DECÁLOGO ARBITRARIO PARA ASPIRANTES A ESCRITORES
Por Emilio Alberto Restrepo*
A raíz de una conversación que sostuvimos, motivada por la publicación de la colección de decálogos y consejos de escritores que a manera de listas he venido guardando con los años y recopilada en mis blogs, algunos muchachos me lanzaron la inquietud: ¿Qué tan valiosos eran los famosos decálogos para escritores, hasta dónde servían, qué tan válido era apegarse a ellos como si se trataran, de unas «tablas de la ley»?
Estábamos con unos estudiantes en la Parada Literaria Juvenil que se realizó en Medellín, algunos eran de bachillerato, otros universitarios, y había alguno que otro veterano matando el tiempo mientras cumplía una cita. Pero el reto, al mismo tiempo conclusión, fue claro: cada cual debía regirse por sus propias normas, cada uno debía decantar su propio código, cada cual tenía que reinventarse a sí mismo; total, nadie iba a responder por uno.
Entonces nos pusimos el ejercicio de diseñar cada uno su propio «manual de instrucciones», su propia lista y para efectos metodológicos, se sugerían 10 puntos, para asuntos de orden y concisión. Acá cumplo con mi tarea. Trato de creer en esos principios, no sé si dentro de unos días piense lo mismo, pero ahí vamos.
1. Mira el mundo, escúchalo, huélelo: en todo lo que pasa alrededor, hay una historia potencial gritando por ser descubierta, contada o tergiversada. Si quieres ser escritor, no pierdas ninguna oportunidad. Si no la ves, invéntala, de todas formas allí está.
2. Toma apuntes, la memoria es frágil. Para hacerlo, carga una libreta, una agenda, una grabadora de periodista. Si no lo haces, más de la mitad de las cosas que hoy te llaman la atención, mañana se volverán polvo de olvido. Si lo haces, siempre podrás volver sobre el apunte y tarde o temprano te servirá para elaborar un texto, para cubrir un espacio, para resolver una situación o para tomar una pequeña venganza.
3. Escribe, escribe, escribe. Lo que sea; ojalá con método e intención, pero si no, con intuición y anarquía. Muchas veces de estos últimos intentos, al escarbar se encuentra un diamante dentro de la basura.
4. Durante las épocas de sequía creativa, los mejores recursos para escamparse son: el cine, ver todas las películas posibles, sobre todo las clásicas, basadas en guiones poderosos llenos de historias vigorosas e imaginativas sin sobrecarga de efectos especiales; leer y leer, tratando de entender las costuras con que los maestros hicieron obras memorables y los no tan brillantes desaprovecharon buenas ideas; vivir, amar, pensar, hacer ejercicio y no auto-compadecerse, lamentándose de estar viviendo el cacareado «síndrome de la página en blanco».
5. No tengas miedos ni temores: puedes ser fiel retratista de la realidad, o combinar la ficción con sucesos reales, o inventarte una situación alternativa jugando un poco a ser un dios imperfecto. Es una cuestión de gustos personales. En literatura, más que en otras áreas, es cierto aquello de «piensa mal y acertarás». No le tengas miedo a la mentira, a la distorsión, al chisme, al mal pensamiento, a la calumnia… Siempre un nombre podrá ser cambiado, siempre podrás jurar en falso, siempre te podrás retractar o no, siempre podrás pedir disculpas. Lo importante es escribir. El infierno se encargará del resto.
6. Corrige, corrige, corrige. En caliente o en frío. Castiga los adjetivos, los adverbios y los adornos innecesarios o excesivos. Usa el buscador del computador para las palabras repetidas muchas veces. Pisa con cuidado la delgada línea de la gramática y la ortografía, que castigan con rigor los textos, a pesar de su calidad literaria.
7. Si puedes, busca un buen Taller de Escritores. Los genios silvestres que nacen y se hacen por generación espontánea son muy escasos, unas pocas decenas por siglo. Lo importante en ellos es el profesor, alguien con experiencia que genere confianza en el alumno y le refuerce la técnica para superar las debilidades, estimulando las virtudes individuales de cada uno. Hay que ir con la mente abierta y la autoestima en su punto, pues en los buenos talleres, son más las críticas que los halagos, las reprimendas que los aplausos, las deserciones que la continuidad. Sólo los obstinados, que casi siempre son los que persisten y van haciendo obra, sobreviven a las tormentas —y tormentos— del ego.
