DEL AMOR Y DE LA CULPA
Por Eloy Gayán Rodríguez*
Dudo de la eficacia de un psicoanálisis de aficionado, del sentido común como instrumento para asentar el futuro de Beltrán y Aylin. Pienso en el amor como antídoto exclusivo frente al desamor, porque ambos beben de la misma fuente: de los sentimientos que se enmascaran a lo largo de la vida. Pedro Barrientos no asimila que el amor nace para ser compartido, cincelado con caricias que deben perpetuarse en el tiempo y permitir la convivencia. Culpa a su mujer del abandono, del incumplimiento de un contrato perpetuo. No es consciente de que la denostó y maltrató, olvida que no dispone del control sobre la libertad y la dignidad de las mujeres, olvida que sí lo tiene para querer, para amar, incluso abandonar cuando el amor se disipa, pero manteniendo el respeto. El amor protege, acaricia como los rayos del sol, y permite que germine el colorido que la vida merece. Sin embargo, Pedro Barrientos se ha impregnado de una naturaleza destructiva que no mantiene el equilibrio y que genera erupciones y terremotos, naturaleza que reproduce con un poderío que no le corresponde, sin posibilidad de liberarse de tormentos injustificados.
No logra conjugar tradiciones y religiones para alcanzar la paz.
No tolero la burla a la que me somete. No puedo obviar un discurso que corroe la dignidad y pretende mantener una superioridad prohibida. No le concedo dispensa por su trastorno mental y, sin temor a lo que pueda ocurrir, menciono a Crisóstomo Saravia. Me observa atónito hasta que mi intervención le enerva cuando decido hablarle de su coraje, de su lucha, del estandarte que enarboló contra la opresión de las autoridades, contra sus convicciones religiosas y a las que renunció sin sentimiento de culpa, contra prejuicios carnales al entender que el amor dirige los destinos de todo hombre, de toda mujer. Insisto en que la historia de Crisóstomo Saravia representa la lucha por el amor irrenunciable, el que llena los vacíos que las desgracias infligen en la carne, el que mantiene activa la mente para lograr la victoria. Porque el amor es moldeable, frágil y camaleónico, sin que deba ser empleado como coartada para la destrucción cuando se pierde. Intento que razone y comprenda el goce de su hija, la satisfacción que inspira el amor correspondido, volátil, sin que existan cámaras estancas; porque el amor es un gas radón silencioso capaz de causar el mayor de los carcinomas sobre la pasión cuando no se emplea el sentido común, del que no gozan los maltratadores, cuando transforman el miedo en un derecho y entienden la convivencia como el poder que a nadie le corresponde sobre la pareja.
No reacciona a mi alegato y se muestra indiferente. Por ello, introduzco en mi dialéctica el epeo del viejo Latrapay. Pronunciar su nombre provoca en él una expresión de temor y, por primera vez, su poderío se resiente al escuchar de boca ajena la vergüenza que representa una paternidad como la suya, como la de Latrapay, capaz de secuestrar los sentimientos de los hijos bajo la complicidad de creencias ancestrales, hoy trasnochadas. Su estupor aumenta al afirmarle que debe desterrar su purum awca: su enemigo salvaje, que no es otro que el odio. Lo compelo a que no se resigne, a que no olvide todo lo positivo y venerable que ofrecen otras culturas, la que Aylin respeta como herencia de su madre mapuche; a que combine sus inclinaciones religiosas, sin interpretaciones a su conveniencia, y que se impregne de la libertad con la que amaban los mapuches y los cristianos, unidos por el respeto a la persona. Le ruego que no usurpe el amor de su hija, que abandone sus propios prejuicios, que asuma que la marcha de su mujer fue un repudio por su mezquindad.
Pretendo ahondar en todas sus perversiones, que entienda que a Aylin le corresponde la libertad que, de una forma u otra, alcanzará. Soy consciente del contenido de mis palabras, de mi intención de conseguir la reacción de un ser detestable. Presiento, aguardo un ataque contra el que, tal vez, no salga bien parado, un cuerpo a cuerpo en el espacio reducido de su santuario. Sin embargo, sosegado, se desplaza al fondo de la estancia. Con facilidad mueve la mesa sobre la que tiene desplegado el pequeño altar y alza una trampilla imperceptible por la suciedad que acumula. Pedro Barrientos me invita a descender. Lo observo en silencio. Dudo. Trato de interpretar su mirada, temeroso de que esté orquestando mi encierro para acabar con el azote en el que me he convertido en los últimos minutos. Me aparta, y baja con dificultad por una escalera de madera que emite crujidos e indican su deterioro. Sus primeros pasos sobre el terreno provocan una polvareda que inunda la estancia junto con un olor extraño. Permanezco estático, aunque me invade un temblor hostil cuando vocifera para que me adentre en un espacio que permanece oscuro. No accedo. Pedro Barrientos arrastra los pies sobre la tierra y resuenan en la penumbra. Los crujidos de la escalera delatan el regreso tras su deambular, y descubro a un hombre sumido en los restos de un llanto que no puede ocultar, con sus ojos bañados por la tristeza, que deja caer sus rodillas sobre el reclinatorio, junta sus manos e inicia un rezo desgarrador que le impide respirar. La curiosidad me corroe. Enciendo la linterna y desciendo para descubrir la causa de su repentina desdicha.
____________
* Eloy Gayán Rodríguez nació en Oviedo (España) en 1964. Estudió en el colegio Auseva de los Hermanos Maristas. Licenciado y doctor en Derecho por la Universidad de Oviedo, en la que impartió docencia hasta 1993, año en el que se trasladó a la Universidad de A Coruña y obtuvo la plaza de Profesor titular de Derecho internacional privado, que sigue ocupando en la actualidad. Fue decano en la facultad de derecho de A Coruña (2005-2013). Como escritor ha publicado las novelas: Las damas silenciosas (Ediciones Carena, 2017) y Un puente a Peulla (Ediciones En Huida, 2020). En el ámbito universitario e investigador es autor de cuatro monografías y de variedad de artículos de temas jurídicos (Derecho marítimo, Derecho registral, Derecho de extranjería, Derechos de los menores, Derecho de los consumidores…). Actualmente imparte, también, la asignatura de Derecho de Extranjería. Cree en la comunicación y el diálogo como ejes esenciales de la propia existencia, los que pretende afianzar con los lectores de sus novelas, con sus alumnos al practicar el debate y la crítica como claves en su formación. Un puente a Peulla (Ediciones En Huida) https://www.edicionesenhuida.es/producto/peulla/https://www.casadellibro.com/libro-un-puente-a-peulla/9788418305283/12262463