MARGOT
Por Carlos Andrés Ramírez Escobar *
Aún estaba tirado en el suelo, mudo, como un feto inmenso, y enmudezco, mein Gott!, no esperaba verlo así, un cuerpo deformado por todos los excesos, las uñas largas y mordisqueadas, la cara inflada flotando en una seca sopa pestilente, el toldillo envolviendo su cabeza, como un malgastado turbante de feria, y pienso, para impedir el parto de una lágrima, en una posible noticia: cómico ayatollah con evidentes problemas de sobrepeso estiró la pata en la más tétrica tramoya de la civilización, allí a donde no llegan ni las maldiciones, le faltaba una media y una ida al barbero, apareció muerto en una choza al lado del mar, estaba solo o casi, lo acompañaba una gallina, la gallina picoteaba pepas de mango chupadas y pedacitos de papel, la pobre era casi anoréxica, mein Gott!, qué noticia, le achacarían además ese estado al muerto, al pobre ayatollah cómico, como una prueba indefectible de la falta de sinceridad de sus altisonantes convicciones ecológicas, pobre gallina, muriéndose de hambre, pero nadie pensaría, entre el público lector, en su dueño, muriéndose de hombre, liquidándose, derrotándose a punta de aguardiente, y entonces, clausuro la ironía, refugio de los seres a los cuales la compasión les fue castrada, y, sobreponiéndome al calor, dejando que el dolor retorne como un pájaro a su nido, me pongo a fotografiar
la mica
el lápiz
la vela
la sidra
la clepsidra
fotografiar es salvar la singularidad de las cosas, eso pienso, y enmarco en mi lente, corrigiendo la intensidad de la luz natural, todas sus colecciones insensatas, sus hileras grotescas de cosas dispares, un escaparate con conchitas y latas y masas raras y ranas, muertas ellas, navegando el formol, un arrume de cirios y ripios y libros, formidables ellos, a pesar del daño hecho por la humedad y la sal, una cajita con cruces y dulces y nueces, relleno además de caballitos de mar secos y descabezados, y semillas de ojo de buey y ramilletes de hierbas secas y llantas de carritos infantiles y un ejemplar de El llano en llamas y otro de La llama folladora, un relato pornográfico peruano, y fotos de los llanos días de lluvia, sí, todo eso, y él ahí, tirado, como la pieza final de su propia colección, Scheisse! Amaranta me habla y me habla como si la muerte no tuviera necesidad del silencio, y yo entregado a ver y ella, con su voz de negra huesuda, reiterándome sus quejas y sus deudas, cantándome un blues eterno, pero no es sólo ella, es también el mar el que interrumpe, desde fuera, y es que hasta la luz de aquí, tan lejos de mi patria, es ruidosa, todo crepita, la madera del suelo se despereza bajo la cara amoratada del difunto Bruno, su cara de muerto de cinco días, como dijo Amaranta, la madre de Ana Julia, su amante de trece años, cómplice de pedofilia a cambio de leche fresca y galletas, la amante que pasaba de la felación a la rayuela, quizás hace apenas unos días estaría envuelta en las sábanas de amarillo gruñón, ahora afuera, junto al mar, comiéndose las últimas galletas, impasible como la clepsidra sobre la mesa, el único objeto que él conservaba del pasado, un fósil de lo que fue antes de hacerse llamar Bruno y convertirse, aquí, en el otro lado de todo, en maestro de escuela, y enseñar las tablas de multiplicar y el origen del cero, cosa sobre la cual algo debía saber,
digo yo, porque su vida era una nulidad, resistente a la potenciación, la vida de un hombre que se revuelca en las noches con una niña cuya edad quintuplica, maestro de matemáticas aficionado a las teticas en ciernes y a los cariñitos perversos, Bruno se apodaba, bruto amante de Ana Julia, de trece años, que ahora come galletas, que seguro le cantaba, porque a él le encantaba que le cantaran, y que en el futuro, por obra de su admirable maestro, llevaría otro blues en su alma, y se haría semejante a su madre en un coro de dolientes, la negra huesuda y su hija hermanadas, devueltas a la unidad por obra del maestro de matemáticas, der Scheissmathematiklehrer, con su cara amoratada sobre el suelo crepitante, con sus aires de profeta ya exhalados, que pasó de filántropo a antropoide, si bien Amaranta no parece haberlo notado, pues para ella él, me dice mientras lo retrato en su última derrota, era difícil de entender, como si se tratara