8. Detecta los concursos honestos y que se adapten a tu obra. No escribas para ellos, pero si puedes, participa con intenciones de ganar. Si no ganas, te debes blindar para que no importe y de todas formas seguir escribiendo. Son más los que se pierden, siempre saldrán nuevas convocatorias y nadie ha podido entender lo que pasa por la cabeza de los jurados. Es un completo azar, y ganar puede servir, pero perder no descalifica ni debe acabar con la motivación de un escritor. Si ganas, hay publicación, dinero y reconocimiento. Un premio te puede resucitar la obra anterior y generar un nuevo interés en potenciales lectores y editores.
9. Las ideas no son de nadie, el conocimiento es universal, la cultura está globalizada. Pero cuidado, el plagio es un pecado, mortal e inadmisible. Todo es susceptible de servir de inspiración, una buena canción, una mala película, una historia coja, un poema memorable. Todo admite continuaciones, variantes, segundas miradas, terceras opiniones, otras perspectivas. En literatura no hay cadáveres definitivos ni hornos crematorios que destruyan los rastros. Todo es cuestión de respeto, lenguaje y perspectiva. Lo importante es el estilo, el sello personal, ese aire individual que hace la diferencia.
10. No te creas el cuento de la fama, que es evanescente y pasajera, pero tiene el peligro de ser adictiva y enceguecedora. No niegues un consejo a tiempo a quien lo necesita y te mira con ansiedad; no eludas ni pospongas una buena conversación y aunque pienses que te están succionando tus trucos, considéralo un halago. No te marees con el éxito ni con el fracaso. Los libros están ahí, alguien los valora y otros los desprecian, pero a la mayoría les son indiferentes. Comparte con generosidad tus memorias, tus archivos, tus colecciones, incluso a los que han sido mezquinos contigo. Así estás sembrando un camino de recompensas, de ideas. O de rechazo y traición, tampoco importa mucho. En el fondo se trata de vivir, de sentir. El resto vale menos. Y recuerda que al final todos vamos a terminar en poder de los gusanos.
CODA. Recomendación final: Lee todos los decálogos, escucha y repasa todos los consejos, reflexiona sobre lo que han dicho otros más viejos o más sabios o más exitosos. Por lo menos te divertirás haciéndolo, aunque no cuentes con volverte un portento genial por hacerlo. Pero no creas en todo lo que dicen, no hay fórmulas mágicas. Cada uno se rasca su propio trasero como puede. Al final, eres el único que responde, nadie te va a dar la mano si no funciona. Con decálogo o sin él, ten en cuenta que los libros se defienden o se hunden solos, el tiempo no perdona y una moda siempre desplaza a otra.
BLOQUEO DE ESCRITOR: EL FAMOSO TERROR A LA PÁGINA EN BLANCO
Consejos para superar el bloqueo del escritor.
Esto he tratado:
1. Entiendo que es un proceso pasajero, común y connatural. Mientras más pienso en él, más me estresa; entonces no peleo, dejo que pase y no me presiono ni me desgasto. Es de verdad: dura unos días, pero nunca para siempre.
2. Mientras tanto, aumento la lectura de autores favoritos que tenía en remojo, o de recomendados que no había tenido la oportunidad de conocer.
3. Escojo una lista de películas, sobre todo clásicas, con más argumentos que efectos especiales y estudio la estructura de sus historias. Son particularmente útiles y entretenidas las de cine negro o de intriga.
4. En esta época, hago resúmenes o sinopsis cortos, tanto de los libros como de las películas. Sin darme cuenta, de cada uno me queda un artículo, que bueno o malo, puedo utilizar posteriormente.
5. Aprovecho para escribir un artículo en cualquiera de los blogs en los que colaboro, de un tema diferente al de mis últimos textos puramente literarios. Tomo temas de reflexión, o de opinión, o médicos, o noticias, o informes de lectura o reseñas de los libros o películas.
6. Normalmente hago una hora de ejercicio diario. En estos días de sequía, aumento quince minutos mi jornada de entrenamiento físico. Siento que se me activan las neuronas.
