MICROCUENTOS
Por: José Raúl Jaramillo Restrepo*
(Cuentos en el buen sentido de la palabra, tipo “El Dinosaurio” de Augusto Monterroso, pero creados por un escritor colombiano)
Sedimento
En el charco que se produjo tras haber lavado la bandera nacional, quedó un sedimento con pedazos de huesos, una estrella, varias gotas de sangre, restos de armas, hojas de libros, un azadón en regular estado, dos togas, los bordes de una medalla de oro, un trozo del editorial de un periódico, una charretera, cuatro eslabones de una cadena de hierro, unas telas de colores subidos, una estampa difuminada y las tablas de algo como un escritorio o una cama.
Cristalina
Sumido en las brumas de la agonía, el anciano explorador recordó el lugar exacto donde brota la cristalina fuente de la eterna juventud.
Destello
En la oscura noche de la muerte, vislumbró un destello: para su eterna desgracia, aún recordaba, vívido, el fogonazo que dio al traste con su vida.
Infieles
En aquellas arenosas provincias los jerarcas prohibieron que los feligreses recibieran corazones trasplantados provenientes de los integrantes de la otra religión, la de la franja de enfrente, puesto que se corría el inmenso riesgo de que las arcas empezaran a ser asaltadas por los hombres de infiel corazón.
Navegar
Por el río de las lágrimas navegó en el bajel de la ilusión, hasta quedar escorado a babor en el puerto de la esperanza.
Temor
Temía morir porque no tendría la posibilidad de despertar, dejando atrás la pesadilla.
Atisbos
Por los postigos apenas insinuados por leves líneas de pintura en las ventanas, sólo se asomaban los fantasmas, sempiternos habitantes de la casa.
Autor
Cuando el autor se cansó del personaje y no supo ya qué tratamiento darle, decidió matarlo. Y un solo plumazo fue suficiente. Lo que nunca previó fue la cantidad de sangre –del color de la tinta– que fluyó, destruyendo los manuscritos de una voluminosa obra lista para ser llevada a la editorial.
Buzo
Cuando se adentró en los restos de la nave capitana -a cientos de metros de profundidad-, estuvo seguro de que las esmeraldas y las monedas se derretirían al tocarlas: tal era la cantidad de años y de agua que había trascurrido desde el naufragio. Decidió quedarse, sólo para contemplar el maravilloso espectáculo.
Club
Del derruido local donde sesionó el Club del crimen, no quedaron sino unos desordenados escombros. Sus miembros desaparecieron misteriosamente, sin dejar rastros. Nítida, una gran mancha del color de la sangre aún fresca indica el exacto lugar que durante muchos años utilizaron, para reunirse, sus agudos y alegres integrantes.
Corazón
Al recién resucitado le sacaron los ojos, porque quien le sostuviera la mirada moría de pesadumbre. No fue suficiente con tan desproporcionada decisión imperial y tuvieron que arrancarle el corazón.
Derrota
Los finos cánticos desde la orilla alcanzaron la nave, destruyeron el mástil, aniquilaron las velas y derritieron la cera de abeja que taponaba los oídos del valeroso capitán, quien, tras sortear a nado los peligros del mar, alcanzó la tierra firme donde lo esperaba, implacable, la derrota.
Descreído
Después de transcribir todos los nombres de Dios, perdió la fe.
Deuda
La mirada del investigador se posó en los ojos del criminal. Y hubo tal entrelazamiento, que ya no se supo cuál de ellos debería ser arrojado a la mazmorra para que purgara su deuda con la sociedad.
Lector
En la alta noche abandonó la lectura del texto filosófico para observar al mínimo coleóptero que, indiferente, atravesaba el capítulo más oscuro. En el insecto columbró el camino.
Libro
En el libro de poemas favoritos del biólogo se ven destripados zancudos, nocturnos y osados compañeros de sus líricas lecturas.
Ogro
Cuando el ogro devoró, inmisericorde, el cuerpo de la tierna criatura, no calculó el desastre fisiológico que le sobrevendría, puesto que el niño estaba plagado de toxinas como resultado de los innumerables vicios que ya había degustado.
Repudio
En medio del desierto y bajo un cielo pleno de estrellas, comunicó a su tribu la invención del cero. –¡Estaba extasiado con su descubrimiento! Decidieron expulsarlo –tras un breve consejo–, dada su inútil y vacua imaginación.
Tatuaje
Los números tatuados en el antebrazo, solo desaparecieron cuando los años y las arrugas hicieron su trabajo. Al esfumarse la memoria, se desdibujaron las chimeneas y los alambres electrizados del campo donde estuvo retenido.
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*José Raúl Jaramillo Restrepo. Nació en Armenia, Quindío, en 1944. Es abogado y escritor. Autor de Textos breves (2001), Microrrelatos (2006) y Textos para el olvido (2009). jucare28@yahoo.es