Kino Cronopio

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DEL DIARIO ESCRITO AL DIARIO FILMADO: NINGÚN LUGAR A DONDE IR DE JONAS MEKAS

Por Adriana Marcela Rojas Espitia (AMREC)*

Jonas Mekas es reconocido como uno de los cineastas precursores de lo que se ha llamado el «diario filmado», un estilo que fue imponiéndose en el cine documental y que con el paso de los años ha tomado mucha fuerza.

Sin embargo, Mekas, desde antes de filmar, hizo un registro de su vida. Aunque después de la Segunda guerra mundial sus primeros textos fueron confiscados y desaparecidos por la policía soviética, la cual azotó durante mucho tiempo a su familia, ya que el régimen soviético consideraba un delito que un lituano no volviera después de la guerra a su país. Jonas se encargaría de dejar un valioso testimonio por escrito de los tiempos que vivió.

En 1944, Jonas y su hermano Adolfas se vieron en la obligación de huir de Lituania por miedo a que el ejército nazi descubriera la participación del futuro cineasta en actividades antialemanas. Era el periodo en que Lituania estaba ya ocupada por los alemanes, y aunque ese activismo insurgente solo consistió en publicar un boletín semanal —compuesto principalmente por noticias transcritas de la BBC—, esto significaba una afrenta al régimen, y el peligro se hacía inminente para los hermanos Mekas.

Aquellos primeros escritos de antes del exilio no pudieron ver la luz, pero el interés de Jonas por dar cuenta de su vida tampoco se limitaría a su experiencia en el campo de prisioneros. Por el contrario, será allí donde comienza a consignar por escrito ese lapso en el que él y Adolfas fueron prisioneros de guerra, desde julio de 1944, pasando luego por sus años como refugiados en la posguerra, hasta el relato de su llegada a Estados Unidos y los primeros años en un país al que llegan no con la ilusión del sueño americano, sino —como lo afirma en muchos pasajes de su diario— «por superviviencia». Este diario se titula Ningún lugar a donde ir, y no solo nos comparte todo lo que tuvieron que sobrellevar Jonas y Adolfas entre los años de 1944 y 1955, sino que el texto también va a ir mostrando ese estilo particular que Mekas imprimió a sus trabajos cinematográficos, y cómo termina por transponer esa forma de escribir su vida, al registro de imágenes.

Cualquier persona que haya visto el cine de Mekas, sabe que en él había un interés especial por retratar su cotidianidad, sus amigos, los espacios que transitaba. Su forma espontánea de filmar, esa elección por hacer un cine sin guion, sin historia, un cine de imágenes fragmentarias, lo dotaron de un estilo particular, dejando huella en lo que algunos llaman «cine experimental», término que Mekas poco aceptaba, porque para él los que experimentan son los científicos, y no los cineastas. Sin embargo, ese término de «cine experimental» se fue imponiendo, y ha sido una forma de clasificar a muchos cineastas que, como Mekas, han creado un estilo único y un cine muy al margen de lo comercial, un cine más enfocado en lo que de ese modo se ha venido a entender como experimentación en la imagen y el sonido.

En Ningún lugar a donde ir, Mekas va consignando las experiencias que lo marcaron, y cómo fue llegando al cine —casi por azar, pues Mekas estaba más influenciado por la literatura, la poesía y la filosofía—.

En el libro se transita por trece capítulos que van dando cuenta de un Mekas que tuvo que sufrir tanto el régimen nazi como el régimen soviético, convirtiéndolo este último en un exiliado, un inmigrante.

En el diario, Jonas expresa constantemente su amor a la poesía y sus posturas antipolíticas, pues él no creía en ningún régimen:

Si me critican por falta de «patriotismo» o «coraje», a la mierda. Ustedes crearon esta civilización, estas fronteras y estas guerras. Por favor, manténgase alejados de mí, ocúpense de sus propios asuntos. Eso es, si llegan a entenderlos. En cuanto a mí, soy libre incluso de sus guerras (2017, p. 50).

Al huir de Lituania, Jonas y Adolfas tenían la ilusión de llegar a Viena e inscribirse en la universidad, pero como lo señala el cineasta en su diario, fueron muy ingenuos al pensar que podían hacer una vida normal en medio de la guerra. En ese viaje hacia Viena terminan siendo interceptados por el ejército alemán. El 21 de julio de 1944 anotaría:

Ayer nos llevaron a Elmshorn, un suburbio de Hamburgo […] Los soldados nos llevaron a un campo de prisioneros […] A todos los fines prácticos, nos convertimos de pronto en prisioneros de guerra. Prisioneros sin un ejército (p. 51).

La guerra cambia a cualquier persona, y más a un par de jóvenes que venían de una vida tranquila en el campo y terminan siendo obligados a realizar trabajos forzados, privados de la libertad, bajo maltrato y con una pésima alimentación.