7. Voy a actividades a las que hacía tiempo no iba, como conferencias, cineclubes, lanzamientos de libros, conversatorios, obras de teatro, comediantes, carteleras culturales de universidades, etc.
8. Veo en internet cursos en video de creación literaria, talleres de escritura o de guion, hasta de ortografía y gramática, conferencias y entrevistas de grandes escritores, biografías, historia del cine o la literatura. Lo hago de manera pasiva, sin hacer todos los ejercicios que proponen, solo los veo y los pienso; y a veces tomo notas.
9. Cuando uno está lento mentalmente o se siente bajo de reflejos, un viejo profesor me dijo, sin aportarme prueba alguna, que a él le funcionaba comer menos grasas y más frutas y jugos con poco azúcar, tomar licor de manera recreativa, buscar más conversaciones frívolas y risueñas, (tan poco serias y trascendentes como sea posible), más sexo, más vida social y de un momento a otro, aparece una idea salvadora que permite retomar el ritmo. No tengo pruebas con rigor científico, pero le he hecho caso, y créanme que funciona.
10. Me pongo retos mentales: escribir apuntes de temas, reales o imaginarios de un asunto en especial: por ejemplo, qué recuerdo tengo de mi primera ida para la costa, qué sentí cuando vi el mar, qué recuerdo tengo de mi primera semana en la universidad, qué sé de la vida que fue o que pudo haber sido de tres de mis exnovias, los peores defectos de mis examigos, tres planes de venganza terrible (pero sin dejar huella, ni que nadie me pille, ni que nadie se entere de mis planes) para los amigos que me traicionaron y me jugaron sucio sin yo merecerlo, o si tuviese súper poderes, cómo castigaría a los políticos corruptos o a los secuestradores o a los violadores de niños. Lo importante es escribir, aunque sea una página de cada ejercicio y conservar los apuntes. Me asombro de las ideas loquísimas y muchas veces eficaces que salen de estos divertimentos un tanto perversos.
Les garantizo, si no les sirven, por lo menos pasan el rato entretenido sin tanta angustia. Para mí estos ejercicios tuvieron un doble propósito: me sirvieron y pasé un rato entretenido. Y miren: me quedó una nueva entrada al blog…
TIPS DE ESCRITURA
La obra habla por uno. Hay que escribir, lo importante es el texto; lo demás es farándula. Si el texto es bueno, con seguridad que encuentra su camino y el resto viene por añadidura. No es un
camino fácil, pero es muy enriquecedor.
El método no tiene nada de novedoso: estar atento, a ver qué historias hay, sabiendo que pululan por todas partes. Anotar todo lo que pueda servir ahora o después. Leer y leer. Ver muchas películas. Pensar y pensar. Escribir y escribir. Corregir. Saber que es más lo que se pierde que lo que se gana. Por ejemplo, por cada concurso ganado, hay diez o más perdidos y esto no debe descorazonar. No hay que ser apegado a las palabras, lo que no sirve hay que desecharlo o reescribirlo, no hay que desanimarse por las negativas de los concursos, los editores o los críticos.
En lo personal, los talleres literarios fueron la respuesta a mi necesidad de narrar, pues durante la mitad de mi vida no encontraba la manera adecuada de hacerlo. Es decir, tenía la idea, hacía la narración, pero el cuento salía malo o no se entendía, o no gustaba, o tenía defectos de forma que lo hacían inviable. El taller entrega eso, elementos de trabajo, herramientas para hacer eficaz un texto. El taller da constancia, da rigor, hay lecturas críticas que aportan. En los comentarios y hasta en la cara de los integrantes, tanto profesor como alumnos, uno ve si el texto sirve, si es repelente o atrapa, si divierte o es un ladrillo.
Ya todos los temas están escritos, la diferencia es el tratamiento que se le dé a la idea. El amor, la muerte, el deseo, el odio, la venganza, la avaricia, etc., ya han sido tratados y no hay mucho más de que hablar. Lo importante es volverlo a hacer sin repetirse, de manera novedosa, con un estilo propio que lo haga interesante y llamativo, digno de ser leído. Que llegue a nuevos públicos, que tenga una impronta, un sello.