de un problema de complejidad y no de inhumanidad, eso me dice, fumando, dejando que el humo se funda entre el calor aplastante, con la misma serenidad con que la gallina anoréxica picotea los restos del vómito, cosa sólo explicable por su ignorancia de que Bruno no fue siempre Bruno, de que antes fue verdaderamente un hombre e incluso uno bueno, ella no sabe qué fue él, no sabe nada de él, nada de nada, no sabe que dejó su casa, hace tres décadas, porque la vida estaba en otra parte, porque Ilse, su esposa, y su única hija, a quien bautizó Margot, y su empleo en una multinacional de la informática, se habían convertido en su ruina, porque quería fundar una comuna, con Félix uno de sus grandes amigos, en un lugar desnudo de males, al margen del monstruo frío del Estado, de las irracionales mayorías democráticas, del anzuelo de los salarios, de los jefes insoportables, la competencia por el prestigio, el fútbol, la polución industrial, los políticos corruptos, de las caras sonrientes de los animadores de televisión, las fluctuaciones del dólar, la música horrenda de la radio, los yogures dietéticos y la ortodoncia, ella no sabe que este ayatollah cómico aprendió acerca de las distintas calidades de madera, que aprendió a pescar en el mar y en el río, que leyó mucho a Tolstoi y las alabanzas de San Francisco de Asís, que construyó una casa en forma de domo, para él y sus iguales, en la cual no había habitaciones, pues la privacidad era una idea burguesa, pero que terminó creándose en ella una hecha de sábanas y troncos de guadua, porque no soportaba los ronquidos de sus compañeros ni tampoco su sola presencia, antes de que el domo se derrumbara, por fortuna sin lesiones graves para los habitantes, un día de lluvias torrenciales, un día en que rompió su pacto con Félix, quien retornó pronto a la vida que había despreciado, y con todos los demás, para irse entonces cerca, a un corregimiento apenas poblado, al lado del mar, el más inhumano de los espacios, y convertirse en maestro de escuela y engordar 50 kilos y coleccionar objetos inservibles, y alcoholizarse los viernes y los miércoles y los lunes y soportar las humillaciones de un pescador y traficante, Didier, y seducir a Francisca, a Lady Giovanna, a Zayda, a Yadira y, en los últimos tiempos, a Ana Julia, a quien en realidad no sedujo sino compró, a cambio de una provisión constante de galletas y leche fresca para su madre, lo cual en este lugar era un lujo de rajá, y quien se limitó, por fidelidad a su progenitora, a acatar todo lo que el profe quisiera, incluyendo por supuesto el aprendizaje de una serie de posiciones sacadas del Kamasutra, convertido en su único libro de texto, como Félix, mi informante y el único corresponsal de Bruno, agudamente anotó, Scheisse!, tanto drama para terminar en esto, eso le digo a Amaranta, sin entrar en detalles, porque no, porque qué inútil, porque no quiero contarle todo pero sin embargo le hablo con sinceridad, de mujer a mujer, mientras ella se acaba su cigarrillo y sin responderme se va, dejándome a solas con el cadáver y la gallina y mis reflexiones a medias, y entonces, en la recién estrenada intimidad, encuadro el cuerpo de Bruno
y lo alejo y lo acerco con el zoom, y lo recorro, lo detallo, lo ilumino y lo oscurezco, finalmente, le corro con suavidad la pierna derecha hacia el centro, le pongo la media faltante, lo pongo luego de lado, lo doblo un poco, lo encorvo, lo peino, le coloco el rígido brazo derecho sobre la frente, y así, encaracolado, con un chorro de luz cayendo en diagonal, en el fondo de la habitación, sobre el toldillo extendido, que entonces adquiere unos brillos vibrantes y sutiles, que sólo deja pasar la luz suficiente para alcanzar a distinguir la silueta de alguien reposando en posición fetal, lo retrato más sereno que nunca, transformado en silueta en un espacio hecho de luz y sombras, abstraído de todo detalle, sereno, el espacio construido cuidadosamente por mi ojo y él ahí, obediente como nunca lo fue, ahora convertido en una imagen, que bautizaré «Útero marino», absorbido por mi cámara, que reviso, luego de permitir el reingreso de la luz, y pongo luego junto a la mesa, para toparme con una carpeta y, en ella, con fragmentos de un diario, con una cronología incompleta y caótica, el