

A la mañana siguiente, el emperador hizo salir al pintor de su calabozo para que le explicara su visión nocturna. El viejo artista sonrió y contestó que la respuesta se encontraba en su ermita.

Tras cabalgar largo tiempo hasta la montaña salvaje y escalar un sendero que serpenteaba a lo largo de un precipicio vertiginoso, el pintor hizo entrar al emperador en su cabaña adosada a la pared rocosa. Al fondo de la choza se abría de par en par la boca de una caverna que penetraba en las entrañas de la montaña. El pintor encendió una antorcha y guió al Hijo del Cielo en la oscuridad. Sobre las paredes, muy cerca de la entrada, estaban pintados unos dragones azules y amarillos como los que el emperador tanto había esperado, con los detalles más realistas, las escamas resplandecientes, las garras aceradas, los collares humeantes… Pero a medida que la antorcha se adentraba en la oscuridad, despertaba imágenes cada vez más depuradas para convertirse en simples líneas de fuerza. Al final no quedó más que la esencia vibrante de los dragones, las energías primordiales representadas con los mismos trazos de colores que los pintados en el fresco. Entonces el emperador tomó las manos del viejo pintor con gran cordialidad y le sonrió, maravillado de haber recorrido a su vez los pasos del artista, en el corazón de la montaña salvaje.

***

Cuando terminé me sentí profundamente conmovido. Recordé la visita de Rogelio Salmona a mi exposición Camino y su relato del cuento oriental de Yourcernar sobre el pintor Wang-fo. Le dí las gracias a Hernán y le acerqué el libro. Me dijo, es un regalo. Estas maravillosas maneras de manifestar un elogio me sostienen. Después de pasar por una crisis en mi autoestima, con el gesto de Hernán comienzo de nuevo a ver la luz. Con el regalo de Tamara, el libro de John Berger ,‘La forma de un Bolsillo’, me ocurrió hace unos meses algo similar. Leer a Berger fue fundamental en ese momento. Con los capítulos dedicados a la pintura como el de Rembrandt, sentí que la pintura tiene una razón de ser muy profunda.

Con José hablamos de una pintura postmortem, pero que sigue siendo pintura.

En la noche vi dos episodios de Dr. House de la segunda temporada y a las once recordé que pasaban uno reciente. No tenía muchos deseos de pasar otra desagradable noche en compañía de los ratones y decidí verlo. El taller estaba iluminado por una pequeña lámpara y por la poca luz que se filtraba de la entrada y del segundo piso. En un corte de comerciales decidí ver los cuadros montados en el taller. Son pinturas casi murales de cinco metros. Ocupaban gran parte de las paredes del taller. Al ubicarme en el centro de ellas, descubrí algo extraordinario. Los cuadros se veían en tres dimensiones, como si estuviesen hechos de planos que se diferenciaban y superponían. Era un extraño cinetismo que nunca había conocido.

Mi entusiasmo fue grande y recordé el relato que había leído en Wok. Se habían revelado los dragones.

Volví a la tele y pensaba si no sería por esa buena dosis de luz emitida por el televisor lo que había causado ese efecto. Retorné y vi lo mismo. Repetí mis miradas a los cuadros varias veces y el efecto no se alteraba.

Para pasar otra noche de insomnio leí varios cuentos del libro que me obsequió Hernán. Se propone como un libro de meditación, un libro que ofrece respuestas, un libro de compañía.

En la tarde del miércoles pasé por la galería, no tenía muchos deseos de permanecer en el taller. Salí con Tamara a una visita de negocios y le comenté mi experiencia con los cuadros de la noche anterior. Me dijo entusiasmada que esa magia que me acompañaba tenía un sentido profundo. A las seis asistí a la misa del segundo aniversario del fallecimiento de Luis Cantillo. Se ofició en la bella capilla del Gimnasio Moderno. Me encontré con algunos familiares y después de tomar un café en Crepes caminamos con mi papá hasta el taller.