La inspiración: es una forma de llamar a esa idea volantona que entra a la cabeza proveniente del exterior (que penetra a través de los sentidos), o del interior (alimentada por un recuerdo una evocación o un sentimiento). La idea siempre va a estar por allí, pero cuando da vueltas una y otra vez, y se aferra a la necesidad de atraparla y volverla texto, se dice que es gracias a las musas.
Ideas hay por miles, girando, generando cortocircuitos permanentes. Por eso es importante estar atento y vigilante, sensible a su necesidad de ser contada, para que no sea producto de una inspiración eventual, o una «musa inconstante» que estando allí puede no ser detectada. La clave es que cuando esté rondando sea capturada para ser traída a un plano creativo, consciente.
Que la inspiración no me abandone, pero que cuando aparezca, «me pille trabajando», nos han repetido los maestros desde siempre. Por eso hay que tener método. Hay que anotar todos los elementos susceptibles de ser narrados, almacenarlos en un archivo, una agenda, una grabadora, en fin, traerlas a un plano real para que dejen de ser inmateriales. Tarde o temprano, téngalo por seguro, van a ser usadas. En ese sentido, si se quiere hacer obra, hay que tener inspiración (musa) pero también constancia (transpiración), acaso más importante, para atrapar la idea y de ella hacer un texto literario.
Sobre la novela negra: es apasionante. Es entretenimiento puro. Desata la curiosidad en el lector, lo hace cómplice, lo involucra y lo envuelve en un juego de acierto y adivinación con elementos lógicos que casi siempre lo sorprenden y lo excitan. Por lo demás, se basa en historias poderosas e impactantes. Los personajes son fuertes y deben estar bien dibujados. La narración tiene que estar muy bien escrita, sin cabos sueltos y sin trampas burdas, pues si el interés decae o hay engaños, el lector la abandona sin consideración. Además, escudriña la sociedad y sus normas, describe la ciudad, su ética, su entorno, su ambiente, sus pecados. Es una fotografía del alma colectiva en la selva de cemento. Desnuda sus costumbres más ocultas y sus tendencias más abyectas. Muestra el submundo que hay debajo de la superficie, por debajo de lo aparente, un universo mucho más grande y salvaje del que nos imaginamos y que ruge bajo los neones y la contaminación de la ciudad.
Aunque uno escriba ficción, alguien opina que en el fondo siempre se escribe sobre uno y las cosas que conoce y los asuntos que le interesan. Mucho de lo que escribo tiene que ver con lo que oigo y distorsiono, lo que capto y modifico, lo que leo y acomodo, lo que percibo y me imagino. En los textos de mi detective (Joaquín Tornado) hay un poco de todo, aunque no sea autobiográfico: el delito, el crimen, el timo. En lo directo no me tocan, pero son muchas historias robadas a los amigos, en la esquina, en la tertulia, en el café, en los ecos que se quedan pegados de las paredes de los callejones y los antros.
Alguien decía que uno siempre escribe sobre los mismos temas, sobre su propio yo, o lo que más le impacta y le importa a ese yo, sobre su propia visión de la existencia, sacando lo más puro y lo más abyecto del ser que uno es. Uno se disfraza de los personajes, pone las palabras de uno en boca de ellos, maldisimula sus propias opiniones y sus taras y sus defectos en el carácter de ellos.
Cada texto es un ladrillo más en la pared del edificio de su propia obra. Cada personaje es una proyección, atenuada o exagerada, de la personalidad de uno. Uno escribe de lo que conoce, de lo que es, de lo que ha vivido, sentido y sufrido.
Escribir es hacer catarsis de uno mismo, es mirarse en un espejo distorsionado, en donde es posible que la imagen verdadera sea la que se refleja y la falsa, la que sale desde dentro de uno. Es posible que el verdadero yo, sea el otro y que uno ha estado engañado todo el tiempo. Siempre es peligroso pero fascinante ahondar esos laberintos de la creación. No sabe uno qué se va a encontrar; puede que a uno mismo, encadenado y prisionero de sus propias limitaciones y neurosis, en lo más profundo de una mazmorra. Es un juego aterrador, pero no hay marcha atrás.