martes 12 de abril, todo es retorno y no avance, miércoles 13, no podría vivir sin las teticas de Ana Julia, jueves 14, mi meta: la identidad con Dios, martes 7, Andrés es un recuerdo vago, 15 de enero: el mar lleno de basura, me encontré sin embargo una flauta, viernes 25, no olvidar los $ 30.000 de más para Didier, perro extorsionista, lo odio, lunes 3, ya no sé distinguir la perfección de la degradación, viernes 12, aguas ardientes, aguas ascendentes y descendentes, aguardiente, sábado 16, ¿Cómo será Margot? ¿Tendrá la locura de su padre?, domingo 30, no he vuelto a la escuela, no importa, ya no tengo iniciativa propia, pero no soy en absoluto inactivo, miércoles 1 de diciembre: hay que SABER perder definitivamente el hábito de distinguir, lo blando y lo duro, el pelícano y el pez que engulle, la víctima y el victimario, el defensor de una verdad y su opositor radical, la vida y la muerte, es en el fondo lo mismo, pero no SOY lo que SÉ, es preciso trepar la escalera del saber y tirarla, parece que lo estoy logrando: ya no sé distinguir la perfección de la degradación, cierro por un momento la carpeta y recuerdo su partida, sus pies entre sandalias, los ojos azul mar, O Gott! ¡la maleta con un manual de supervivencia, una clepsidra y un libro de Tagore!, una voz diciendo no has roto con tus apegos y otra repitiendo, me estás pegando en el alma, una que decía la vida está en otra parte y otra, replicando, lieber Andrés, unsere Zukunft ist in Berlin, no dejaré que arruines nuestras vidas, recuerdo, recuerdo mi llanto de niña, el mugre de la memoria que va y viene, la imagen de mi madre, la alguna vez hermosa Ilse Friedhof, como ahora dice ella misma, llorando sola una soledad anticipada, y pensé en que nada quedó, en que Bruno fue el sueño de Andrés y Andrés la pesadilla de Bruno, en las dos muertes de Andrés, mi padre, lieber Vater, viejo irreparable, ridículo ayatollah muerto en las tétricas tramoyas de la civilización y volví a las anotaciones y estaba el final del domingo 17, todo escrito en mayúsculas, pero no lo seguí leyendo porque la inmersión en la memoria me estaba robando la serenidad y porque a la vez afuera, en la playa, Amaranta y Ana Julia cantaban: mira que bonito lo que vienen bajando, con ramos de flores lo van adornando, orri, orra, San Antonio ya se va, y yo me meto en la música, orri, orra, y me fundo en su tristeza y me entusiasmo pero no las acompaño, afuera, sólo canto con ellas, canto y canto con ellas y de repente, como si hubiera sido otra, como si hubiera entrado en trance, me sorprendo a mí misma, haciendo de la muerte una fiesta, queriendo ahogarme desnuda en el mar y siendo rescatada por Ana Julia y Amaranta, entre exclamaciones de rabia y de preocupación, y tengo entonces, mientras toso y gimo y boto agua desde el estómago, una especie de revelación: comprendo los horrores que, desde el principio, ha encerrado mi nombre.
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* Carlos Ramírez es politólogo y filósofo de la Universidad de los Andes y, actualmente, es candidato a doctor en filosofía por la Universidad de Heidelberg (Alemania). Ha publicado en la Revista de estudios sociales de la Universidad de los Andes, en la Revista de Estudios políticos, en la revista Estudios de filosofía de la Universidad de Antioquia y en la revista Desafíos de la Universidad del Rosario. Ha hecho también traducciones y reseñas para la revista Ideas y Valores de la Universidad Nacional. Fue colaborador del Magazìn dominical de El Espectador y, en el año 2.001, publicó el libro «La patria como ausencia y otros ensayos de filosofìa polìtica». Carlos Ramírez fue postulado en el año 2.000 al Concurso Otto de Greiff para las mejores tesis de grado del paìs por el Departamento de filosofía de la Universidad de los Andes y fue becario de la fundación Konrad Adenauer. También fue profesor invitado en la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes. Se desempeñó asimismo como asesor de la Secretaría Privada de la Presidencia de la República durante la administración Pastrana. Actualmente es profesor titular del Departamento de Ciencia política y jurídica de la Universidad Javeriana de Cali. Sus áreas de trabajo son metafísica y teoría política. Correo-e: carlosrescobar@javerianacali.edu.co.