En su diario, Mekas da detalles del trabajo forzado, el hambre y la poca higiene en la comida en el campo de prisioneros, la multiplicidad de personalidades con las que tenían que convivir, cómo era trabajar en medio de los bombardeos, y cómo logran huir antes de que termine la guerra y llegan a Neuhof, lugar donde terminan trabajando en la casa de la familia Thiessen, unos campesinos alemanes que, a cambio de unas arduas jornadas de trabajo, les permitían dormir y comer en su casa.

Al finalizar la guerra, los hermanos Mekas pasan por varios campos de refugiados. En su diario Jonas escribiría:

Estos campos se conocen como campos para personas desplazadas. Los crearon las Fuerzas Aliadas para acomodar a los ocho millones de trabajadores forzados sobrevivientes de los KZ [Konzentrationslager] (p. 90).

En junio de 1946, durante ese periodo como refugiados, se inscriben en la universidad de Mainz para estudiar filosofía. Mekas irá anotando los detalles de lo que había significado vivir en estos campos, el compartir en barracas con muchísimos refugiados, la falta de comida, y esa incertidumbre por un futuro incierto, sobre el que, descreído, escribirá en 1947:

a mi alrededor el mundo sigue su curso, entabla guerras, esclaviza países, asesina, tortura. El mundo real (p. 149).

Entre 1946 y 1949, Jonas y Adolfas serán testigos de cómo se van vaciando los campos de refugiados, e irán viendo partir a aquellos con los que habían compartido cuatro años de sus vidas, las familias con las que tuvieron que convivir, y los amigos que habían hecho en esas barracas, quienes fueron consiguiendo los permisos y las visas para salir a trabajar en otros países. Eso era lo que estaban esperando los hermanos Mekas: salir de Europa. No veían viable volver a Lituania, que estaba ocupada por el régimen soviético, y tampoco veían futuro en una Alemania devastada por la guerra. Su mirada se centraba en Australia, Canadá, Estados Unidos, Inglaterra, entre otros países. Finalmente, en octubre de 1949, obtienen las visas para Estados Unidos: habían conseguido los permisos para trabajar en una panadería en Chicago, y ese era el programa inicial del viaje, pero el día 29 de octubre, cuando llegan a Nueva York, deciden cambiar de planes y no ir al trabajo que les espera en Chicago, jugándosela por quedarse en una ciudad que, desde la primera noche, los había cautivado. Estaban convencidos de que habían llegado al «centro del mundo», estaban agotados de viajar, querían probar suerte en Nueva York.

En el diario, Jonas consigna lo que fueron experimentando al llegar a un país totalmente desconocido, y cómo tuvieron que afrontar una nueva vida de inmigrantes. Sus primeras impresiones quedan registradas en un párrafo escrito a su amigo Vladas, en enero de 1950:

Querido Vladas: Todavía no puedo evaluar todas las nuevas experiencias. El río de la vida corre muy rápido, los cambios son demasiado radicales. Todo está muy crudo. En mis ojos persisten aún las imágenes del último otoño en Europa vistas a través de las ventanas de un tren en movimiento (p. 294).

En Nueva York, los dos hermanos tienen que buscar cómo ganarse la vida. Ya no son refugiados y deben aceptar cualquier tipo de trabajo. El diario va describiendo los diversos oficios que Jonas fue desempeñando: como ensamblador en una fábrica de juguetes en miniatura, en su paso por una empresa pegando etiquetas de Pepsi Cola —lugar del que sale despedido al segundo día por no hacer su labor a gran velocidad—, el duro trabajo como obrero en una empresa donde tenía que descargar pesados bloques de acero y carbón, así como el pasar a limpiar orificios de calderas y atornillar boquillas, trabajos en los que tenía que hacer un gran esfuerzo físico y a la vez mental, porque el hombre seguía pensando en la poesía, y ahora también en el cine.

Sobre esto escribiría en su diario, sin fecha, en 1950:

Estimada Sra S.: La vida continúa. Nada nuevo, pero estamos muy ocupados entre las fábricas y nuestra obsesión con el cine. Nos unimos a algunos clubes de cine experimental solo para averiguar un poco sobre qué es lo que pasa, y para conocer gente. Hasta proyectamos parte de nuestra filmación. Robert Flaherty, cuyas palabras significan mucho más para nosotros que las de cualquiera en Hollywood, leyó nuestro guion y le gustó lo suficiente como para escribir una linda nota. Dinero no nos puede dar: hoy él no obtiene financiamiento para sus películas, dice (p. 301).

Ningún lugar a donde ir permite conocer cómo surge ese cineasta. En el diario, Jonas va narrando sus largos recorridos por Nueva York y lo que le iba interesando de esa ciudad que apenas empieza a reconocer:

A veces los fines de semana, logro escaparme al campo, a un lago o a un bosque. Cuando estoy en la ciudad siempre filmo y filmo (p. 402).