El párrafo tiene su ritmo, su música, van pidiendo cuerda de acuerdo a la necesidad de la frase, del personaje, de la situación planteada. Por épocas, uno se preocupa más del lenguaje. En otras, por la caracterización, fuerza y veracidad del personaje. En otras, por la estructura. En otras, simplemente por la belleza, por la forma pura, por lo que usted denomina «lo estético». En otras, por la coherencia y el valor de la historia relatada. Cuando usted logra armonía y equilibrio y solvencia en todos estos aspectos, usted tiene en sus manos una obra maestra. Aplique esto a Cien años de soledad, al Quijote, a las grandes obras y se dará cuenta. Por eso es tan difícil tener en la misma cuadra un García Márquez o un Borges. Lograr esas cumbres sin perecer en el intento es un atributo de los grandes maestros. El resto nos partimos el lomo tratando de sacar el texto lo mejor posible, sufriendo en carne propia las obvias, y en ocasiones insalvables, limitaciones.
Lo importante no es la realidad de la historia con respecto a un referente de «la vida real», sino la veracidad de la historia en sí misma. Que se logre una efectiva «supresión de la incredulidad» porque el texto en sí mismo es tan fuerte, tan sólido, que establece sus propias normas de realidad, independiente del resto.
Hay una especie de afinidad, inmediata o tardía, que hace que un tema le dé vueltas en la cabeza a uno durante un tiempo. Repito, primero entra por los sentidos, luego se asoma una y otra vez, como reclamando su espacio. Luego produce una especie de regocijo, o un malestar, o una idea recurrente, que hasta que no se lleva al texto, no se resuelve. Luego llega otra y otra. Otras veces no es tan simple. Uno la anota en una agenda o en un archivo, «por lo que pueda ocurrir», porque en otro momento pueda tener algún interés. Entonces, cuando encuentra su espacio, viene a la memoria, o por esos azares no tan gratuitos, ese día uno abre el computador y la idea asoma sus narices para ocupar el espacio que tenía destinado desde siempre. Es algo un tanto mágico, pero que sabemos que existe. A veces son fuertes y determinadas desde el principio, uno sabe que tienen tanta fuerza, que terminan en una novela, completas, redondas, tal y como se la contaron a uno. Eso me pasó en «La milonga del bandido», en «El tren de los malditos» o en «Que me queda de ti sino el olvido». Sólo tuve que escribir, pulir, organizar: la estructura estaba completa, me fue dictada de principio a fin.
Toda inspiración-creación entra por los sentidos. Es difícil inventar algo puro, que no sea impactado por un estímulo externo. Algo captado por los órganos de los sentidos genera en la mente una idea digna de ser contada; algo visto, algo olido, algo escuchado, algo leído, se traduce en una imagen mental, en un mapa conceptual. El escritor debe estar preparado, con sus sentidos dispuestos, para tener la sensibilidad de dejarse permear por esto que entra a su cerebro a través de lo sensorial. Pero, sobre todo, debe tener agudo el oído: debe saber oír y escuchar, debe saber reconocer la música de las palabras, la cadencia de las voces. Esto le da el estilo propio a cada autor, una armonía que caracteriza sus textos. Por eso, lo de escuchar, se toma de varias formas: escuchar hacia afuera (prójimo, personas, medios, historias, chismes, sonidos, ruidos, música) para alimentarse de los estímulos externos que le alimenten la inspiración y escuchar hacia adentro, el sonido del texto, la lectura en voz alta, las disonancias, la musicalidad de lo escrito, la repelencia o la cadencia, la consonancia o la estridencia, dependiendo de la voz que queramos darle.
Siempre quería contar historias, pues crecí en medio de una tradición oral muy fuerte por la familia, por el barrio, por la gallada de amigotes, todo el día jugando e inventando aventuras en las calles, en las mangas, porque no había tampoco muchas otras opciones, pues fui niño en los años 60 y 70s. La palabra me embrujaba, me obnubilaba el poder seductor de las anécdotas, la fuerza de las narraciones. No me quería mover de donde hubiera un buen palabrero. Más tarde llegaron las lecturas y mi universo se expandió y quise ser como esos escritores que me hipnotizaban a través de un relato. Desde entonces quise escribir. Lo intenté mucho tiempo, sin encontrar las herramientas adecuadas, hasta que los talleres literarios me encausaron y pude encontrar la manera de expresarme: ya no era sólo la oralidad. La escritura había entrado en mi vida y, hasta ahora, me acompaña.