Ya cerca al taller el camino se hizo muy peligroso. Mi padre se detenía despreocupado a hablar por su celular en medio de una calle oscura y con bazuqueros alrededor. Yo hacía ademán de no me importa para que nos creyeran del combo. Ya en el taller intenté que mi padre viera un poco de Dr. House pero no le interesó. Vimos el final de una entrevista a Juan Manuel Santos y luego le pedí un taxi.

Al quedarme solo no me sentía muy animado a subir a mi cuarto. Aunque antes revisé que las rendijas por las que se pudieran colar los ratones estuvieran tapadas. La más grande estaba abierta y coloqué pedazos de lámina y cinta pegante para cerrarla. Me acosté aun prevenido con las ratas y a las dos de la madrugada hicieron un ruido fuerte que me despertó. Corrieron por el techo haciendo un medio círculo, desde un rincón hasta el agujero que había tenido la precaución de tapar en la noche. Entendí que aun estaban ahí, habíamos especulado con Olmedo y Juan Carlos que salían de día y volvían en la noche, pero no era así, ya estaban instalados, pero se encontraban encerrados.

Termino este relato sentado frente a la pantalla del computador en el cuarto de mis niñas en el tercer piso del taller. Sara está recostada con su computador portátil, Paloma ve una película en el DVD portátil mientras escudriña en un pequeño cajón de tesoros que dejó Ana María y que Paloma recientemente descubrió. Me entrega un pequeño librito de las charlas que tuvimos con José en 1995, el del capitulo De Cómo Utilizar la Tecla de Insertar Nostalgias.

He leído de John Berger: «La luz no es, como los moralistas quieren hacernos creer, el polo constantemente opuesto a la oscuridad. La luz resplandece en la oscuridad». También:

«Cuando no es absolutamente regular, la luz disloca las dimensiones regulares del espacio. La luz vuelve a dar forma al espacio tal y como nosotros lo percibimos. Al principio, lo que está iluminado tiende a parecer más próximo que lo que está en sombra (…) Si examinamos este fenómeno más detenidamente, comprendemos lo sutil que puede llegar a ser. Toda concentración de luz actúa como centro de atracción imaginativa, de forma que uno, en su imaginación, lo mide todo desde ésta, a través de las zonas de luz y oscuridad (…) La atracción del ojo hacia la luz, la atracción del organismo hacia la luz como fuente de energía son algo básico. La atracción de la imaginación hacia la luz es algo más complejo, pues implica toda la mente y, por lo tanto, una experiencia comparativa (…) La visión avanza de una a otra luz, como una figura que atraviesa el río de piedra en piedra».

Esto por lo que corresponde a los dragones. Lo que escribe Berger sobre el Retablo de Grünewald en Colmar me da luces sobre mi experiencia nocturna.

Dice también: «…la esperanza atrae, brilla como un punto al que uno quisiera acercarse, desde el que uno quisiera medir todo lo demás». Me ayuda a entender la situación política que vivimos en Colombia con las muy próximas elecciones.
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* Carlos Salas Silva es arquitecto de la Universidad de Los Andes. Estudió pintura en la Ecole Nacional Superieur de Meaux Arts de París. Tiene un extenso prontuario de exposiciones en Colombia y en el exterior: París, Madrid, Ginebra, Nueva York, Caracas y San José de Costa Rica, entre otros. En 1999, a sus 42 años, se convirtió en el artista más joven en tener una retrospectiva de su obra en El Museo de Arte Moderno de Bogotá. Paralelamente, el pintor y galerista ha incursionado en la promoción del arte siendo fundador de los espacios: Gaula (1991), Espacio Vacío (1996) y Galería Mundo, la cual dirige desde 2001. También, es el director de la Revista Mundo, que se ha ido posicionando como uno de los proyectos editoriales más importantes, especializados en arte, de América Latina.

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