LA CERRADURA
Por José Antonio Carbonell Pla*
Llevaba un buen rato de rodillas en el interior del panteón, delante del nicho. Había rezado todas las oraciones que, desde muy pequeña, aprendiera en la escuela. Nadie le había explicado jamás qué se reza cuando se pide por los muertos, así que hizo lo que sabía. De todos modos, su difunto esposo tampoco había entendido demasiado de esas cosas. Él sabría, desde la gloria, agradecer sus rezos. Con gran esfuerzo, asida con ambas manos del pequeño saliente de mármol que adornaba la tumba, la viuda se incorporó.
—Estas piernas ya no son las que fueron —masculló—. Demasiados años encima de ellas.
Y recordó cómo, medio siglo atrás, los mozos del pueblo la acosaban piropeando aquellas piernas que ya no parecían las mismas.
Recogió su canastilla y, cuando intentó abrir la puerta del panteón, se dio cuenta de que no podía salir. Al entrar, había dejado que se cerrara la puerta sin pensar en que sólo podía abrirse con la llave, y ésta había quedado introducida en la cerradura, por fuera.
Como oscurecía, se inquietó. Sabía que a esas horas no acostumbraba a venir nadie al cementerio. Pero la consolaba mucho la presencia de los restos de su Paco y no sintió pánico. Sólo le asustaba pensar que muy pronto las tinieblas se apoderarían de la reducida estancia. Optó por gritar; a lo mejor el enterrador o algún visitante rezagado podía oírla.
Después de un buen rato de pedir auxilio sin resultado, enronqueció. Un pequeño cementerio de pueblo como aquél no disponía de personal de guardia durante veinticuatro horas.
Sin embargo, cuando cayó la noche, un sopor extraño se apoderó de ella, que se abandonó inmediatamente. Pareció como si su Paco la estuviese arrullando, como hacía en vida.
Cuando abrió los ojos, la luz del día había inundado de nuevo el cubículo. Ahora le dolía todo el cuerpo. El duro suelo no es el más cómodo de los catres, y sus gastados huesos protestaban. La invadieron sentimientos encontrados: por un lado la alegría de haber superado la noche sin apenas padecimiento, por otro, la incertidumbre de su situación.
—¿Vendrán hoy a sacarme de aquí?
Lo primero que hizo fue besar nuevamente la lápida de Paco. ¡Qué buena compañía había sido siempre aquel hombre! ¡Incluso después de muerto!
Con la voz aún cascada, trató de gritar. Era muy temprano, pero antes o después alguien vendría por allí. Tenía sed y se sentía realmente agotada. Cuando su garganta no pudo vocear más, golpeó la puerta con la hebilla del bolso para que sonara más fuerte.
—Me buscarán aquí cuando me echen de menos —y se alegró al pensar que su vecina Tomasa acostumbraba a tocar a su puerta todas las mañanas, sobre las ocho, para ir juntas a la iglesia. Ella daría la alarma.
En efecto, un par de horas después se oyeron voces. Gritó, y ahora le importó muy poco que le doliera la garganta. Pronto la cerradura giró y apareció su vecina, más asustada que ella misma.
El incidente fue conocido en todo el pueblo y mucho más allá. En unas horas vinieron periodistas que la acosaron a preguntas. También el alcalde, complacido por la propaganda gratuita que aquello representaba para la población, concedió cuantas entrevistas se le solicitaron. Finalmente, el mandatario anunció que, para evitar nuevos problemas, todas las cerraduras de los panteones del cementerio serían sustituidas por otras que pudieran ser fácilmente abiertas desde el interior.
La medida se llevó a cabo de inmediato. En un par de días, todos los mausoleos del camposanto tenían instaladas las nuevas cerraduras. Unas cerraduras que podían abrirse desde dentro, desde donde los muertos reposan.
Y ése fue el día en que los muertos pudieron salir de sus nichos al exterior.
Y el pueblo no volvió a ser el mismo.
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* José Antonio Carbonell Pla (Murcia, España, 1959). Novelista, cuentista y corrector de textos, compagina su labor literaria con su profesión de empleado público. Cursó estudios de Filología Hispánica. Es coautor de las obras didácticas Quiero ser poeta (primer premio al Mejor Libro Educativo para Niños en los International Latino Book Awards 2009) y Escribamos cuentos, ambas publicadas por LetraRoja Publisher en la colección Oruga. En septiembre de 2009 se publicó su novela El monte Origo (LetraRoja Publisher, Orlando, FL, EEUU), obra que recibió mención honorífica en los International Latino Book Awards 2010. Miembro fundador del grupo de autores iberoamericanos Camagua y colaborador de la revista literaria del mismo nombre. Como corrector de textos ha trabajado, entre otras, con obras de Cecilia Eudave (México).
Estimado José Antonio: Casi cuatro años después he vuelto a leer tu bonito cuento. Volví para refrescar la memoria y a felicitarte de nuevo. Un abrazote, Chente,
Me ha encantado este cuento tan simple, lleno de humor y de fantasía,sobre todo en ese final donde cada uno imaginamos a los muertos girando la cerradura para dar un paseo. Susana ( una mujer argentina)-
Un cuento estupendo y me hizo reír al finalizar. Felicitaciones, mi cuate. Chente.