Uno habla de lo que más conoce, de lo que ha vivido. Y la Ciudad, y particularmente el barrio, han sido el entorno natural que ha alimentado mis vivencias. Entonces de ellos hablo, de eso que he vivido, padecido, amado y sufrido. La Ciudad, siempre la Ciudad. Y, por supuesto, la medicina. Son los dos grandes filones temáticos que alimentan mi literatura.
En el mismo sentido, surgen de las calles, las esquinas, las tiendas… mi personaje es el hombre común, al cual le ocurren situaciones fuera de lo normal. Lo mismo, los pacientes. Muchas historias surgen de los hospitales. Me he dado cuenta que el sufrimiento, el dolor, el abandono, el miedo, la muerte son una fuente inagotable de literatura. De ahí parten mis personajes: de la ciudad, de la medicina. Hablo mucho de personas abandonadas de la esperanza o de la fortuna. Del marginal, del solitario, del desesperado, del que no tiene salida, del que se quedó sin ilusiones.
Para mí, titular es una obligación penosa pero estimulante, que demanda estrujarse mucho el cerebro, pues tiene que marcar una diferencia, tiene que darle una impronta, no caer en el lugar común y dar una idea del texto narrado. Para mí, merece toda la atención, toda la concentración. Debe ser contundente, tener recordación, tener carácter y tratar de no parecerse a nadie. Para mí, insisto, es de la mayor importancia. Recuerdo estos títulos: «Qué me queda de ti sino el olvido», «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?», «Una llamada por cobrar desde el infierno», «Música de buitres», etc.
En mi concepto, el escritor debe llegar al lector o si no está perdido. Hay varias formas de espantarlo: o con lenguaje rebuscado, artificioso, afectado, falsamente erudito, o con lenguaje ordinario, obsceno, procaz. Hay que buscar un equilibrio sano. En ocasiones hay que recurrir a lo escatológico, sin abusar del recurso, cuando sea necesario para el texto. A veces hay que usar un término erudito (casi nunca), cuando se amerite. Por ejemplo, si un personaje se tropieza o se asusta, nada peor que ponerlo a decir «¡Pamplinas!, ¡casi me fragmento mi artejo mayor, oh… el dolor me embarga!» Esto se soluciona fácil con un buen «¡HP!, ¡casi me parto el dedo!» Un poco más brusco, pero más simple, más real y, por tanto, más eficaz. No genera rechazo en el lector y lo invita a acompañarlo en su dolor, no a rechazarlo por filipichín y pretencioso.
Las lecturas, el tiempo y la revisión juiciosa, van dando las pautas para ir logrando el equilibrio y dejar de ser empalagoso o extremadamente campechano y chabacano. Si el adjetivo no es necesario o la metáfora no está bien hecha, sobran y chillan, y vuelven repelente el párrafo. Es por eso que debemos tratar de dominar el significado de las palabras, la ortografía, la puntuación, la gramática, la estructura, etc.
Lo importante no es la realidad de la historia con respecto a un referente de «la vida real», sino la veracidad de la historia en sí misma. Que se logre una efectiva «supresión de la incredulidad porque el texto en sí mismo es tan fuerte, tan sólido, que establece sus propias normas de realidad, independiente del resto. Es por eso que Cortázar es tan veraz cuando nos cuenta, con toda la naturalidad del mundo, que su personaje está «vomitando conejitos», lo mismo Asimov o Bradbury, o el mismo Borges reescribiendo el Quijote, o Gabo elevando a su personaje en cuerpo y alma hacia el cielo, como si nada, todo tan normal. Soy poco dado a la fantasía o a la ciencia-ficción, me matriculo más en el realismo sucio que en realismo mágico y estoy fuertemente presionado para que mis escritos anden sintonizados en clave de vida real. Escribo sobre personajes comunes a los cuales les suceden, por asuntos del azar o el infortunio, cosas extraordinarias, pero no exentas de verosimilitud. Si yo no me las creo, no funcionarán tampoco en el lector y echará el libro a la basura. Es todo un reto.