Para cualquier apasionado por el cine de Jonas Mekas, Ningún lugar a donde ir le permitirá conocer las raíces del cineasta, su personalidad, su postura «anti regímenes», lo que le significó el exilio y el recuerdo de su familia en Lituania. En las más de 400 páginas, Jonas mostrará también su carácter solitario, su forma de ver la vida y la elección de tener una vida austera que le permita sostenerse con lo necesario. Defender su postura anticonsumo queda registrado en su diario el 1 de octubre de 1950, en una discusión con un hombre que le recrimina su forma de ver la vida, ante lo cual Mekas le responde:

Si en su opinión un vagabundo es un hombre que está satisfecho viviendo con lo mínimo, con un mínimo de propiedad, un mínimo de explotación de otros, y un mínimo de explotación de este planeta, entonces soy un minimalista y los vagabundos son mis verdaderos amigos (p. 327).

Jonas Mekas editará años después esas vivencias que capturó con su cámara durante sus primeros años de vida en Nueva York: el diario filmado se titula Lost, Lost, Lost (1976). En este documental quedaron plasmados los espacios que el cineasta frecuentó entre 1949 y 1963, las calles de Brooklyn, los espacios que se tomaban los inmigrantes lituanos, así como quedó fijada en imágenes toda una época, una sociedad, unas formas de vida de la posguerra en esa ciudad que acogió a tantos inmigrantes.

El libro termina con un escrito sin fecha precisa, del año 1955, en el que recoge una conversación con su amiga Lilly. En el diálogo, habla de los recuerdos y también de cómo él siente que vive más en el futuro que en el presente. De ese diálogo se puede inferir un Mekas con una cicatriz muy grande por el exilio. Sus recuerdos de Lituania permanecerán, serán imborrables, aunque reconoce que ya se siente parte de su nueva ciudad. Tanto la experiencia de la guerra como ese tránsito de un lugar a otro le permitieron adaptarse rápidamente:

Me empieza a gustar cualquier pueblo, cualquier calle a la que soy arrojado. No tengo ningún lugar que pueda reemplazar a todos mis recuerdos. Mis recuerdos ahora provienen de muchos lugares, de todas las partes en las que me detuve en el camino; y ya no sé realmente de dónde vengo (p. 436).

Sin embargo, la marca del exilio se acentúa en las últimas líneas del libro, los recuerdos lo llevan a su hogar, a su niñez, a verse junto a su madre caminando por el campo; inevitablemente, no podrá desprenderse de sus recuerdos en Lituania:

Me vi caminando con mi madre por el campo, con mi pequeña mano en la suya; y el campo ardía con flores rojas y amarillas, y podía sentirlo todo como entonces, y allí, cada aroma y color y el azul del cielo… Estaba sentado allí y estaba temblando de recuerdos.

Jonas Mekas solo podrá volver a Lituania en 1971; ese viaje de regreso a casa para reencontrarse con su familia en Semeniskiai, quedó plasmado en el documental Reminiscences of a Journey to Lithuania (1972).

El cineasta lograría asentarse en Estados Unidos, donde finalmente se convirtió en uno de los más importantes representantes del New American Cinema y una de las figuras clave del movimiento cultural del cine independiente norteamericano. Su revista Film Culture y la cooperativa Film Maker’s Cooperative (FMC) fueron referentes ineludibles para aquellos directores del cine de vanguardia. En la actualidad, la filmoteca Anthology Film Archives, mantiene el legado que dejó su fundador, Jonas Mekas, buscando promover y preservar el cine independiente y experimental.

OBRA REFERENCIADA

Mekas, J. (2017). Ningún lugar a donde ir. Caja Negra Editora.

Enlaces recomendados:

https://anthologyfilmarchives.org/

https://film-makerscoop.com/filmmakers/

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Acerca de la columna Kino Cronopio: Pensamientos, notas, artículos, en los que busco encontrar respuestas, comprender autores, descifrar un lenguaje tan vasto y diverso como lo es el cine.

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* Adriana Marcela Rojas Espitia (AMREC). Es productora Audiovisual (Ojo Mágico). Comunicadora social y periodista de la Universidad de Antioquia, Magíster en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional. Desde el año 2005 trabaja en el área audiovisual. Algunos de sus trabajos se han presentado en diversas muestras y festivales a nivel nacional e internacional. Es cofundadora de Ojo Mágico Productora Audiovisual, donde se ha desempeñado como realizadora, productora y montajista. En 2014 funda la Muestra Internacional de Videoarte y Cine Experimental INTERMEDIACIONES, en la cual se desempeña como curadora y directora. Actualmente se encuentra finalizando su ópera prima Diòba, largometraje de ficción que se encuentra en postproducción. En su sitio web www.amrec.com.co se encuentran algunos de sus trabajos de video y fotografía.

 

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