En mi caso la literatura es catártica, sanatoria, terapéutica. Es mi siquiatra particular y me permite exorcizar muchos demonios que de otra manera me tornarían en un asesino en serie. Lo cuento con ejemplos. En una ocasión me demandaron por una complicación grave en mi oficio como médico. La demanda me la inició un colega con el cual había tenido un altercado, a manera de retaliación. Cuando me enteré, tuve la convicción de que lo que tenía que hacer era mandarlo a asesinar, de manera lenta y dolorosa, como una forma de reparación, de venganza necesaria para el espíritu. Afortunadamente no ocurrió así: la literatura vino a salvarnos a los dos, a mí de la cárcel, a él del empalamiento. Escribí una novela corta, «Crónica de un proceso», en donde cuento pormenorizadamente el caso. Fue publicada por la Universidad CES. Hoy se estudia en la cátedra de ética y de derecho médico y he dictado decenas de conferencias de cuenta de esa publicación. Lo mismo con un primo hermano, amigo entrañable, que por la vía del corazón se me metió al bolsillo, con la idea de quitarme todo el patrimonio. Casi me deja en la ruina. La literatura me permitió sanar el sentimiento de traición, de odio y de resentimiento, mientras me recuperaba. Le quedó, como homenaje y testimonio, un cuento y una novela de mi amigo Joaquín Tornado llamado «El primo y el timo».
Mientras uno escribe, no piensa en dañar a nadie, no comete pecados ni incurre en delitos. O por lo menos, si lo hace, es inofensivo. Todo queda en el papel.
SUGERENCIA
Leer las entrevistas en los siguientes medios, porque de ahí se han tomado los apuntes presentados en este texto.
«Le confieso, sin pudor intelectualoide, que me gustan los concursos, me gusta participar en ellos, me he ganado algunos, he perdido la mayoría y en muchos, he quedado de finalista, (de «primera princesa», como se burlan de mí algunos de los colegas). Lo importante es escribir, gozársela, tener método, disciplina y rigor. Si en el camino se atraviesa un premio, bienvenido, es estimulante, le trae a uno nuevos lectores, mucha gente se interesa por la obra anterior, le da un poco de más visibilidad para ser un poco más leído. Mire usted: ahora me está entrevistando por haberme ganado la beca del Municipio con «Gamberros S.A»; de lo contrario, no nos hubiéramos conocido, ni usted como periodista o crítico se hubiera interesado por lo que pienso sobre el arte de la creación literaria. Eso está muy bien y lo agradezco, pues con seguridad gracias a ello, los lectores de su periódico se podrían potencialmente interesar por leer mis libros. Lo importante es el rigor, tratar de escribir bien y cada vez mejor. No obsesionarse con el concurso ni amargarse por no ganarlo. Los concursos no son matemáticos ni justos. Los jurados no siempre premian al mejor. Si la obra es buena, y no gana esta vez, hay que revisarla y mejorarla, que con seguridad tarde o temprano encontrará su espacio, le llegará su tiempo».
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El presente texto hace parte del libro «20 escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación», publicado por Editorial libros para pensar, en diciembre de 2020. www.librosparapensar.com Correo-e: edicion@librosparapensar.com
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* Emilio Alberto Restrepo. Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en Laparoscopia Ginecológica (Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Antioquia, CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos la hoja, cambio, el mundo, y Momento Médico, Universo Centro. Tiene publicados los libros «textos para pervertir a la juventud», ganador de un concurso de poesía en la Universidad de Antioquia (dos ediciones) y la novela «Los círculos perpetuos», finalista en el concurso de novela breve «Álvaro Cepeda Samudio» (cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela «El pabellón de la mandrágora», (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas «La milonga del bandido» y «Qué me queda de ti sino el olvido», 2da edición, ganadora del concurso de novela talentos ciudad de Envigado, 2008. Actualmente circula su novela «Crónica de un proceso» publicada por la Universidad CES. En 2012, ediciones b publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: «Después de Isabel, el infierno» y «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?» En 2013 publicó «De cómo les creció el cuello a las jirafas». Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, en una convocatoria internacional que pretendía lanzar textos novedosos en la colección «Pequeños Lectores», dirigido a un público infantil. Fue distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos Gamberros S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 4 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela «Y nos robaron la clínica», con Sílaba editores.
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